18/06/2019
Las mujeres de la causa Ford
Por Federico Vocos*
Fotos Lucrecia Da Representacao
En mayo, en el marco de las celebraciones por el Día Internacional de lxs Trabajadorxs, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti se llevó adelante la mesa “Mujeres de la causa Ford. Experiencias de represión, movilización, memoria y organización” en la que las parejas e hijas de los trabajadores de la automotriz secuestrados contaron cómo se organizaron, en dictadura, para lograr la liberación de sus compañeros y cómo - ya en democracia- trabajaron para obtener Justicia.
El 11 de diciembre de 2018 en el marco de la denominada causa “Ford” el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de San Martín condenaba en un fallo histórico a Pedro Müller, ex gerente de manufactura (10 años), Héctor Sibilla ex gerente de seguridad (12 años) y Santiago Omar Riveros ex militar - jefe de la Zona de Defensa IV (15 años) por delitos de lesa humanidad cometidos contra 24 operarios y empleados de la fábrica.
Se trata de una gran lucha del movimiento obrero, la de los trabajadores de Ford que junto a sus compañeras lograron -pese a todos los obstáculos imaginables- una sentencia que por primera vez responsabiliza a altos directivos de una empresa privada, en este caso una multinacional de gran envergadura.
En la primera semana de mayo, entre las distintas celebraciones por el día internacional de los trabajadores, se realizaron dos actividades que abordan distintas dimensiones de este gran triunfo.
El 2 de mayo se inauguraba en la Casa de la Unidad (CTA) la muestra “Causa Ford: una victoria de lxs trabajadorxs” y un día después en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti en la ex ESMA se realizaba el conversatorio “Mujeres de la causa Ford. Experiencias de represión, movilización, memoria y organización”.
La muestra, con una puesta artística fabulosa, propone un recorrido por distintos núcleos temáticos, en los que las imágenes se complementan con textos que brindan información sustantiva sobre cada uno de ellos. Alguno de los ejes que presenta la exposición son: “Lucha y conquistas de los trabajadores en la planta Ford Pacheco en los 70’”, “La alianza represiva entre Ford y las FFAA”, “Organización, movilización y resistencia de las mujeres, compañeras de los trabajadores”.
Se pueden admirar las ilustraciones del curador de la muestra Federico Geller, que con su trabajo permitió poder darle difusión a la causa al retratar los diferentes momentos del juicio. También se observan imágenes que pasan de momentos emblemáticos como el de la señalización de la fábrica como centro clandestino de detención (CCD) a aquellas que dan cuenta de la vida cotidiana de los operarios antes de su secuestro. Se los ve, con sus equipos de fútbol en el campo de deportes de la fábrica o en un escenario luciendo una guitarra eléctrica durante una presentación artística.
La exposición, que es de carácter itinerante, tuvo su primera edición en diciembre pasado en la ex ESMA en el marco de la creación del Espacio Intersindical de DDHH, importante instancia que conjuga la participación de organizaciones gremiales de diferentes corrientes del movimiento obrero. Durante la inauguración participaron junto a los trabajadores de Ford y sus familias destacados dirigentes de la CTA -entre ellos Roberto Baradel (Sec. Gral. Suteba), Eduardo López (Sec. Gral. UTE), Victorio Paulón (Sec. DDHH CTA)- y Carlos Monestés (Sec. DDHH CTA Capital). Las palabras de cada uno de los participantes, se entretejieron con las imágenes y textos de la exposición. La inauguración de la muestra resultó una verdadera fiesta, en la que también se cantó y bailó.
La segunda actividad, bajo el impulso de las y los trabajadores del Conti que resisten al vaciamiento impuesto por la actual gestión, asume otras características, da cuenta de otros planos y otras vivencias.
Las compañeras de los trabajadores de Ford, luego de años y años de resistir, se encuentran en primer plano para dar cuenta de su experiencia. En el Conti, las palabras cálidas de Marianela Galli, Eli Gómez Alcorta y Victoria Basualdo, dan inicio y enmarcan la actividad. Cada una se encuentra profundamente comprometida con la causa. Las tres integran el equipo de investigación sobre “Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad”. Por su parte, Elizabeth -abogada de vasta trayectoria en derechos humanos- conformó parte de la querella durante el juicio y en el caso de Victoria fue testigo de contexto. Las tres transmiten una gran admiración por las mujeres que tienen frente suyo.
Proyectos de vida
Elisa Charlín, Cristina Cáceres, Arcelia Ortiz, Gabriela Córdoba, Lilia Collovati, describen lo difícil que fue transitar esos días en las que se desmoronaron sus proyectos de vida a partir del secuestro, tortura y detención de sus compañeros en la fábrica Ford a pocos días del golpe de Estado de 1976. Ellas son las esposas y parejas de Pedro Troiani, Carlos Propato, Ismael Portillo, Ricardo Avalos y Carlos Gareis, respectivamente. Junto a ellas en la mesa, se encuentra Estela -hija de Lilia y Carlos-, quien es otra de las mujeres claves en la búsqueda de justicia.
Comienzan su exposición contando que "la pasaron muy mal", que "fue terrible" y que lo que “les tocó vivir no se ve ni en la peor película de terror”.
De un día para el otro, se esfumó la sensación de “tocar el cielo con las manos”, el entrar a Ford, les permitía a las familias organizar sus vidas, planificar y proyectarse.
Lulú (Arcelia), había podido dejar su trabajo en la fábrica de autopartes, Gabriela y Ricardo, tenían previsto que ella renunciara a Terrabusi para poder dedicarse al cuidado de sus hijas de 1 y 3 años, y Lilia junto a Carlos, se habían podido mudar a la casa que construyeron después de 8 años de enorme sacrificio. Carlos había hecho todas las horas extras posibles a su alcance y cuando no había disponibles trabajaba los fines de semana con un telar que tenían en su casa en Lanús.
De tener “todo un porvenir en nuestras manos” como Lulú lo expresó, pasaron a no poder creer lo que estaban viviendo y “querer morirse”. Luego pudieron rearmarse y salir a buscar a sus maridos. En algunos casos, como ellas comentan, debieron enfrentarse a la propia inocencia y al desconocimiento de lo que ocurría en ese momento. Se sentían sin saber dónde estaban, “sin brújula”.
En otros casos, eran conscientes de lo que podía ocurrir. Gabriela se acuerda que con Ricardo “sabían desde un principio lo que pasaba, y él estaba con parte de enfermo por dos semanas, tenía gripe y estaba con miedo”. Le había dicho antes que él saliera para la fábrica: “Qué voy a hacer yo sola con las nenas si te agarran a vos…” y él le respondió que no había hecho nada, que en todo caso se trataba de un pedido de antecedentes y que seguramente lo iban a mandar de nuevo a la casa, con lo cual se despidió ese día para el trabajo. Cuenta Gabriela que empezaron a caerse las lágrimas cuando pasaba la hora y finalmente llegó un compañero de Ricardo para avisarle lo que había ocurrido.
De un momento a otro, todo lo relativo a sus vidas se alteró, de la materialidad de cómo enfrentar los gastos cotidianos al cuidado de los hijos. Todo debió reverse, sin encontrar una explicación, una causa.
Cristina narra que “me defendí vendiendo cosas... fui vendedora ambulante y se ve que me iba bien porque le daba de comer a mis hijos”. A Gabriela su sueldo en la fábrica no le alcanzaba y tuvo que buscar otro trabajo. Sus padres la ayudaban con el cuidado de sus hijas, y destaca que cuando llegaba a la noche “las nenas ya estaban dormidas”, en definitiva “era como sacar al padre y sacarme a mí” dice.
También Lilia tuvo que recurrir a la ayuda de su madre, que se mudó desde Lanús a San Miguel, aunque para ello su padre debió quedarse solo siendo una persona mayor.
Enfrentar el poder
Lilia comenta que se trató de “empezar a correr por un lado y por otro para saber dónde estaba” su marido. Después de una semana sin saber dónde estaba supo que se encontraba en la comisaría de Tigre.
Mientras intentaban localizar a sus maridos, Ford mostraba cuán implicada estaba la planificación de los delitos aberrantes cometidos a sus operarios. Lulú relata que, al igual que en otros casos, el mismo día que secuestraron a Ismael llegó a su casa un telegrama de la empresa diciendo que “se tenía que presentar en la fábrica el día siguiente porque si no estaba despedido por abandono de trabajo”. Agrega que “seguía sin entender ante tanta perversidad”.
Marianella Galli en su presentación destacó el compromiso la valentía enorme de estas mujeres que interpelaron a los poderes, tanto al del capital, como al poder militar.
Así fue, montaron guardias en la comisaría, les llevaron ropa y comida a sus esposos todos los mediodías y las noches; al igual que enfrentaron a los distintos miembros de las FF.AA que tuvieron por delante.
Para ello debieron soportar que desde la impunidad les dijeran que al tratarse de “subversivos seguramente estaban en un zanjón” y, asimismo, “que si era mujer de uno de los subversivos de la Ford me diera por vencida porque seguro que ya estaba en uno de los tambores de la fábrica”.
Frente a tal violencia, cuentan que para solicitar una audiencia “inauguramos los piquetes y las sentadas frente a los cuarteles”. Debieron soportar la crueldad de altos mandos como la del Teniente Coronel Molinari. En el caso de Arcelia, se encontró frente a frente por siete veces, con quien había dirigido el operativo de detención en la fábrica de su esposo. Tenía que tolerar que le dijera “que me quería como a las hijas y que tenía ganas de abrazarme”.
Su paciencia, y el registro de cada situación permitieron, como planteó Eli Gómez Alcorta, aportar pruebas dirimentes durante el juicio. Molinari, desde su oficina de Director de la Escuela de Ingenieros en Campo de Mayo, le había dicho: “Vos me acusaste siempre que fui el responsable pero… ¿querés saber quién pidió que chupáramos a tu marido?”. Y que luego: “me tiró así, mesa de por medio, un papel con el logo de Ford con la larga lista de 24 nombres”.
La cárcel
La fortaleza de las mujeres implicó que en cada visita a los lugares de detención soportaran, como cuenta Elisa, “los malos tratos, las requisas de las señoras, atrevidas y mal educadas; mucho manoseo, las partes íntimas, mostrar, revisar a los chicos, las nenas sobretodo”. Toda la familia estaba expuesta a semejante tormento. Lulú añade que “las aberraciones que hemos sufrido en Devoto fueron tremendas, nos humillaron nos hicieron sentir que no éramos nadie, que éramos basura”.
Se trataba de poder “conversar con ellos… darnos la mano y compartir un vaso de agua”. Eran momentos en los que se buscaba darle fuerza al otro aunque no se tuvieran respuestas. Cristina se acuerda que cuando visitaba a Carlos en el penal de Sierra Chica “sufría porque no sabía qué decirle” y buscaba darle animo diciéndole que faltaba poco para que saliera.
Los hijos de cada una de las familias también se encontraban desconcertados, de un día para el otro habían dejado de ver a sus papás. En una visita al penal de La Plata, luego del largo viaje que implicaba salir a las 4 de la mañana, Gabriela recuerda que su hija mayor Silvina le preguntó al papá: “¿Papi qué hacés que no vas a casa?”. Ricardo le respondió que lo que ocurría es que se encontraba trabajando ahí. La pequeña, miró a su alrededor y le dijo “no me mientas porque esta no es la Ford” y el papá trató de convencerla diciéndole que lo que pasaba es que estaba haciendo horas extras.
Lilia, relata que su hija Estela, con quien comparte la mesa de la actividad, en ese momento le preguntaba a menudo por qué el papá no iba a la casa. Ella intentaba tranquilizarla diciéndole que estaba trabajando muchas horas y que se iba muy temprano y llegaba cuando ella estaba durmiendo. Durante una visita a la cárcel, Estela alcanzó a preguntarle si él no las quería y cuál era la razón por la que no iba a la casa. Carlos, frente a la angustia de su hija intentó consolarla, recurriendo al mismo argumento que su esposa.
Tanto Silvina como Estela testificaron durante el juicio oral. En los fundamentos de la sentencia, los jueces plantean que sus testimonios contribuyeron en la decisión que arribaron.
La búsqueda de justicia
Los momentos difíciles para las familias no terminaron con la liberación de cada uno de los ex operarios de Ford durante el 77’. Por un lado, cada uno sufrió la imposibilidad de conseguir un trabajo estable. Lo ocurrido en la Ford eran los antecedentes necesarios para que nos los tomaran, o despedirlos prontamente de cada nuevo empleo.
Por otra parte, el hostigamiento continuó en sus hogares. Elisa recuerda que “cuando Pedro salió sufrimos la persecución durante muchos años de la libertad vigilada. Eso fue pesado, también porque entraban a la casa a las patadas gritando exhibiendo las armas largas y en una casa donde había tres criaturas chiquitas eso no podía funcionar así pero tuvimos que aguantar hasta que vino la democracia”. En el caso de los Portillo Ortiz, este régimen se mantuvo durante 10 años, lo que da cuenta que los dispositivos represivos de la dictadura cívico militar se mantuvieron luego del año 83’ cuando comenzó el periodo democrático.
Elisa repasa que en un momento con Pedro no sabían cómo continuar, a quién recurrir. Pedro le dijo: “Tienen que estar los culpables, yo soy inocente y hasta el día que me muera voy a seguir buscando el responsable de todo esto”. A partir de ahí, comenzaron a caminar buscando los compañeros. Detalla que “encontramos 16 o 18 compañeros. Hay muchos que no pudimos encontrar. Y, de esa forma, despacito empezamos a armar este grupo. Con las mujeres, con las chicas las reuniones en casa, juntando las familias, buscando abogados que se quisieran hacer cargo de este caso.”
La conformación de ese espacio resultó vital para superar cada contratiempo: “Nosotros también hemos decaído. Nos recomponíamos y nos alentábamos entre la familia que formamos… Nos fortalecíamos y volvíamos a luchar por nuestros derechos para que sean juzgados como fueron y que sean condenados los responsables” plantea Lulú.
La intervención de las mujeres de la causa Ford resultó decisiva para obtener verdad y justicia, plantea Eli Gómez Alcorta. Su testimonio había sido subestimado. Muchas de ellas no habían prestado declaración durante la instrucción. Destaca el rol que tuvieron, en cuanto a organización y búsqueda de información. La forma en que expusieron cada detalle ante el tribunal después de 42 años permitió demostrar el punto más difícil: la responsabilidad de los gerentes de Ford en los delitos que se les imputaban.
La fuerza de estas mujeres, nos permiten abordar lo que resultaba inexplicable. La pregunta sobre el por qué. Victoria Basualdo, sugiere que los fundamentos de la sentencia, nos dan un clave por demás interesante al respecto. Las ilegítimas detenciones que sufrieron las 24 víctimas “obedecieron a un denominador común que se vinculó a su participación en actividades gremiales”. Se trataba de un grupo de trabajadores, que no estaba dispuesto a bajar la cabeza en el reclamo de sus derechos y un trabajo digno. Habían logrado importantes conquistas.
Las mujeres de la causa Ford forman parte del mismo recorrido.
* Licenciado en Sociología, especializado en estudios del trabajo y formación sindical. Integrante del Observatorio de Salud de los Trabajadores (ObSaT) y del Equipo de trabajo sobre responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad.
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