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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

20/08/2024

La historia de las bordadoras de Ingeniero White

El hilo que nos une

Un grupo de mujeres bordadoras de Ingeniero White, una pequeña comunidad portuaria cerca de Bahía Blanca, es el motor de una obra fascinante que revela el espíritu de una comarca desde la simpleza de combinar hilos de colores entrelazados sobre un paño. “No hay puntada (ni puerto) sin hilo”, la muestra que reúne esos trabajos en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti le hace suficiente honor a una experiencia única.

- Hola a todas. Buenas tardes chicas. De qué color dicen que haga el vapor?
- Que bueno Vero!!! Para mi blanco o gris.

Como suele pasar, a veces la poesía se cuela por las hendiduras de la vida cotidiana, por los pliegues de lo presuntamente anodino de la existencia y la rutina. Quienes conversan sobre una materia tan hermosamente infinitesimal como el color del vapor son dos de las participantes del Taller de bordado en miniatura del Museo del Puerto de Ingeniero White, en Bahía Blanca, cuya sorprendente obra colectiva se expone hasta fin de año en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. El repertorio de la muestra incluye algunas impresiones de las conversaciones vía chat que tienen entre las bordadoras, de las que proviene el delicioso intercambio del principio y que son, al igual que los bordados, una trama multicolor pícara, solidaria y entusiasta. 

El Museo del Puerto es una institución pública de la Municipalidad de Bahía Blanca inaugurada en 1987,  poco tiempo después de la recuperación democrática.  Desde entonces, aborda la historia y el presente del puerto de Ingeniero White y, en particular, de sus vecinas y vecinos desde la vida cotidiana: sus trabajos, fiestas, luchas, comidas, sueños, palabras, afectos y deseos. Desde 2019 decidieron organizar el taller, pensado como un espacio de reunión de las mujeres del puerto alrededor de una tarea calificada por la destreza de esas mismas mujeres, que se transmite de generación en generación de forma artesanal y que produce, en ese intercambio, mucho más que el muestrario de exquisiteces en miniatura que se exhiben en el Conti.

White es un lugar difícil. Anexo portuario de la ciudad de Bahía Blanca, es uno de los lugares más contaminados del país, por la concentración de la industria petroquímica que usa la cercanía del puerto como ventaja logística. Para muestra, un botón: los vecinos y vecinas del puerto cuentan con un sistema de alarma que activan desde sus casas en caso de que detecten una acontecimiento anómalo de contaminación. 

Lucía Bianco, Directora del Museo del Puerto, explica que “trabajamos en relación con la historia y el presente de la comunidad y tratamos de prestar atención a los saberes de esa comunidad de pescadores artesanales, de familias cuya experiencia y trabajo gira en torno al puerto, a la pesca, a la cocina”.  Así detectaron el bordado como un saber que podía resultar un puente entre generaciones. “Entre muchas otras cosas de su vida cotidiana, está el acto de coser, de bordar, siempre mayormente a cargo de mujeres, y que creíamos que era uno de los saberes que se estaba perdiendo porque hace 50, 60 años era una obligación y vimos que podía tener otra potencia, que ya no era un mandato y que se podía usar para inventar, para hacer algo colectivo”. Y así empezó la cosa: mujeres con un saber aprendido por obligación que le enseñan a otras que lo hacen por placer y que, juntas, le dan vida a una “obra colectiva”, como le dice Lucía. 

Inauguración de "No hay puntada (ni puerto) sin hilo". Agosto, 2024. Foto: Prensa CCMH Conti

La comunidad

“Vitaquis es con k, es griego, pero lo pusieron con q cuando llegó mi familia a la Argentina”, cuenta Mirta, 73, sobre su apellido inmigrante, como el de casi todos quienes viven en White, donde nació y se crió. Ella es una de las que aprendió el oficio de bordar de chica, “cuando nos enseñaban para hacer nuestro ajuar de casamiento, las sábanas, los manteles, los repasadores, todo”. Hoy es una de las que transmite el saber a sus compañeras de taller.  “Me enteré durante la pandemia, por las redes, cuando te llevaban las cosas para bordar a tu casa - así sobrevivió el taller en ese tiempo, repartiendo el kit de bordado casa por casa - y lo primero que me sorprendió eran los temas, que no eran los de antes cuando yo bordaba, ahora podían ser frutos de mar, frases, cosas de acá”, recuerda.  Cuando terminó la cuarentena y volvieron los encuentros presenciales Mirta conoció por fin a quienes hoy son sus compañeras, muchas de las cuales ya venían participando del taller desde antes. “Una tiene más entusiasmo por estar con un montón de gente compartiendo, haciendo todas lo mismo, ayudando a quienes no sabían tanto como yo”. Parte de ese grupo de mujeres viajó a Buenos Aires para la inauguración de la muestra en el Conti, en la que se las vió bulliciosas y emocionadas. “Algunas no habían venido nunca a la Capital, a una le hicimos conocer la escalera mecánica, que nunca había visto, no tengas miedo, no hace nada, le decíamos”, cuenta, pícara. 


Olivia, Agustina y Ángela tienen 12, 25 y 23 años respectivamente, y son las benjaminas del grupo, la prueba viva de eso de “de generación en generación” que repiten, convencidas, todas las mujeres que pasan por el taller. Las tres son de Bahía Blanca, viajan entre 40 minutos y un hora para llegar, pero eso no es obstáculo. Ángela dice que conoció el taller por “El domingo de las abuelas”, como le dice ella a lo que es una costumbre en el museo: tertulias los domingos con comida casera para compartir las actividades que realizan y charlar.  “La primera vez que fuí enseguida nos dieron de trabajar, nada de teoría, mucha buena onda, enseguida te ponen a bordar; arrancá y preguntános, nos dijeron”. Agustina recuerda que tuvo “un poco de vergüenza al principio, empezamos por algo fácil, los emojis que están en la muestra, pero al segundo o tercer encuentro, entre mate y mate ya te acostumbrás y sos una más del grupo”. Olivia, la más chica de todas, es hija de uno de los trabajadores del museo y así conoció el taller de bordado. “Yo ya estaba acostumbrada a ir a White porque mi papá trabaja ahí y ya conocía el puerto y todo, pero me pareció muy interesante representarlo con los bordados, que son como un dibujo pero con el detalle que le pone cada una y eso los hace muy especiales”, dice. 

Inauguración de "No hay puntada (ni puerto) sin hilo. Agosto", 2024. Foto: Prensa CCMH Conti

La obra

“No entienden qué es lo que te gusta del bordado, lo que te divierte”, reconoce Ángela cuando le cuenta por primera vez a alguna amiga que está aprendiendo a bordar. “Hasta que se dan cuenta de que no es sólo un bordado, que hay un montón de cosas por detrás, que los bordados hablan por sí solos, que se conectan, que los proyectamos. Y cuando los ven en alguna muestra se sorprenden y ahí entienden”.

El “ahí entienden” se puede trasladar a cualquier persona que ve por primera vez la obra de las bordadoras de White: miniaturas que cuentan desde el detalles la cultura popular, la identidad, la historia y las costumbres de un barrio obrero de la Provincia de Buenos Aires, pero que puede ser el de cualquier parte del país. Y en esa identidad local entra todo: a un paño lleno de retratos en miniatura de figuras del espectáculo - Olmedo, Cacho Castaña, Luca Prodan, Tita Merello - le sigue uno en el que se retratan los containers que fungen de paisaje permanente del puerto, los mismos que se ven desde las calles de la costanera de Buenos Aires cuando se atraviesa esa mini capital mundial de la artificialidad que es Puerto Madero. Al lado de eso, los signos del zodíaco o un paño con un muestrario de sombreros de diferentes épocas. Junto a la serie de banderas con indicaciones náuticas o al listado de especies que se pescan en la zona -  anchoita, jurel - aparece el mapa al detalle de Ingeniero White, una especie de tablero de un Juego de la Oca customizado, hecho de hilos de colores, o las indicaciones para hacer “la cazuela de mariscos más grande del mundo”, para 20 mil personas, con sus 600 kilos de vieiras o sus 1000 kilos de camarón. Y también está San Silverio, el santo protector de los pescadores cuya veneración viene de los inmigrantes italianos de la isla de Ponza, en la región del Lacio italiano, que llegaron a White a fines del siglo XIX y mudaron a sus santos, también, hasta allí.

“Cuando empezamos en el taller nunca nos imaginamos terminar exponiendo en un lugar como este”, confiesa Mirta que, viuda desde hace algunos meses, recibió el apoyo de sus hijos y su familia para emprender el viaje a Buenos Aires. “Mi papá no era pescador pero sí tenía muchos amigos que lo eran y ahora ver las planchas de los bordados con los frutos de mar, los peces, la cultura del puerto me causa una emoción enorme porque yo lo viví en vivo y en directo”, reflexiona. 

Las bordadoras y el equipo del taller de bordado en la inauguración de "No hay puntada (ni puerto) sin hilo". Agosto, 2024. Foto: Prensa CCMH Conti 

El retrato de la vida cotidiana de un lugar, “contar White para contar el mundo”, como dijo Lucía, la directora del museo, en su breve intervención en la inauguración de la muestra, es menos una premisa del taller que algo que fue ocurriendo. “Los temas van apareciendo, a veces pensamos que se nos van a agotar pero siempre se nos ocurre uno nuevo, no podemos parar”, confiesa Mirta. “Es el sentido de lo colectivo lo que se borda - aventura Lucía - la multiplicación de la existencia en grupo, porque eso es lo que implica una organización, en parte individual de cada bordadora, cómo organizar el color, qué punto usar, pero hay otra escala que es la grupal, que en ellas funciona muy bien, incluso en las conversaciones que tienen cuando bordan. Hay algo de habilitarse a jugar, y eso se retrata en la risa, en el humor entre ellas, en el placer que les da hacer eso que están haciendo”. 

La singularisima obra de las bordadoras de White se puede ver expuesta en el Conti gracias al esfuerzo y la dedicación de “un pedacito del Estado allá y otro pedacito del Estado acá”, como dijo Lucía en la inauguración, a una articulación minuciosa y paciente que descubre y arropa iniciativas como las del taller. “Es una muestra de la potencia del Estado, que a veces parece tan abstracto, pero que en realidad se parece más a un bordado, a pequeñas cosas que se juntan, a veces organizadamente, a veces no, pero que siempre lo hacen de forma virtuosa y ponen de relieve la importancia de la comunidad en acción, de lo que esto es sólo una pequeña muestra”. 

Sebastián Scigliano

Licenciado en Ciencias de la Comunicación, docente y periodista, integra el equipo de la revista Haroldo.

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