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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

03/05/2024

Historia de la Comisión Memoria y Justicia Chacabuco

Sembrar memoria

Como en muchos pueblos o ciudades pequeñas, en Chacabuco la tragedia de la dictadura juntó aún más a vecinos y vecinas que, además de la vida tranquila del interior, empezaban a compartir la cercanía del horror. Esta es la historia de un pueblo que puede ser la de muchos otros, en este caso, cruzada también por la desaparición de un ciudadano célebre: Haroldo Conti.

Las primeras reuniones entre las diferentes familias chacabuquenses fueron luego de la desaparición de Liliana Ross, el 10 de diciembre de 1976 en la ciudad de La Plata. Con 21 años, Liliana era estudiante de Visitadora de Salud Pública, había militado en el grupo parroquial del padre Cacho Saccardi y luego se sumó a la Juventud Universitaria Peronista. Semanas y meses más tarde desaparecieron José Alberto Cassino (3 de enero de 1977), Jorge Dimattia (11 de enero de 1977), Marta Mónica Claverie (19 de enero de 1977), Eduardo Cagnola (5 de octubre de 1977) y, en junio de 1978, María del Carmen Pregal y Roberto Carnaghi. Antes había desaparecido el escritor Haroldo Conti en mayo de 1976, también nacido en Chacabuco. 

Las familias se juntaban en lo de Tito y Nilda Cagnola, ante la angustia que les generaba la ola creciente de terror. Los padres hacían denuncias y hábeas corpus, elevaban presentaciones en el Ministerio del Interior. Todo resultaba una burla de los dictadores. Pero el hecho de estar juntas y juntos les daba contención mutua y un aprendizaje acerca de qué hacer. Luego, fueron las madres las que empezaron a viajar a Buenos Aires. Ana María Pregal -hermana de María del Carmen- recuerda que acompañaba a su mamá, iban a las Marchas de la Resistencia, donde conocieron al grupo de las Madres de Plaza de Mayo. Esos primeros años fueron duros, no tenían apoyo de dirigentes políticos ni de la Iglesia católica. Sí tenían la compañía de la Iglesia Metodista, que les abrió la puerta a principios de los ochenta para hacer una misa.

Gentileza Comisión Memoria y Justicia Chacabuco

 

Con el retorno de la democracia, con la conformación de la CONADEP y el Juicio a las Juntas, crecieron las esperanzas, pero vinieron los levantamientos militares y las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Los indultos del gobierno de Carlos Menem fueron un golpe muy fuerte. El olvido y la impunidad se imponían en la Argentina de los años noventa.
Y, sin embargo, la memoria siempre se mueve.


A principios de 1999, los familiares de desaparecidos de Chacabuco recibieron la convocatoria de Claudia Nanni, directora del Jardín de Infantes 908. Les dijo que tenía el apoyo de la comunidad educativa para darle el nombre de Haroldo Conti al jardín. También querían pintar un árbol en la entrada y, en sus hojas, escribir los nombres de todos los desaparecidos de la ciudad. Con la proximidad del cambio de siglo, el muro de silencio comenzaba a desmoronarse.


Se reunían ahí, en el jardín, para esa actividad. Y fue surgiendo el interés por hacer un archivo con toda la documentación que tenían en sus casas, con la ayuda de la archivista de la Casa de la Cultura local, Daniela Prieto. Luego se sumaron personas que querían ayudar y saber más. Así nació la idea de formar una comisión, había muchos interesados, algunos exiliados, también antiguos militantes, como Caito Alegre, que había estado detenido. “Se debatió mucho el nombre que le íbamos a poner. Decidimos incluir la palabra JUSTICIA, aunque era algo medio utópico en ese momento, porque no había causas de lesa humanidad abiertas, salvo algunas por apropiación de menores que impulsaba Abuelas de Plaza de Mayo”, recuerda Liliana Carnaghi, hermana de Roberto. 
La Comisión Memoria y Justicia Chacabuco fue aprobada por el Concejo Deliberante el 24 de marzo de 2000. Ana María Pregal era la presidenta; Teresita Cassino, la secretaria; Liliana Carnaghi, la tesorera. En la audiencia pública que organizaron los concejales para repudiar el golpe de 1976, otorgaron dos bancas a familiares de desaparecidos para que expusieran sobre la represión en la dictadura.

Uno de los primeros trabajos que hicieron, aún sin la personería de la comisión, fue colocar un monolito recordando a los desaparecidos en la Plaza San Martín. Luego vinieron proyecciones de películas, más recordatorios, las visitas de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo Estela de Carlotto, de Teatro por la Identidad, la plantación de árboles en la entrada de la ciudad.  Una de las acciones más significativas fue en 2022, con la imposición del nombre de cada uno de los desaparecidos a las calles que cruzan el acceso Hipólito Yrigoyen, las más cercanas a la intersección con la Ruta 7.

Gentileza Comisión Memoria y Justicia Chacabuco

Ana María Pregal mira hacia atrás y dice: “Hicimos muchas actividades, de mucha repercusión. Ese trabajo de equipo, ese trabajo entre pares, dio como resultado que la Comisión hoy sea reconocida y respetada en nuestra ciudad. Siempre dimos muestras en nuestro discurso y en nuestras acciones que estuvimos y estamos contra la violencia y contra cualquier tipo de castigos que no sean los que dicta la Justicia. Esa es una marca que todo Chacabuco sabe, nunca van a escuchar de nosotros ningún tipo de expresión de odio”.


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El jueves 7 de abril de 2011 no fue un día más para esta ciudad: los restos de Liliana Irma Ross volvían a Chacabuco. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) había realizado una exhumación en el Cementerio de San Martín en 1984. Luego de años, en 2009 lograron determinar que esos restos óseos correspondían a Liliana, desaparecida el 10 de diciembre de 1976 en la ciudad de La Plata. Y el 28 de marzo de 2011, un fallo de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la ciudad de Buenos Aires lo ratificó.

Entonces, ese jueves 7 de abril Liliana volvía a Chacabuco. Las familias de desaparecidos nucleadas en la Comisión Memoria y Justicia debatieron mucho acerca de qué hacer. Esos restos venían a decir con todas las letras que los desaparecidos no estaban en Europa, que no estaban de vacaciones, que habían sido torturados, porque estaban las marcas en sus huesos. “Socializar ese hecho fue un acierto, producto de la organización y de la decisión de hacer público ese crimen macabro, horrendo y dolorosísimo que nos tocaba atravesar”, dice Ana María Pregal, hermana de María del Carmen, desaparecida en junio de 1978. 
La respuesta de parte de la sociedad conmovió al grupo de familiares, la ceremonia que se hizo en el Palacio Municipal, la urna, la bandera, la presencia de las distintas fuerzas políticas, el multitudinario acompañamiento al cementerio… También participaron dos nietos restituidos por Abuelas de Plaza de Mayo, Francisco Madariaga Quintela y Horacio Pietragalla Corti, porque Liliana había sido asesinada cuando cursaba su cuarto mes de embarazo. En esa urna, había un nieto asesinado junto a su mamá. “Fue un acontecimiento que resultó y resultará imborrable en nuestra memoria, porque esos restos recuperados vinieron a hablar, a ponerle palabras al silencio de los desaparecedores y de una sociedad que esgrimía distintas expresiones negacionistas”, señala Ana María Pregal.

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“Mi historia es totalmente diferente a las de mis compañeras de la Comisión Memoria y Justicia de Chacabuco. Tanto Ana María como Liliana nunca tuvieron noticias de sus hermanos, ni siquiera del día del secuestro, ni en dónde estuvieron en cautiverio, ni lograron tener justicia. En cambio, en nuestra familia desde el primer momento supimos que mi hermano José había sido secuestrado en su casa, en Tolosa. También supimos los centros clandestinos en los que había estado y que su último destino fue la Comisaría Quinta de La Plata”, dice Teresita Cassino, la hermana de José Alberto Cassino, “Pepe”, desaparecido el 3 de enero de 1977.


Ahí, en la Comisaría Quinta, estuvo con sus compañeros del Centro de Estudiantes de Chacabuco en La Plata. Pepe era el presidente de la comisión; el vice era Hugo Marini. Cuando fue liberado, Hugo fue a avisarle a la familia Cassino que José seguramente iba a aparecer en los días siguientes, porque si lo habían liberado a él, seguro que también iba a suceder lo mismo con Pepe.

Todo fue muy arduo, dice Teresita. Habían tenido cierta esperanza con el regreso de la democracia y el informe de la Conadep y el libro Nunca Más y el Juicio a las Juntas en esa Argentina de 1985 y la recolección de todos los hábeas corpus que se habían entregado al Ministerio del Interior. En todos esos informes, estaba registrado el caso de José y el de su esposa, Clarisa Adriana García. José y Clarisa estaban recién casados cuando fueron secuestrados en su casa de Tolosa, en ese verano de 1977. José estudiaba Bioquímica; Clarisa, Medicina, y era oriunda de Pergamino. Ambos formaban parte de la Juventud Universitaria Peronista, la JUP.

Teresita fue una de las fundadoras de la Comisión Memoria y Justicia en el año 2000. Con ese cambio de siglo, algunos jueces se empezaron a animar y arrancaron los Juicios por la Verdad. Teresita fue convocada y brindó testimonio en 2005. Poco después, la llamaron del Equipo Argentino de Antropología Forense para que brindara su muestra de sangre. En 2008 la volvieron a contactar para ver si su mamá, Olga, también podía dar una muestra. “Nos mandaron un set por correo y mi mamá se sacó sangre y la mandamos de vuelta por correo”, recuerda. “Nosotras nos habíamos sacado sangre en los ochenta, pero desde el EAAF necesitaban nuevas muestras para completar los indicadores de nuestro mapa genético”, agrega.


“En 2010, comenzó el mega juicio del circuito Camps de La Plata y me llamaron para declarar. Para mí fue terrible, estar en medio de los represores, que los tenía atrás, y los abogados defensores, y el panel de jueces, yo sentía que me estaban acusando, fue muy estresante. En 2012, fue la sentencia y viajamos a La Plata. Ahí sentí que logramos justicia, porque fueron condenados los asesinos de mi hermano y mi cuñada. Y en 2013 recuperé los restos de mi hermano, los pude traer a Chacabuco. Fue el día que más lloré en estos 40 años, me destrozó el alma. Llegar a la Municipalidad de Chacabuco con la urna, mi hijo mayor llevándola, ver tanta gente, después de tantos años de soledad, de mentiras, de calumnias. De tantas cosas que nos han dicho…” El relato de Teresita se interrumpe, su voz se quiebra, pero sigue, como siempre sigue.

 

“Mi familia era una casa abierta, donde nos reuníamos todos, los primos, los tíos, y muchos se alejaron, o no sabían cómo acercarse, cómo tratarnos. Venía yo, caminando, y me cambiaba de vereda para no cruzarme con gente que me conocía. Fue mucha la soledad. Pero en el momento en que pude tener la urna con los restos de mi hermano en mis brazos fue un antes y un después. Finalmente, pude hacer el duelo. Estaba mi mamá, contenerla a ella, contenerme yo. Pero teníamos que pasarlo. Y nos alivió el alma. Nos alivió el alma poder llevar una flor. Hoy Pepe está junto a mis padres. En realidad, son sus huesitos los que están ahí, porque sé que su alma siempre estuvo junto a mí y me sigue acompañando hasta el día de hoy. Sé que tengo que seguir luchando, dice Teresita, sé que tengo que seguir luchando, repite, por todos los nietos que no han recuperado su identidad, por todos los que no han recuperado sus cuerpos. Hay que seguir luchando, porque es una sanación no solo individual sino colectiva. Es una sanación como sociedad”. 

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Gentileza Comisión Memoria y Justicia Chacabuco

La Comisión Memoria y Justicia sigue trabajando para mantener vivo el recuerdo de cada uno de los desaparecidos por el terrorismo de Estado de Chacabuco. La Liga Deportiva de Chacabuco decidió darle el nombre de “Copa Memoria, Verdad y Justicia” al torneo de fútbol de la liga local, que comenzó el 7 de abril último. En el partido inaugural, Ana María y Liliana dieron el puntapié inicial y agradecieron este reconocimiento en un deporte tan popular, “que une y que se trata de compañerismo, tan necesario en estos tiempos” y destacaron también la tarea de las nuevas generaciones “que abrazan la causa”.

¿Qué significa para sus integrantes ser parte de la organización?

Hermana de Roberto, desaparecido en junio de 1978, Liliana Carnaghi afirma que “más que un grupo de autoayuda y autolamento, ha sido un espacio de encuentro, donde una se fortalece con las ideas, las ganas de hacer, con el amor, con el escucharse, con el poder ser escuchado, y sorprendernos con que quienes no son familiares estén con ganas de sumarse y de hacer”. A veces, cuando termina algún acto, ellas agradecen a quienes participan. Y les responden: “No, yo esto lo hago en defensa propia”. Ya no es algo personal, es del conjunto de los ciudadanos. 

Ana María Pregal explica que la Comisión, desde que empezaron a juntarse hasta hoy, ha sido una forma de transitar el duelo. “Yo deseo profundamente encontrar los restos de mi hermana, para darle el sentido personal de completar un duelo… Pero siempre mi pensamiento es el de mostrar a la sociedad lo que se negó en materia de justicia, y lo que nos convoca a continuar. Ser parte de una organización es una forma de vida… De una vida que a las familias se nos transformó a partir de la desaparición de nuestros hijos y hermanos. Pero sabemos que esto no tiene un cierre, porque falta muchísimo. Y siempre hay avances y retrocesos, según los gobiernos de turno”. 

Quienes forman parte de la Comisión fueron tejiendo una historia, una amistad. Se contienen y se impulsan unas a otros para seguir haciendo. “Estamos medias grandes, con algunas nanas, pero seguimos porque hay mucho por hacer en nuestro querido país”, dice Liliana. 
Tienen claro que la lucha por la memoria nunca termina, porque hay mucho que aún no sabemos, porque aún hay muchos nietos que recuperar. Los crímenes de la dictadura no prescriben. “Y cada 24 de marzo necesitamos explicar mucho los porqués de la dictadura y cuáles eran sus intereses, por qué desaparecieron a nuestros 30 mil y cuáles eran sus proyectos. Entonces creo que no se agota ni se va a agotar. Y que tenemos que ir dejando legados, porque esto continúa”, concluye Ana María.

Manuel Barrientos

Licenciado en Comunicación en la UBA. Fue director general de Comunicación del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Coordinó el Área de Prensa y Comunicación del Ente Público Espacio Memoria (ex ESMA). Fue jefe de prensa de la Secretaría de Políticas Sociales del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires. Escribió los libros “2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina” y “Quién construye qué agenda”. Sus artículos periodísticos fueron publicados en Página/12, Ámbito Financiero, So-compa y Haroldo, entre otros medios. Es docente de
Investigación Periodística en TEA y la Universidad de Ciencias Sociales y Empresariales (UCES). Ganó la Beca AVINA de Investigación Periodística para el Desarrollo Sostenible 2006/2007.

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