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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

25/09/2022

Las ocasiones #16 - Alejandra Pizarnik

“Allí donde los exploradores de almas en pena bucean en búsqueda de signos y señales de locura –en ese regodeo tan poco poético que es el apego por los diagnósticos y las clasificaciones de artistas– lo que hay es trabajo arduo y desaforado con el lenguaje”, dice María Magdalena sobre la gran poeta argentina, a 50 años de su fallecimiento, que se conmemoran hoy 25 de septiembre.

“Es interesante comprobar que los críticos han destacado 
en nuestras poetas suicidas más su deseo de autodestruirse 
que su capacidad para el trabajo 
y para mantenerse vivas mientras lo hicieron”.

Adrienne Rich

“No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”. Escrito en el pizarrón, escrito en el crepúsculo. El día de su muerte Alejandra Pizarnik citó a George Bataille –aquel hombre de ojos azules al que espiaba en los cafés de París– en la última entrada de su diario: “Si abandono las perspectivas de la acción, mi perfecta desnudez se me revela. Estoy en el mundo sin recursos, sin apoyo, me hundo”[1]. La cita pertenece al libro Sobre Nietzsche. La idea de ir hasta el fondo atraviesa todo el libro. Ir hasta el fondo es, para Bataille, jugar. Cada cual jugará hasta donde su suerte se lo permita, hasta donde quiera entregarse a esa suerte. Y hasta donde el lenguaje nos proporcione las herramientas para el juego. Alejandra lo hizo. Viva Alejandra.

Viva, Alejandra. Estaba viva. A veces nos olvidamos de que las poetas suicidas estuvieron vivas. A veces nos olvidamos de que las poetas suicidas también fueron felices. La narrativa del mito pizarnikeano nos ancla en una antesala de la muerte asfixiante y sin grietas posibles. Alejandra loca, eternamente niña, encerrada en su casa de la calle Montevideo, garabateando pizarrones, rodeada de muñecas, tartamudeando, alucinando, imposibilitada de cualquier tipo de lazo, escribiendo de manera disgregada los textos llamados “de humor” de los últimos años, y finalmente tomando las 50 pastillas de seconal sódico para darse la muerte inevitable que le corresponde a toda poeta maldita.

Por fuera del mito, la vida de Alejandra estuvo signada por un sinfín de matices, de tramas hechas tanto de tinieblas como de luminosidad, de lo que pulsaba por vivir y de aquello que caía en un silencio sin resonancias; ese que no puede escribirse, el de la extranjería más radical. Y su obra aloja esa misma composición de tonalidades y contrapuntos, como un infierno musical escrito en esta noche, en este mundo, en este crespúsculo que significa estar vivo.

Alejandra estuvo viva hasta el 25 de septiembre de 1972. Alejandra, sólo un nombre, mil nombres: Flora, Buma, Blímele, Sasha. Hija de inmigrantes judíos, Rosa y Elías, hija del viento, hija del exilio, hija del Holocausto. Alejandra agazapada en las sombras, envuelta en su Montgomery, los ojos profundos y densos, su habla interrumpida y trastocada como venida de un país lejano, su maleta de piel de pájaro, tan expulsiva como atrayente. Alejandra cautivante y encantadora, apadrinada por Octavio Paz y Olga Orozco, enamorada de Silvina Ocampo, entregada al éxtasis del poema y del amor: las verdaderas fiestas tienen lugar en los sueños y en el cuerpo. Alejandra, esa enorme carcajada que se volvía un gemido, dijo de ella Fernando Noy, y qué metáfora precisa para la sacerdotisa de la gracia y del humor que fue.

No hay una cronología del desbarranco en la escritura de Pizarnik. Porque no hay tal desbarranco. Allí donde los exploradores de almas en pena bucean en búsqueda de signos y señales de locura –en ese regodeo tan poco poético que es el apego por los diagnósticos y las clasificaciones de artistas– lo que hay es trabajo arduo y desaforado con el lenguaje. El trabajo poético, el trabajo de escritura: eso que no se mide en términos productivos sino subjetivos. Alejandra modelaba, moldeaba, esculpía, operaba y diseccionaba las palabras. Con precisión quirúrgica. Sus clásicos poemas –bellos, condensados, sutiles– pero también sus prosas desbordadas donde abundan los neologismos, los juegos sonoros, la obscenidad y la ironía. Dos registros, dos modos de hacer con el lenguaje, que no fueron consecutivos sino simultáneos. Así escribió, por ejemplo, en 1970: “La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada del muro”, y también, un año después: “Se dicen intelectuales, gente de letras, cagatintaschinas, y qué se yo, pero desconocen los avatares de los 280 aspectos de la erotología china –dijo el erotólogo, calígrafo y polígrafo chino Dr. Flor de Edicho Pú”. Y mientras lanzaba al mundo demandas amorosas de niña asustada –Orozco, nuestra bruja poética, le ofrendaba conjuros de medianoche por teléfono para tranquilizarla, cuando Alejandra la llamaba convencida de algún acontecimiento funesto por venir–, o entraba y salía de la sala de psicopatología del Hospital Pirovano por diversos intentos de suicidio, y le escribía a su amigo Cortázar: “Julio, creo que no tolero más las perras palabras”; mientras todo esto ocurría, estaba abocada a una antología poética que iba a ser publicada en España por el escritor Antonio Beneyto. Con él sostuvo una correspondencia hasta casi el final de sus días, y en ese intercambio –sin rastros de desbarranco ni disgregación, por el contrario, con los modos educados y formales de la señorita que también sabía ser– Alejandra estaba bien viva.

El humor pizarnikeano –que puede rastrearse en su correspondencia más temprana, sobre todo cuando se dirige a determinados interlocutores, por ejemplo su amiga Ivonne Bordelois– conjuga siempre la muerte y la sexualidad, como imposibles, entrelazándose hasta el extremo con el fin de denunciar lo absurdo del lenguaje. Pero este mecanismo, incluso, tiene su genealogía. Ya Cristina Piña, su biógrafa, advertía que Alejandra leía e investigaba libros sobre el humor y la desestructuración del lenguaje, a través de autores como Alfred Jarry y Lewis Carroll –y podríamos incluir a James Joyce con su Ulises. La conjugación muerte y sexualidad alcanza su paroxismo poético en ese texto inclasificable llamado La condesa sangrienta; un retrato cruel y sumamente lírico de Erzsébet Báthory, la vampiresa húngara que torturó y asesinó a más de seiscientas mujeres para extraerles la piedra de la juventud; y apropiársela. Alejandra adoptó este método de apropiación –que no es plagio, que no es intertextualidad– con sus poetas y escritores amados. Su obra entera es un mosaico de voces ajenas devenidas propias. Un trabajo arduo de lectura. Un mapa literario y poético que se despliega como una ofrenda. Los poetas también son aquellos que expanden el mundo.

Todo está escrito en el crepúsculo. Podemos leer a Pizarnik desde los signos inequívocos de la muerte, o abrazarla con lo abierto que implica lo que permanece vivo. Lo abierto, lo inabarcable: una obra que contiene la vertiginosidad de ir hasta el fondo con el lenguaje para explorarlo, desmenuzarlo, corromperlo, embellecerlo, enaltecerlo y denunciarlo. Con desmesura y con delicadeza. Con desesperación y con rigurosidad. Y Alejandra se entregó al juego de la vida de la misma manera. Hasta el fondo. Conmovida en su perfecta desnudez, escribió en el pizarrón, escribió en el crespúsculo. Oh, vida. Oh, lenguaje. Oh, Bataille. No renunció a la posibilidad de espiarlo, aun después de muerto. Aun en la antesala de su propia muerte. Voyeur del abismo. Su último acto, la misma determinación poética. He dado el salto de mí al alba.

***

criatura en plegaria

rabia contra la niebla

escrito                                                                                                                                                                                                                                                                               contra

en                                                                                                                                                                                                                                                                                                  la

el                                                                                                                                                                                                                                                                                      opacidad

crepúsculo

no quiero ir

nada más

que hasta el fondo

oh vida
oh lenguaje
oh Isidoro

Septiembre de 1972.
Hallado tal cual se reproduce, escrito con tiza en el pizarrón de su cuarto de trabajo.

Martín Eito

SOLAMENTE LAS NOCHES

escribiendo
he pedido, he perdido.

en esta noche en este mundo
abrazada a vos,
alegría del naufragio.

he querido sacrificar mis días y mis semanas
en las ceremonias del poema.

he implorado tanto
desde el fondo de los fondos
de mi escritura.

Coger y morir no tienen adjetivos.

1972
Adjunto a una carta no enviada a Jean Aristeguieta, directora de la revista Árbol de fuego (Caracas) fecha en enero de 1972.

 

 

SALA DE PSICOPATOLOGÍA (fragmento)

Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro-
so, pero
       ¿se casarían con el leproso?
       Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,
       sí de eso son capaces,
       pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como
 ustedes:
      –¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?
      Y
       sí,
       aquí en el Pirovano
       hay almas que NO SABEN
       por qué recibieron la visita de las desgracias.
       Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que
  la sala –verdadera pocilga– esté muy limpia, porque la roña les da te-
  rror, y el desorden, y la soledad de los días habitados por anti-
  guos fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la
  infancia.
       Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala
  llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de
  la mejoría.
  Pero
   ¿qué cosa curar?
  Y ¿por dónde empezar a curar?
(…)
Sala 18
   cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en
ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,
   15 ó 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las
analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,
   porque –oh viejo hermoso Sigmund Freud– la ciencia psicoanalíti-
ca se olvidó la llave en algún lado:
   abrir se abre
   pero ¿cómo cerrar la herida?
   El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta-
ñan la herida que supura.
   El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o segura-
mente, le ha causado la vida que nos dan.
   "Cambiar la vida" (Marx)
   "Cambiar el hombre" (Rimbaud)
   Freud:
   "La pequeña A. está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)
   Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica.
Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza",
de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lich-
tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su Diario cosas
como:
   "Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"
   Algo solo estaba, ¿no?
   (Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
   Y a Kierkegaard
   Y a Dostoyevski
   Y sobre todo a Kafka
   a quien le pasó lo que a mí, si bien él era púdico y casto
   –"¿Qué hice del don del sexo?" –y yo soy una pajera como no exis-
te otra;
   pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:
   se separó
   fue demasiado lejos en la soledad
   y supo –tuvo que saber–
   que de allí no se vuelve
   se alejó –me alejé–
  no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
  sino porque una es extranjera
  una es de otra parte,
  ellos se casan,
  procrean,
  veranean,
  tienen horarios,
  no se asustan por la tenebrosa
  ambigüedad del lenguaje
  (no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)
  El lenguaje
  –yo no puedo más,
  alma mía, pequeña inexistente,
  decidíte;
  te la picás o te quedás,
  pero no me toques así,
  con pavura, con confusión,
  o te vas o te la picás,
  yo, por mi parte, no puedo más.

1971

 

 

 

DENSIDAD

Yo era la fuente de la discordancia, la dueña de la disonancia, la niña del áspero contrapunto. Yo me abría y me cerraba en un ritmo animal muy puro.

 

 

EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LOCURA (Fragmento)

Puertas del corazón, perro apaleado, veo un templo, tiemblo, ¿qué pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.

1964

 

 

 

LOS TRABAJOS Y LAS NOCHES

para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor

he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos

para decir la palabra inocente

1965

 

 

 

13

explicar con palabras de este mundo
que partió un barco de mí llevándome

1962

 

 

 

TIEMPO


A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.
 
Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.

1958

 

María Magdalena

Es escritora y poeta. Su primer libro, Spleen, fue editado en diciembre de 2013 por editorial Letra Viva. En 2015 publicó la plaquette La pequeña muerte. Luego publicó el poemario Los nombres del padre, coleccion Pippa Passes Ediciones  Buenos Aires Poetry. Fue seleccionada para integrar la antología de poesía 2015 de APOA La Juntada (Asociación de Poetas Argentinos).

Martín Eito

Es dibujante. Estudió con Óswal y Sábat. Obtuvo importantes premios en distintas bienales de arte joven. Trabaja para editoriales y medios gráficos argentinos y extranjeros. Publicó dos libros de su autoría y más como ilustrador.  Realizó animaciones para Internet y TV.

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Notas

[1] Hemos trabajado este tema con Leonardo Leibson y Javier Galarza en el libro La perfecta desnudez. Conversaciones desde Alejandra Pizarnik, Buenos Aires, Letra Viva, 2018.

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