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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

15/10/2024

In memoriam: Eduardo Jozami

El hombre al que le gustaba pensar y hacer con otros

Las mil vidas en una vida, la política, los libros, las cárceles, la tortura, el exilio, la persistencia en la contrucción colectiva, la escucha y la picardía, todo convive en esta  semblanza de Eduardo Jozami, cuya muerte recietne sirve de conjuro para evocarlo y recordarlo.

Viernes 21 de abril de 1972, 16.30hs. Eduardo Jozami toma un café junto a su cuñado Horacio Pastoriza y un amigo en un bar de Scalabrini Ortiz (por entonces, Canning) y Cerviño, en el barrio porteño de Palermo. La policía irrumpe en el lugar, los tres son detenidos por “averiguación de antecedentes”. Los conducen hasta una comisaría cercana, la 23, en la esquina de Santa Fe y Gurruchaga. Jozami queda incomunicado. El comisario le dice que allí no se tortura a nadie, que trabajan codo a codo con la Justicia, con métodos limpios. “Ahí podés ver el crucifijo que preside mi despacho”, ejemplifica el jefe policial. Aunque agrega: “Pero el mundo no se termina en esta comisaría”. 

La mujer de Jozami, Lila Pastoriza, y otros familiares se acercan hasta el lugar e intentan alcanzar algunos víveres. Al detenido sólo le llega un chocolate: es lo único que comerá en los siguientes tres días.

El sábado 23, a las ocho de la noche, el comisario le anuncia que en unos minutos saldrá en libertad. Antes, le da un consejo: que se ahorque, que le va a convenir. Otro funcionario, de la Dirección de Investigaciones Policiales Antidemocráticas, también lo interroga y le dice que, si no escarmienta, usarán métodos más duros. “No vas a poder aguantar, no tenés físico”, lo alecciona. 

Jozami firma su libertad en el libro de actas. Un suboficial lo traslada al primer piso. Dos horas más tarde, lo vuelven a bajar, siempre esposado. Todas las luces de la comisaría están apagadas. Ve a tres hombres de civil y un sargento; también ve, o cree ver, un breve pasaje a la fuga. Corre hacia la salida, pero lo derriban. A los empujones, lo sacan por una puertita lateral, de chapa negra, que da a Gurruchaga. Un coche que espera con las puertas abiertas. Grita, pero un agente lo apunta con su metralleta. Tapan su cabeza con una capucha y lo tiran en la parte de atrás del auto. Deambulan durante una hora, hasta que estacionan en algún lugar, que Jozami desconoce. Lo acuestan, lo desnudan, lo estaquean. Los pies, las manos: atadas a los barrotes de esa especie de cama de hospital. Alguien se presenta como El Jefe y dice: “Vos ya saliste en libertad y aquí podés estar dos días, cinco o cincuenta. Tu vida no vale un centavo. Así que anda pensando en hablar”. 

La tortura se concentra en los órganos sexuales. 
Domingo y lunes se repiten las sesiones. 
El martes no: es más larga.

Prenden una radio, en el informativo de radio Colonia dicen que abogados y periodistas reclaman por el paradero de Jozami. Esa noche lo alimentan bien. "Tenés que comer como un animal”, le dicen. 

La presión social tiene efecto. Lo suben a la caja de una camioneta, después de un trayecto de un par de horas que parecen infinitas, lo dejan tirado cerca de la estación Bancalari. Se toma el primer colectivo que encuentra y se baja en Puente Pacífico. Tararea por lo bajo “Gracias a la vida” de Violeta Parra, camina hasta un bar. Su aspecto es tan lastimoso que el dueño le acerca un café antes de que lo pida. 

Los secuestradores le habían recomendado que se olvidara de todo lo que pasó: “Nada de abogados, nada de periodistas. Arreglate para explicar que tenías miedo y te escapaste. Que volviste por un milagro”. Jozami no le hace el juego a sus captores. Convoca a una conferencia, junto a abogados, compañeros de militancia, amigos y periodistas. “La sensación que produce la aplicación de la picana es extraña, dolorosa, impresionante: es una mezcla de rasguño potente y de quemazón, un fuerte tirón de la piel hacia afuera”, señala. En el semanario Panorama del 4 de mayo de 1972, una nota firmada por Jorge Raventos señala: CASO JOZAMI: EL HOMBRE QUE PUDO VOLVER.


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Entrevista a Eduardo Jozami para la serie Un libro ocupa mucho espacio, producida por Los otros mundos (Radio Futura). Foto: Radio Futura

Es difícil creer que tanta vida logre cristalizarse en el cuerpo de un hombre. Hijo de libaneses cristianos, Eduardo Jozami nació el 13 de octubre de 1939 y fue alumno del Colegio Francés de Buenos Aires en la primaria, del Liceo Militar General San Martín en el nivel medio y militante estudiantil en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, de la que se recibió de abogado en 1961. Por esos años, trabajó en Clarín y se convirtió en secretario general de la comisión interna, lo que le valió el despido. También fue secretario general del gremio de Prensa de Buenos Aires y secretario adjunto de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa entre 1964 y 1966, que encabezaba su compañero Emilio Jaureguí.

Integró el Partido Comunista, luego desembarcó en el peronista de izquierda, se casó con Lila Pastoriza en plena Guerra de los Seis Días, viajó a China y a Cuba. Fue o pudo ser el contacto argentino del Che en Bolivia (así está registrado en los diarios de Guevara) y trabajó como periodista en el diario CGT de los Argentinos con Rodolfo Walsh y en Primera Plana, entre otras publicaciones míticas de la Argentina de los sesenta y los setenta. En 1974 se sumó a la organización Montoneros, militó en la Juventud de Trabajadores Peronistas en la zona oeste del conurbano bonaerense y participó en la construcción del Partido Peronista Auténtico.

Con el avance de la Triple A, en septiembre de 1975 volvió a ser detenido y pasó  2922 días preso en la última dictadura. Sufrió el exilio en México y allí se graduó en la Maestría en Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en la Maestría en Ciencias Sociales de FLACSO México en 1987. En realidad, ya había llegado a esas casas de estudios con la mayoría de los libros bien leídos: con disciplina monacal, analizó los clásicos de ficción y de no ficción durante esos ocho años de detención y le daba clases de Economía a sus compañeros de pabellón.


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A 43 años de la desaparición del escritor argentino Haroldo Conti, se realizó un mural en las paredes del CCMH Conti, ex ESMA, por el artista Nazza Stencil. 2019
Foto: Prensa CCMH Conti


“Estoy muy decidido a que toda actividad futura sea compatible con una tarea intelectual que impondrá condiciones o modos de hacer política”, le escribía Eduardo Jozami a su mujer, Lila Pastoriza (periodista y sobreviviente de la ESMA), en abril de 1983. El retorno democrático se acercaba y, desde el penal de Rawson, advertía sobre la necesidad de (re)pensar antes de reintegrarse a la vida política. “Fui enviando en cartas aquello que escribía y de alguna manera lo salvé. Este libro representa en cierto modo ese vuelco hacia la escritura que se fue gestando en la cárcel”, explicaba Eduardo sobre 2922. Memorias de un preso de la dictadura (2014), publicado por Sudamericana, donde relató sus años en prisión, desde su detención en 1975 hasta su liberación en septiembre de 1983.

“No me pongo como modelo, cada uno hizo lo que pensó que tenía que hacer. Pero la visión de una lucha revolucionaria sin fisuras, que se ha presentado muchas veces como opuesta a la versión que demoniza a “los subversivos”, me parece que a esta altura ya no aporta demasiado, porque la sociedad argentina ya ha hecho una elección. Algunos siguen reivindicando a la figura de (Jorge Rafael) Videla porque piensan que fue necesario dar un golpe para eliminar el peligro que significaban “los subversivos”; y los que miran con simpatía los años setenta entienden que era necesario un cambio profundo en el país, quieren seguir haciéndolo hoy y se reconocen en lo que está pasando. Por eso, creo que para entender más allá de ese dislocamiento básico, hay que contar mejor cómo fue esa experiencia”, señalaba.  

También advertía que no hay políticas –por sólidas que sean y por más consensos que generen- que estén seguras de una vez y para siempre. “La gente que adhiere a los aspectos esenciales de la política de derechos humanos constituye un sector más amplio que el kirchnerismo, aunque estos ejes aparezcan muy identificados con los gobiernos de Cristina y de Néstor. Es fácilmente explicable, porque lo que hicieron ellos por estas políticas fue monumental. Pero son políticas que tenemos que fortalecer, tratando de ampliar el consenso que existe en torno a ellas”, explicaba. 

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Luego de los ocho años de prisión, luego del exilio en México, volvió a la Argentina y dirigió la revista Crisis entre 1987 y 1989. En 1991 recibió el galardón Helmann-Hammet, que otorga el Foro por la Libertad de Expresión de Nueva York. Con el ascenso del menemismo, se transformó en uno de los fundadores del Frente Grande y fue concejal porteño entre 1993 y 1997; convencional constituyente de la Ciudad de Buenos Aires (1996); y diputado entre 1997 y 2000. Con el fin del nuevo milenio, fue subsecretario de Vivienda de la Ciudad, desde donde impulsó políticas de acceso a la vivienda en los barrios populares y la creación de cooperativas para la construcción de viviendas. Cuando fue desplazado del cargo en 2002, recibió el apoyo de la asamblea de trabajadores de la Comisión Municipal de Vivienda, del movimiento de inquilinos, de organizaciones de desocupados y de diversas agrupaciones vecinales. Después participó en el kirchnerismo y en la creación de Carta Abierta. En 2016, fundó el espacio político Participación Popular.

Fue profesor titular de Economía en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y profesor del Posgrado en Historia de la Universidad de Tres de Febrero, donde también dirigió el Centro de Estudios de Memoria e Historia del Tiempo Presente. Escribió libros, muchos y muy rigurosos: Ya nada será igual. Argentina después del menemismo (2000), Final sin gloria (2004), Dilemas del Peronismo (2009) y el reciente De Alfonsín a Milei. Una parábola inquietante (1983-2023). En cada una de esas obras, reflexionó sobre su tiempo y sobre sus propias prácticas.

También publicó el mejor libro sobre la vida y la obra de Rodolfo Walsh, la palabra y la acción (2006). En esas páginas, bajó a Walsh del pedestal y lo hizo más grande en las contradicciones, dudas, incomodidades en la relación con la novela, el Pulitzer, el peronismo, con Cuba, con Montoneros.

Luego de que la ESMA se convirtiera en un espacio de memoria, Jozami fue en 2008 el primer director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Bajo su liderazgo, fue un territorio de memoria activa, de cruce entre el arte, la cultura y el pensamiento. “La memoria no es solamente una tarea de archivo, sino de afirmar en el pasado y también en el presente ciertos valores básicos que hacen a la democracia y a una sociedad más justa”, había señalado el día de la inauguración.

Eduardo escuchaba, tenía el oído atento a los jóvenes. Era, si se quiere, horizontalista. O, para ser más justos: antiverticalista. Siempre tenía pensamiento propio e incitaba a que los demás lo tuvieran. A veces se volvía una figura incómoda, rehuía de las etiquetas, se bajaba del pedestal de prócer con el que algunos lo reverenciaban. En algún tiempo, no tan lejanos, no se podían publicar entrevistas a Jozami; en algún tiempo, era la persona a la que decían que no había que invitar. Cuando la cosa venía de cerrazón, Eduardo quería abrir y generar espacios de libertad. 

Preparaba sus discursos con esmero, en consulta con otros, aunque en algún momento su oratoria generaba pequeños desvíos y en los pliegues del discurso institucional o político se colaba siempre la emocionalidad y el afecto. Otras veces, sus cejas tupidas se arqueaban, los ojos se volvían brillantes, dando la bienvenida anticipada algún chiste, antes de que explotara su carcajada. 

Eduardo Jozami era un hombre al que le gustaba pensar con otros. Alguien que generaba espacios de libertad, que estudiaba y luchaba y quería construir una Argentina bien grande para todos. 

Vivió muchas vidas y amó la vida. Fue un tipo cariñoso, que gustaba disfrutar de los pequeños placeres. Un café, un vino, el asado, unas castañas en almíbar, la charla, la sobremesa extendida, los bares y los bodegones, la caminata lenta por las calles porteñas, la plaza de Mayo atravesada con una mano sobre el hombro de un amigo. 

Fue palabra y acción. Fue lucidez, coraje y ternura. Se van a extrañar su generosidad y sus risas.

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