Saltar a contenido principal

Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

19/08/2022

A 50 años de la masacre de Trelew

La lengua épica y la tragedia

La primera edición de La patria fusilada se publicó al año siguiente de la masacre de Trelew. Desde entonces la entrevista que Francisco Urondo grabó en la cárcel de Villa Devoto con María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los sobrevivientes, se actualiza en distintos contextos históricos como un documento y una crónica que ilumina al mismo tiempo las tragedias del pasado y las memorias del presente.

“Francisco Urondo recogió estos testimonios en una celda del celular n° 2. Integran el libro La patria fusilada de próxima edición”. El anuncio de la revista Crisis en agosto de 1973 incluyó un adelanto de la entrevista con María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar que se publicó ese mismo mes y agotó la primera edición en una semana. Desde entonces hasta hoy aquella conversación sostenida en la cárcel de Villa Devoto con los sobrevivientes de la masacre de Trelew se resignifica en distintos contextos históricos y produce nuevos sentidos.

Daniel Riera, a cargo de la reciente reedición de La patria fusilada, destaca que el libro comenzó por responder a una urgencia de la coyuntura. “Fue hecho para saber qué había ocurrido en Trelew, crear conciencia y que se hiciera justicia. Había que contar los hechos y difundirlos cuanto antes”, dice, mientras viaja en tren, y el voceo de un vendedor ambulante se superpone por un momento a sus palabras.

Las circunstancias de la conversación con los sobrevivientes en Villa Devoto son conocidas por las referencias que aporta Urondo en “Ubicación”, otra entrevista que hace de introducción. “El 24 de mayo a las 9 de la noche empezamos a grabar -cuenta Urondo-. (...) La planta fue tomada y esto nos permitió intercomunicarnos entre los pisos, vernos, cosa que antes no ocurría. Así me pude reunir con Alberto Camps y Haidar, que estaban en el celular del segundo piso, y con María Antonia Berger, que estaba en el quinto. Entonces nos metimos en una celda y nos pusimos a conversar sobre lo ocurrido en Trelew”.

Los presos que estaban en el mismo piso, agrega Urondo, recibieron la orden de no gritar ni hablar en voz alta al mismo tiempo que se dispuso una custodia en la puerta de la celda para que no hubiera interrupciones. La entrevista tuvo así el carácter de una tarea política, en la que se trataba de que “el pueblo argentino sepa, realmente, cómo se está escribiendo su historia”.

Traslado de un contingente de presos políticos desde el Aeropuerto de la Trelew a la Unidad Penitenciaria Nº 6 de Rawson. 9 de septiembre de 1971. Provincia del Chubut. Trelew. Foto: Emilser Pereira - Diario Jornada

Si los hechos de Trelew son hoy examinados como un primer acto del terrorismo de Estado sistematizado a partir de 1976, en la coyuntura de la entrevista aparecieron como culminación de otro ciclo histórico. “La masacre que se va a producir está encuadrada dentro de una política de exterminio concreto y de intimidación a través del asesinato que produce el régimen tranquilamente desde muchos años atrás. Del 16 de junio de 1955 en adelante”, plantea Urondo.

En La patria fusilada hay “fusilados que viven” y pueden contar la verdad oculta de los acontecimientos, como hizo Juan Carlos Livraga con Rodolfo Walsh en el origen de Operación Masacre. Los testigos “son la conciencia ocular sin la cual la Historia sería solo guerra y mudez”, como escribió Horacio González en una reseña a propósito de la primera reedición argentina del libro de Urondo, publicada en 1988 por editorial Contrapunto.

“Desde el punto de vista político, los dos libros refieren a masacres contra militantes populares por parte de una dictadura y los dos contradicen los intentos de los poderes de turno de enmascarar esos hechos”, dice Daniel Riera. Y “desde el punto de vista del oficio, son crónicas extraordinarias; en su caso, Urondo utiliza como voz narrativa las voces de los sobrevivientes y ordena el relato corriéndose de la escena”.

Pero las semejanzas también hacen perceptibles las diferencias, como hizo notar Horacio González. Operación Masacre presenta “hombres ingenuos sobre los que cae el peso de una historia sin inocencia”; La patria fusilada “extrae su fuerza de personajes tallados por el combate y la guerra, pero también acosados por la certidumbre de que pensar en la libertad, del modo en que lo hacían, podía ser el reverso de una muerte ya figurada”. Walsh escribe su investigación a partir de su aprendizaje como narrador policial; Urondo elige “la dramática desnudez de un relato sin tratamiento ficcional” y modela “una crucial apología del testigo”.

Organizaciones y simpatizantes reciben a Héctor José Cámpora. 9 de Julio de 1972. Provincia del Chubut Aeropuerto de Trelew. Foto: Diario Jornada

En “Ubicación”, los interlocutores parecen escuchar el registro de la conversación con los sobrevivientes de la masacre. Las preguntas aluden al  sonido ambiente de la grabación, el ruido de fondo de los cantos, los gritos y los discursos de los presos en la víspera de su liberación. Urondo dice que trató de intervenir lo menos posible, “como corresponde a todo entrevistador” y de evitar cualquier énfasis porque los “hechos trágicos” no necesitan esos agregados. Tenía una experiencia de más de una década en ese sentido, por su trabajo como periodista en distintos medios a partir del momento en que se radicó en la ciudad de Buenos Aires.

En sus colaboraciones para la revista Leoplán (1961-1963), Urondo desarrolló un tipo de entrevistas que implicaba una exigencia adicional a las convencionales. Fue lo que llamó “la entrevista sin preguntas”, en la que desplegaba la voz del personaje sin ninguna mediación más que el título de la nota. Una muestra de destreza narrativa, porque se obligaba a prescindir de los apoyos con que las crónicas presentan a sus protagonistas y a proporcionar esa información a través del mismo discurso del entrevistado.

La patria fusilada comienza de hecho sin preguntas. La frase inicial, de Alberto Camps, refiere a una conversación que ya está en curso: “Las organizaciones armadas fueron uno de los elementos, junto con las movilizaciones populares y la conducción del general Perón”, dice. Berger, a continuación, refiere a un comentario de Haidar “recién, antes de empezar a grabar”. Como si la transcripción al texto siguiera al momento en que se decidió tomar el registro.

El corte, o quizá el momento en que empezaron a grabar, apunta a poner al lector en tema sin más trámite. No tanto en relación a la reconstrucción de los hechos como a las cuestiones que atraviesan la fuga de la cárcel de Rawson y los fusilamientos en la base aeronaval Almirante Zar y lo que comienza a desplegarse como objeto de análisis: la situación política en 1972, la convocatoria a elecciones para 1973, el proyecto de las organizaciones armadas.

Los tres sobrevivientes de la Masacre de Trelew ofrecen una conferencia de prensa. De izquierda a derecha, con bigotes y lentes oscuros Ricardo Rene Haidar, Maria Antonia Berger y Alberto Miguel Camps. Los demás S.i. 5 de agosto de 1973. Provincia del Chubut, Ciudad de Trelew. Confitería del Hotel Touring Club. Foto: Diario Jornada

“Hay dos problemas: uno es determinar la incorrección o no de la operación [la fuga de Rawson] y otro es la evaluación que se hace en ese momento de la situación política y de las repercusiones que podía tener esa fuga”, dice Berger en su primera intervención. El objeto inmediato de La patria fusilada, entonces, concierne también a la discusión interna de las organizaciones.

“Creo que está completa la explicación política de la masacre”, advierte Urondo con la entrevista ya avanzada, lo que denota que la conversación estuvo orientada con objetivos específicos. Tal vez se encuentren también allí las razones por las cuales quedó afuera un aspecto tan importante como el fracaso del plan original de evasión: lo que cuenta finalmente Jorge Lewinger en Trelew, la fuga que fue masacre, la película de Mariana Arruti, respecto a la confusión que se produjo en el intercambio de señales entre los presos y los integrantes del apoyo externo.

En La patria fusilada, “como corresponde a todo entrevistador”, Urondo se preocupa por mantener el orden del relato, precisar los detalles de los sucesos (“¿cuántos tipos había?”, “¿quién transmitía por la radio?”, “¿cuánto tiempo estuvieron en el aeropuerto?”, son algunas de sus preguntas) y reintegrar los testimonios al cauce central del diálogo cada vez que aparece una digresión (“volvamos a esos días”, “volvamos a Trelew”, exige). Estas marcas relativizan su afirmación de que trató de intervenir lo menos posible y además revierten la posición convencional del género, la de su propia práctica previa: ahora el entrevistador no solo pregunta sino que interpreta, participa en la conversación y desliza algún interrogante que se hace a sí mismo, como la disyuntiva que plantea Urondo entre “extracción de clase” y “pertenencia de clase”, sobre lo que reflexiona en su novela Los pasos previos.

El antecedente formal más inmediato de La patria fusilada tiene un signo político: la entrevista con Carlos Olmedo en la que el dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias relata la toma de Garín del 30 de julio de 1970, primera acción reivindicada por la organización, y su encuadramiento ideológico. Si bien se difundió sin firma a partir de su primera publicación en la revista Gramma, en diciembre de 1970, la tradición oral atribuye esa entrevista a Urondo.

“Los de Garín”, como tituló Cristianismo y revolución al publicar el texto en marzo de 1971, tiene en principio un carácter más formal y distante en las preguntas en comparación con la entrevista a Berger, Haidar y Camps, aunque con el transcurso de la conversación el tono se relaja y parece filtrarse una solapada complicidad. Urondo y Olmedo compartieron esa acción fundante de las FAR, en la que también intervinieron Camps y María Angélica Sabelli, una de las víctimas de la masacre.

Una referencia en común entre ambas entrevistas apunta a una concepción particular en el discurso de las FAR: la idea de que la derrota “es lo que uno hace de ella”, como explica Olmedo, y que en ese sentido sucesos como la muerte de Ernesto Guevara o los fusilamientos de Trelew pueden ser “una formidable lección” y una especie de triunfo político.

La entrevista con Olmedo tiene fines de propaganda, de difusión, de explicación ideológica, y está destinada al mismo tiempo al resto de las organizaciones políticas y al público en general. Uno de sus núcleos es la necesidad de explicar la opción por la violencia, motivada en lo inmediato por la muerte de un policía que se resistió al copamiento del banco de Garín. Es lo que retorna, además, en la intervención de María Antonia Berger durante la conferencia de prensa en el aeropuerto de Trelew, antes de la rendición ante los marinos: “Nosotros no hemos elegido la violencia por la violencia misma, pero vemos que es el único camino que nos queda”.

En vísperas de la asunción de Héctor Cámpora a la presidencia de la Argentina el penal de Villa Devoto fue tomado por los prisioneros, la acción se denominó el Devotazo. Las presiones nacionales e internacionales para la liberación de los detenidos por razones políticas, y el compromiso adoptado por el futuro presidente desde su campaña electoral, lo conducirían a firmar un decreto que sería posteriormente aprobado por el Congreso, 25 de mayo de 1973, Penal de Villa Devoto, Capital Federal, Argentina. Fotos:  Alicia Sanguinetti

En la noche del 25 de mayo de 1973, cuando salió de Villa Devoto con el resto de los presos políticos, Urondo fue abordado por Rodolfo Rabanal y Jorge Lebedev, enviados por la revista Panorama para cubrir la movilización popular que precedió a la amnistía. “Desde el 11 de marzo se distendió aquí la atmósfera represiva que reinó hasta entonces y prácticamente desde hace tres días somos pensionistas de un hotel más o menos ruinoso”, dijo, y se retiró sin mencionar la primicia que había obtenido en la cárcel: por primera vez los sobrevivientes de la masacre se habían reunido para reconstruir y analizar los episodios.

Rabanal y Lebedev relataron en la crónica de Panorama consignas y frases lanzadas por los presos a través de un megáfono hacia la multitud reunida en la calle. Entre otros, Alberto Camps recordó la masacre y dijo que lo contaría “un millón de veces, si es que fuera necesario”. Unas horas antes se lo había dicho a Urondo, como consta en el cierre de La patria fusilada: “Para nosotros, relatar lo de Trelew es una obligación”.

El juicio y el castigo a los responsables de la masacre fue uno de los principales reclamos en la movilización conocida como el Devotazo. Tres meses después, con La patria fusilada en la calle, Urondo fue interpelado por la revista Nuevo Hombre acerca de la impunidad que empezaba a rodear a los represores de la base Almirante Zar. “El pueblo argentino, es decir, la clase obrera peronista y muchos otros sectores de la vida nacional, no necesitan una investigación para saber quiénes son los responsables de este hecho en particular, así como de muchos otros -respondió-. De todas formas, habría que hacer una investigación a fondo, juzgar a los asesinos y condenarlos como merecen”.

Publicado en Cuba con el título Trelew (1976), el relato de los sobrevivientes de la masacre volvió a circular en Argentina a fines de los años 80. “Ahora parece que una pesada maquinaria de siglos nos separase del libro de Urondo”, escribió Horacio González en un contexto determinado por la sanción de las leyes de punto final y obediencia final.

En 2011 Daniel Riera preparó una nueva edición, que este año volvió a publicarse con el carácter de definitiva. Además del texto de la edición original, La patria fusilada incluye prólogos de Ángela Urondo Raboy y Raquel Camps y apéndices con información sobre los asesinatos de Urondo y Alberto Camps y las desapariciones de Berger y Haidar durante la última dictadura y sobre los juicios alrededor de la masacre.

El objetivo de desmentir la versión de la dictadura de Lanusse sobre la masacre quedó cumplido con la publicación del libro; el reclamo de justicia sigue abierto por la responsabilidad del ex teniente Roberto Guillermo Bravo, condenado este año por un tribunal civil en EEUU y con un pedido de extradición a la Argentina en curso. La patria fusilada puede ser releída a la luz de las referencias que contiene sobre Bravo (“un verdadero psicópata”, dice Camps) y en particular de su intervención en la ejecución de los presos y en el armado del encubrimiento, lo que fue además su reciente línea de defensa.

La historia de Trelew está impregnada de una visión épica de la militancia política que se contrapone con los hechos de naturaleza trágica que la conforman. En ese punto Horacio González señaló otro valor de la entrevista: “La lengua épica, cuando se hace cargo de una tragedia que tiene sus momentos de preparación, crecimiento y fulgurante tensión, adquiere una causticidad imprevista, una rústica simplicidad que, por contraste, valoriza todo lo que es narrado”. Los hablantes, los que pasaron aquella noche del 24 de mayo de 1973 en vela en un calabozo de Villa Devoto, son ahora voces que sobreviven, como señala Ángela Urondo Raboy.

En el diálogo, Francisco Urondo escuchó la fortaleza en la fragilidad de los sobrevivientes y “la necesidad de cuidarlos” que se le impuso está en la preservación de sus palabras. Porque si esas voces llegaron hasta hoy fue en primer lugar por su trabajo de ese entrevistador que no quería meterse demasiado en la conversación. Como correspondía.

Osvaldo Aguirre

Poeta, narrador y periodista. En 2021 publicó Francisco Urondo. La exigencia de lo imposible por Ediciones UNL de la Universidad Nacional del Litoral.

Compartir

Te puede interesar

<br />Sin cadenas


Sin cadenas

Por Sebastián Scigliano

La pasión fusilada

La pasión fusilada

Por Mariana Arruti y Lautaro Fiszman

Ilustración Lautaro Fiszman

  • Temas