30/12/2022
El metalúrgico asume su tercer mandato
El Lula de hoy y el de ayer
El 1 de enero Lula da Silva asume su tercer mandato como presidente de Brasil. Amilcar Salas Oroño marca las diferencias entre aquella victoria de 2002 –cuando asumió por primera vez la presidencia luego de tres derrotas- y el momento que se inicia ahora y afirma que “en el próximo gabinete hay mucho de su propio círculo íntimo de confianza”. “Los grandes clivajes históricos se le entremezclan con sus cicatrices biográficas”, señala Salas Oroño en relación con Lula y manifiesta que en la elección que se disputó en Brasil el año pasado la disputa era “democracia de centro vs. bolsonarismo de extrema derecha”.
Por tercera vez en su vida, Lula da Silva asume este 1 de enero el cargo de Presidente de la República Federativa del Brasil. A sus 77 años se convertirá en el 39º Presidente del país, que en el 2022 cumplió el bicentenario de su Independencia. Más allá de las circunstancias que envuelven este nuevo mandato, por la presencia de Lula en la escena pública durante tantas décadas, por la densidad y federalismo de su liderazgo, que ha despertado todo tipo de identificaciones en generaciones y clases sociales distintas, no es una exageración afirmar que estamos frente a quien quizás sea la figura política más importante de la historia brasileña. Siempre será dificultosa la comparación histórica, con otras figuras con otros discursos o virtudes personales, pero hay un aspecto más amplio que permite entender su particular gravitación: los grandes cambios por los que atravesó Brasil durante los últimos 70 años (su proceso de industrialización, las migraciones internas hacia las principales ciudades del sudeste del país, las recreaciones de sus pautas e identidades culturales, entre otras transformaciones) siempre lo encontrarán o bien como un participante de los efectos de los tiempos o bien como un protagonista de los cambios. Los grandes clivajes históricos se le entremezclan con sus cicatrices biográficas. Por ejemplo, el mismo año en que Lula pierde su dedo meñique -circunstancia que se convertirá en la marca de su papel en las industrias metalmecánicas de Sao Paulo- es el año del golpe militar (1964); golpe que, a su vez, lo empuja a tener otras visiones sobre los intereses capitalistas y la dialéctica social y lo acerca, con el paso de las décadas, a otras miradas y a la política. Lula, como Brasil, y mutuamente, fueron cambiando intensamente.
Luiz Inácio Lula da Silva saluda a sus simpatizantes tras su triunfo en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil, en la Avenida Paulista de San Pablo. Foto: Fernando Bizerra / EFE
Aquella victoria del 2002, este momento que se inicia ahora
Uno de los aspectos distintivos del discurso de asunción de mando el 1º de enero del 2003 -tras su primera victoria presidencial en octubre del 2002-, aspectos que incluso llamaron un tanto la atención entre aquellos que tratan clasificar la ideología de Lula, fue una referencia lejana a una síntesis profesada en su momento por el ex-Presidente brasileño Juscelino Kubitschek durante los años '50 de que su gestión realizaría 50 años (de transformaciones) en sus 5 (años de mandato). Al terminar Lula sus 8 años de gestión (primer mandato, 2002-2006; segundo mandato 2006-2010) un estrecho colaborador suyo de entonces reorganizó la fórmula: se habían avanzado "80 años en 8". Es que el comparativo de los indicadores logrados entre el 2002 y el 2010 y los que vinieron después (y los que estaban antes) es abrumador, y es lo que está en la base de su enorme popularidad. Hoy, por otras circunstancias, quizás no haya espacio para una prospectiva tan optimista, sea por la pandemia, sea por las formas del capitalismo contemporáneo, o por los propios derroteros de la vida institucional brasileña. No es por falta de voluntad de Lula que los objetivos sean menos ambiciosos. No es porque ahora - con los años- Lula se haya vuelto un político más conservador sino porque precisamente sigue siendo un observador profundamente realista: las condiciones de deterioro social, de descaracterización del Estado de Derecho, de licuación de las fuerzas productivas, de desánimo colectivo, de descrédito democrático en la ciudadanía, obligan a fórmulas más cautas, más situadas para el día a día. De allí también que, pese al carácter amplio de su actual coalición electoral, en el próximo gabinete hay mucho de su propio círculo íntimo de confianza, para que queden claro los pocos pero concretos lineamientos de gestión.
En el 2002 Lula venía de ser derrotado en tres oportunidades previas: por F. Collor de Mello en 1989 y por Fernando Henrique Cardoso en 1994 y 1998, figura ésta quien se convertiría en su arquetípico contrincante. Cardoso era el profesor intelectual, el de la correcta conversación con las elites, el reputado ex Canciller e ideólogo del Plan Real; mientras que Lula era el ex-sindicalista, el que se juntaba con líderes de izquierda, el que daba espacio a las formas y estéticas de los sectores populares. La elección del 2002 estuvo marcada -aunque no fuera Cardoso el candidato de ese espacio, sino J. Serra- por esa misma confrontación política, por ese carácter de la disputa: izquierda/centro-izquierda vs. centro-derecha/derecha. Veinte años después, las cosas cambiaron. El mismo Cardoso salió a respaldar a Lula este 2022 en una disputa que ya tenía otro corte: democracia de centro vs. bolsonarismo de extrema derecha. Por eso la propia elección de este 2022 es la manifestación de una era política distinta, situación que se refuerza aún más con el hecho de que el Vicepresidente que acompañará a Lula los próximos cuatro años, G. Alckmin, fue en su momento fundador y activo político del propio partido de Cardoso. Una escena política diferente y no por eso menos compleja, porque todo indica que actualmente hay demasiadas fuerzas políticas volátiles, con intereses sociales que buscan su propia representación, consecuencias de la desagregación producida por el impacto del bolsonarismo al sistema, algo que no está neutralizado.
Lula después de las elecciones sindicales de 1979. Estando al frente del Sindicato de trabajadores metalúrgicos, lanzó las huelgas de trabajadores que contribuyeron al debilitamiento de la dictadura militar. Foto: AFP
Si el panorama de los términos de la disputa política en el 2002 era más predecible, ahora Lula tendrá que descifrar cuál será la dinámica próxima de los actores (políticos, económicos, mediáticos, internacionales) que ocupan la escena. Conocimiento y astucia hay, aunque él mismo y su propio partido -el Partido dos Trabalhadores (PT)- todavía se están recuperando de una experiencia definitoria para la historia reciente: el juicio político a Dilma Rousseff en el 2016. Ese es un fantasma que prefigura también esta vuelta de Lula. Para una comparación entre el Lula del 2002 y el del 2022 este es un episodio clave para entender las perspectivas de lo que viene: J. Bolsonaro fue la máxima expresión de aquel quiebre ilegal - como quedó claro recién hace pocos días- donde no había ningún argumento de fraude administrativo que respaldara la remoción de la Presidenta.
A partir de entonces todo se fue corroyendo. Y es lo que lleva a Lula en el 2022 a armar una coalición electoral y de gobernabilidad bien distinta de la del 2002. En aquella oportunidad el objetivo a reconstruir era principalmente el de un "pacto social", y en esa línea iba la incorporación de su Vicepresidente, José Alencar, el principal empresario textil de país. Lula tenía que complementar a su perfil sindical, popular, de izquierda, alguien con credenciales de pertenencia a la clase social opuesta: un poderoso industrial que permitiera retener y disuadir las críticas y reclamos que vendrían del empresariado. Hoy ese aspecto también pesa, pero más lo hace el hecho de la necesariedad de poder imponer un "pacto democrático", que permita sostener la autoridad y centralidad de la legitimidad presidencial frente a la desestabilización que propone el bolsonarismo. Esta es la principal naturaleza de la alianza con sus anteriores opositores y el carácter de "frente democrático" subrayado en la campaña. En sintonía con los lemas nacionales: si en el 2002 el contexto permitía convocar a un potencial "Progreso" para los años venideros, este 2022 puso a las claras la trascendencia de tener que refundar un cierto "Orden" democrático de convivencia y racionalidad para la administración de las cosas.
Lula con Fernando Henrique Cardoso, Marisa y José Alencar en su primera toma de posesión, en 2003. Foto: Marcello Casal Jr./AG Brasil
Un mundo diferente, una Nación a reconstruir
Al asumir su primer mandato Lula contaba más o menos con los mismos recursos políticos institucionales con los que llega ahora, veinte años después, a su tercer período presidencial: pocos gobernadores (nunca llegó a más de 5 de 27), menos de 100 diputados (de 513) y minoría en Senadores. Si bien el bolsonarismo a partir del 2023 tendrá varias instancias de representación desde donde reagruparse, por ejemplo, el fundamental Estado de San Pablo - siempre y cuando el propio Bolsonaro pueda conducir el espacio político, sobre lo cual empiezan a observarse algunas dudas- Lula tendrá, en la dimensión de los Estados (provincias) una coyuntura para trabajar. Desde que inició su mandato en el 2019 Bolsonaro no hizo más que fragmentar, exasperar y distanciarse de los gobernadores, incluso aliados, reforzando las tendencias centrífugas de la Nación (un aspecto no menor en un país de dimensiones continentales): hubo Estados que hasta conformaron una regionalización de hecho, sobre todo frente la cuestión urgente de la pandemia (compra de insumos, correspondencias logísticas) que Bolsonaro minimizaba. La pandemia terminó por distanciar a los Estados del Gobierno Nacional. Situación que contrasta bastante con las expectativas que hay hoy en día frente al tercer gobierno de Lula, que precisamente ha vuelto a dar entidad ministerial a la integración federal (en el marco de otras restituciones del Poder Ejecutivo; de los 22 ministerios de Bolsonaro a partir del 2023 habrá 37).
Esta importancia federal de Lula también será fundamental para su propia autoridad presidencial, y para las posibilidades de una mínima planificación de la ejecución de las prioridades del gobierno próximo. Y ese orden interno, esa restitución de la importancia de volver sobre un "carácter nacional" (y no tan sólo sobre las alegorías nacionales, como hizo Bolsonaro) será indispensable para poder atravesar los vaivenes de un contexto mundial que, a diferencia del 2002, hoy se presenta mucho más cambiante, tenso y en reestructuración. Esta es una de las principales características distintivas entre ambos momentos políticos, el de la primera victoria y la reciente: no es tanto la edad de Lula o si los vasos comunicantes del PT con una (diferente) sociedad brasileña todavía siguen vivos; que lo están, no sólo respecto de los movimientos sociales organizados, del campo o las ciudades, sino en relación con la sociedad civil en un sentido más amplio: expresión de esto quizás sea la nominación de la próxima Ministra de Salud, una sanitarista prestigiosa, referente de las capacidades científicas del Brasil (desde 2017 es la presidenta de Fiocruz, el centro encargado de la producción de vacunas, fundamental para que la pandemia no fuera aún más catastrófica de lo que fue).
Lula da Silva gana las elecciones de Brasil 2022. Foto: EFE
Si en el 2003 la hegemonía estadounidense era muy notoria, y en ese marco Lula abrió una brecha de actuación "altiva y activa" para los países del Cono Sur, hoy las tensiones propias de un mundo multipolar organizado por (la disputa entre) EEUU y China, supone todo tipo de equilibrios, sobre todo para un país como Brasil que participa con peso en las definiciones del sistema internacional, de los precios de referencia de materias primas y energía, y tracciona sobre sus economías vecinas, entre ellas, la argentina. De allí la gran expectativa internacional que hay sobre los pasos que seguirá Brasil y la nueva gestión, como fue la atención que recibió la elección de octubre del 2022 y la gran cantidad de Jefes de Estado participantes de la asunción del mando. Y en el medio, nuevamente, el foco puesto en Lula; una vida política que parecía concluida pero que tenía guardada una etapa más. Una figura política de enorme magnitud ya no sólo para la retrospectiva de la historia brasileña sino también latinoamericana. Porque el vínculo es inmediato: si hay una posibilidad para que las agendas progresistas de la región puedan consolidarse (habida cuenta de las dificultades que han encontrado en este nuevo ciclo) va a depender bastante de lo que suceda en Brasil. En como se escriba, una vez más, ese capítulo de Lula de cruce entre biografía e Historia.
Amílcar Salas Oroño
Lic. en Ciencia Política (UBA), Mg en Ciencia Política (USP-Brasil), Doctor en Cs. Sociales (UBA). Investigador IEALC-UBA.
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