Saltar a contenido principal

Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

28/05/2024

Ricardo Piglia y Haroldo Conti

Huellas de una amistad

Lo entrañable, lo amistoso, la admiración, incluso con un poco de malicia, la observación literaria y la amargura del final recorren esta semblanza que desanda la relación entre Ricardo Piglia, el gran comentarista de la literatura argentina, y Haroldo Conti, a quien el autor de Plata quemada le debe la contratapa de su primer libro publicado en Argentina.

La editorial Siglo XXI acaba de publicar Ricardo Piglia: introducción a la crítica general a mí mismo, que reúne una serie de conversaciones del autor de Respiración artificial y Plata quemada con el historiador Horacio Tarcus. Allí realizan un recorrido por el mundo de la literatura y la militancia política en los años 60 y 70. La edición cierra con la contratapa que Haroldo Conti escribió en 1967 para la primera obra de Piglia publicada en la Argentina: el libro de cuentos La invasión (pocos meses antes en La Habana la mayoría de esos relatos habían sido editados bajo el nombre de Jaulario, Premio Casa de las Américas). 

Portada de Ricardo Piglia: introducción a la crítica general a mí mismo.  Conversaciones con Horacio Tarcus. Siglo XXI.

En su texto, Conti traza comparaciones con Roberto Arlt y elogia al entonces joven autor de 26 años: “Narrados con fervor y potencia expresiva, construidos con lúcido, infrecuente rigor (...) cada uno de los cuentos de este libro es un puente, una llave para acceder a un territorio familiar y oblicuo…”. Con 42 años, el chacabuquense ya era una figura reconocida en la literatura argentina, luego de obtener el Premio Fabril con su novela Sudeste en 1962 y el Premio Municipal de Buenos Aires por los cuentos de Todos los veranos en 1964 (que fue publicado por la Editorial 964, cuyo director de la colección de narrativa era… Ricardo Piglia). 

Portada de Jaulario de Ricardo Piglia. La mayoría de esos relatos integrarían luego La invasión.

Tal vez una de las mejores formas de rastrear las huellas del vínculo entre ambos autores se encuentre en los tres tomos de Los diarios de Emilio Renzi, que reúne los diarios escritos por Piglia entre 1957 y 1982, bajo el tamiz de su alter ego.

El primer registro sobre Conti aparece en 1965. Allí Piglia da cuenta de un encuentro en la quinta de Haroldo con “muchos escritores, demasiados escritores”. Se menciona a Miguel Briante, Enrique Wernicke y Marta Lynch. Sobre el final de ese año, Piglia conversa con Conti sobre el título de su primer libro, La invasión. Unos días más tarde, se vuelven a encontrar, comen un asado detrás de Retiro, cruzando las vías y la avenida que separa el puerto de la ciudad. “Fui porque no tenía plata para almorzar, por eso acepté la invitación”, reconoce.

En 1967, hay un “encuentro afectuoso” y luego una “larga charla” caminando al sur por San Telmo. También van a la presentación de un libro de Rodolfo Walsh y los tres mantienen una “conversación cálida y amistosa”. Unos días más tarde, Piglia no puede resolver el texto de contratapa para La invasión que le pidió el editor Jorge Álvarez. “Al final encontré la solución, apoyado en la amistad y el entusiasmo de Haroldo Conti. Él escribirá el texto de presentación”.

Tapa de primera edición de La invasión y contratapa escrita por Haroldo Conti a pedido de Piglia.

En el segundo volumen de los diarios, Los años felices, que recorre la etapa que va de 1968 a 1975, las menciones a Haroldo son constantes. Piglia habla del “uso de la ambigüedad, del medio tono, que tiene pocos ejemplos en la literatura argentina”, y cita como modelos a “Todos los veranos” de Conti y “Esa mujer” de Walsh. “La clave es no cerrar el sentido al concluir la historia”, concluye. En 1969 se reúnen después de no verse durante meses. Haroldo acaba de terminar de escribir la novela En vida. “Está siempre con ese aire melancólico, el mismo esfuerzo desganado para escribir sus historias personales con espías, marineros ingleses, viajes a la Antártida”, anota Piglia. Haroldo le devuelve un libro de Davide Lajolo sobre la vida de Cesare Pavese (ambos compartían la admiración por el escritor italiano). Conti también le muestra una edición de Los oficios terrestres donde Walsh le había escrito como dedicatoria: “Haroldo, entre vos y yo vamos a hacer la cosa”. Es decir, definir el futuro de la literatura argentina. El mismo juramento que Piglia había hecho con Miguel Briante.

Más adelante, lee En vida y comenta en su diario que la novela tiene “un tono norteamericano, escrita en presente como Rabbit, Run de Updike, o mejor, el héroe vencido, el perdedor narrado con estilo ingenuo, conversado y lírico de Conti, que al final termina por cansar por su forma tan natural”. Ambos se pasan una mañana hablando del libro, del viaje de Conti a Cuba, de Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, de la hija de un filósofo reconocido con la que está noviando Haroldo. Al poco tiempo, almuerzan juntos en un bar grasiento de la calle Lavalle y Conti le cuenta que ganó el Premio Barral y que está trabajando con el director Nicolás Sarquís en un “guión latinoamericano” a la Glauber Rocha. 

Haroldo Conti como uno de los personajes del año en la revista Gente. (El tercero de arriba, de izquierda a derecha). En 1971 había ganado el Premio Barral (España) por su novela En vida. El jurado estaba integrado, entre otros, por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

En 1971, se reúnen en la casa de Piri Lugones con Walsh y Briante para discutir la situación política y ver cómo pueden participar en lo que está pasando. Walsh les propone que colaboren en el periódico de la CGT. Piglia se resiste, porque no pertenece al peronismo. Meses más tarde, Conti le cuenta que está trabajando en la novela Mascaró, el cazador americano y le habla de personajes como el Príncipe Patagón y el León enfermo. “Como siempre, Haroldo tiene una gran sensibilidad para escribir historias de perdedores, gente común que resiste y tiene siempre una ilusión que la sostiene, pero ahora temo que le haya agregado el lirismo demagógico del realismo mágico, la retórica de García Márquez de poner situaciones poéticas como salida manipulada de una nueva realidad en el mundo campesino”.

Piglia tiene la fantasía de pasar el verano en la isla de Conti y terminar de escribir ahí una novela (que décadas más tarde será Plata quemada). Pasan unos días juntos en la casa del Tigre, Haroldo alquila unos botes y salen a navegar. Ricardo tiene la impresión de estar en otro mundo, “el Delta tiene una magia particular”. Pero a los pocos días, se reconoce como un hombre de ciudad y huye, harto del barro y los mosquitos.

Ya en 1975 cenan un asado en la quinta del empresario Federico Vogelius, el fundador de la revista Crisis. Participan también Eduardo Galeano, Jorge Asís, Héctor Schmucler. “Vuelvo en auto con Haroldo, que parece haber envejecido de golpe, siempre con la expresión de alguien que ha salido de la cárcel”. A finales de ese año, hacen una reunión en la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y cuando terminan cenan con David Viñas, hablan de la crisis política, los cambios de gabinete, los rumores de golpe de Estado.

El último tomo, Un día en la vida, va de 1976 a 1982. Piglia comenta la reunión que mantuvo el dictador Jorge Rafael Videla con escritores (Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Leonardo Castellani): “Ser canalla no depende de la calidad del estilo. Por mi parte, nada que decir, aunque dicen que el padre Castellani pidió por Haroldo Conti, desaparecido desde hace varias semanas. El cura jesuita conoció a Haroldo en el seminario”. 

La última entrada en los diarios de Emilio Renzi sobre Haroldo está fechada en 1981. Se reúnen varios escritores para escribir una declaración, Piglia dice que una carta abierta de los escritores tiene que hablar de los desaparecidos, de Walsh, Conti, Urondo, Santoro, Diana Guerrero, Bustos. Pero el resto no está de acuerdo. “Me quedé solo en mi posición sobre lo que no se puede dejar de decir. Los demás no quieren ni hablar de los desaparecidos”, escribe. Nada más que comentar.

Manuel  Barrientos

Licenciado en Comunicación en la UBA. Fue director general de Comunicación del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Coordinó el Área de Prensa y Comunicación del Ente Público Espacio Memoria (ex ESMA). Fue jefe de prensa de la Secretaría de Políticas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires. Escribió los libros “2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina” y “Quién construye qué agenda”. Sus artículos periodísticos fueron publicados en Página/12, Ámbito Financiero, So-compa y Haroldo, entre otros medios. Es docente de
Investigación Periodística en TEA y la Universidad de Ciencias Sociales y Empresariales (UCES). Ganó la Beca AVINA de Investigación Periodística para el Desarrollo Sostenible 2006/2007.

Compartir

Te puede interesar

Sembrar memoria

Sembrar memoria

Por Manuel Barrientos

Hombre mirando al Sudeste

Hombre mirando al Sudeste

Por Hernán Ronsino

Ilustración Hernán Borches