26/10/2015
Fotografía en la cárcel de mujeres
Lo irreal es la reja
Por Noemí Ciollaro
Una cámara estenopeica ilumina un penal de mujeres con sus hijos. La libertad interior de poder decir en imágenes lo que acaso no pueda ponerse en palabras. El resultado es una muestra que se exhibe en el Conti en la que la poesía sale de las entrañas, con una luz distinta que, aunque en penumbras, revela un atisbo de calidez que por instantes deja de parecerse al ámbito carcelario.
Las imágenes son como ensoñaciones, objetos y figuras fugaces, esfumadas, con una luz misteriosa, parecen del más allá. Son del más allá, del más allá de los muros y de las rejas, del más allá del encierro, del más allá del tiempo inamovible y de los calendarios estrictos y casi eternos. Son imágenes que danzan en libertad, que burlan todos los límites, los cerrojos y los candados, las sentencias y las condenas.
Son producto de esa libertad interna que tan bien definió Paco Urondo cuando escribió: “Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos, al mundo de las fantasías o al mundo de la vigilia…”
Las imágenes pertenecen a la muestra “Iluminaciones. Fotografía en la cárcel de mujeres”, que se exhibe en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la Ex Esma, y fueron realizadas en el marco del taller “Luz en la piel”, dictado por la organización “Yo no fui” durante 2013 y 2014, en la Unidad 31 del Penal de Mujeres de Ezeiza.
“Se elige la técnica de la cámara estenopeica porque nos permite una mejor reflexión a la hora de pensar la imagen a realizar, y podemos participar de todo el proceso fotográfico”, explican las coordinadoras del taller, Alejandra Marín y Constanza Cantero, ambas fotógrafas. A su vez, Cristina Fraire, coordinadora del área de Fotografía del Conti, subraya que “el trabajo en conjunto fue muy fructífero y permitió acceder a lugares del penal que antes no habían sido posibles de fotografiar y que hacen al mundo cotidiano de las chicas y sus niñas y niños”, ya que la Unidad 31 aloja a mujeres con hijos de hasta cuatro años de edad.
“Ayer mi hija me preguntó qué quería de regalo, y yo le dije que una mariposa pintada o dibujada en un cuadro. Pues nunca más volveré a ver una”, escribió Cynthia como epígrafe de dos fotografías en las que es posible ver sus siluetas tras alambrados que el efecto de la luz convierte en un inocente trama parecida a un tejido.
Una cámara estenopeica es una cámara fotográfica sin lente, una caja que no permite la entrada de luz, excepto por un pequeño orificio -el estenopo- por donde penetra un haz de luz que llega al material fotosensible ubicado en el fondo de la caja. Las mismas chicas construyen estas camaritas, las únicas que les permiten tener en la cárcel de mujeres.
Las fotografías están acompañadas de pequeños textos escritos por las autoras que también participan del taller de escritura de “Yo no fui”, dictado en el penal desde hace doce años por la poeta María Medrano.
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“Todo se puede ver de distintas maneras. ¿Qué muestra una foto? Lo que puede ver quien la mira. Todo lo que pueda mostrarse en una foto será lo que tratamos de decir sin palabras”, escribió Celeste al pie de una imagen en la que se ve a la silueta esfumada de una niñita sobre un tobogán, rodeadas de nubes como copos de nieve.
El camino que decidió hacer la muestra recorre el penal desde afuera hacia adentro, y fue a través de la intervención mediadora del director del Conti, Eduardo Jozami, con el Servicio Penitenciario, que resultó posible acceder a una diversidad de sitios, ya que anteriormente sólo se permitía hacer fotos en el patio en el cual se dicta el taller habitualmente.
Ese recorrido permite, a través de bellas fotografías, abordar una idea de la vida cotidiana de las mujeres privadas de libertad y de sus niños.
“Ayer mi hija me preguntó qué quería de regalo, y yo le dije que una mariposa pintada o dibujada en un cuadro. Pues nunca más volveré a ver una”, escribió Cynthia como epígrafe de dos fotografías en las que es posible ver sus siluetas tras alambrados que el efecto de la luz convierte en un inocente trama parecida a un tejido.
Las fotografías tomadas en el interior del penal, en las celdas de las mujeres, arriman una cierta intimidad, una luz distinta que, aunque en penumbras casi, muestra a los niños y sus juguetes, algunos objetos personales, una panza de embarazo a punto de florecer, un atisbo de calidez que por instantes deja de parecerse al ámbito carcelario.
Las imágenes registran los paredones del penal, los rollos de alambre de púas que los circundan de una forma fantasmática, como en un mal sueño, como en una pesadilla, debido a la luz particular que la cámara estenopeica registra sobre objetos y personas.
Sin embargo las fotografías tomadas en el interior del penal, en las celdas de las mujeres, arriman una cierta intimidad, una luz distinta que, aunque en penumbras casi, muestra a los niños y sus juguetes, algunos objetos personales, una panza de embarazo a punto de florecer, un atisbo de calidez que por instantes deja de parecerse al ámbito carcelario. “A nuestros sueños, no nos los quitan ni una rejas ni el penal…”, escribió Macarena.
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Poesía desde las entrañas
“Yo estuve ocho años detenida y en 2008 empecé a participar del taller de fotografía con cámara estenopeica a partir de la incorporación de Alejandra Marín, y desde que salí en libertad sigo haciendo camaritas y sacando fotos”, cuenta sonriente Liliana Cabrera, poeta, 34 años, mientras espera en el bar del Conti que comience la inauguración de “Iluminaciones”.
"La reja se cierra/ deja surcos invisibles/ en el mosaico/ marcas que permanecen/ como herida abierta/ en las muñecas/ cortes verticales en las venas/ de esos que no se pueden suturar”, escribió Liliana en algún momento de su larga permanencia en la cárcel de Ezeiza.
Llegó al penal en 2006 y sabía que tenía mucho tiempo por delante. "Lo que hice fue enfocarme en todos los talleres educativos y artísticos. Empecé participando en el taller de poesía `Yo no fui´ y dos años más tarde me sumé, cuando empezó, al de fotografía. Antes no me dedicaba a nada artístico, me dedicaba a otras cosas… Los talleres ayudan mucho a las personas que están en contextos de encierro, a partir de haber participado en esos espacios pude interesarme en cuestiones muy diferentes estando detenida y ahora que estoy libre”, resume.
Liliana vuelve una vez por semana al penal de Ezeiza como parte del plantel docente de poesía. Se le abrió un nuevo camino, siempre le gustó leer, pero nunca se le había ocurrido escribir, “y menos poesía, fue como que me abrió una nueva posibilidad de proyecto para el afuera que no tenía en cuenta. Al principio iba al taller a escuchar, porque lo que pasa en la cárcel es que hay mucha gente pero es como si una estuviera sola, entonces casi no confiás en nadie. A mí me costó mucho empezar a abrirme y a contar mis cosas, empezar a escribir y compartirlo. Cuando llegué había un grupo que escribía muy bien, venían con varios años de taller, nunca pensé que iba a encontrar en la cárcel un grupo de mujeres que escribiera tan bien”.
“Ustedes allá, nosotras acá/ en el medio un torrente de vida/ que se escapa/ es imposible unir/ lo que se escapa”, concluye en uno de sus poemas. Sus ojos tienen algo como de ver más allá, lejos, fuera de muros y portones, ojos de libertad con mirada larga. Habla serena, con dulzura, con palabras cálidas desgrana su historia.
“Para mí la poesía y la fotografía quizá fueron mejores que una terapia, a partir de eso tanto en el penal como afuera pude lograr muchas cosas. Lo cierto es que ahí adentro si una no hace algo se muere, te vas pudriendo".
“Primero no me animaba más que a escuchar, mis compañeras eran muy autoexigentes y también exigentes con lo que escuchaban, me costó mucho sentirme cómoda como para estar segura de que lo que yo iba a leer no era una pavada. Siempre fui muy tímida, por eso dar ese paso me costó demasiado. Yo había hecho el secundario completo, pero no se me habían dado oportunidades para seguir una carrera, tuve una vida bastante complicada y era muy difícil enfocarme en una rutina, y eso paradójicamente lo logré en la cárcel”, explica.
Desde la Unidad 31 Liliana editó tres libros y creó su propia editorial cartonera que dio a luz: “Obligado tic-tac”; “Bancame y punto”,- a su vez así se llama la editorial-, y “Tu nombre escrito en tinta china”. Ahora, en libertad, está pensando en hacer una selección para una antología, y en publicar a compañeras suyas que aún continúan detenidas.
“Para mí la poesía y la fotografía quizá fueron mejores que una terapia, a partir de eso tanto en el penal como afuera pude lograr muchas cosas. Lo cierto es que ahí adentro si una no hace algo se muere, te vas pudriendo. Los talleres, las actividades artísticas, te permiten proyectar hacia afuera por más que falten muchos años, como me ocurría a mí. Hubiera sido más fácil tirarme a dormir, porque no ves el horizonte, yo estaba procesada y sabía que tenía años, pero también sabía que quería hacer algo, necesitaba estar ocupada y el taller de poesía cayó justo. Yo leía mucho, pero no poesía, y ahí empecé a ver otra cosa: Leónidas Lamborghini, María Teresa Andruetto, Mariano Blatt. Y supe que con mis propios temas también podía escribir. María Medrano y Claudia Prado traían todo tipo de poesía y eso me enriqueció mucho y me dio libertad para animarme”, recuerda.
Hace un año y medio que Liliana está en libertad. Los martes y los jueves va a la Unidad 31 de madres, donde estuvo detenida, y al Complejo 4 de mujeres sin niños; en los dos lugares hay chicas que fueron compañeras suyas en los talleres, “algunas siguen estando ahí, y otras que habían salido en libertad, volvieron, que es lo más triste. Ahora puedo acompañarlas desde otro lado, con mucha confianza entre nosotras, y a mí también me permite hacer un cierre de la situación en la que estuve. Al principio dudaba, no sabía cómo me iba a sentir volviendo ahí, pero la gente de “Yo no fui”, me cuidó mucho. No voy sola al penal, Juan Pablo Fernández y María Medrano me acompañan y me contienen mucho. No siento ninguna carga al entrar o al salir”, concluye.
La muestra fue inaugurada con varias de las integrantes de los talleres de fotografía y de poesía, y las palabras de Eduardo Jozami, resaltaron la importancia de los trabajos que se exhiben y de sus autoras: “Este centro cultural -dijo- valora mucho ser parte de esta experiencia. Frente a una sociedad que ignora con hipocresía sus vínculos con quienes sufren la privación de libertad, creemos que la defensa de los Derechos Humanos implica en la Argentina de hoy hacerse cargo de la situación en las cárceles, luchar porque se reconozcan los derechos de los internos y las internas y cesen las violaciones tantas veces denunciadas, reclamar para las personas internadas la posibilidad de acceso al trabajo, el arte y el estudio”.
“Iluminaciones”, Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Av. del Libertador 8151, Ciudad de Buenos Aires.
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