07/08/2024
La búsqueda de desaparecidos en Uruguay
La verdad en la forma de los huesos
Por Gabriel Tuñez
Tierra mínima, del periodista Fernando Butazzoni, reconstruye la larga búsqueda, el hallazgo y la identificación de los restos de Eduardo Bleier, uno de los detenidos-desaparecidos enterrados ilegalmente en predios de las fuerzas armadas uruguayas que fueron utilizados como centros clandestinos de detención y tortura. “Fue una especie de erupción volcánica producto de la emoción y el trauma”. dice sobre el hallazgo Gerardo, uno de los hijos de Eduardo.
"Ahí hay algo raro".
El maquinista de una de las dos retroexcavadoras que trabajan en el predio desde hace varios años, en una rutina que acaso le resulta exasperante, detiene el motor, abre la puerta de la cabina y pronuncia esas cuatro palabras. Quienes lo escuchan dicen que las dijo “con el tono justo, ni entusiasta ni apocado, con la calma de quien ya ha cavado cientos de trincheras que no condujeron a ningún hallazgo”.
Por eso, después de esas cuatro palabras, el mundo parece detenerse allí, en el amanecer inhóspito de otro día, esta vez de agosto de 2019, mientras se disipa la niebla y el sol tenue se filtra entre las nubes que persisten de la noche a orillas del arroyo Miguelete, en los fondos del ex Batallón de Infantería Número 13, donde funciona actualmente el Servicio de Transporte del Ejército, a unos 30 minutos de distancia en automóvil del centro de Montevideo, en Uruguay. Según comprobó la Justicia, a partir del testimonio de sobrevivientes y familiares, en los galpones de aquel establecimiento militar funcionó durante la dictadura cívico militar que gobernó el país, entre 1973 y 1985, un Centro Clandestino de Detención y Torturas (CCDyT) en un terreno de 26 hectáreas.
El arroyo Miguelete, en cuyas barrancas trabajan las retroexcavadoras, es desde hace años usado como un vertedero de residuos por las empresas instaladas en la zona y también resulta una especie de cloaca a cielo abierto de los distintos asentamientos instalados en la zona. Flotan allí desde latas oxidadas y miles de bolsas de plásticos hasta la carcasa de una heladera y un perro muerto. Todo eso se puede ver pese a la incertidumbre que impregna la penumbra y la niebla. El aire se siente sucio, denso, pegajoso. Se huele, además, el humo que el viento empuja desde la Amazonia brasileña prendida fuego por la deforestación.
Gentileza Instituto Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo de uruguay
"Ahí hay algo raro".
Insiste el maquinista señalando un lugar barroso. ¿A quién le habla y da indicaciones? A los integrantes del Grupo de Investigación de Antropología Forense (GIAF), de la Universidad de la República, que trabaja en el lugar mediante pesquisas y excavaciones para buscar, y luego identificar, los restos de los detenidos-desaparecidos víctimas del régimen. En ese pozo que la retroexcavadora hizo en la tierra oscura aparece una línea de color blanco. Los antropólogos entienden que esa anomalía en un terreno que ya presenta varias alteraciones funciona como un semáforo, una señal de alerta. Hasta el momento, en casi 20 años de búsqueda, los expertos del GIAF comprobaron que todos los hallazgos de enterramientos humanos estuvieron acompañados por la presencia de cal, esa rareza blanca visible desde la cabina de una máquina que pesa más de 20 toneladas. Los represores uruguayos llevaron a cabo un patrón de procedimientos para ocultar los cadáveres de sus víctimas al momento de enterrarlos: cubrirlos con cal y después echarles tierra encima. La cal viva quema y destruye las partes blandas del cuerpo humano, pero no los huesos.
Muy cerca de ese lugar, el 2 de diciembre de 2005, los antropólogos del GIAF encontraron los restos del escribano y militante del Partido Comunista Uruguayo (PCU) Fernando Miranda. El hallazgo se dio después de que un funcionario de la Presidencia recibiera un sobre que en su interior tenía un croquis y un pequeño plano dibujados a mano que detallaron el lugar exacto del enterramiento. Miranda había sido detenido el 30 de noviembre de 1975 en su casa por agentes de la policía montevideana y trasladado al CCDyT “300 Carlos” o “Infierno grande”, que funcionó en uno de los galpones, justamente, del Batallón de Infantería Número 13. Estiman la Justicia y las asociaciones de familiares de víctimas y sobrevivientes de la dictadura uruguaya que allí estuvieron secuestradas y detenidas ilegalmente unas 500 personas entre 1975 y 1977. El hallazgo de los restos de Miranda permitió enfocar la búsqueda de otros posibles enterramientos ilegales en el predio militar. Pero desde aquel día de 2005 en que los antropólogos dieron con el cuerpo del escribano y militante comunista todas las excavaciones hechas durante 14 años fueron vueltas a tapar sin resultados positivos.
Los expertos del GIAF suelen afirmar que la tierra, al contrario de las personas, nunca miente. En casi tres lustros han recibido informaciones falsas acerca de dónde podrían hallar otros cuerpos, pero los cambios que observan en el paisaje del cuartel -árboles plantados hace pocas décadas, suelos alterados, hondonadas, cañadas y arroyos desviados del recorrido original- “dicen” que esas modificaciones buscaron esconder algo. Si todo ese paisaje es, de por sí, extraño si se lo compara con otras zonas del mismo batallón, cuando el maquinista pronuncia que “ahí hay algo raro” es casi una confirmación, una señal, en este caso también blanca y de cal, que debe seguirse hasta el final. Uno de ellos se acerca al lugar. Junto a la mancha clara, observa parte de un cráneo humano. Se acerca a ella para examinarlo mejor.
“Tierra mínima” es el último libro del periodista y escritor uruguayo Fernando Butazzoni, que fue publicado meses atrás. Su objetivo fue “relatar una proeza científica, que es también un ejemplo de amor y compromiso”: reconstruir el hallazgo de los restos de Eduardo Bleier Horowicz esa mañana fría de agosto de 2019 en el predio del ex Batallón 13.
Butazzoni tomó con “mucha seriedad el tema que, al mismo tiempo, es propicio para sublimar el impacto emocional de una cosa tan horrible como el asesinato y desaparición de una persona. Sin embargo, se concentró en lo esencial: la metodología y las técnicas de un grupo de antropólogos”, asegura desde Montevideo Gerardo Bleier, uno de los cuatro hijos que dejaron de ver a su padre el 29 de octubre de 1975, cuando fue secuestrado por fuerzas de la dictadura uruguaya. Eduardo Bleier tenía 47 años, era odontólogo, estaba casado y era militante y miembro del Comité Central del Partido Comunista de Uruguay. Según varios testigos, Bleier estuvo detenido ilegalmente en el CCDyT que funcionó en la “Casona de Punta Gorda” y, luego, en "Infierno grande", el ex Batallón 3. Allí sus compañeros lo escucharon por última vez entre el 6 y 10 de febrero de 1976.
Foto: Gentileza GIAF
- ¿Cómo vivió el hecho de que los restos de su padre fueran primero hallados y luego identificados por el GIAF?
- Fue una especie de erupción volcánica producto de la emoción y el trauma de las memorias perturbadas en esos más de 40 años de búsqueda. En mi caso, además, tuve un protagonismo muy relevante porque participé en el diseño de todas las acciones orientadas a dar con la verdad y las condiciones para que la Justicia pudiera actuar e ingresar al regimiento. Busqué que pudiera incrementarse en el lugar de búsqueda el despliegue de esfuerzos técnicos para tratar de dar con los restos antes de que cambiara el gobierno de Tabaré Vazquez a Luis Lacalle Pou. Por ejemplo, que fueran dos excavadoras las que estuvieran trabajando y que se destrabaran algunas cuestiones burocráticas.
- ¿Una vez hallado e identificado el cuerpo de su padre puedo saldar ese duelo que llevó tantas décadas?
- El hallazgo de mi padre permitió saldar un duelo real, que es muy distinto a un duelo autodefinido. Una de las cosas más dramáticas y terribles que tienen que hacer los familiares de los detenidos desaparecidos es “matar” a la víctima en su espíritu, porque, caso contrario, sigue interviniendo la ausencia como un factor de perturbación psicológica. Porque así como intentaron deteriorar a las víctimas mediante torturas salvajes y detenciones en condiciones horribles, el terrorrismo de Estado también afectó a los familiares porque quiso llevarnos hacia el resentimiento y patologías psicológicas que nos inhabilitaran para que no se tornaran creíbles nuestras demandas. Estaba todo pensado, por supuesto, para producir ese fenómeno de aniquilar no solo de los individuos, sino también el tejido social contestatario. Por eso el universo de las acciones represivas era tan amplio. La lógica de la tortura, el terror, la cárcel, el exilio o la desaparición fue concebida para aniquilar todo posible proceso de democratización. De modo que para los familiares emerger de eso íntegros y dignos constituía un acto político y de dignidad humana que entraña ciertas responsabilidades sociales, porque tenés que mostrar que los valores éticos y políticos que caracterizaron a quienes dieron la vida para garantizar un proceso democrático quedó como semilla. Y eso representa una presión, porque estás obligado a tener un cuidado en tu forma de comportamiento, no dejarte destruir, de verte entero y maduro para generar movimiento que procure la elevación cultural de la sociedad mediante las prácticas de búsqueda de la verdad y la justicia. El peso de ser sometido a acciones sistemáticas con la intención de ponerte en el lugar de un loco, como hicieron con las Madres.Todo eso emerge cuando aparecen los restos de mi padre y es una liberación, porque ponés la verdad en la forma de los huesos.
- Imagino que hay mucho de sanador en esa recuperación de los restos de su padre, ¿verdad?
- Por supuesto que es muy sanador. Desde el punto de vista personal también implica la superación de una causa que no tenía por qué ser esencial en la formación del sentido de tu vida. Hablo de la presión que representa la dificultad de no poder renunciar a la responsabilidad que significa ser familiar de un detenido desaparecido. Por eso digo que es como una erupción volcánica. Sin embargo, en el transcurso de la lucha de los familiares vas tejiendo lazos afectivos entrañables y no podés decir: “Bueno, hasta aquí llegué”. En esta lucha eso no ocurre.
- Mencionó en varias ocasiones la necesidad de sobrellevar la presión que significa ser familiar de un detenido desaparecido. ¿Cómo logró usted mantener cierta estabilidad frente a todo ese proceso tan largo de búsqueda de la verdad?
- El trabajo de la estabilidad emocional es un acto revolucionario. Cuando ocurrió lo de mi padre, mi familia implosionó y yo tenía 15 o 16 años. Tenía, insisto, la responsabilidad de preservar a mi familia. Entonces, la estabilidad emocional no consistía únicamente en no volverte loco, sino mantener la capacidad de goce. Que uno no pueda gozar de la vida es una derrota. Que al anular la vida de tu padre no anularan la tuya.
Conferencia de Alicia Lusiardo, lidereza del Grupo de Investigación en Antropología Forense (GIAF), por el hallazgo de restos humanos. Foto: Francisco Flores/Archivo El País
La dictadura cívico-militar uruguaya llevó a cabo una represión que dejó como saldo una cifra oficial de detenidos-desaparecidos establecida en 197 personas, en su mayoría, detenidos en la Argentina con motivo del Plan Cóndor. En 2005, tras una decisión del entonces presidente Tabaré Vázquez, fue creado el GIAF con el objetivo de poner en marcha distintas pesquisas y excavaciones para buscar, y luego identificar, los restos de desaparecidos durante el régimen dictatorial. El trabajo de los antropólogos forenses permitió hallar ese mismo año a Ubagésner Chaves Sosa y Miranda; Julio Castro Pérez, en 2011; Ricardo Blanco Valiente, un año después, y Bleier. A ellos se suma Roberto Gomensoro, cuyos restos mortales fueron encontrados en 1973 flotando en un lago, pero recién identificados en 2002.
Durante casi cuatro años el hallazgo de los restos de Bleier había sido el último del GIAF en la inmensidad de un predio militar, pero el 6 de junio de 2023 fue encontrado el cuerpo de Amelia Sanjurjo Casal, militante del Partido Comunista y trabajadora en la editorial “Mundo Libro” que había sido secuestrada en noviembre de 1977 por fuerzas militares y desde ese momento se encontraba desaparecida. Sanjurjo Casal tenía 41 años y estaba embarazada cuando fue raptada en una calle de Montevideo y trasladada al CCDyT La Tablada. El fiscal especializado en Delitos de Lesa Humanidad de Uruguay, Ricardo Perciballe, anunció recién el 29 de mayo pasado la identificación de los restos tras una búsqueda que los expertos del GIAF llevaron a cabo en el Batallón 14 del Ejército de Uruguay. El trabajo para determinar la identidad de Sanjurjo Casal llevó casi un año, fue dificultoso y requirió la toma de muestras genéticas a sus sobrinos, que se realizó en el consulado argentino en Mallorca, España, donde están radicados. Desde allí fueron enviadas al laboratorio que tiene el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). El EAAF colabora en las búsquedas de desaparecidos de Uruguay y realiza los cotejos genéticos de los cuerpos hallados en su Laboratorio de Genética Forense. Desde 2001, asesora a los diferentes mecanismos oficiales creados por el gobierno uruguayo para investigar el paradero de los desaparecidos durante la última dictadura del vecino país. Durante ese período, realizó los análisis genéticos a los cuerpos enterrados clandestinamente y recuperados en distintos cuarteles y predios militares. Desde 2005, el EAAF asesora al GIAF.
Como en los otros casos en los que intervinieron los antropólogos forenses del GIAF, se determinó que el cuerpo de Sanjurjo Casal había sido cubierto con cal. “Este ocultamiento generó un molde en el que se observan las improntas de los miembros inferiores (piernas, muslos y glúteos)”, detalló el GIAF en su cuenta de X. Los restos de la militante política fueron encontrados a unos cien metros de distancia de los de Julio Castro y a 55 centímetros de profundidad bajo tierra. El cuerpo de Sanjurjo Casal fue enterrado boca abajo, desnudo y presentaba signos de haber sido golpeado. Como ocurrió en la búsqueda de Bleier, también una retroexcavadora sacó los huesos a la luz y con ello, la verdad.
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