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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

31/07/2024

A 50 años del asesinato de Rodolfo Ortega Peña

Tribuno de la Plebe

Iniciada por las manos de Eduardo Luis Duhalde, su gran amigo, y terminada años después por Luis Alem, “Tribuno de la plebe. Vida y muerte de Rodolfo Ortega Peña” es una biografía sensible del abogado asesinado por la Triple A en 1974, hace hoy 50 años, que recorre los años intensos de militancia y labor profesional a favor de las causas populares y los perseguidos políticos.

Hace veinticinco años, Eduardo Luis Duhalde emprendió la tarea de escribir la biografía de Rodolfo Ortega Peña. Se cumplía un nuevo aniversario del asesinato, y haciendo un alto en sus tareas como juez de cámara, decidió cumplir con un mandato tácito que le imponía su condición de partícipe privilegiado en casi quince años de la vida de quien fuera su compañero en tantos y tantos emprendimientos, que lo hicieron depositario de un conocimiento que se sintió obligado a volcar, para evitar que el paso del tiempo sepultara la memoria de aquellos tiempos conjuntos.

Eduardo señalaba que Ortega Peña es uno de los grandes silenciados de nuestra historia reciente. Agregaba que ninguna relación guarda este silencio con el protagonismo que cupo a Ortega en las décadas de los 60 y 70, y con el impacto causado por su asesinato.

Decía que acaso ese silencio tenía que ver con la heterodoxia de Ortega Peña, con la singularidad creativa de su pensamiento y de su actividad, tan difíciles de encasillar en los modelos al uso con los que se suele abordar hoy la caracterización de aquellos años.

Ortega era un Tribuno de la Plebe. El primer homenaje que Eduardo tributó a su memoria se dio en 1984, recién vuelto de su exilio, en un acto en la confitería de El Molino en el que lo acompañaron, entre otros, Nilda Garré y Hernán Diez. Luego, a los veinte años del asesinato, con un puñado de amigos propusimos la imposición de su nombre a la plazoleta existente en el lugar donde fue asesinado. Me tocó redactar el proyecto, que Gustavo Cóppola, entonces edil porteño, presentó al Concejo Deliberante que sancionó la Ordenanza por la cual se denomina “Rodolfo Ortega Peña” a la manzana de la Avenida 9 de Julio entre Arenales y Carlos Pellegrini, comprensiva del teatro del asesinato.

Más tarde, la Cámara de Diputados de la Nación, con el impulso de Eduardo Jozami, sumaría su homenaje. Una y otra vez las placas que recordaban el hecho fueron sustraídas y nuevamente colocadas.

A Eduardo no le resultaba fácil hablar de Ortega Peña, porque escribieron libros juntos, trabajaron en la revisión de la historia, en las luchas sindicales, en las defensas de presos políticos, y los unió una relación tan simbiótica, que sus biografías, y mucho más los sentimientos y las emociones, carecían de distancia. Solo la insistencia de muchos amigos y compañeros logró convencerlo de que, justamente por todo eso, era quien mejor podía emprender la tarea de rescatar la vida y obra de su entrañable amigo.

Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña, 1971. 

Esa tarea no le era fácil. A la hora de escribir pesaban mucho los recuerdos agolpados, las historias comunes que hicieron que amigos y seguidores que los veían como inseparables los llamaran con distintos apodos (Trik y Trake, Íncubo y Súcubo, Felipe y Varela, Rómulo y Remo, Gath & Chaves, Los Esopos y Las Viudas de Varela, entre otros). Hasta el gran Leopoldo Marechal los inmortalizó como Barrantes y Barroso, en Megafón o la guerra. Es que para Eduardo escribir la biografía de Rodolfo era como escribir su propia biografía, tal el grado de conjunción que tuvieron sus trayectorias en esos años. Lo decía de este modo: “Ese período de la vida pública de Ortega Peña, que va del 60 al 74, es inescindible de mi propia biografía. Por lo tanto, hablar de Rodolfo es al mismo tiempo mirar mi propio espejo, pero sin dejar de percibir esa marca de nuestra puesta en distancia, para poder mirarnos a ambos en aquellos años. Esto es una traba que ha operado durante los 25 años transcurridos desde su muerte, para que, recién ahora, me decidiera a este trabajo, tratando de dar brillo a la mirada opacada por el paso del tiempo y, como siempre, cuidando hasta el exceso el no aparecer en un usufructo indebido de su figura. Para ello, ya como lo hiciera desde mi discurso de despedida en el cementerio, he tratado de sobrepasar el carácter común de nuestra acción política y cultural, de las investigaciones históricas, de los trabajos jurídicos y periodísticos, para dirigir los focos de las sucesivas escenas, concentrados en la figura de Rodolfo, cuya personalidad desbordante trascendía nuestra constante y profusa tarea compartida”.

Luego, Eduardo fue arquitecto de las políticas públicas en derechos humanos de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, desde 2003 y hasta su muerte el 3 de abril de 2012. Todo eso hizo que no pudiera sintetizar el material acumulado en una obra completa.

En aquello que había alcanzado a escribir, Eduardo aclaraba que había experiencias que estaban sepultadas en su memoria, que recuperaba al cruzarse con viejos compañeros.

El material sobre el que Eduardo trabajó era, en sus palabras, “una especie de gran collage de viejos escritos de Ortega, trabajos comunes y míos propios, testimonios de otros protagonistas y datos de trabajos de terceros. No he tratado de ahorrar esfuerzos al lector. Por sobre la conveniencia de una escritura más literaria y documentalmente menos densa, he priorizado el carácter de material de trabajo que este libro reviste para futuros biógrafos de Ortega Peña”.

Pasados ya doce años de su muerte, Aurelio Narvaja, el editor de Colihue, convenció a la familia de Eduardo Luis de que esos trabajos inconclusos merecían ver la luz. Tuvieron a bien coincidir en otorgarme el honor de concluirlos.

De manera que emprendí el trabajo, aprovechando los profusos archivos dejados por Eduardo Luis, las charlas que durante casi veintiséis años tuvimos sobre este tema y las conversaciones que mantuve con otros entrañables amigos en común, como fueron Rodolfo Mattarollo y Carlos González Gartland.

Más que nada, mi tarea fue la de organizar el material, conforme a la hoja de ruta que Eduardo Luis había trazado. Otra arista fue la de completar referencias de las cuales solo quedaban los nombres de las citas, pero faltaban sus contenidos. Y el trabajo de relleno sobre algunas etapas de la vida de Rodolfo, que habían quedado marcadas como puntos a desarrollar. Los capítulos redactados por mí tomaron como base lo dicho por Eduardo en escritos y entrevistas que se dieron a lo largo de los años. Al escribirlos, pude comprender en su total dimensión lo que me dijera Eduardo Luis: era, casi, una biografía conjunta.

Visto el trabajo en su totalidad, entiendo que Eduardo Luis no se limitó a escribir la biografía de Rodolfo Ortega Peña, sino que, con eje en el mismo, reflejó las luchas de una generación que decidió tomar el cielo por asalto, imbuida de un compromiso ético, político y social que llevó a sus miembros a arriesgarlo todo en su sueño de construir un país justo, libre y soberano.

Los abogados defensores Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde, Hadalberto Caviglia, Miguel Angel Radrizani Goñi y Vicente Zito Lema (debajo) en huelga de hambre en solidaridad con los presos políticos de Villa Devoto, también en huelga desde hacía 10 días debido al trato vejatorio e injusto en sus condiciones de detención y su posible traslado a la cárcel de Rawson. Capilla Lujan de los Obreros de Villa Lugano, octubre de 1971. Foto: Archivo Marcelo Duhalde

Eduardo Luis lo decía así: “Hoy se habla de generación del 70, pero si tomamos los ciclos que normalmente tiene temporalmente una generación, creo que es posible hablar de la generación de los del 60 y 70. No hay un fenómeno de diferenciación entre los hombres y mujeres de esas décadas, en todo caso puede haber sido dentro de la misma generación; pudimos haber sido iniciadores de lo que fue luego el patrimonio común de todos ellos. Ortega Peña encarna precisamente los inicios de esta generación del 60/70 posterior a la caída de Perón, que se da a través de un entrecruzamiento de rupturas con las tradiciones.

Es difícil decodificar cuáles son los elementos que llevaron a constituirla como tal. Y hacer a la inversa, explicar cuál es la génesis de esa generación del 60/70 no es fácil, pero sí hay elementos que la caracterizan. Digo que es un entrecruzamiento de rupturas, incluso algunas que entonces nosotros no las vimos, pero hoy cuando analizamos retrospectivamente esos años vemos que también esos elementos culturales, que parecían apolíticos o lejanos como es toda la experiencia del naciente rock nacional, o las experiencias del Instituto Di Tella en materia de arte, significaron sí algún tipo de ruptura, que engarzaba con la que se producía en las tradiciones políticas concretas, con la burocratización del segundo gobierno de Perón en el peronismo, con el pacifismo de la izquierda tradicional. Se produjeron rupturas de una generación que asume como compromiso de vida su adhesión a una revolución que cree posible, y que se ve a sí misma como parte integrante de esa tarea revolucionaria, donde pensábamos que la revolución era inevitable y que nuestro papel era acortar los tiempos y los esfuerzos para ese triunfo”.

Había dicho asimismo que: “es un acontecimiento que Rodolfo Ortega Peña deje de ser recordado como víctima –que sí lo fue, por cierto, porque fue asesinado– para que se empiece a recuperar su vida, porque es la vida lo que da sentido a la muerte y no al revés, la muerte lo que da sentido a la vida. Desgraciadamente, la historia argentina está plagada de muertos, y lo que nosotros reivindicamos de aquellos que fueron militantes y figuras del campo nacional –más allá de la de la condena del crimen– es lo que significaron con su vida, con su pensamiento, con su obra, con su acción. Además, una muerte aleve, brutal, feroz como fue la de Ortega Peña tiene un significado más trascendente que el simple asesinato. Cuando se asesina a un hombre público, lo que se está haciendo con esos disparos es quitarle la palabra, quitarle su acción y tratar de borrar su ejemplo y su capacidad militante y organizativa”.

Rodolfo Ortega Peña, diputado de la izquierda peronista, víctima del primer asesinato político reconocido por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en julio de 1974. 

El recuerdo de la vida y muerte de Rodolfo Ortega Peña es también la radiografía del comienzo del horror que sacudió al país, primero con los crímenes de las bandas fascistas como la Triple A y luego con la dictadura genocida de 1976/1983, hechos que tuvieron en Eduardo Luis a un luchador infatigable, que nos enseñó a usar la memoria como arma de combate. Esta obra es una contribución que busca ayudar al reverdecer de los proyectos liberadores, a recuperar la conciencia nacional y a la reivindicación de los pensadores y hacedores que nos dejaron su legado a lo largo de la historia. Es un indispensable homenaje a Rodolfo Ortega Peña y, claro está, a Eduardo Luis Duhalde.

Luis Hipólito Alen

Es abogado por la Universidad del Salvador. Se desempeña como profesor de Derecho a la Información en la Universidad de Buenos Aires y dirige la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Lanús. Fue ministro de Justicia y Seguridad en la Intervención Federal de Santiago del Estero (2004-2005) y subsecretario de Protección de Derechos Humanos de la Nación (2007-2015). Ha publicado, entre otras obras, Derecho a comunicar y comunicar derechos (Edunla, 2018).

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