13/03/2024
Los genocidas frente a la justicia
Voces de ultratumba
Por Rodolfo Yanzón
Los juicios por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar continúan, aunque en el nuevo contexto político los acusados parecen haber renovado el ímpetu no sólo para defenderse, sino además para reivindicar las atrocidades que cometieron.
Mientras ejerce su defensa en un juicio oral, el represor Alberto Rey se jacta de la apropiación de niños durante la dictadura y sostiene que aquellos identificados y recuperados tienen la sangre maldita. Condenado a prisión perpetua por la masacre de presos políticos y beneficiado con la libertad condicional, Horacio Losito fue homenajeado en el Regimiento de Infantería de Monte en Misiones. Algunas pocas pinceladas que describen estos tiempos.
En ese contexto, los juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura continúan. Luego de que la Fiscalía y la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación solicitaran la pena de prisión perpetua para el represor Jorge Guarrochena, tocó el turno a los abogados de la querella unificada para alegar en representación de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, el CELS y otras organizaciones, sobrevivientes de la ESMA y familiares de muertos y desaparecidos.
Si bien la labor de la Fiscalía allanó buena parte del trabajo, dada su contundencia al exponer las pruebas de cargo contra el imputado, el nuestro se centró en describir los crímenes cometidos contra nuestros representados y, a la vez, aportar otro punto de vista sobre la responsabilidad penal que le atribuimos a Guarrochena. Para ello, tratamos de contestar cada uno de los puntos en los que el represor basó su defensa al momento de ser indagado durante el juicio oral.
"Los hijos de los desaparecidos tienen la sangre maldita". Alberto Daniel Rey Pardellas, quien se desempeñó en el Batallón de Comunicaciones 181 de Bahía Blanca durante la última dictadura militar, está imputado por 90 casos de secuestros y tormentos, además de otros crímenes gravísimos.
Si bien a Guarrochena se lo identificó unos seis años atrás, desde los comienzos de la causa ESMA -en los albores de esta democracia- se contó con los apodos que utilizó en el campo de tortura y exterminio (Raúl y Encina) y con dos fotografías que le tomó un secuestrado, Víctor Melchor Basterra, con las que se falsificaron documentos a requerimiento de la Armada. Víctor estuvo secuestrado en la ESMA unos cuatro años y tuvo que realizar trabajo esclavo en el laboratorio que funcionó en el sótano de la ESMA, a escasos metros de la sala de torturas. Fue controlado por el grupo de tareas hasta agosto de 1984, cuando uno de ellos le advirtió que se cuidara “porque los gobiernos pasan pero la comunidad informativa queda”. Hablaba, ni más ni menos, que de los grupos de inteligencia, protagonistas esenciales del plan de exterminio. Guarrochena fue uno de ellos: integró, en distintas etapas, el Batallón de Inteligencia 601 del Ejército (BI 601), la Jefatura de Inteligencia Naval y el Servicio de Inteligencia Naval cuyos miembros secuestraron y torturaron utilizando el altillo denominado Capuchita, en el que arrojaron a sus prisioneros a condiciones inhumanas de vida (Lila Pastoriza fue una de ellas).
Los hombres de inteligencia contaron con la cobertura de las Fuerzas Armadas y con cierta aquiescencia de los jueces. Ninguno de ellos se atrevió a allanar las oficinas en las que funcionó el BI 601 -Viamonte 1814, Cap. Fed.- , órgano que concentró la información obtenida durante las sesiones de tortura por los distintos grupos de tareas que funcionaron a lo largo y ancho del país y decidió buena parte de los secuestros para continuar con el objetivo de identificar, perseguir y eliminar a quienes la dictadura calificó de “subversivos” y/o “delincuentes terroristas”.
Jorge Luis Guarrochena, exoficial de la ESMA, acusado de cometer crímenes contra casi 400 personas.
Hicimos un breve raconto de cómo las Fuerzas Armadas durante veinte años formaron asesinos y torturadores. Desde los años 50 recibieron instrucciones de militares franceses que los adoctrinaron en acciones de contrainsurgencia que los europeos llevaron a cabo en Indochina y, sobre todo, en Argelia. La tortura fue el método esencial. Para ello necesitaron forjar entre los militares un fuerte convencimiento ideológico al que agregaron la noción del enemigo interno (comunistas y todos aquellos sectores que se opusieran al statu quo) de la Doctrina de la Seguridad Nacional, según directivas de la Escuela de las Américas y la Junta Interamericana de Defensa.
Mencionamos la normativa que dio sustento en la Argentina a la principal hipótesis de conflicto de las FFAA -el mencionado enemigo interno- a través de la formación de militares según los requerimientos de Estados Unidos, relación en la que el poder civil no tuvo ninguna injerencia. Aludimos al llamado plan Conintes (conmoción interna del Estado) aprobado por decreto del presidente Frondizi, que significó la militarización de los conflictos sociales y que utilizó a la ESMA como prisión de dirigentes sindicales. Recordamos los numerosos decretos secretos (firmados por Aramburu, Guido y Onganía) en los que se comprometía a la Argentina a asumir la guerra contra el comunismo -enemigo interno- como hipótesis esencial de conflicto. Los hombres de inteligencia, aquellos que aprendieron a torturar con un médico al lado para evitar que la víctima falleciera antes de extraerle información y a hacerla circular para continuar con la faena, fueron esenciales. Ernesto Villarruel, tío de la vicepresidenta, fue jefe de la División II de Inteligencia del Regimiento de Infantería 3 de la Tablada, de la que dependió el centro clandestino El Vesubio y evitó el juicio debido a su estado de salud.
Aludimos también a la creación del BI 601 en enero de 1968 y a los reglamentos secretos militares firmados por Lanusse en septiembre de 1968, en los que se preveía el sabotaje, la tortura, la imposición del terror. Entre ambos -junio de 1966- se había producido el golpe contra el presidente Illia, que había anulado los contratos petroleros con firmas norteamericanas y se había negado a enviar tropas a la invasión de Santo Domingo por parte de EEUU. El convencimiento ideológico de los militares de la región fue el sustento esencial para que los EEUU resguardaran sus intereses económicos.
Hablamos de la génesis de la represión debido a que Guarrochena dijo que se había enterado por los diarios de la denominada “lucha contra la subversión”. Él, que fue hombre de la estructura más importante de la represión. Si bien reconoció -no le quedó otra- que Basterra le sacó dos fotos y que había tenido una oficina en la ESMA a escasos metros del “salón dorado”, donde los hombres de inteligencia decidían las operaciones y el destino de las víctimas, dijo que su actividad en inteligencia y contrainteligencia se limitó a analizar las relaciones de oficiales de la Armada y a mantener contactos con hombres de inteligencia de fuerzas armadas de otros países. En ese contexto mencionó dos elementos, que resaltamos en nuestro alegato:
1) Destacó que mantuvo contactos con militares mexicanos y nicaragüenses en pleno auge de masas -en Nicaragua estaba triunfando la revolución sandinista y el entonces presidente norteamericano Reagan involucró a la dictadura argentina a asesorar y colaborar con los llamados contras en acciones de contrainsurgencia, y en México se había dado la irrupción de organizaciones indígenas, sindicales, políticas y sociales que fueron vistas como enemigos internos-.
Alegato contra Jorge Guarrochena por los crímenes cometidos en la ex-ESMA, Tribunal Oral Federal N° 5 de Comodoro Py.
2) Dijo que se hacían diversos trabajos según se considerasen países amigos o no. Si bien no lo dijo en esos términos, habló de las fronteras ideológicas, eran amigos aquellos países que compartían la visión del enemigo interno, la propia población que no se sometía al statu quo.
En 1973 Guarrochena manifestó su deseo de integrar el sector de inteligencia. Le fue concedido y cumplió diferentes roles hasta llegar a ser enlace en el BI 601. Obtuvo las mejores calificaciones de sus superiores, la mayoría de ellos responsables de crímenes de lesa humanidad. El convencimiento ideológico en la lucha contra el hipotético enemigo interno y la instrucción en tareas de contrainsurgencia no deja posibilidad de que el hombre se enterase por los diarios de la llamada lucha contra la subversión.
Si bien reconoció haber estado en la ESMA y conocido Basterra, dijo que el nombrado no estuvo a su cargo, con lo que deslizó una difamación a la que tuvieron que enfrentar los sobrevivientes, la de haber tenido que dar explicaciones de por qué habían sobrevivido. O algo peor, surgido desde los defensores de los jerarcas que fueron juzgados en el juicio a las juntas: sobrevivieron porque colaboraron con la represión, que es lo que, palabras más, palabras menos, dijo Guarrochena sobre quien tuvo la valentía de sacar de la ESMA material fotográfico con el que se pudo constatar el secuestro de varias personas e identificar a parte del elenco de represores. Por su valentía y decisión fueron condenados decenas de represores. De modo similar, Guarrochena no pudo decir por qué motivo estuvo en las entrañas del campo de tortura y exterminio hasta el punto de haber tenido una oficina. Un acto fallido que tuvo durante su indagatoria dejó en claro su deseo incumplido: al hablar del hallazgo del cadáver de una de las víctimas, dijo “el cadáver de Baste…” y se corrigió. Guarrochena es consciente de que su suerte podría haber sido distinta de no haber sobrevivido Víctor.
El alegato fue en parte un homenaje a quien nos dejó físicamente hace tres años, el querido Víctor, que tantas veces declaró dejando jirones de su alma en cada testimonio para cumplir lo que otro secuestrado en la ESMA, el gordo Ardetti, le pidió: “Si salís de ésta, que no se la lleven de arriba”. Y Víctor cumplió. Vaya si lo hizo.
Hicimos referencia a la nota que publicó Jorge Luis Borges para la agencia EFE, 22 julio de 1985, fecha en la que declaró Basterra en el juicio a las juntas, audiencia a la que asistió el escritor. Borges escribió uno de los relatos más estremecedores sobre los crímenes de la dictadura y citó a su amado Robert Stevenson para sostener que la crueldad es el pecado capital. Lo hizo luego de narrar que los mismos que torturaban a los prisioneros les deseaban feliz navidad. Concluye su nota diciendo que no juzgar y no condenar esos crímenes sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice.
Si quisiéramos echar un vistazo a tales cómplices, podemos leer la solicitada que publicó Clarín el 20 de junio de 1989, que decía: “Expresamos nuestro reconocimiento y solidaridad a la totalidad de las Fuerzas Armadas, de Seguridad y Policiales, que defendieron a la Nación en la guerra desatada por la agresión subversiva y derrotaron a las organizaciones terroristas que pretendieron imponernos un régimen marxista”. Una reivindicación lisa y llana de la dictadura que, entre otros firmantes, pueden leerse los apellidos de Sáenz Valiente, Braun, Pueyrredon, Bullrich, Ramos Mejía, Zorraquin, Beccar Varela, ambos Benegas Lynch, Martínez de Hoz, Aja Espil.
Hoy los cómplices están de regreso, pretenden reivindicar a los verdugos y negar sus crímenes cuestionando la cifra de desaparecidos. Tal vez la crueldad, de la mano de un exacerbado individualismo, sea el signo de estos tiempos; pero con el ejemplo de Víctor y de tantas otras y otros podremos descifrar el hilo que une la experiencia concentracionaria que instauró la última dictadura, con la idea de conculcar, una vez más, los derechos de la clase trabajadora.
Rodolfo Yanzón
Abogado querellante en los juicios por crímenes de lesa humanidad. Es, además, autor de "Rouge. Una mirada sobre los juicios por los crímenes de la dictadura".
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