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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

12/04/2024

Prosas profanas #13

Anna Ajmatova

Prosas profanas no es un homenaje, es un ritual de invocación, un brazo estirado que clava sus uñas en el aire y atisba lo sagrado. El tiempo se pliega y las voces del pasado reverberan en nuestra imaginación como un camino, como un coro que nos permite hacerle frente al caos. En esta entrega, compartimos el Réquiem de Anna Ajmatova, prologado por Ignacio Botta.

Es el año 1922, San Petersburgo. Acaba de terminar la guerra entre bolcheviques y contrarrevolucionarios. Se impone la dictadura stalinista. Allí vive la poeta Anna Ajmatova, que pertenece a la pequeña burguesía intelectual de la ciudad.
Por esto mismo, por burguesa, por no escribir bajo los cánones oficiales que ya se asoman como la única forma de escritura posible, es censurada, con prohibición expresa de publicar.

Anna, que hasta ahora tuvo una vida acomodada, comienza un derrotero que incluye hambre, privaciones de todo tipo, tuberculosis, dos infartos. Su primer marido, Gumiliov, es fusilado; el tercero, con el que convive doce años, muere de agotamiento en un campo de Siberia; su gran amigo, el poeta Mandelshtam, también es fusilado. Ajmatova, mientras tanto, sobrevive miserablemente, trabajando de bibliotecaria a cambio de leña. 

Es el año 1938. Su hijo Lev es arrestado por tercera vez1 y, en esta ocasión, nadie puede interceder por él y es enviado a la terrible prisión de Kresty (las cruces). Luego de varios meses será trasladado al gulag de Norillag en Siberia.

En esos primeros meses, los que Lev pasa en Kresty, Ajmatova va todos los días a esperar para verlo a la puerta de la prisión. El hermetismo de las autoridades es total. Se otorgan números para ingresar pero la mayor parte de las veces no ingresa nadie. Allí, bajo el frío, apiñada junto a otras madres hacen causa común, comparten información, se dan fuerzas. Un día, una persona que pasa por allí la reconoce y la saluda. Ajmatova nunca había contado quién era. Una de esas madres, con incredulidad, le pregunta “¿usted puede describir esto?” y Anna responde “puedo”. Así arranca su poema “Réquiem”, que es el texto que nos ocupa.

“Réquiem” es un poema dividido en varias partes que funcionan como unidad y/o como serie de fragmentos. Quiere ser un texto coral, enunciado desde un yo personalísimo que se proyecta sobre lo colectivo, se rompe frente a nosotros y se expone sin misericordia.  Ajmatova escribe por las que no pueden, toma la voz de esas madres que estaban con ella. El poema es brutalmente sincero y desgarrador. Además se trata de un ejercicio de memoria y comunidad: esta obra fue escrita y quemada muchas veces, si llega hasta nuestros días es porque fue almacenada en la memoria de amigos, resguardada para evitar la censura.

Recién hacía 1956, con el proceso conocido como “deshielo de Jrushchov”, que solo puede comenzar después de la muerte de Stalin (1952), comienza la recuperación de su obra y deja de ser perseguida. Para 1965 se publica una antología de su obra y es premiada con el título de doctora honoris causa de la universidad de Oxford. Muere, enferma, en el año 1966, apenas unos meses después de ser reconocida.

Quizá sobrevivió hasta que pudo garantizar que su obra también lo hiciera.

 

***

Cuando descubrí que Anna Ajmatova existía, en la contratapa de viernes que Juan Forn escribía para Página12, primero conocí su historia terrible y después necesité ir a leerla (les invito a hacerlo más allá de estas páginas). Pero les advierto que no va a ser placentero. El paralelismo es presumible, y bien puede uno imaginarse a Ajmatova recorriendo las comisarías de Buenos Aires a fines de los ‘70. Aunque su voz, en el poema, no es la de una madre valiente desafiando a la autoridad, bien puede atribuírsele la misma fortaleza. Ajmatova nos cuenta la otra parte de esa fortaleza, su verdad íntima y privada, su dolor y su desesperanza, lo que pasa por su cabeza cuando nadie la ve.

En la dedicatoria del poema, revela un hecho que me parece notable, nunca se fue de Rusia. Aguantó: quizá por cuidar la vida de su hijo, nunca abandonó su ciudad

Me parece central señalar el hecho de que este poema no es un texto que nazca de una inquietud literaria, sino que toma las herramientas literarias, las transforma en armas y grita, llora, denuncia y se quiebra por completo adelante nuestro, quiere que dimensionemos la tragedia. La estética da paso a la ética, la voluntad de escribir a la necesidad de dejar testimonio.

 

¿No sería posible, oh huésped del futuro,
Caminante, que a visitarme vengas (…)?

Ignacio Botta

Anna Ajmatova según el ojo de Amadeo Modigliani, a quien conoció en París durante su estadía en esa ciudad.

 

Réquiem  (1935-1940)**


No me amparaba ningún cielo extranjero,
No, alas extranjeras no me protegían.
Estaba entonces entre mi pueblo
Y con él compartía su desgracia.
                1961

 

En vez de prólogo

Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, en los terribles años del terror de Yezhov2. Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer – los labios morados de frío – que nunca había oído mi nombre, salió del acorchamiento en que todos estábamos y me preguntó al oído (allí se hablaba sólo en susurros):
- ¿Y usted puede dar cuenta de esto?
Yo le dije:
- Puedo.
Y entonces algo como una sonrisa asomó a lo que había sido su rostro.

Leningrado, 1 de abril de 1957

 

Dedicatoria

Puede una pena así mover montañas
y detener la corriente de un gran río,
pero no puede quebrar con su fuerza los cerrojos
que nos separan de las celdas y los presos
llenos de angustia mortal.
Hay quien respira el fresco de la brisa,
hay quien siente la dulzura del sol cuando se pone,
pero nosotras, en la desdicha compañeras,
oímos solo el sonido ominoso de las llaves
y los pasos de plomo del soldado.
Nos levantábamos como para la misa del alba,
cruzábamos la ciudad embrutecida
y, más muertas que vivas, nos encontrábamos allí.
Se acortaban las horas de sol, la niebla pesaba sobre el Neva3,
pero aún la esperanza cantaba a lo lejos.
La sentencia… Brotan de pronto lágrimas
y una mujer se siente fuera del grupo;
como si le hubieran arrancado el corazón y brutales
lo arrojaran al suelo, para luego soltarla,
así camina, tambaleándose… sola.
¿Dónde están hoy aquellas con quienes sin querer
compartí mis dos años de infierno?
¿Qué formas adivinan en las ventiscas de Siberia?
¿Qué presagios en el aro de la luna?
A ellas envío mi adiós.

Marzo de 1940

 

Introducción

En aquel tiempo sonreían
solo los muertos, deleitándose
en su paz, y vagaba ante las cárceles
el alma errante de Leningrado.
Partían locos de dolor los regimientos
de condenados en hilera y era
el silbido de las locomotoras
su breve canción de despedida.
Nos vigilaban estrellas de la muerte,
e, inocente y convulsa, se estremecía Rusia
bajo botas ensangrentadas, bajo
las ruedas de negros furgones.


1

De madrugada vinieron a buscarte.
Yo fui detrás de ti como en un duelo.
Lloraban los niños en la habitación oscura
y el cirio bendito se extinguió.
Tenías en los labios el frío del icono
y un sudor mortal en la frente. No olvidaré.
Me quedaré, como las viudas de los soldados del zar Pedro4,
aullando al pie de las torres del Kremlin.

1935

2

Apacible fluye el Don apacible5.
Amarilla la luna entra en mi casa.

Entra, ladeada la gorra;
la luna amarilla percibe una sombra.

Esta mujer está enferma,
esta mujer está sola.

Su marido, en la tumba; su hijo, en la cárcel.
Rezad por mí.


3

No soy yo ésa, es otra quien sufre.
No lo resistiría yo. Que velos negros
cubran lo sucedido, que retiren
los faroles…
                             Noche.

1940

4

Si te hubieran mostrado a ti, la burlona,
la predilecta de todos tus amigos,
 la frívola alegra de Tsárskoie Seló6,
qué había de depararte la vida,
como te verías, de pie, ante los ásperos muros,
con el número trescientos en la fila, cargada de paquetes,
y cómo quemarías con el calor de las lagrimas
el hielo de Año Nuevo.
Se balancea el chopo7 de la cárcel,
nada se oye. Pero son tantas las vidas
que encuentran allí dentro su fin…


5

Diecisiete meses hace que grito
llamándote a casa.
Me he postrado a los pies del verdugo,
hijo mío, terror mío.
El mundo entero es confusión
y yo ya no sé distinguir quién es la bestia
y quién el hombre.
¿Cuánto falta para tu final?
Quedan sólo flores polvorientas, el rumor
de la lámpara de incienso, y huellas
que no llevan a ninguna parte.
Directa a los ojos me mira,
mal augurio de una muerte cercana,
una inmensa estrella.

1939


6

Ligeras vuelan las semanas
y no sé qué pasó.
Cómo, mi niño, las noches blancas
te observaban en la cárcel.
Aún ahora tienen sus ojos en ti,
ojos brillantes de gavilán
que hablan de una cruz alta
y de tu muerte.

1939

7
La sentencia

Cayó la palabra de piedra
en mi pecho aún vivo.
No es grave, estaba preparada,
posiblemente me acostumbraré.
Hoy tengo mucho, mucho por hacer:
he de matar la memoria,
volver de piedra el corazón,
he de aprender a vivir de nuevo.
Y si no… El cálido rumor del verano
es una fiesta tras la ventana.
Desde hace tiempo tenía el presagio:
Un día claro y la casa vacía.


22 de junio de 1939


8
A la muerte

Si has de venir, ¿Por qué no vienes ahora?
Te espero, me siento sin fuerzas.
He apagado la luz y he abierto la puerta
para que entres, pura y extraña.
Toma la forma que quieras,
irrumpe como bala envenenada,
o deslízate como un ladrón experto,
envenéname, si no, con las fiebres del tifus.
O haz igual que el cuento que inventaste tú misma
- todos nos lo sabemos y a todos acongoja -,
sube la escalera como una gorra azul
que el portero guía muerto de miedo.
Todo me da lo mismo. El Yeniséi8 se arremolina,
brilla la estrella Polar.
La luz azul de los ojos que amo
la hiela el espanto, el último.

Casa de Fontanka, 19 de agosto de 1939


9

Ya la locura levanta su ala
y cubre la mitad de mi alma,
me embriaga con el viento que quema
y me atrae al valle sombrío.

He comprendido que debo
aceptar su victoria,
escuchar mi desvarío
como si fueran delirios de otro.

Sé que no ha de permitirme
llevar nada conmigo
(es vana mi suplica,
la enfurecen mis ruegos):

ni los terribles ojos de mi hijo
- de dolor hecho piedra -,
ni la tormenta estallando aquel día,
ni la hora del encuentro ante las rejas,

ni la fresca dulzura de sus manos,
ni la sombra temblorosa del tilo,
ni el rumor leve, lejano,
de una última palabra de consuelo.

Casa del Fontanka, 4 de mayo de 1940


10
Crucifixión

No llores, Madre, por mí,
Que estoy en la tumba.

I
Un coro de ángeles alabó la hora santa
y ardió en llamas el cielo en su bóveda.
“Padre mío – dijo - ¿por qué me has abandonado?”
Y la madre: “No llores por mí…”


II
Magdalena se retorcía y lloraba, y quieto,
como de piedra, permanecía el discípulo amado.
Sólo a donde la madre guardaba silencio
nadie se atrevió a alzar los ojos.

1940-1943


Epílogo

I
He aprendido cómo se hunden los rostros,
cómo bajo los párpados late el miedo
cómo surca el sufrimiento las mejillas
con trazo rígido de signos cuneiformes;
cómo los negros rizos y los rizos de oro
de repente se vuelven pálida plata,
cómo huye del labio dulce la sonrisa
y en la risita seca halla eco el terror.
Si ruego, no es sólo por mí: ruego
por todas nosotras, hermanas – en la desdicha – mías,
en el frío feroz y en el ardor de julio,
al pie de muros rojos que permanecieron sordos.


II

Se acerca el aniversario, día del recuerdo.
Os veo, os oigo, os siento:

a la que apenas pudo llegar a la ventana,
a la que no volvió a pisar la tierra en que nació,

a  la que moviendo su hermosa cabeza
musitaba: “Ya vengo aquí como si fuera mi casa”.

Querría llamar a cada una por su nombre
pero requisaron la lista y no puedo hacerlo.

Para ellas he tejido este vasto sudario
Con las tristes palabras que de ellas oí.

A ellas siempre tendré presentes, y en todo lugar,
no las olvidaré en desgracias futuras.

Y si un día sellaran mi atormentada boca,
la boca con que gritan cien millones de almas,

que ellas piensen en mí, como pienso yo en ellas,
que por mí rueguen cuando llegue mi día.

Y si alguna vez quisiera la ciudad
erigir un monumento en mi memoria,

podría ese honor aceptar complacida,
con tal de que no lo alzaran nunca

ni a la orilla misma del mar donde nací
- mis lazos con ese mar ya los he roto -,

ni junto a mi árbol sagrado, en el jardín de los zares,
donde una sombra yerra y me busca desolada,

sino aquí, donde permanecí de pie trescientas horas
ante rejas que para mí no se abrieron.

Porque temo olvidar, en la paz de la muerte,
las ruedas del siniestro furgón negro,

los golpes de la puerta que hemos odiado tanto
y el aullido de la anciana, como animal herido.

Que desde los yertos párpados de bronce
fluya – y sean ésas sus lágrimas – la nieve derretida,

que arrullen a lo lejos palomas del presidio
y bajen silenciosos los barcos por el Neva.

Marzo de 1940

 

**En Anna Ajmátova, 2017, Galaxia Gutenbberg, versión de Olvido García Valdés y Monika Zgustova.

Ignacio Botta 

Es profesor de Lengua y Literatura. Integra el área de Literatura del CCM Haroldo Conti.

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Notas

1: Algunas fuentes sostienen que el arresto es a causa de que el hijo de Churchill visita a Ajmatova (creía que estaba muerta) y pasa toda la noche con ella. Al otro día habrían arrestado a su hijo, por miedo a que Ajmatova se fuera del país.

2: Político ruso que ofició como comisario del pueblo de asuntos internos. Dirigió las purgas estatales y la represión contra el pueblo entre 1934 y 1938.

3:  Río de Rusia que atraviesa la ciudad de San Petersburgo/Leningrado.

4: Los Streltsy fueron un cuerpo de élite de las milicias rusas que se sublevaron en 1698 contra Pedro el Grande. El Zar se impuso y ejecutó a los rebeldes en el Kremlin, pese al ruego de sus esposas. (http://letrascontraletras.blogspot.com/2010/09/anna-ajmatova-requiem.html).

5: El Don Apacible, novela de Mijaíl Shólojov.

6:  Ciudad periférica de San Petersburgo

7: Árbol.

8: Río de Rusia.

 

 

 

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