27/10/2015
Sobre la representación del horror
El sutil encuentro entre arte y memoria
Por Eduardo Jozami
¿Es lícita cualquier actividad artística en un centro de memoria? ¿Cuál es la diferencia entre sacralización y solemnidad? ¿Qué espacio darle a las transgresiones propias del arte en un espacio que estuvo signado por el dolor y los crímenes? Sobre éstas y otras preguntas reflexiona el director del Centro Cultural Haroldo Conti, que echa luz sobre una cuestión que abordaron pensadores como Walter Benjamin, Theodor Adorno y Pierre Nora.
Cuando iniciamos las tareas en este Centro Cultural, hace casi ocho años, veníamos con la idea no muy precisa de que había que estimular la creación artística y literaria en relación con la memoria de los años de plomo. Tuvimos que profundizar entonces nuestro conocimiento de los debates europeos que habían señalado límites para la representación del horror, cuestionando la legitimad de algunos abordajes. Las muchas polémicas y aclaraciones no habían acallado aún los ecos suscitados por las afirmaciones de Theodor Adorno acerca de la imposibilidad de hacer poesía después de Auschwitz y sobre esos ecos pivoteaba la más reciente proclama de Claude Lanzmann quien consideraba obsceno todo intento de comprender un acontecimiento tan único e incomparable como la Shoah.
Menos por influencia directa de esos debates europeos que por la espontánea resistencia de algunos familiares ante cualquier actividad que pudiera considerarse irrespetuosa para la memoria de los desaparecidos, lo cierto es que no estaba claro en un principio lo que era lícito hacer en este espacio de la ex ESMA al que muchos asociaban con la silenciosa recordación de las víctimas antes que con un ámbito para convocatorias culturales. Un pequeño sector del movimiento de Derechos Humanos radicalizó más esa postura, la que iría debilitando gradualmente, pero en el acto inicial de las actividades del Conti, una diputada nacional, hija de un desaparecido de la ESMA, pronunció un discurso amenazador, enfatizando la inconveniencia de las acciones culturales que se proyectaban.
La abundante producción literaria y la proliferación de espacios memoriales en el mundo no podía ser ignorada, pero era razonable tener dudas respecto a la orientación de esos trabajos que, en las últimas décadas del siglo XX, al amparo de la lamentable experiencia de los socialismos reales, se habían asociado a un discurso que, so pretexto de condenar el totalitarismo, excluía cualquier posibilidad de cambios sociales profundos.
Por otra parte, fue necesario discutir en torno a nuestra concepción de la memoria. La abundante producción literaria y la proliferación de espacios memoriales en el mundo no podía ser ignorada, pero era razonable tener dudas respecto a la orientación de esos trabajos que, en las últimas décadas del siglo XX, al amparo de la lamentable experiencia de los socialismos reales, se habían asociado a un discurso que, so pretexto de condenar el totalitarismo, excluía cualquier posibilidad de cambios sociales profundos.
A poco de asumir las tareas, este director del Centro Cultural Haroldo Conti volvió de París –adonde había sido generosamente invitado para conocer diversos centros de memoria- portando los tres voluminosos tomos de Lugares de Memoria, la compilación de Pierre Nora que aparecía como el último grito de la academia. No tardaríamos en descubrir que ese libro de Nora –que contiene algunos trabajos valiosos y enriquece el concepto de lugar de memoria, más allá delos espacios físicos.- poco podía aportar a nuestros trabajos. El académico francés establecía una separación rígida entre memoria e historia y señalaba que sólo podían ser objeto de las investigaciones de esta última disciplina aquellos temas o períodos alejados en el tiempo o que ya no despertaran mayor empatía en nosotros. Nada que ver con la situación argentina en la que teníamos que trabajar sobre un pasado reciente que las políticas de Memoria, Verdad y Justicia hacían aún más actual.
Siguiendo esa misma orientación, algunos historiadores cuestionaron la posibilidad de hacer estudios serios sobre la historia reciente, afirmación que no impidió que afortunadamente siguieran proliferando trabajos -de desigual valor- que han constituido en menos de dos décadas un aporte muy significativo para el mejor conocimiento de lo ocurrido en los años ‘60 y ’70. Mostrando su afinidad con esos cuestionamientos académicos, Beatriz Sarlo desarrolló, en el Seminario sobre Ficción y Memoria, realizado en el primer año de gestión de nuestro centro cultural, un cuestionamiento de los testimonios que entonces proliferaban (especialmente los de sobrevivientes de la represión dictatorial), señalando la subjetividad que impregnaba esas declaraciones. Esta afirmación resulta evidente pero no permite, sin embargo, ignorar el aporte notable que esos testimonios hacían a los juicios contra los responsables del terrorismo de estado y que, además, se constituirían como parte fundamental de la memoria de la dictadura y de las luchas populares de los ’60 y’70.
El descubrimiento de la obra de Walter Benjamin fue muy importante para rechazar esta mirada que negaba la posibilidad de trabajar con rigor sobre el pasado reciente y para rechazar toda posibilidad de una separación definitiva entre historia y memoria. El radical cuestionamiento benjaminiano a la idea de progreso abría un horizonte fecundo para pensar más allá de las ortodoxias de izquierda y la conjunción de algunos temas del marxismo con la libre interpretación de la tradición judía –mezcla que se hubiera considerado escandalosa en los ’70- resultaba particularmente interesante en nuestro tiempo en que, en palabras de Enzo Traverso, sólo resulta aceptable “un marxismo melancólico”. La idea benjaminiana de la catástrofe –la revolución era para él un modo de evitarla antes que el acelerador del camino de la historia- resultaba anticipatoria de Auschwitz y da cuenta mejor que cualquier otra de las acechanzas del mundo de hoy.
El pensador que supo ver en el ángel del cuadro de Paul Klee la explicación más abarcadora de las ruinas que el progreso dejaba a su paso y encontró en la arquitectura de los pasajes parisinos la anticipación de la cultura del capitalismo, nos enseñaba a comprender que las artes visuales no constituyen una mera ilustración, que aportan otro sentido, que pueden dialogar con los textos de la historia, el ensayo o la reflexión filosófica.
Además, un filósofo que piensa con imágenes debía necesariamente cuestionarnos a quienes nos habíamos formado en un mundo dominado por el libro y la palabra. El pensador que supo ver en el ángel del cuadro de Paul Klee la explicación más abarcadora de las ruinas que el progreso dejaba a su paso y encontró en la arquitectura de los pasajes parisinos la anticipación de la cultura del capitalismo, el que anunció las posibilidades que abría el cine en una nueva era de producción artística, nos enseñaba a comprender que las artes visuales no constituyen una mera ilustración, que aportan otro sentido, que pueden dialogar con los textos de la historia, el ensayo o la reflexión filosófica.
Benjamin recomendaba no elegir la foto que parece adecuarse mejor al texto que acompaña sino aquella que puede enriquecerlo con un plus de sentido, diciendo algo más. Como lo hemos señalado, el halo que rodea las fotografías de Helen Zout que registran diferentes circunstancias de la represión dictatorial no afecta su carácter documental pero está señalando otra cosa no menos importante, que nunca ese registro podrá ser absolutamente realista, porque el acierto de estas Huellas de las desapariciones, de esas imágenes que parecen esfumarse y en las que se borran los contornos, es que nos ayudan a ver en cada víctima a todas las víctimas y a recrear el mundo moral que subyace a esa experiencia militante.
Ese diálogo entre diferentes registros, textos y discursos, sólo puede concebirse en el marco delabsoluto respeto por la creación artística, como contracara del mundo dictatorial del autoritarismo y la censura. Así hemos actuado en el Conti, entendiendo como legítimos todos los abordajes, lo que no es contradictorio con otro de los criterios que presiden nuestra actividad. No somos partidarios de que nuestras muestras y espectáculos expresen una referencia directa a la represión, que enfaticen los sufrimientos y privaciones de quienes pasaron por este calvario. Esa búsqueda de un impacto emocional probablemente ahuyente a los visitantes y no estimule la reflexión. Cuanto menos literal sea la alusión a aquello que de todos modos siempre se hará presente en este predio, mayor será el potencial de la obra de arte para estimular la imaginación, para hacernos pensar, para generar nuevas miradas.
Esa misma libertad que planteamos para la creación artística debe reinar en nuestros seminarios y debates. Es importante este señalamiento porque el compromiso político que anima nuestra gestión, la identificación profunda con las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, debe superar algunos riesgos que están siempre al acecho. En primer lugar la tendencia al panfleto que lleva a simplificar el discurso, a eludir las discusiones, a ignorar los matices, a la afirmación de una memoria única, ignorando que la mejor comprensión del pasado reciente sólo podrá surgir del intercambio más amplio.
Por otra parte, como es fácil comprender que la decidida actitud de los presidentes Kirchner para terminar con el ciclo de la impunidad haya acercado a la mayoría de los militantes de los derechos humanos a las posiciones del gobierno, debemos ser muy cuidadosos en evitar cualquier identificación que de un sello partidario a nuestras tareas. Ello conspiraría contra la creación del clima adecuado para el avance de nuestras reflexiones y sobretodo para la mayor convocatoria de los intelectuales y artistas. En momentos en que se abre una nueva coyuntura política en el país, esta amplitud que reclamamos para el movimiento de derechos humanos y para los espacios de memoria puede ser aún más necesaria para convocar a sectores más amplios de la sociedad.
Nuestro reclamo de desacralización se fundaba también en la necesidad de historizar los grandes crímenes contra la humanidad y sostener la legitimidad de sus tratamientos literarios o artísticos. Aunque seguimos sosteniendo esas posturas, creemos hoy que la palabra "desacralización" no refleja plenamente la concepción con la que encaramos nuestra tarea.
Para caracterizar el modelo memorial que se ha gestado en torno a la Shoah, que puede verse como una pura expresión del mal desvinculado de la historia europea, de la caldera de conflictos ideológicos y sociales en los que se gestó el nazismo, se ha dicho que el Holocausto se había convertido en una religión civil. En esa misma senda, nosotros hemos hablado de una sacralización del predio para contestar las posturas de quienes rechazaban la mayor apertura al público de la ex ESMA o la realización de convocatorias culturales. Nuestro reclamo de desacralización se fundaba también en la necesidad de historizar los grandes crímenes contra la humanidad y sostener la legitimidad de sus tratamientos literarios o artísticos. Aunque seguimos sosteniendo esas posturas, creemos hoy que la palabra "desacralización" no refleja plenamente la concepción con la que encaramos nuestra tarea. Porque no reconoce las dos caras con que se nos presentan los grandes crímenes contra la humanidad. Productos históricos que deben ser estudiados como tales para intentar la comprensión de lo ocurrido, para poder sostener con fundamento la decisión de evitar que se reiteren, no considerándolos como inexplicables emanaciones del Mal absoluto, pero al mismo tiempo episodios que siempre guardaran un residuo irreductible a la indagación de causas económicas, determinaciones estructurales o transformaciones políticas, porque afortunadamente no terminamos de entender como aquello fue posible.
Sobre la dictadura de Videla y Martínez Hoz hoy conocemos plenamente su proyecto, su planificación de la restructuración regresiva de la sociedad y de la muerte masiva, pero todas estas determinaciones no impiden que nos sigamos preguntando cómo pueden los seres humanos atravesar ciertos umbrales de la maldad y el dolor. Esta pregunta tiene sentido porque bordea lo sagrado, porque es la que nos permite sentir el mismo desconsuelo en cualquiera de los sitios que en el mundo albergaron los grandes crímenes, seguir entendiendo a los derechos humanos como un valor universal. Esa búsqueda de trascendencia, de universalidad, es también la del artista. Bienvenida la desacralización para eliminar de su trabajo todas las solemnidades y permitir todas las transgresiones, pero este encuentro del arte y la memoria también tiene algo de sagrado que no queremos negar.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti
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