05/01/2023
A 80 años del nacimiento de Osvaldo Soriano
A sus plantas rendido un lector
Por Osvaldo Soriano
Fue escritor, periodista, narrador nato, gran fabulador, fanático de San Lorenzo y de los gatos. Anduvo por las redacciones de Primera Plana, Semana Gráfica, Panorama y el diario La Opinión. Tras su exilio, fue miembro fundador de Página 12. Escribió siete novelas e infinidad de crónicas y relatos. Lo recordamos compartiendo pasajes de Una sombra ya pronto serás (1990) y Nostalgias, una de las historias de Míster Peregrino Fernández, publicada en Piratas, fantasmas y dinosaurios (1996).
Osvaldo Soriano. Fuente: Agencia Reuters.
Una sombra ya pronto serás* (novela)
De tanto en tanto una liebre corría delante de nosotros y se apartaba para desaparecer en el campo. El Gordini hacía un ruido lastimoso, como si estuviera a punto de descalabrarse. Coluccini manejaba bastante bien pero cada vez que agarraba un pozo maldecía en un italiano incomprensible. En un claro debajo de un sauce llorón, vimos los restos oxidados de un Rambler Ambassador cubiertos de musgo y plantas que asomaban por los agujeros de los faros. Al rato atravesamos un paso a nivel y el camino hizo una curva para acompañar a las vías. A lo lejos divisamos la estación y un puñado de casas alrededor de la plaza. Coluccini sacó el pie del acelerador y me dijo que estuviera atento por si aparecía la policía, pero a medida que nos acercábamos me di cuenta de que allí no quedaba ni un alma. Las calles estaban desiertas y las casas abandonadas; de la plaza salía un bosque de hojas estrafalarias que avanzaba por las veredas y saltaba los muros para entrar por las ventanas podridas de humedad. Pasamos junto a un cartel de YPF desprendido de un galpón y más allá, frente a la iglesia, encontramos la osamenta de un caballo disecada por el sol.
Coluccini detuvo el coche y se quitó los anteojos, un poco aturdido.
̶ Carajo, y yo que pensaba en el desayuno ̶ dijo.
Nos quedamos un rato mirando alrededor, sin hablar. En el frente de lo que había sido la Municipalidad todavía se veía el escudo de la República y alguien se había olvidado una bicicleta apoyada en la pared. Bajamos del coche y nos asomamos a lo que había sido la calle principal, que salía de la estación y moría tres cuadras más allá en el alambrado de un campo. Coluccini me señaló un almacén con barrotes en las ventanas y fue a echar un vistazo a través del vidrio roto.
̶ Nadie ̶ dijo ̶ . Se fueron todos a Bolivia.
̶ ¿De un día para otro?
̶ ¿Y dónde están, si no?
̶ En todo caso salieron corriendo ̶ le señalé el mostrador sobre el que había una botella y unos cuantos vasos a medio vaciar.
El gordo empujó la puerta con el hombro hasta que la madera cedió y pudimos entrar. Había tantas telarañas y murciélagos como en el castillo de Drácula; a las paredes se les caía el revoque, y el retrato de Evita, sacado de una revista de los años cincuenta, se había rajado por la mitad. Los faroles estaban cubiertos de polvo y una parte del cielo raso, de donde colgaba un ventilador de madera, se había desprendido y estaba suspendida a la altura de nuestras cabezas. Hubiera bastado un soplido para que todo se derrumbara y tampoco el piso parecía muy sólido. El gordo fue a mirar al fondo con el encendedor prendido y después me hizo una seña para que lo ayudara a pasar al otro lado del mostrador. Le hice pie hasta que calzó la barriga en el borde, revoleó una pierna y saltó sin preocuparse de lo que encontraría en el suelo.
Tapa de Una sombra ya pronto serás. Sudamericana. 1990. Fue llevada al cine por Héctor Olivera en 1994. Actuaron Miguel Ángel Solá, Pepe Soriano, Alicia Bruzzo, Roberto Carnaghi, Luis Brandoni, Marita Ballesteros,Eusebio Poncela, entre otros.
̶ Cuidado ̶ le dije ̶ puede haber vidrios rotos.
̶ Cucarachas hay ̶ Cuidado ̶ me respondió ̶ . Páseme el farol a ver si encuentro algo para el viaje.
Se lo alcancé tomándolo con el pañuelo- Quedaba bastante querosén y Coluccini le acercó la llama del encendedor hasta que obtuvo una luz tímida y amarillenta. Sobre una mesa había quedado un atado de cigarrillos Brasil, de los que mi madre fumaba de joven, un vaso sucio y una Pilsen abierta. La cerveza se había evaporado, pero en el fondo del vaso quedaba una marca oscura.
̶ Comida no veo, Zárate ̶ me dijo el gordo y le dio un manotazo a un bicho que andaba sobre el mostrador. A un costado de la estantería había un almanaque mordido por las lauchas donde la última hoja señalaba un martes ocho, pero no quedaban referencias de mes ni de año. También vi la foto de Troilo con el bandoneón y la de Oscar Gálvez a la llegada de un Gran Premio. Subido a una silla, Coluccini hurgó entre latas de galletas podridas y porrones vacíos hasta que encontró un par de botellas llenas. Me lanzó una de ginebra y después otra de grapa y antes de bajar me dedicó unos malabarismos que hizo con unos vasos mugrientos. Al fin uno se le cayó y se rompió contra el piso; entonces me pareció que algo escapaba arrastrándose entre las sillas.
̶ Virtuoso lo suyo ̶ le dije.
̶ ¿Se acuerda? Hacíamos capote en el sur.
No sé dónde encontró un destapador y se puso a tironear el corcho de la grapa. Yo esperaba que se le rompiera, pero lo sacó redondo, impecable. Volví a felicitarlo porque me pareció que estaba un poco decaído; entonces me alcanzó unos billetes colorados que encontró en un cajón.
̶ Vea, como estos eran los que llevé para comprar el primer oso en Santa Fe.
̶ ¿En una valija?
̶ No. Alcanzaba con cuatro o cinco. Eran buenos tiempos.
Por un rato se concentró en la botella que por la forma de la etiqueta parecía de otro siglo. Olió el corcho, lo tocó con la lengua, y después empinó el codo con los ojos cerrados y la nariz fruncida.
̶ De primera ̶ dijo, y me la alcanzó. Al principio tomé con un poco de aprensión, pero la grapa era buena y le pegué unos cuantos tragos. Coluccini pasó por encima del mostrador, volteó unos vasos y volvió a mi lado. Dejó el farol sobre un alta, acercó una silla y nos turnamos con la botella acodados a una mesa en la que antes de irse habían dejado los naipes servidos para el truco ̶ . Yo estaba recién llegado de Italia ̶ me contó mientras recogía una baraja ̶ . En ese tiempo acá los perros comían bifes de cuadril. Al oso lo tenía siempre descompuesto porque en la calle la gente le regalaba bombones y caramelos. Hasta chicles le daban.
̶ ¿Trabajaba con él?
̶ Día y noche. Hasta la tardecita en Retiro y a la noche en los cabarutes. Teníamos dos o tres números bastante bien montados y me fui haciendo un capital. Después compré el circo y me entusiasmé demasiado. No sé, lo tengo que pensar.
̶ ¿Qué es lo que tiene que pensar?
̶ Por qué me hundí, Zárate. Usted me dijo que también se había ido a pique, ¿no?
̶ Como casi todo el mundo. ¿Llegó a alguna conclusión?
̶ No sé. Usted se fue a tiempo, no sabe las que pasé yo. ¡Qué ingrato es este país con sus artistas, Zárate! Yo era famoso en todo el ambiente. Una vez salí en la tapa de Radiolandia, hice giras por Uruguay, Chile y al final ¿dónde terminé? En la selva; ahí voy. Me podía haber instalado en España cuando me llamó el general; pero claro, en aquel tiempo nadie daba dos mangos por los gallegos.
̶ ¿Perón lo llamó?
̶ Como delegado del gremio, sí señor. Usted me insistió para que fuera, pero yo no me quise meter en política. Igual nos llevaron en cana.
̶ No se caiga ahora. Va para Bolivia, ¿no?
Se quedó un rato en silencio, quizá pensando en el naufragio y en cómo llegar a la costa. Se había puesto los anteojos sobre la frente y de ahí le bajaban chorros de sudor. Casi sin darse cuenta juntó las tres cartas que tenía delante suyo, sobre la mesa, y les echó una mirada distraída. De golpe se despertó, se acomodó en la silla y se calzó los anteojos sobre la nariz.
̶ ¡Real envido! ̶ me gritó con voz bastante más entusiasta. No me pareció que bromeara y junté los naipes tirados de mi lado. Los fui orejeando de a poco y encontré un par de copas detrás del rey de espadas.
̶ Falta envido ̶ le repliqué para seguirle la corriente y lo miré a los ojos. Parecía descolocado por mi audacia.
̶ ¿Tiene algo para apostar? ̶ me preguntó, mientras miraba otra vez las cartas como si temiera que ya no estuvieran allí.
̶ El viaje, si quiere.
̶ ¿El de antes o el de mañana?
̶ Me da lo mismo ̶ respondí.
̶ ¿Qué apostaba su socio?
̶ Ilusiones.
̶ Está bien, ponga la suya entonces.
̶ Creo que no me quedan.
̶ Juéguese el retrato de su amigo.
Palpé en el bolsillo la foto de Lem pero apenas tenía veintiocho en la mano y no me animé a echarla sobre la mesa.
̶ Una vez me enamoré desesperadamente ̶ ofrecí.
̶ ¿Se hubiera matado por ella?
̶ Ya ve, todavía estoy acá.
̶ Entonces ponga algo mejor. Tiene que ser un buen recuerdo… Un viaje en barco, una isla perdida, qué se yo… algo que yo pueda contar cuando esté en la selva.
̶ De chico se me aparecía un fantasma que entraba por el agujero de la cerradura.
̶ ¿Llevaba la sábana puesta?
̶ No, más bien una capa y fumaba bastante.
̶ ¿El fantasma le fumaba en la pieza?
̶ Sí, pero no dejaba humo.
̶ Eso me va a ser difícil de contar. En un tiempo yo tenía un par de buenos recuerdos, pero los perdí en Médanos. El último me lo ganó el cura Salinas la otra noche.
̶ ¿No le queda nada? ¿Ni siquiera una alegría chica?
̶ No creo. El oso que me iba a comprar el diario… Pero eso a quién le interesa.
̶ Me dijo que habían trabajado juntos en Retiro, que la gente le daba bombones…
̶ Sí, pero nos llevaban en cana a cada rato. Ese no es un buen recuerdo. Me queda, si le parece, una piba de Chubut. No era linda ni me acompañó a la pieza, no se ilusione.
̶ Eso ya es algo.
̶ Ese día me salieron todas. Créame, se lo digo con toda modestia.
Entrecerró los ojos y se echó para atrás con las barajas apretadas contra la barriga.
̶ Creo que todavía se debe acordar. Yo la veía desde arriba mientras caminaba por la cuerda y el aire parecía electrizado. Se rompía las manos de tanto aplaudirme. “Ojalá viniera siempre”, pensaba yo y me tiré al doble mortal que no es mi fuerte. Me salió redondo, con firulete y todo. Cuando llegué a la pista, Zárate me gritó: “Inolvidable, gordo”.
̶ ¿Y la piba?
̶ Se quedó ahí. Toda la gente había salido, pero ella seguía sentada. Entonces me acerqué a hablarle y cuando me miró me di cuenta de que estaba feliz. “Otra vez”, me dijo, “otra vez, por favor”. ¿Qué le iba a decir? Volví al trapecio y seguí toda la noche. Triple mortal, tirabuzón, columpio con serpentinas, todo… A la madrugada se paró llorando, dejó un pañuelito en el asiento y se fue. ¿Usted conoce Puerto Madryn?
̶ Falta envido, Coluccini.
̶ Esta no quiero perderla, Zárate.
̶ Un fantasma contra otro.
Se prendió de la botella hasta que se atoró y se puso de pie tosiendo. Se me escapó de la vista, perdido en la oscuridad del boliche hasta que lo escuché voltear una silla y reventar la botella contra la pared.
̶ ¡Quiero 28, qué mierda! ̶ gritó desde el fondo de esas ruinas y después hizo un silencio de muerto para escuchar cómo se le escapaba otro recuerdo. Yo tenía el tres y el cinco de copas y miré la ubicación del mazo para saber quién era mano.
̶ Son buenas ̶ dije y tiré los naipes sobre la mesa. De golpe echó a reír y apareció en la línea de luz, blanco de cal, desarrapado, borracho, súbitamente feliz.
̶ Carajo ̶ dijo ̶ , qué susto me pegué.
*Editado por Sudamericana. 1990.
Nostalgias*
Después del encuentro con el Cuco Pedrazzi en el Parque de Los Príncipes, fui a visitar a Míster Peregrino Fernández a un geriátrico de Neuilly, la zona residencial de París.
Lo encontré con las piernas duras en una silla de ruedas.
¡Cuánta nostalgia al verlo! Recordé al cuarentón flaco, alto y melancólico que llegó como director técnico a Cipoletti, a principios de los sesenta. En aquel tiempo era capaz de hacerle frente solo a la barra brava que venía a apretarnos, de subir a la tribuna a discutir cara a cara con los que lo insultaban. Han pasado más de treinta años y yo estoy lejos de aquel centrodelantero que era en los tiempos en que recién aparecía el 4-2-4 y no estaba permitido hacer cambios de jugadores.
Para que me recordara tuve que ubicarlo, contarle algunas anécdotas sólidas que se levantaran entre las tantas y mejores que acumuló después, cuando se fue a Europa y Australia.
Tapa de Piratas, fantasmas y dinosaurios. Norma.1996. La imagen de portada fue una sugerencia de su amigo Antonio DalMasetto. Tomada de Sandokán, el tigre de la Malasia (de Emilio Salgari).
̶ ¡Ah, vos sos el centrofóbal al que le robaron el coche cuando iba a patear el penal. Sí, me acuerdo. Después fuiste a Racing…
̶ No, ese fue el Tincho Saldías.
̶ Qué malo era el Tincho, ¿te acordás? Donde se ponía él había un back cebando mate.
̶ Sí, pero él fue a Racing y yo no.
̶ ¿Hizo goles?
̶ No. Dos o tres. Creo que después pasó a Colón de Santa Fe.
̶ ¿Y vos?
̶ Yo hice el gol en la final contra San Martín.
̶ ¿Cuál San Martín?
̶ El que había en Cipoletti.
-Pero después fuiste a San Lorenzo, con el Toto. Me acuerdo: Dobal, Rendo, Areán, vos y el Manco Casa.
Me quedé soñando un rato, como si lo que él creía recordar hubiese sido cierto.
̶ No. Yo me lesioné y quedé mal. El que estaba en San Lorenzo era el Bambino Veira.
̶ Pucha, dirigí tantos cuadros que se me confunde todo. Ya la memoria a esta edad… Pero si eras bueno me voy a acordar… ¿No sos el que fue preso por pegarle al referí en General Roca?
̶ No, ese fue el Paya González. Le hundió la nariz.
̶ Ya me ubico: te lesionaste la rodilla en el Inter de Milán.
̶ No, yo me arruiné la rodilla contra Centenario, en Neuquén.
̶ Claro, ahora veo. El nueve zurdo que desmayó al perro… Qué gol te comiste contra Pacífico, ¿te acordás?
-¡Cómo olvidarlo, Míster! El chileno Jara se sacó dos marcas de encima, se abrió a la derecha y me la tiró a espaldas del dos de Pacífico; la dominé al borde del área y cuando vi que el arquero salía le pegué tan fuerte y tan mal que el pelotazo desmayó a un perro de policía. Al terminar el partido, el Míster, enamorado del juego bonito y creador del fútbol espectáculo, me dio una filípica y en la semana tuve que repetir veinte veces la jugada con el arquero nuestro.
Nos reímos mucho en el geriátrico. Le compré un helado de frutilla y me pidió que lo llevara a dar una vuelta por el parque. Había un sol espléndido, uno de los mejores veranos que había tenido París en muchos años. Al cabo de un largo monólogo, mientras yo empujaba la silla, el Míster Peregrino Fernández recordó sin pizca de arrepentimiento que más de una vez había puesto doce jugadores en la cancha sin que nadie se diera cuenta. Trece en el Standard de Melbourne, me confesó. Nadie se avivó y ganamos seis a dos. Claro que éramos locales. Hubo un tiempo en el que el Míster hizo escuela con el fútbol superofensivo y ganó un vagón de plata. Inventó mil cosas: el volante fantasma, el estóper de cuatro patas, el líbero gentil, el puntero ausente; plantaba el equipo tan adelante que todos los rebotes nos dejaban mal parados y los partidos terminaban en goleadas.
Llegó a la osadía en Melbourne, de poner a un homosexual confeso como número ocho, volante por la derecha. A mí qué me importaba si el tipo tenía buen manejo y dirigía al grupo con más autoridad que esos taxistas que manejan de noche.
̶ Un técnico tiene que saber aprovechar todo el potencial de los jugadores. Yo en Australia no tenía negros y los africanos estaban de moda, no iba nadie a la cancha si no ponías dos o tres negros gambeteadores. Y bueno, lo llamé al suplente, un pibe bárbaro que no entraba nunca, y le dije: esta es tu oportunidad, andá y pintate de negro.
̶ ¿Hizo goles, Míster?
̶ Ni uno. Para el gol hay un ángel especial. Un no sé qué. Lo tenés o no lo tenés. Vos viste: está lleno de delanteros que no hacen más de cinco goles por campeonato, ¡no es serio!
-En San Lorenzo el pibe Rossi estuvo como tres años sin mojar.
̶ ¿Viste? En cambio, vos eras como Scotta: pelota que te tiraban era gol o desmayabas al perro.
̶ Trataba de hacerlo, sí.
̶ Metiste el gol en Barda del Medio, sí, donde estaba prohibido, y fuimos todos en cana.
̶ Me acuerdo, Míster. Discúlpeme.
̶ Así que te lesionaste allá, en el culo del mundo… Carajo, qué jodida es la vida. Mirame a mí: con un pie en el vestuario y otro en el cementerio; yo que inventé el wing electrónico.
̶ Ese no jugó conmigo, Míster.
̶ No, fue en Francia. Le pusimos un circuito impreso y detonadores en los tacos de los botines. Cuando corría sacaba chispas como una estrellita de Navidad y no se le acercaba nadie… ¿Sabés cuál era la joda? No hacía goles. Llevame hasta el lago, ¿querés? Si me compras otro helado te cuento la del arquero sin manos. Una final en Barcelona y yo pongo un arquero sin brazos. ¿Qué tal?
̶ ¿Helado de qué, Míster?
̶ Chocolate y menta… Decime, ¿qué hacés acá con este calor?
̶ Estoy terminando una novela.
̶ ¿Tiene gol?
̶ Algunos.
̶ Muy bien. Guarda con el back que tiene cara de asesino.
̶ Quédese tranquilo.
̶ Me acuerdo que me decías eso, sí… ¿De qué se trata el libro? ¿De fútbol?
̶ No. Trata de los goles que uno se pierde en la vida.
̶ Ya veo. Poneme a la sombra, pibe, que te cuento la del arquero sin manos.
*Publicado en Piratas, fantasmas y dinosaurios. Buenos Aires. Norma. 1996.
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