26/11/2015
La voz de un colectivo
El grito de las entrañas
Su bandera es la comunicación popular. Sin publicidad, alcanzaron el objetivo que se propusieron: hacerse oír en un océano de medios hegemónicos para los que solo les cabe la estigmatización. Empoderados de la palabra y de la acción, escriben para la Haroldo su mirada del mundo. "Es cultura villera, es militancia y dignidad, es sangre de Rodolfo Walsh, es un grito de libertad", se definen.
Vomitar verdades
por Dada, Villa 31
El primer día del 2011 nuestro movimiento villero La Poderosa parió, en la sala de redacción de Zavaleta, a su brazo literario: La Garganta Poderosa.
Las asambleas poderosas eligieron por consenso a sus comunicadores, basándose en su legitimidad, historia y compromiso hacia el barrio.
La Garganta no sería posible sin el trabajo comunitario y voluntario en todos nuestros barrios, que no sólo se genera en las villas de la Ciudad de Buenos Aires sino en más de 25 asambleas de Capital Federal, provincia de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Jujuy, Santa Fe, San Juan, La Rioja, Entre Ríos, Mendoza, Chaco, Neuquén y Río Negro, con el objetivo de llegar este año a cada provincia de la Argentina.
Desde una lógica asamblearia, la pata comunicacional de la organización nació para vomitar verdades que suceden en los barrios más postergados. Todos los redactores, fotógrafos, ilustradores y diseñadores de esta cooperativa de trabajo no discutimos para engordarnos el protagonismo, sino que luchamos por algo mucho más importante: contar, en primera persona, la realidad sobre nuestros lugares de vida.
El poder está en nosotros, en esa base que florece desde abajo y se levanta con esfuerzo día a día. Desde allí, nos paramos frente a ese periodismo voraz -cuyos intereses están lejos de informar genuinamente-, para defendernos de la estigmatización a través de nuestra arma comunicacional: La Garganta de los barrios.
Con el empuje de nuestros 30 mil compañeros presentes, los corazones de nuestras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la resistencia villera del Padre Mugica, las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, la coherencia del Che por la que nos llamamos La Poderosa, la sonrisa de Kevin, la coherencia de Cortázar, los huevos de Rodolfo Walsh, nuestra Garganta Poderosa vino para quedarse. Sí, para quedarse a dar pelea por un mundo digno y justo.
Con la comunicación popular como bandera, nadie nos para. ¿Por qué? Porque estamos convencidos. Nuestro colectivo avanza y avanza, gracias a tapas soñadas que pudimos lucir en la revista, desde la primera: Juan Román Riquelme, pasando por Diego Maradona, Evo Morales, Lionel Messi, Pepe Mujica, Indio Solari, Carlitos Tévez, Galeano, Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina, entre muchísimos otros, hasta la última: el ex presidente brasilero Lula Da Silva. Así, hicimos prevalecer nuestra agenda y nos instalamos como un medio legítimo en esta sociedad de consumo que nos presenta como “delincuentes”, “choripaneros”, “vagos”, “planeros”, o vaya qué otra generalización errónea. Nuestra cultura villera, desde la que construimos la comunicación, se riega de solidaridad en cada pasillo, placita o potrero; en cada espacio de educación popular que instaura cada asamblea; en cada cooperativa que dignifica el trabajo vecinal; en cada centro de jubilados o cultural que ilumina el sendero.
Sin pauta oficial ni publicidad comercial, hemos sabido “sobrevivir” desde la primera edición hasta la actualidad, exclusivamente porque La Garganta Poderosa no es un fin, sino un medio para llegar a la urbanización. Para que podamos gozar de los derechos básicos como cualquier ciudadano. Y para que no se nos muera un pibe más. Nunca Más. La Garganta Poderosa es cultura villera, es militancia y dignidad, es sangre de Rodolfo Walsh, es un grito de libertad.
Con la comunicación popular como bandera, nadie nos para. ¿Por qué? Porque estamos convencidos. Nuestro colectivo avanza y avanza, gracias a tapas soñadas que pudimos lucir en la revista, desde la primera: Juan Román Riquelme, pasando por Diego Maradona, Evo Morales, Lionel Messi, Pepe Mujica, Indio Solari, Carlitos Tévez, Galeano, Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina, entre muchísimos otros.
El problema no es el paco
por Roque Azcurraire, Villa 21-24
Querer y no poder. Causa y consecuencia de este círculo vicioso. La impotencia de querer otra vida, otra realidad, y no poder tenerla, es la entrada a las drogas. La impotencia de necesitar consumir y no poder por falta de plata, es la invitación a la gilada. La impotencia de querer dejar y no poder parar es el comienzo del final. Pero, ¿por qué condenamos al drogadicto, en lugar de entenderlo y atenderlo? ¿Por qué siempre vemos la consecuencia y nunca la causa? Imagínense lo mal que tenés que estar en tu vida para llegar a creer que el paco es la solución a los problemas. ¡Pueden imaginarse lo triste que debe ser esa realidad, para que el paco sea lo menos nocivo en la vida personal!
Que quede claro: más allá que debiera extinguirse, el problema no es el paco, sino los problemas que te llevan a consumirlo. Por suerte, hoy puedo estar del otro lado y escribir orgulloso que yo pude salir. Vale una aclaración: estar del otro lado significa haberme recuperado y querer lo mismo para los demás. O sea, estar al lado de los pibes que entran cada vez más jóvenes a ese infierno.
Mi hijo Luisito
por Alejandra Díaz, de Zavaleta
Nací en el barrio de La Boca, pero en octubre de 1969 llegaron los militares y dispusieron que debíamos abandonar nuestras casas. Fue de madrugada y nadie entendía nada. Llegamos al Núcleo Habitacional Transitorio Zavaleta con las promesas del gobierno de facto de que nos quedaríamos allí por un año, hasta arribar a la casa definitiva. Sin embargo, acá estoy, junto a mis vecinos, con 46 años de "transitoriedad" a cuestas, presos de no poder disfrutar de nuestros derechos y garantías constitucionales.
Sigo recordando esa noche, ni bien tomó el mando la última dictadura, en la cual los militares irrumpieron en nuestros hogares. Robaron y dejaron todo tirado en el piso. A partir de ese momento, nadie podía salir ni entrar al barrio sin que nos dieran permiso. Antes de ingresar a nuestras casas, debíamos identificarnos y bancarnos su maltrato. Eran dueños de nuestras vidas.
Por esos días, recibimos la noticia del fallecimiento de mi tío Virgilio. Murió en una comisaría por golpes que él mismo se propinó contra los barrotes de la celda… Estaba lleno de moretones. Mi abuela no soportó la muerte de su hijo: al día siguiente, sufrió un derrame cerebral y también murió.
Los años pasaron, volvió la democracia pero en nuestros barrios siguió la violencia de las Fuerzas de Seguridad contra nosotros, los villeros.
El 22 de agosto de 2010, a mi hijo Luisito lo mató una mujer policía aduciendo que le había querido robar su auto. En su declaración, dijo que tres sospechosos armados la quisieron robar. Eso no se comprobó, pero sí que ella sacó su arma reglamentaria y disparó contra mi hijo. El forense dijo que recibió dos tiros mortales: uno en el ombligo, a diez centímetros de distancia, y otro que ingresó por el trapecio derecho; la bala le quedó alojada en sus costillas.
Hoy, a mis 50 años, siento mucho dolor pero la muerte de mi hijo no me mató, me fortaleció. Adquirí la suficiente sabiduría para luchar por los Derechos Humanos de los que todos somos merecedores, tal como lo dice la Constitución Nacional.
No podemos permitir que siga avanzando la impunidad judicial y política. No vamos a claudicar hasta que llegue, de una vez por todas, esa igualdad con la que soñaron los 30.000 compañeros desaparecidos. El caso de mi hijo como así también el de Luciano Arruga, Kiki Lezcano, Kevin Benegas, Gabriel Blanco, Facundo Rivera Alegre y muchos pibes más, no pasaron durante la dictadura sino en plena democracia. Y eso nos demuestra que debemos seguir, hasta la victoria, para terminar de una vez con esa mentalidad genocida que aún sobrevive dentro de las Fuerzas de Seguridad y en algunos estamentos de nuestra sociedad.
El 22 de agosto de 2010, a mi hijo Luisito lo mató una mujer policía aduciendo que le había querido robar su auto. En su declaración, dijo que tres sospechosos armados la quisieron robar. Eso no se comprobó, pero sí que ella sacó su arma reglamentaria y disparó.
Hablemos de la droga y el narcotráfico
por Daniel Mérida, Villa Fátima
Pará, pará. ¿En serio querés que hable de la droga y del narcotráfico? Sí, ya sé. Ya se te vino a la mente una villa. ¿Alguna vez te preguntaste por qué te pasa eso? Digo, ¿alguna vez te preguntaste por qué lo primero que se te viene a la mente es una villa y no una mansión de Nordelta? ¿En serio creés que un jefe narco se va a bancar vivir en un barrio sin cloacas, sin gas natural y sin luz? ¿Y cómo haría en un día de lluvia para entrar su coche lujoso, cuando nos llueve de abajo para arriba y la mierda flota? Hablemos de la droga y del narcotráfico, dale. Yo, como villera, te comento mi visión. ¿Qué veo? Veo que la droga está metida en las villas porque el Poder quiere y es lo que le conviene. Veo que nuestros barrios se transforman en campos de batalla cuando las Fuerzas de Inseguridad liberan zonas. Y que esas mismas Fuerzas son cómplices de que nuestros pibes sean el último eslabón de una cadena poderosamente perversa, que tiene la venia para seguir matándonos. Veo que a nuestros pibes les llegan las sobras del veneno que se produce: material descartable para gente descartable. Es así: en este flagelo, sólo quedan atrapados los más débiles. “La droga está metida en las villas”, suelen decir algunos periodistas de salón, como si hubieran develado un misterio de siglos. Claro que hay droga en la villa, pero en el circuito nuestros barrios son el punto de llegada. Si se quiere terminar con el narcotráfico, la solución de fondo, siempre, será atacar a la raíz, al punto de partida.
Somos hijas del patriarcado
Por Soledad López, Villa 31 de Retiro
Ojalá este texto celebrara que la violencia de género por fin se acabó o, al menos, que la bendita y ansiada urbanización logró que muchas villeras dejemos de ser estigmatizadas o denigradas por ser “vagas” o “mantenidas”. Pero no. Nada eso sucedió.
Y entonces escribo porque gracias al poder de la palabra denuncio y reclamo, sin acostumbrarme, a ese machismo retrógrado que sigue sintiéndose dueño de nosotras.
Desde que nacemos, las mujeres vivimos y sufrimos la violencia de género. Somos hijas del patriarcado. Nos marcan el lugar que tenemos en la sociedad: a las nenas nos regalan una muñeca, un juego de cocina o una escoba de juguete; y a los nenes una pelota de fútbol o autitos de carrera. Entonces, mientras que se siguen repitiendo frases como “el fútbol es cosa de varones” o “la escoba es para las mujeres”, hay un femicidio cada 30 horas. Nos están matando, ahora.
Me acuerdo que cuando tenía 10 años me gustaba jugar al fútbol y hacer artes marciales y boxeo. Les rogaba a mis viejos que me dejaran entrenar, pero tanto mi papá como mi mamá me decían: “Eso es cosa de varones, mejor ponete a planchar”. Entonces, me quedaba indignada y soñaba con crecer para poder hacer mi voluntad. Nunca creí que hubiera “cosas de hombres y de mujeres”. Todo lo que puede hacer un hombre, también lo podemos hacer las mujeres.
Crecí en medio de muchísima violencia machista, pero ni siquiera mi vieja podía observar la realidad. O no podía. Sólo asimilaba lo que le habían inculcado: aceptar golpes “porque es mi marido”, aceptar ser “la que cuida los chicos”, aceptar lavar y cocinar “porque es cosa de mujeres”.
Me prometí a mí misma que jamás aceptaría todo eso. Le enseñé a mi mamá que esa naturalización la consumía, y que lo más importante era sentirse libre, pero libre de verdad.
Hoy, ambas le decimos NO al machismo y ayudamos a que muchas mujeres se liberen de esa opresión, como principio de un grito de raíz que repudia muchas actitudes que engendró el machismo. ¿Por qué no podemos caminar por la calle con un vestido o un pantalón corto? ¡Loco, no me agradan tus comentarios, guardátelos en el orto! Dejame vestirme como quiero, sin tener que bancarme tus “piropos”, sin sentir el miedo de que quizás no vuelva a mi casa por la maldita red de trata. Muchas veces se justifica una violación “porque seguramente estaba provocando con su vestimenta”. Y no. Porque aun desnuda, no provoco que me violes, no quiero incentivar tu excitación. Y si no lo podés evitar, a mí no me vengas a molestar.
No podemos justificar más una violación por “la vestimenta provocadora”. No podemos permitir que nos sigan golpeando por ser el “sexo débil”, porque los débiles y cobardes son quienes temen a nuestra rebeldía. Basta de decirnos lo que debemos hacer.
Siento que me quedan cortas todas y cada una de las palabras para describir la violencia, pero aun así no nos vamos a callar, jamás. Porque al ser villeras nos golpean los hombres y la sociedad machista, pero también los medios de comunicación cuando diferencian entre los femicidios por clases sociales, como si la violencia no fuera la misma. Por eso, denunciamos los asesinatos a mujeres en las villas de todo el país, el abandono estatal al no apoyar el aborto legal, que nos permitiría decidir sobre nuestros cuerpos para que ya no mueran más mujeres humildes que no pueden pagar una clínica privada y segura.
No debemos retroceder como sociedad. No se pueden justificar más asesinatos como “víctimas de la pasión”: el amor no mata, el machismo sí. No podemos seguir mirando para otro lado mientras miles de mujeres desaparecen todos los días para ser explotadas y esclavizadas sexualmente: sin clientes no hay trata y sin Estado cómplice tampoco. No podemos justificar más una violación por “la vestimenta provocadora”. No podemos permitir que nos sigan golpeando por ser el “sexo débil”, porque los débiles y cobardes son quienes temen a nuestra rebeldía. BASTA de decirnos lo que debemos hacer, de obligarnos, de golpearnos y de silenciarnos. ¡Somos libres de elegir qué hacer con nuestros cuerpos y nuestras vidas!
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