19/07/2020
Prosas profanas #6 – Emilio Prados
Prosas profanas no es un homenaje, es un ritual de invocación, un brazo estirado que clava sus uñas en el aire y atisba lo sagrado. El tiempo se pliega y las voces del pasado reverberan en nuestra imaginación como un camino, como un coro que nos permite hacerle frente al caos. Revista Haroldo publica una selección de poemas de Emilio Prados elegidos por el poeta y docente Ramiro De Mendonça.
Las preguntas de verdad no tienen respuesta. Todo lo demás a lo que llamamos “pregunta” es un caballo de Troya. Lleva vilmente los signos “¿?” y la entonación para poder clavar más fácilmente la daga que se esconde. Vayamos a nuestros pensamientos reales: ¿nos preguntamos alguna vez algo con ese tono y esos signos a nosotros mismos o somos como ranas que se mueven ágilmente en un mar de estímulos y palabras dudosas pero que a pesar de la destreza sólo evitamos hundirnos? ¿Respiramos esa agua alguna vez tal como haría una rana? A esto creo que responde Emilio Prados “dormido en la yerba”, encantado como ese abismo.
Este poema de sencillas imágenes es parte del libro Jardín cerrado, que tuvo una reedición inspirada en su nombre llamada El dormido en la yerba. Si hay algo que caracteriza al yo de este poema es la obstinación por algo que a conciencia no se comprende: aquel pozo donde no hay ni un tesoro ni nada de interés arqueológico. Los dos grandes motores de la humanidad… el pasado, el principio de las cosas, y el devenir material que implica la explotación de los recursos (los tesoros en potencia). La obstinación por algo que no es la vida, que no se ve ni se respira ¿Qué mira o por qué mira el pozo? No sólo no hay respuesta a la pregunta, sino que las preguntas no son preguntas. Son violencia disfrazada de lenguaje. Son un “La vida se te va”. Hay poco por lo cual fiarse de estos amantes preguntones de la vida.
La obstinación de Prados recuerda a la de su contemporáneo Luis Cernuda con respecto al amor o deseo. “Si el hombre pudiera decir lo que ama” no se quedaría durmiendo tirado al borde del vacío mientras el viento de la muerte sopla sus cabellos. Cernuda describe ese objeto como “alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina, por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta”. El deseo tiene que ser el límite de la conciencia que bombardea con preguntas que no son inocentes. La voluntad se rinde ante el amor, y eso es lo interesante. La voluntad rendida. Y si se ausentase de todo, sin la excusa del amor, si se ausentase de una vez por todas, tendríamos al hombre rendido frente a su vacío, esquivando la amistad de doble filo.
Para darle un toque fáctico a todo este enredo metafísico, cabe aclarar que toda la heterogénea “generación del 27” padeció (y gozó en algunos casos) el golpe de Estado y la posterior guerra civil. Con excepción de Lorca, cuya muerte marcó un antes y un después para esta sociedad de poetas, varios tuvieron que exiliarse, entre ellos el mismo Emilio Prados, Salinas, Cernuda y hasta Machado, perteneciente a la “generación” anterior. Se podría decir que el hecho marcó un camino o, con más exactitud, quitó toda posibilidad de camino a los artistas, que heredaron de alguna manera el idealismo melancólico de Machado o el sentimiento trágico de la vida de Unamuno y se la dieron contra la dura pared de la realidad. Para Machado sólo había dos formas de ver el mundo: la que mira los infinitos peces del mar desde la orilla y sin meterse y la que sólo puede ver el pez una vez pescado y muerto sobre la arena. A partir del asesinato de Lorca, que claramente no se inclinaba por la segunda visión de las cosas y fue delatado por sus propios amigos en los que pretendió ver algo mejor que aquello que eran, no se pudo seguir haciendo esta disección machadiana. Después de esto, ¿qué? El vacío sin excusas.
La obra de Emilio Prados tuvo poco éxito en las editoriales argentinas y sólo entró como un poeta más de la generación del 27. Queda opacado por Lorca, Cernuda o Salinas, por lo menos en lo editorial. Según el criterio de quien escribe, algunos de sus poemas merecen más atención que Guillén o Aleixandre enteros, pero es sólo una opinión personal. Por otro lado, en España sí son editadas sus obras todavía y se lo podría considerar un poeta de importancia local como lo es para nosotros Baldomero Fernández Moreno o Enrique Banchs.
DORMIDO EN LA YERBA
Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.
Todos se acercan y me dicen:
-La vida se te va,
y tú te tiendes en la yerba,
bajo la luz más tenue del crepúsculo,
atento solamente
a mirar cómo nace
el temblor del lucero
o el pequeño rumor
del agua, entre los árboles.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
Cuando ya tus cabellos
comienzan a sentir
más cerca y fríos que nunca,
la caricia y el beso
de la mano constante
y sueño de la luna.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si puedes
sentir en tu costado
el húmedo calor
del grano que germina
y el amargo crujir
de la rosa ya muerta.
Y tú te tiendes sobre la yerba:
cuando apenas si el viento
contiene su rigor,
al mirar en ruina
los muros de tu espalda,
y, el sol, ni se detiene
a levantar tu sangre del silencio.
Todos se acercan y me dicen:
-La vida se te va.
Tú, vienes de la orilla
donde crece el romero y la alhucema
entre la nieve y el jazmín, eternos,
y, es un mar todo espumas
lo que aquí te ha traído
porque nos hables…
Y tú te duermes sobre la yerba.
Todos se acercan para decirme:
-Tú duermes en la tierra
y tu corazón sangra
y sangra, gota a gota,
ya sin dolor, encima de tu sueño,
como en lo más oculto
del jardín, en la noche,
ya sin olor, se muere la violeta.
Todos vienen a darme consejo.
Yo estoy dormido junto a un pozo.
Sólo, si algún amigo
Se acerca, y, sin pregunta,
me da su abrazo entre las sombras:
lo llevo hasta asomarnos
al borde, juntos, del abismo,
y, en sus profundas aguas,
ver llorar a la luna y su reflejo,
que más tarde ha de hundirse
como piedra de oro,
bajo el otoño frío de la muerte.
*
TRES CANCIONES
Puente de mi soledad:
con las aguas de mi muerte
tus ojos se calmarán.
Tengo mi cuerpo tan lleno
de lo que falta a mi vida,
que hasta la muerte, vencida,
busca por él su consuelo.
Por eso, para morir,
tendré que echarme hacia dentro
las anclas de mi vivir,
Y llevo un mundo a mi lado
igual que un traje vacío
y otro mundo en mí guardado
que es por el mundo que vivo.
Por eso, para vivir,
tendré que echarme hacia dentro
las anclas de mi morir,
Puente de mi soledad:
por los ojos de mi muerte
tus aguas van hacia el mar,
al mar del que no se vuelve.
*
TRES TIEMPOS DE SOLEDAD
SOLEDAD, noche a noche te estoy edificando,
noche a noche te elevas de mi sangre fecunda
y a mi supremo sueño curvas fiel tus murallas
de cúpula intangible como el propio Universo.
Dolorosa y precisa como la piel del hombre
donde vive la estatua por la que el cuerpo obtienes,
tu entraña hueca ajustas al paso de la estrella,
a la piedra y los labios y al sabor de los ríos.
Hija, hermana y amante del barro de mi origen,
que al más lejano hueso de mi angustia te acercas:
¿quién no sabrá que huirte es perderse en el tiempo
y en desgracia inocente desmoronar su historia?
Tenga valor la carne que se desgrana herida,
pues su fuga prepara la próxima presencia,
igual que en el olvido prepara la memoria
su forma insospechada de la verdad más pura.
Sepa guardar su cauce la arteria que escondida
pone Dios bajo el pecho de quien le dio su imagen.
En ella marcha el oro, el papel, la saliva
y el sol, junto al misterio que da vida a la sombra.
Ni al derribarse el árbol, ni la indecisa piedra,
ni al perderse los pueblos sin flor y sin palabra,
se pierde lo que sueña el hombre que agoniza
sobre la cruz en ríos de su sangre en pedazos.
Lo que no quiere el viento, en la tierra germina
y más tarde hasta el cielo se levanta hecho abrazo.
ASÍ, con la manzana, vemos junto a la aurora
elevarse el olvido y el amor de los hombres.
Soledad infalible más pura que la muerte,
noche a noche en la linfa del tiempo te levanto,
sin querer complicada igual que el pensamiento
que nace en mi memoria sin temor y huye al mundo.
Huye al mundo y cobija sus pequeños fantasmas
dolorosos y agudos como espinas de sangre
que el fruto de la vida feliz le defendieran:
¡soledad ya madura bajo mi amor doliente!
Soledad, noble espera de mi llanto infecundo,
hoy te elevan mis brazos como a un niño o a un muerto,
como a una gran semilla que en el cielo clavara
junto a esta misma luna con que alumbras mi insomnio.
Yo que te elevo, abajo quedo absorto e inmòvil
viendo crecer la imagen de mi propia existencia,
el mapa que se exprime de mi fiera dulzura.
Bajo mis pies contemplo tus cuadernos en tierra
y arriba la imprecisa concavidad del cielo.
Hoy te quiero y te busco como a una gran herida
fuente y tumba en el tiempo de mi olvido sin causa.
¿Quién me dará la forma que una nuestras figuras
y me muestre en tu cuerpo como un solo edificio?
Húndeme en tu bostezo: tu mudo laberinto
me enseñe lo que el viento no dejò entre mis ramas.
Los granados se mecen bajo el sol que los dora
y mi paladar virgen desconoce el lucero.
Soledad, noche a noche te elevas de mí sangre
y piedra a piedra asciende tu templo a lo infinito.
Yo conozco el lejano misterio de tus ojos...
Pero mientras te elevas:
¡Mírame, diminuto!
MÍRAME diminuto sobre esta blanca página,
sobre esta blanca ausencia tendida en mi memoria,
bajo el blanco desierto fecundo del olvido,
como una letra aislada de la flor de mi nombre.
Por buscar me he perdido y sin buscar no encuentro
ya posible la forma que antes me equilibraba
con la forma del árbol, ejemplo de mi vida,
mitad buscando el cielo y medio entre las sombras.
Ni bajo el tiempo mismo podré ya situarme
para saber la estancia precisa de mi cuerpo:
que tres hojas dividen la luz de mis palabras
y entre las tres no entiendo cuál es la más presente.
Pues si el jazmín futuro me coge el pensamiento,
tal desazòn me enturbia las horas donde habito,
que ni la sed me duele, ni el fuego me atormenta
y la rosa obscurece por mis ojos sin luna.
Y si el verme delante me da tan gran alivio
que borra hasta en mis sueños todo afán de presencia
el ser nuevo a que nace mi afirmaciòn de eterno
tiene un ala clavada por dos tiempos al mundo.
Si miro a lo pasado, su eternidad de muerte
de tal manera vive mi corazòn dormido,
que en rosario de piedra puede cambiar el llanto
que otra vez fuera escala de luz para mi vuelo.
Al presente más miro, tratando de fijarme
como fiel de balanza que muestre mi existencia;
pero al hallar su centro no encuentro en la penumbra
la dimensiòn ni encaje preciso en que me busco.
Mas, junto a los tres tiempos que me igualan a un ave
volando entre la tierra y el cielo que la oprime
y en un arco de olvidos, tenso en luz, tenso en sombra,
la flecha de mi cuerpo camina sin ver dónde.
Sólo tengo conciencia de mi soledad viva,
al pensar en el centro que erige mi balanza,
y a ti te canto, humilde y orgullosa en tu nieve,
como a madre y hermana constante de mi busca.
Mira, mira esta letra que dejo abandonada
en el destino mudo que hoy llamo tu regazo,
soledad: que camine como una hormiga ciega
que el instinto conduce...
Tal vez llegue a mi nombre.
TAL vez llegue a mi nombre o al nombre de la piedra
o a los nombres del cielo o a los nombres del agua,
que con su antena torpe, mi letra perseguida
no deja cuerpo al mundo que de su tacto libre.
Andando, andando, andando, puede llegar un día
de tan altas preguntas y silencios tan grandes,
que otra vez a mí vuelva por buscar el granero
de más honda memoria, luna de otras palabras.
Allí, bordado, un manto se encontrará, sin orden,
en que el tallo y la oruga y la flor son hermanos
y a la vez intangibles hijos de una figura
que, invisible, les muestre su insospechado origen.
Por allí cruza el hombre silencioso y altivo,
viéndose separado del poder que anhelaba
para el soberbio juego de hacer lo que embellece
a la tierra del mundo, inmutable en su mano.
Sin voluntad camina, que involuntariamente
su voluntad nació, y ajena a su conciencia
en él fue colocada para ser paz del fuego
que, necesariamente, quemaría su entraña.
Y en libertad padece su voluntad perdida...
Así cruza su pena mirando esta memoria.
Así también yo mismo, que como un hombre propio
quiero verme en la rosa y en el puñal luciente,
siendo parte del hombre que todos construimos,
libre en mi penitencia también puedo encontrarme.
Mas sí al hallarme libre de lo que me atormenta
a mi presente encuentro libre de mi pasado,
tan solo tendré un ala para cruzar el cielo;
pero es timón un ala si conduce una nave.
Hoy sujeto en mí vivo y como la flor, quieto
por el tallo que amarra a la luz con la sombra,
voy rodando en el mundo de los que me acompañan
cuerpo a cuerpo en la lucha ciega de mi viaje.
Pregunto y más pregunto; pero solo mis ojos
se entienden con la forma que cubre la hermosura.
Así, de esta manera, tan solo la apariencia
presente me responde: —Aguárdame otro día.
Sí, seguiré aguardando, porque yo sé que vivo
frente a frente a un espejo y un espejo no engaña.
Terminaré su luna y cuando ya no existan
las aguas de sus ríos, veré a Dios cara a cara.
Soledad, te construyo, constante, noche a noche,
en la noche intangible del cuerpo de mi alma.
Soledad, noche a noche te vengo levantando
de mi sangre, tendida como sombra a tus plantas.
*Ramiro De Mendonça tiene 27 años y es profesor de francés en una escuela. Es natural de Virrey del Pino, aunque poca gente lo conoce por allí así que ni pregunten. Publicó un libro en 2019, el verdor y la sombra no se callan. Aunque es inseguro y malo para jugar al fútbol, a veces hace buenos goles y gambetas si lo invitan a jugar después de evitarlo por mucho tiempo. Pretende que pasa lo mismo con la poesía: vivimos callando las mismas brasas de siempre, temerosos de nuestras palabras... hasta que nos tiran uno o dos papelitos y podemos decir cuánto ardemos. Aunque a algunos otarios de tanto callar ni cenizas ya les quedan.
** Imagen de portada: Retrato de Emilio Prados. Fuente: pagina web de la Real Academia de la Historia de España
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