06/06/2023
Militancia, fé y compromiso
El Rosario de Martha
Por Gabriela Araujo
Wenceslao Pedernera y Martha Cornejo se casaron en 1960 en Mendoza. Junto con sus dos hijas, se fueron a vivir a La Rioja, atraídos por el trabajo de Monseñor Angelelli. El 24 de julio de 1976 un grupo de tareas del Ejército lo acribilló en el umbral de su casa, delante de su esposa e hijas. Su asesinato fue parte de la represión dirigida contra el obispado de La Rioja.
Martha trabajaba en Mendoza, en las viñas de Don Gargantini. Un ángel del Señor la interrumpió y le anunció: conocerás a un hombre bueno y con el coraje necesario para hacer del mundo un lugar mejor. Lo convertirás y lo acercarás a la Iglesia Católica. Juntos dejarán las comodidades para ir a sembrar al desierto, para llevar agua a los que mueren de sed y acompañar al pastor que grita: “con un oído en el pueblo y otro en el evangelio”.
Wenceslao Pedernera encontró a Martha Cornejo y le mostró las dulzuras del amor entre las viñas. Se casaron, como ella lo pidió, en la Iglesia San Isidro del Labrador, en la ciudad de Rivadavia, y festejaron con besos de vino nuevo. Él no creía en los curas, creía en el amor. Presionado por Martha, aceptó sumarse al accionar de la Iglesia tercermundista y trabajar por los más pobres.
Martha, maestra en arameo.
Martha, sirvienta en el evangelio.
Martha, luchadora en la Argentina de los 70.
Con el evangelio en una mano y la otra aferrada a la de su marido, conoció la dicha de acunar a tres hijas, y el orgullo de levantar la bandera de la dignidad de los trabajadores, en el Movimiento Rural Cristiano. Al cumplir 33 años, Martha comenzó a vivir los misterios dolorosos de su vida.
De izquierda a derecha, el obispo Angelelli, Martha Ramona Cornejo y su esposo, Wenceslao Pedernera
Primer misterio doloroso: la oración en el monte
“Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día cuando lo beba con vosotros en el reino de mi Padre. Y después de cantar los salmos, salieron al monte de los Olivos”.(Mt.26:29-30)
En La Rioja, al huerto había que arrancarlo a puro sudor. El agua escaseaba. El sol sobraba. La tierra reseca y la tierra buena era de unos pocos. La gente sobrevivía en ranchos de cartón. Wenceslao escuchó al obispo Angelelli, que había encontrado la Buena Estrella: un campo de 300 hectáreas en Vichigasta, al que con mucho trabajo se le podía sacar algo de agricultura. Entonces, concibieron una cooperativa para lograr campesinos con tierras y tierras con campesinos, como anhelaba el pastor.
Siguiendo el camino hacia la Buena Estrella y abandonando toda comodidad, Martha salió de su casa y dejó todas sus pertenencias. Ella no quería. Gente necesitada y para ayudar había en todas partes. ¿Para qué regalar la casa que tanto había costado y dejar a sus tres niñas sin techo? ¿Para qué partir al desierto a hacerlo todo, si en la finca de Gargantini los frutos eran suculentos? ¿Para qué imponerse un exilio innecesario? Pero, el pater familia tomaba las decisiones, para eso tenía la patria potestad, y el ángel había sido claro: el hombre mandaba y la mujer lo seguía. Pedernera partió obsesionado con una misión divina. Martha cargó a sus tres chiquitas y marchó tras él.
Una noche asfixiante de calor, Martha subió al monte, y de rodillas, oró: "Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no sea mi voluntad, sino la tuya".
Entonces la voluntad del Padre trajo esfuerzo y trabajo: organizar a la gente, enseñar a leer el evangelio, vivir en un galpón, arrancarle a la tierra arisca lo necesario para comer, hacer horas de viaje para llevar a las niñas a la escuela. “Dios aprieta, pero no ahorca”, se repetían en las dificultades. Así, de la esperanza y de las manos curtidas con cal de Wenceslao, brotó una humilde casita en Sañogasta.
Segundo misterio doloroso: la flagelación
"Algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: ¡Profetiza!, di quién te pegó. Luego los soldados del templo se hicieron cargo y lo recibieron a bofetadas” (Mc.14:65).
El miedo rodeó a Martha. Ella percibió odio y violencia. Los fariseos y los militares se organizaban en los “Cruzados de la fe”. Eran tan poderosos que echaron a pedradas al obispo y a varios curas de Anillaco, mientras les gritaban: ¡rojos, comunistas, guerrilleros!
Martha sintió el olor a quemado del rancho de las monjas en Aminca, las que intentaban compartir el pan y la Palabra de Cristo. También escuchó a Angelelli que decía: “tengan cuidado, ya no puedo protegerlos”.
Martha supo que habían asesinado a los curas Gabriel Longeville y Carlos de Dios Murias y vio los autos amenazantes rondar por su casa. Entonces rogó: ¡Volvamos a Mendoza, Wence! Pero Wenceslao no tenía miedo. No conocía la maldad, no podía verla. Y la maldad lo acechaba agazapada desde los llanos e iba trepando por los montes bajo su sombra de impunidad, sin encontrar ningún freno.
Los golpes sacudieron la puerta de los Pedernera. Eran las 2 de la mañana. Martha suplicó: “No abras, Wence”. Pero Wence dijo: “Mirá si es alguien que necesita algo” y abrió. Primero fue una bala en la pierna para tirarlo al piso, luego, las patadas y las costillas rotas. Otras balas le abrieron la carne, le atravesaron el cuerpo, y otras, de ex profeso, destruyeron la humilde cocina. Luego, los asesinos se fueron.
Entre los gritos de las niñas y de Martha, Wenceslao habló: ¡Andate! Llevate a las niñas con tus padres a Mendoza. No te quedes en esta casa. No guarden odio. Yo ya los perdoné.
Ilustración Los mártires riojanos
Tercer misterio doloroso: la coronación de espinas
“Los soldados tejieron una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y una caña en su mano derecha; y arrodillándose delante de Él, le hacían burla, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos!” (Mt.27:29)
En el hospital, Wenceslao gritaba de dolor. Martha le ayudaba a una enfermera a cortar su pijama ensangrentado. La gendarmería intervino. A punta de pistola contra los cuerpos de las niñas, las declararon detenidas e incomunicadas. Encerraron a las cuatro, durante dos días, en una sala.
Wenceslao se desangraba y gritaba de dolor, pero el dolor de los pobres no conmovía a nadie.
A Martha le tiraron un manto de preguntas y burlas: insistían por el paradero de unos curas franceses y por el lugar donde escondían las armas.
Le mintieron que a su marido lo estaban operando.
Le mintieron que lo lamentaban y que había sido un error.
Le mintieron. Lo dejaron morir solo. Las cuatro mujeres eran custodiadas por la policía.
También detuvieron al vecino que los socorrió y los llevó de Sañogasta a Chilecito, porque estaba escrito: iban a imponer miedo, iban a dividir y quebrar cualquier acto solidario. Finalmente, el médico, amigo de la parroquia, negó tres veces a la familia Pedernera. Después, un gallo cantó. A las 15 horas, del 25 de julio de 1976, Wenceslao Pedernera expiró. El corazón de Martha se rajó y la inundó un terrible espanto.
Cuarto misterio doloroso: la Cruz a cuestas camino al Calvario
Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron al Monte Calvario para crucificarle. (Mt.27:31)
Martha y sus tres niñas quedaron solas. Pocas personas del pueblo, las acompañaron. No hubo Simón de Cirene que les ayudara a llevar la cruz, porque unos días después asesinaron al obispo Angelelli y todas las ovejas quedaron solas, desprotegidas. No hubo iglesia, ni derecho internacional, ni justicia. Tampoco hubo asilo en Mendoza. Wenceslao había regalado la casa a un vecino. El dinero que tenían ahorrado en el banco ya no existía o se lo negaron. En ese sitio, donde había nacido Martha y también sus hijas, no había lugar para ellas. Era el tiempo del miedo. Algo habrán hecho, escuchaban murmurar a sus espaldas.
Las cuatro mujeres volvieron a la casa bautizada con la sangre de Wenceslao. Allí atravesaron como pudieron los años de dictadura. No hubo pascua para ellas. El calvario duró décadas al igual que la soledad, la miseria y las humillaciones. Ya nadie se acordaba del corazón solidario de la familia Pedernera. Los amigos cercanos no estaban. Los otros tenían miedo.
Quinto misterio doloroso: la crucifixión
«Llegados al lugar llamado "La Calavera", le crucificaron. Jesús decía: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen"... Era ya cerca del mediodía cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra. Dando un fuerte grito dijo: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc.23, 33-46).
Cuarenta años duró el calvario para Martha y sus hijas, porque la democracia nunca llegó del todo al feudo riojano. El Papa Francisco mandó a quitar la piedra del sepulcro para que la luz del resucitado brille y no se siga escondiendo tanta injusticia. Pero la luz nunca llega para el Beato Wenceslao Pedernera, el laico “Patrono de las familias campesinas riojanas”. Tampoco llega para Martha, ni para sus hijas. Siguen ahí, en el Gólgota.
No hay culpables del asesinato de Wenceslao. No se habla de los que lo dejaron morir, sin atención, en el hospital de Chilecito. No se habla de quienes apuntaron, detuvieron e incomunicaron a sus hijas de trece, ocho y cinco años, y las encerraron, mientras escuchaban los gritos de su padre, que se desangraba.
Los sacerdotes Juan de Dios Murias, Gabriel Longeville y Monseñor Enrique Angelelli, tres de los cuatro mártires riojanos, ya tuvieron su juicio. Pero Martha y las tres niñas, desde 1976, permanecen olvidadas al pie de su propia cruz. Solo las consuela la voz de Wence: No guarden odio, yo ya los perdoné.
Mientras tanto, la justicia se esconde, se levanta la venda de los ojos, y como tantas veces, mira para otro lado.
Compartir