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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

02/11/2022

A 100 años de su nacimiento

Di Benedetto periodista

Escritor y periodista. El autor de “Zama” (1956) y “Los suicidas” (1969), fue detenido el 24 de marzo de 1976 en el diario Los Andes de Mendoza donde ejercía como subdirector. Trabajaba allí desde hacía más de tres décadas. Varias de las notas publicadas bajo su entera responsabilidad crispaban los ánimos de las fuerzas represivas mendocinas. “Siempre me negué a ocultar información; por eso creo que mi detención tuvo que ver con mi labor de periodista”. Torturado y luego encarcelado en La Plata, tuvo que exiliarse en España en 1977.

A fines de marzo de 1985, Antonio Di Benedetto le decía a la periodista María Esther Vázquez: “¿Qué habría hecho si hubiera gozado de libertad? Escribir tal vez el mismo libro, pero sin el bloqueo espiritual que me produce el encierro, sin el miedo por la seguridad de la persona que recibía mis cartas. Quizás habría seguido en el periodismo, de haber vencido la repugnancia de vivir bajo el imperio del crimen y el saqueo. En definitiva, no sé si habría aceptado ser periodista bajo el “proceso”, ejerciendo la mentira cotidiana y el disimulo inicuo. Sé de hombres de prensa que aceptaron esa ignorancia, a menudo propiciada por los mismos empleadores, y ahora, en la democracia, no se atreven a mirar de frente a las víctimas, como no se atrevieron a alzar la voz por sus compañeros aprisionados y hasta contribuyeron a silenciar su nombre. Aún hoy lo hacen, gozando de una libertad que les cae grande, pues nada hicieron por ella”[1]. Hacía dos años que la democracia había vuelto a la Argentina, hacía poco más de un año que él había vuelto del exilio y habían pasado nueve años de aquella noche de marzo de 1976 en la que había sido detenido, a minutos de instaurado el Golpe Militar, en la redacción del diario mendocino Los Andes, por donde entonces trabajaba como subdirector con funciones de director.

Periodista y escritor, escritor y periodista, cómodo en la frontera, hoy, a 100 años de su nacimiento, puede afirmarse que Di Benedetto ha sido recuperado y ubicado en las grandes filas de la literatura argentina: hay películas adaptadas al cine (Los suicidas, por Juan Villegas; Aballay por Fernando Spiner; Zama, por Lucrecia Martel),  la mayoría de su obra ha sido editada y pensada, abundan los papers académicos y basta leer el estudio crítico y pionero de Jimena Néspolo (Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto) para tomar dimensión de hasta qué punto el nuevo siglo hizo lugar para el autor de El silenciero entre los grandes nombres de sus letras nacionales.

Antonio Di Benedetto con su esposa e hija junto a una edición de El Andino. Foto: Gentileza Adriana Hidalgo.

Sin embargo, por entonces, en 1985, su nombre arrastraba una estela compuesta por olvidos, incógnitas y absurdos que durante mucho tiempo lo siguieron: su detención en Mendoza, los pedidos internacionales por su libertad, los pesares del exilio, la vuelta a un país que ya nunca sería el mismo. Su retorno a Argentina desde España había sido construido como un hito, sobre su cuerpo enjuto, volvían simbólicamente otros que también habían debido partir durante el terrorismo de Estado dejándolo todo. Lo recibió, en un gesto generacional, un grupo de jóvenes escritores entre los que estaban Ricardo Piglia y Miguel Briante.

Pídese la libertad… Diario La Prensa. 23 de mayo, 1977. Foto: Gentileza Natalia Gelós.

¿Queda algo por contar sobre él? Quizá no, o sí, siempre hay algo por alumbrar, un rincón no transitado, tal vez su lugar en las decisiones editoriales del diario Los Andes, eso que la respuesta que él le daba a Vázquez sugiere, permite visitarlo, en tiempos de homenajes, desde un perfil no tan rescatado: como responsable editorial del Diario Los Andes y su vespertino El Andino dio un ángulo político, o más enfáticamente político, a su historia y aportó, además, una manera de ver hasta dónde se pueden correr ciertos límites, porque lo hizo en un diario históricamente conservador, convertido con los años en una institución más de la también conservadora provincia cuyana. Un costado, éste, que aporta al prisma de una figura con múltiples reflejos.

Decisiones que salvan vidas

A veces una tapa puede salvar una vida. Ayudar, al menos. Era el verano de 1976. Faltaba poco para el Golpe de Estado. Hacía unos meses que Ledda Barreiro de Muñoz recorría kilómetros junto a su familia en busca de su hijo Beto. Así fue como llegó a Mendoza. Una pista le decía que podían tenerlo detenido ahí. Junto a su marido y su hijo Fabián, de 9 años, llegó esperanzada a la capital andina, aunque en la Penitenciaría y todas las comisarías le decían lo mismo: que él no estaba ahí. Exhaustos, los Muñoz se sentaron en la vereda a descansar una tarde de febrero. Necesitaban recalcular cómo seguir con la búsqueda. De pronto, el más pequeño de la familia señaló la tapa del diario que vendían en la calle. Ahí estaba su hermano en la portada de El Andino, una cara junto a otras caras y un titular que informaba que esas siete personas estaban detenidas en el Edificio del Palacio Policial (conocido como el centro clandestino de detención D2). Con el diario en la mano, Ledda, que hoy lidera la agrupación Abuelas de Plaza de Mayo en Mar del Plata, fue hasta el lugar y encaró al coronel que antes había negado que su hijo estuviera ahí. Entonces pudo verlo, golpeado, pero vivo.

Diario Los Andes. 23 de febrero de 1976.

El D2 había sido creado en 1970 como el Departamento de Información de la Policía de Mendoza y por entonces estaba bajo la dirección del Jefe de Policía, el Brigadier Julio César Santuccione. A partir de 1975, el lugar comenzó a funcionar como Centro Clandestino de Detención. Su descripción aparece en el libro El terrorismo de Estado en Mendoza[2],  de Ramón Ábalo. La tapa de El Andino, que había servido para que Muñoz fuera encontrado por su madre, se volvió prueba, treinta y dos años más tarde, de que por allí habían pasado esos siete detenidos, bajo el control del subinspector Carlos Rico. La abogada Viviana Beigel, que participó en la denuncia al D2 como Centro Clandestino de Detención, promovida por el Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos, confirmó que ese documento fotográfico se presentó para demostrar los traslados de presos a aquel departamento policial. Daniel Rabanal, otro de los detenidos en el D2 cuya imagen apareció en el diario, también resultó beneficiado. El diario que conducía Di Benedetto había aportado a ese desenlace.

En 1983, Di Benedetto le diría al diario Tiempo Argentino: “Siempre me negué a ocultar información; por eso creo que mi detención tuvo que ver con mi labor de periodista”.

Al frente del barco

Si hay que reponer su historia, más allá de sus comienzos en diarios más pequeños, Di Benedetto asumió la responsabilidad editorial de Los Andes en 1967. De un primer escalón como secretario de redacción, saltó a subdirector en pocos meses. Trabajaba allí desde 1945. Fue la mente también detrás del vespertino El Andino, también de la familia Calle. No se trataba sólo de un rol activo desde la estética y la modernización -que las tuvo- sino también de una tarea que por su línea editorial crispaba los ánimos de las fuerzas represivas mendocinas que tomaban cada vez más fuerza. Custodio de cada detalle que salía en las páginas (quienes trabajaron con él coinciden en eso) bajo su mando se publicaron noticias sobre la muerte de jóvenes estudiantes, allanamientos de sindicatos, detención de compañeros de trabajo como el poeta Jorge Bonnardel.

Hacia la madrugada del 24 de marzo, el Ejército inició una seguidilla de arremetidas contra la prensa en Mendoza: a bazucazos atacó el Sindicato de Prensa de Mendoza y luego fue hacia la redacción de Los Andes. La incertidumbre flotaba en el aire y algunos periodistas daban vueltas por la ciudad para ver qué sucedía. Pasaron por la casa de Di Benedetto, incluso, para ver si estaba todo bien. Él estaba en la redacción. De ahí se lo llevaron. Pasaron dos meses hasta que formalizaron su detención. Ya sin él dando las directivas, el titular de Los Andes de la mañana del 24 de marzo fue “El país vive y trabaja normalmente”.  Di Benedetto estaba detenido, pero no hubo para él pedido de libertad, ni acompañamiento a su familia. Quienes lo conocían coinciden en que el borramiento fue total. El 31 de mayo de 1976 lo dejaron cesante. A las pocas semanas de la detención, algunos diarios nacionales comenzaron a hacer públicos los pedidos por su libertad. En capital, el Buenos Aires Herald, dirigido por Robert Cox sumaba lo propio. También la Agencia ANCLA, creada por Rodolfo Walsh para perforar el cerco informativo de la dictadura, apuntó sobre la situación de Di Benedetto (y de la prensa en general). En su cable del 30 de agosto de 1976, titulado “El escritor Di Benedetto se halla en estado desesperante” hacía alusión a su caso, detenido “sin que se le haya formulado ningún cargo” y en violentas condiciones de cautiverio.

Di Benedetto fue trasladado luego a la Unidad N°9 de La Plata, donde pasaría unos largos meses hasta recuperar la libertad.

Del otro lado de la reja

No era fácil escribir en prisión. Además de los estragos de la tortura, de los simulacros de fusilamiento, de las veces que rompían sus lentes, era difícil porque destrozaban cualquier intento de producción literaria. Cuando él intentaba entregar algo a Adelma Petroni, por ejemplo, escultora y amiga, fiel sostenedora en esos años de encierro, los militares destrozaban todo. Pero Di Benedetto pese a todo era Di Benedetto y se las ingenió para darle libertad a sus escritos: comenzó a escribir cartas en las que narraba sus sueños y ahí consiguió burlar la censura. Esos cuentos fueron luego “Aballay”, “El juicio de Dios”, relatos que tiempo después tomarían forma reunidos bajo el nombre de Absurdos (publicado en 1978 en Barcelona, España, por la editorial Pomaire).

El 26 de agosto de 1977, el Poder Ejecutivo dejó sin efecto la detención mediante el decreto N°2543. El mendocino recuperó su libertad y comenzó su exilio.

Mucho se ha escrito sobre sus años de exilio, sobre su vuelta a Argentina. También en los últimos años puede seguirse su obra periodística y descubrir a un cronista preciso y detallista, por momentos barroco, por momentos, despojado. Hay crónicas maravillosas, en especial las de sus coberturas internacionales, hay finos pasajes de su experiencia como crítico cinematográfico. Algo de su paso por el periodismo se hilvana en Sombras nada más… una novela autobiográfica y onírica en la que su vida se envuelve en lo brumosa de la memoria golpeada, del sueño y las aguas vaporosas de la memoria.

Antonio Di Benedetto en Roma. 1980. Fuente: https://ciudaddemendoza.gob.ar/ Secretaría de Cultura, Turismo y Desarrollo económico

Alguna vez dijo que el periodismo y la literatura eran asuntos separados. Aunque no lo reconoció, sin embargo, traficó a ambos lados sus obsesiones: los animales, la mirada cinematográfica, el suicidio, una capacidad brillante y filosa para elegir escenas de potentes contenidos simbólicos. A ambos lados, Di Benedetto sostuvo también una ética y se ubicó desde un lugar en el que estilo y contenido fueron un solo mojón en la trinchera de las palabras. Desde su lugar también en el oficio, tal vez sin saber las consecuencias que eso implicaba, también sostuvo una línea política, y a 100 años de su nacimiento, vale la pena recuperarla. Después de todo, desde ahí se definió desde la infancia. Así lo afirma en Sombras, nada más: “Le prometo, señor, quiero decir, le aseguro, no lo he soñado: dejé de ser niño y me hice periodista”.

 

Natalia Gelós

Periodista. Se graduó en Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Ha escrito para el semanario uruguayo Brecha, la revista Ñ, el suplemento ADN de La Nación, la revista Anfibia y los diarios Clarín y Crítica de la Argentina. Ha publicado en 2011 Antonio Di Benedetto, periodista. Una historia que pone en tela de juicio el rol de la profesión, editado por Capital Intelectual. Es editora de la revista Crisis.

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Notas

[1] La Nación. 31.03.1985.

[2] Ábalo, Ramón. El terrorismo de Estado en Mendoza, Ed. Cuyum, Mendoza, 2009.

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