23/08/2022
A 60 años de su secuestro y desaparición
Un nombre que sigue estremeciendo: Felipe Vallese
Por Javier Vitale
El 23 de agosto de 1962 por la noche Felipe Vallese fue secuestrado en el barrio de Flores cuando se dirigía a su trabajo como obrero metalúrgico en una fábrica. Tenía 22 años. En marzo de ese año un golpe militar había derrocado al presidente Arturo Frondizi. Hace 60 años está desaparecido. Hacia fines de la década de 1950 había fundado, junto a su amigo Alberto Rearte, la Juventud Peronista. Su historia, sus luchas y la búsqueda por parte de sus compañeros, que comenzó al día siguiente de su secuestro.
La figura de Felipe Vallese –con su desaparición y la significancia que contiene– está inscripta en una variada cantidad de núcleos problemáticos de la historia argentina. Su militancia sindical y política, su rol como delegado gremial de fábrica, ser un obrero industrial, ser peronista, ser un joven asesinado en el marco de una estrategia estatal represiva y ser un desaparecido por motivos políticos son rasgos inherentes de la trascendencia histórica de varias generaciones de nuestro pueblo. En el caso de Vallese se reúnen todas en la misma persona. Desarrolladas en un contexto determinante para nuestra historia como son los 18 años de resistencia peronista. Él es un hijo predilecto de aquella resistencia.
Vallese nació un 14 de abril de 1940, año que iba a ser de los últimos alientos de vida de la década infame. El padre de Felipe fue un inmigrante italiano que arribó a nuestro país en 1925 donde desarrolló luego un porvenir de diversa suerte, afincándose definitivamente en el barrio de Caballito de la Capital Federal. El entorno familiar y los primeros años de vida de Vallese se encontraban ajenos a la experiencia popular que estaba protagonizando una revolución nacional. El periodista Pedro Barraza, quién investigó en la década del ’60 en una serie de crónicas la causa policial, detalla el derrotero laboral del joven Vallese: “Felipe, que comienza a los 14 años como cadete de una editorial, tiene otras experiencias de trabajo: oficia primero de pintor y luego de obrero en una tintorería.” Allí no hay atisbo todavía de una preminencia hacia la militancia. Ese destino estuvo signado por dos fenómenos: su amistad barrial con Alberto Rearte, con quien entre otros militantes funda la Juventud Peronista hacia fines de los años ’50, y el ingreso a su primer trabajo estable en un entorno industrial. Retomando, Felipe Vallese se fue forjando como un adulto precoz al calor de sus constantes experiencias laborales. Seguramente para ese incipiente obrero no hayan pasado desapercibidos los últimos años de la revolución justicialista ni tampoco sus amplias conquistas laborales y sociales o el alcance y la masividad alcanzadas por el sindicalismo, tanto en la defensa de los intereses de las y los trabajadores como en su tejido organizativo. Sin lugar a dudas, el golpe de 1955 signó el destino trunco de aquella comunidad que estaba protagonizando su revolución, como también influyó en aquellas nuevas camadas de militantes que se forjaron al calor de la resistencia peronista.
Felipe Vallese ingresó a la fábrica TEA (Trafilación y Esmaltación de Alambres) S.R.L., como obrero metalúrgico a los 18 años. Es medular remarcar la actividad económica a la que ingresa Felipe. Luego del proceso de sustitución de importaciones y centralidad industrial que impregnó el peronismo, la actividad metalúrgica comenzó a ser la preponderante entre las actividades industriales en los años subsiguientes, siendo a su vez la rama con mayor cantidad de obreros industriales. Esto delineó la estructura productiva pero también el mapa sindical, erigiendo a la UOM como el sindicato más importante de la Argentina. Allí fue donde Vallese encuentra su destino como trabajador y como militante. Se lo puede pensar concientizando a sus compañeros de fábrica y formando parte de la huelga metalúrgica de 1959 que duró más de un mes y por el cual fueron detenidos 800 delegados de la UOM. En paralelo, y junto a las nuevas camadas de jóvenes que buscaban espontáneamente nuclearse para resistir a las sucesivas dictaduras o gobiernos que avalaban proscripciones, se estructura una mesa ejecutiva de la nueva Juventud Peronista donde Felipe Vallese fue parte integrante. Estos espacios de militancia político territorial constantemente estuvieron influenciados por el entramado que generaba la organización del trabajo, su expansión territorial y el tejido organizativo que emanaba desde los sindicatos.
Carnet sindical de la UOM de Felipe Vallese
En la noche del 23 de agosto de 1962 Vallese fue secuestrado en la intersección de las calles Trelles y Canalejas (hoy Felipe Vallese), barrio de Flores, al ser rodeado por ocho policías armados que, luego de una férrea resistencia, logran llevárselo. Vallese se dirigía a su trabajo en la fábrica TEA. En ese mismo momento, otro grupo de policías se dirigió hacia la casa donde vivía Felipe Vallese, en la calle Morelos, donde ingresan violentamente y armados, y secuestran a todos los habitantes del hogar: Mercedes Cerviño de Adaro, Elvia Raquel de la Peña, Rosa Cándida Salas y Agustín Adaro. Todos convivientes del domicilio junto a Felipe, su hijo e Ítalo Vallese –hermano del primero– quien también fue interceptado y secuestrado. Fue un operativo mayúsculo motivado por la búsqueda de Alberto Rearte, cofundador junto a Vallese de la Juventud Peronista.
Su desaparición como parte de una nueva etapa de la contrarrevolución
La causa Vallese puede ser inscripto en lo que se considera la utilización de la desaparición por motivos políticos y sociales dentro del largo proceso histórico de la violencia institucional. Eduardo Luis Duhalde esgrime con claridad que “el terrorismo de Estado ha sido práctica constante –ideológica y política– de la oligarquía nativa”.
Erróneamente se lo define a Felipe Vallese como el primer desaparecido o el primer desaparecido político de nuestro país. Es sumamente complejo historizar la figura de la desaparición como parte de las acciones terroristas del Estado en la historia argentina. En el siglo XX, con la consolidación del Estado Nacional y oligárquico y la aparición del “problema social”, el abordaje de la conflictividad laboral y social por parte de las esferas gubernamentales ha sido lineal: represión policial, desconocimiento del disidente como un actor político y normativa acorde con el sistema persecutorio. Según Osvaldo Bayer, Atilio Borón y Julio Gambina en el libro El Terrorismo de Estado en la Argentina, el primer desaparecido por motivos políticos y sociales en el siglo XX fue Juan Ocampo, un trabajador marinero de 18 años. Quien fue asesinado en la represión que se sucedió durante el acto del 1 de mayo de 1904 realizado por el movimiento obrero argentino. Luego de su asesinato, la policía secuestró su cuerpo y lo desapareció. El desaparecer un cuerpo como parte del aparato represivo tenía que ver con disciplinar aún más a los sectores populares organizados. Formaba parte del andamiaje de hostigamiento hacia la clase trabajadora de la época. Luego con el perfeccionamiento de la violencia institucional la desaparición será muchas veces la acción sistemática de tapar “excesos” en situaciones de detenciones seguidas de torturas y luego, asesinato. Sin lugar a dudas el mecanismo de la desaparición se afianza a la par de la consolidación del uso de la tortura como tratamiento policial y de inteligencia por parte del Estado sobre el activismo social, político y sindical.
Afiche de la CGT por el primer aniversario de la desaparición de Vallese. Realizado por Ricardo Carpani. Año 1963
Felipe Vallese luego de ser secuestrado fue dirigido junto al resto de los detenidos a la Comisaría 1ra de la localidad de San Martín. Él llegó a la comisaría ya habiendo pasado por la sala de tortura. Fue el primer torturado del operativo. Sabían que él era amigo y compañero de Rearte, que es a quien supuestamente buscaban. Pero también conocían de su activismo en la Juventud Peronista y de su militancia sindical. Por eso se ensañaron primero con él. Igualmente, las fuerzas represivas no tuvieron freno y desarrollaron asimismo sesiones de tortura con varios de los demás detenidos. Sin embargo, Vallese –según las investigaciones en la década de 1960 del periodista Pedro Barraza y los abogados Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña– no sobrevivió a las golpizas y a la tortura con picana sufrida instantáneamente luego de su secuestro y traslado. Horas más tarde después de su secuestro y traslado, Vallese fallece. Situación desconocida por el resto de los detenidos, como también por los denunciantes de este masivo operativo ilegal. Justamente, desde el mismo día 24 de agosto, tanto conocidos de Felipe como la Unión Obrera Metalúrgica denunciaron la situación, y el letrado del sindicato interpuso un Hábeas Corpus. La militancia popular levantó instantemente la bandera por la aparición con vida de Vallese. Se inmortalizó la consigna “un grito que estremece, Vallese no aparece”. La primera reacción de la Policía Federal fue el encubrimiento, manifestando desconocimiento sobre detenciones de los nombres denunciados. Tanto las Jefaturas Policiales de Capital Federal como de la Provincia de Buenos Aires negaban tener detenidas a las personas mencionadas. El encubrimiento (de los secuestros, detenciones ilegales, torturas y desaparición de Felipe Vallese) se fue estructurando desde el primer día. Once días después del hecho, la Policía de Buenos Aires recién admitía tener detenidas (en otra locación) al resto de los secuestrados pero nada dijeron sobre Vallese. En ningún informe policial se mencionó el nombre de Felipe Vallese. Su desaparición y el encubrimiento de la misma refuerzan el trazo de acción de este Estado opresor.
Esto formó parte de la ofensiva policial-militar, en el marco del Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) desarrollado a partir de 1960, de detener y enjuiciar militarmente a miles de dirigentes y militantes políticos y sindicales. Si bien Felipe Vallese no fue parte principal del operativo del 23 de agosto es posible advertir que su secuestro sirvió como un objetivo de la estrategia del enemigo del pueblo. Ya que como cuadro político sindical, su militancia activa, la posición ascendente en la fábrica que había logrado y su organicidad dentro de la principal organización sindical del país hace posible leer esa desaparición como parte de los objetivos de la ofensiva estatal. En esos años, la desaparición no fue un mecanismo central de la estrategia represiva, como será en el marco del Terrorismo de Estado iniciado en 1976. Sin embargo, ya comienza a formar parte de las posibilidades de afrenta contra el “enemigo interno”. No es casualidad justamente que si se analiza el decurso histórico de la violencia antiperonista llegando a la última dictadura cívico-militar, el policía que coordina el secuestro, la tortura y la desaparición de Vallese, Juan Fiorillo, fuera luego parte de los grupos de tareas del Jefe de la Policía Bonaerense Ramón Camps oficiando como Comisario Mayor de la fuerza. El caso de Felipe fue un exacto preludio del genocidio desarrollado desde 1976, cuya planificación sobre el exterminio se edificó masificando el mecanismo de la desaparición. Esto constituye un preciso antecedente ya que la desaparición de Vallese fue ante todo la de un militante popular de base y delegado sindical, sujeto predilecto de la ofensiva patronal y militar durante la última dictadura. Al decir de Eduardo Luis Duhalde en los capítulos introductorios del libro Felipe Vallese: Proceso al Sistema, “esa multitud de trágicas sombras que son los 30.000 detenidos-desaparecidos del Estado Terrorista del 76 al 83, vino a ocupar el lugar de Felipe en las múltiples búsquedas y esfuerzos identificatorios posteriores.”
El peronismo y la resistencia, contorno histórico de una vida
El peronismo y la clase obrera signaron el tiempo político y social desde 1945 en adelante. A partir de 1955, fue el tiempo de la contrarrevolución y por ende fue el tiempo de la violencia, determinado por el terrorismo de Estado y la persecución y represión a las y los trabajadores y al pueblo en su conjunto. Los bombardeos en el centro de Buenos Aires., los fusilamientos de junio de 1956, los asesinatos de Mussy, Retamar, Hilda Molina de Guerrero, Mena y los demás luchadores durante el Cordobazo y los fusilamientos de Trelew, son ejemplos notorios de una política constante.
Boletín Informativo de la CGT. Año 1965
A partir del proceso autodenominado Revolución Libertadora se desplegó una política de persecución hacia el pueblo peronista –el Decreto 4.161/56 es la expresión manifiesta–, con especial predilección por la dirigencia y militancia sindical. Se intervinieron innumerable cantidad de sindicatos y se expulsó e inhabilitó a miles de dirigentes y delegados de base. Se avanzó en la coerción del sindicalismo peronista –los Decretos 3.032/55 y 7.107/56– y se intentó definir una nueva estructura para las organizaciones sindicales mediante una normativa –los Decretos 2.379/56 y 9.270/56– que prohibía la agremiación conjunta de la totalidad del personal y eliminaba la Ley de Asociaciones Sindicales vigente. A su vez, con los comandos civiles ocupando los sindicatos y la detención de miles de dirigentes gremiales se buscó desmoronar la comunidad organizada del pueblo peronista. La ofensiva anti popular fue una necesidad para implantar los objetivos económicos definidos por la dictadura como fueron el ingreso al FMI –con el acatamiento al plan de ajuste propuesto– y el creciente ingreso de capitales extranjeros. El impacto sobre el bolsillo de las y los trabajadores resultó inmediato; la resistencia obrera también. Entre 1956 y 1959 fue de toda nuestra historia el periodo con mayor cantidad de días laborales perdidos a causa de las diferentes huelgas de trabajadores. En promedio por año se perdieron más de 6 millones de jornadas de trabajo. Esta primera etapa de la resistencia peronista se centró en la conflictividad laboral que buscaba recuperar terreno desde las estructuras sindicales intervenidas y luego recuperadas; y que intentó frenar y recomponer el salario real, manifestando, a su vez, desde lo laboral el descontento socio-político. También se basó en un nuevo emergente militante como fue la generación de grupos de resistentes en las barriadas populares que buscaban desestabilizar desde las bases a la dictadura.
El triunfo electoral de Frondizi y su traición al acuerdo firmado con Perón –del cual solo cumple la restitución parcial de la Ley de Asociaciones Profesionales de 1945, en el que lo más llamativo será la inclusión especifica de la figura del delegado de personal como representante sindical en los lugares de trabajo– profundiza las contradicciones entre las masas y sectores antinacionales. Llegando al año central de esta historia, 1962, es fundamental destacar que fue uno de los más trascendentales de todo el periodo resistente y quizás el de mayor ofensiva estratégica por parte del sindicalismo peronista. De lo más saliente fue que el 18 de marzo se produjo el triunfo electoral para la gobernación de la Provincia de Buenos Aires con la figura de Andrés Framini, dirigente sindical textil, a la cabeza. En aquel acto electoral y triunfo peronista se verificó por primera vez en términos políticos la potencialidad organizativa de la clase obrera peronista y además el rol excluyente del sindicalismo en tanto conducción táctica del movimiento nacional. El otro hecho histórico de aquel año fue el Plenario de las 62 Organizaciones Peronistas en la localidad de Huerta Grande Provincia de Córdoba en el mes de Julio. Allí se aprobó un programa de nación, de carácter estratégico e integral que se erigió con el tiempo en uno de los mayores planteos programáticos realizados en nuestra historia y, a su vez, formulado por la clase obrera. Para dar una dimensión de este avance ideológico se incluye una cita de Framini quien fue el encargado de anunciar públicamente el programa: “Para esta crisis la única solución real está en la transformación profunda de toda la estructura económica, financiera y jurídica; y social política y estatal. Una transformación revolucionaria, destinada a crear una economía y una democracia social al servicio exclusivo de la comunidad argentina.” En la álgida realidad política de ese año –en escasos meses se anula el triunfo de Framini, renuncia Frondizi, la clase obrera anuncia su programa nacional, el ejército se dirime la conducción del gobierno– se produce finalmente el trágico desenlace de Vallese.
Afiche convocatoria a un Acto homenaje a Felipe Vallese organizado por una Unidad Básica del barrio de Flores. Año 1973
Vallese: la esencia militante
Como núcleo problemático final proponemos retomar la esencia misma de la persona recordada. Felipe Vallese fue un trabajador metalúrgico y un delegado sindical hasta el último día de su vida. La centralidad que toma la organización gremial en los lugares de trabajo y las figuras del delegado, los cuerpos de delegados y las comisiones internas en la historia argentina reciente no pueden ser omitidas para comprender las diferentes etapas de las luchas nacionales como de la lucha de clases interna. Si durante el peronismo “el lugar de trabajo es el espacio de autonomía donde la clase obrera defiende el resultado de su victoria política”, como define Rafael Cullen en su libro Clase obrera, lucha armada, peronismos, durante la resistencia peronista y más aún desde 1960 en adelante, será el núcleo de donde emanen las mayores demostraciones de resistencia y organización popular. En esta línea, el Plan de Lucha de la CGT entre 1963 y 1965, con la toma de fábricas como metodología de lucha, fue el cenit de este proceso. Para comprender lo problemático que era para las patronales el protagonismo de la organización sindical en los lugares de trabajo, mediante delegados y comisiones internas, Victoria Basualdo en su ensayo Los delegados y las comisiones internas en la historia argentina incluye la opinión del Subsecretario de Trabajo del gobierno de Frondizi, Galileo Puente quien manifestaba haber encontrado “anarquía, abusos y extralimitaciones de todo orden de los obreros. Los empresarios habían perdido el comando de las fábricas, todo lo disponían las comisiones internas; mandaban los que tenían que obedecer […] los empresarios deben retomar el control de las fábricas.” Este panorama expone la dimensión del poder de los delegados y las comisiones internas. Felipe Vallese es elegido delegado con solo 18 años, a escasos meses de haber ingresado a la fábrica. En su periodo como representante sindical logra una importante cantidad de conquistas para los trabajadores: “ropa de trabajo, rigurosos cumplimientos del horario y pagos de las horas extras, cofres para vestuarios, leche por trabajo insalubre”, entre otras, según enumera Barraza en sus crónicas periodísticas. Este Vallese no fue solo un protagonista forzado en la escena nacional, sino que principalmente lo fue en el núcleo fundante del poder obrero de aquellos años: ser un militante orgánico de su sindicato pero más aún ser un delegado de sus compañeros, intachable, ético, trabajador y, por sobre todas las cosas, que aplicara ese poder sindical. Su secuestro y desaparición son el reverso de ese protagonismo en el tejido social y político. Se elimina al que integra y amalgama a la comunidad. Verdaderamente un preludio de lo que será 14 años después con miles de dirigentes, delegados y activistas sindicales detenidos-desaparecidos.
Tapa de la Revista Militancia, once años después de la desaparición de Felipe Vallese. Año 1973
Javier Vitale
Miembro del Centro de Estudios para el Movimiento Obrero (CEMO)
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