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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

15/07/2022

Las ocasiones 15# - Ana María Ponce

Abordar la obra de Ana María Ponce nos enfrenta con una pregunta tan simple como inevitable: ¿cómo se lee a una poeta desaparecida? ¿Es posible no buscar en sus palabras alguna forma del presagio, espejos de un camino irrefrenable hacia la tragedia? Aquí la escritura no precede a la desaparición, sino que se constituye como su eco o lenguaje: la poesía es el lenguaje para decir la desaparición en presente.

Ana María “Loli” Ponce nació en San Luis en 1952 en el seno de una familia con raíces militantes. Después de recibirse de maestra, viajó a Buenos Aires para continuar su formación en la Universidad Nacional de la Plata. Allí comenzó a militar en la Juventud Peronista y en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), donde conoció a su marido, Godoberto Luis “Lucho” Fernández, con quién tuvo a su único hijo, Luis Andrés. “Lucho” Fernández fue secuestrado el 11 de enero de 1977 y desde entonces se encuentra desaparecido.

Seis meses después, el 18 de julio de 1977, Loli Ponce fue secuestrada en el jardín zoológico y trasladada a la ESMA. Durante su cautiverio, fue obligada a trabajar en el Sótano del Casino de Oficiales. En ese contexto, la escritura fue a la vez una forma del calvario y la posibilidad de resistencia. Manejó la composer, una máquina con tecnología de impresión mecánica, antecedente de la computadora y, gracias a eso, pudo acceder al papel y al tiempo mínimo para tipear o escribir a mano los poemas que leemos hoy.

El lunes de carnaval de 1978 la trasladaron y nadie más volvió a verla con vida, pero antes logró dejarle los poemas a una de sus compañeras de cautiverio, Graciela Daleo, quien logró sacarlos de la ESMA y entregárselos a la familia. En 2004 los poemas de Loli fueron editados por la Presidencia de la Nación para ser distribuidos en el acto de recuperación de la ESMA, el 24 de Marzo de ese mismo año. Siete años después, en 2011, fueron reeditados por el programa Memoria en Movimiento de la Secretaría de Comunicación Pública de la Nación con el título Poemas.

Abordar la obra de Ponce nos enfrenta con una pregunta tan simple como inevitable. ¿Cómo se lee a una poeta desaparecida? ¿Es posible no buscar en sus palabras alguna forma del presagio, espejos de un camino irrefrenable hacia la tragedia? ¿Tienen algo en común las escrituras de Roberto Santoro, Francisco Urondo o Miguel Ángel Bustos, más allá de un trasfondo de época, un compromiso humano, una experiencia militante concreta, un final? A diferencia de los poetas nombrados, en el caso específico de Ana María Ponce la escritura no precede a la desaparición -no hay posibilidad de rastrear visiones, futuros, como en algún poema de Santoro- sino que se constituye como su eco: la poesía es el lenguaje para nombrar la desaparición en presente.

Hay una desaparecida que ve, recuerda y escribe. Una desaparecida que sale del (y con el) Centro Clandestino sin su cuerpo, hecha de palabras. Estamos, justamente, ante una poética del no-lugar: se es cuando se intenta nombrar por primera vez. Una poesía del límite. Poesía donde el (la) yo intenta subjetivarse en el mismo epicentro de la deshumanización mientras, en un afán clásico, busca la luz o la verdad, la rebelión más cabal, la trascendencia. En los versos de Ponce la imaginación es aquello imposible de ser quebrado, un más allá de los tormentos del cuerpo a pesar del dolor de la pérdida, del volverse/ser pérdida. Fantasma y memoria. La posibilidad de mirar lo atroz a los ojos.

Los poemas que seleccionamos para esta publicación, 45 años después del secuestro de la autora, dan cuenta de su intento por nombrar (desde) la imposibilidad: por un lado el centro clandestino -ese paréntesis dentro de la lengua de la normalidad; por otro la vida, la comprobación de que hay un afuera más allá de la certeza del infierno. Aquí el yo logra atravesar la barrera del silencio y abre un resquicio por donde mirar la muerte en presente, sin la mediación del tiempo que ofrece, por ejemplo, el testimonio de quienes sí sobrevivieron. Se trata de una experiencia extrema, o de una Experiencia, así con mayúsculas, en línea con otras como el Diario de Muerte de Enrique Lihn, por nombrar una dentro de la poesía latinoamericana.

Ana María Ponce hace lo que no se puede: poesía en y desde el Campo de Concentración. Durante y después. Y lo hace como un modo sagrado de la entrega. No estamos sólo ante un yo que pierde y anhela, que motoriza su escritura a partir de un vacío que debe ser llenado hasta el fracaso. Estamos ante un yo que es la perdida. Que vive mientras se desvanece y, antes de convertirse en luz, nos advierte que la libertad existe porque todavía podemos pensar en ella.

Ana María Ponce Fuente: Del libro Poemas de Ana María Ponce, Colección Memoria en movimiento, ed. Presidencia de la Nación.

Para que la voz no se calle nunca,
para que las manos no se entumezcan,
para que los ojos vean siempre la luz,
necesito sentarme a escribir
en este preciso momento en que
todo comienza a ser silencio,
los trenes que pasan me llevan a lejanos
territorios de lucha, y libertad,
y el sol, el sol que me recuerda
años de risa fácil,
de pies descalzos,
de manos en permanente búsqueda.
A veces extraño lo que antes quise,
lo inacabado, lo que ya no tiene razón de ser,
en esta vida nueva que me alimenta,
que me duele pero que me conduce
hasta ese fin inesperado...

No quiero detenerme en ningún momento,
que todo pase,
que mi ser se alimente de fugaces
esperas, de encuentros cortos
de palabras dichas con prisa,
no quiero que el tiempo duela
con el repiqueteo de los despertadores
quiero gritar estas voces que estallan
en mi,
voces antiguas, que tal vez no vuelvan
quiero los momentos felices hechos
puro recuerdo, y la tristeza,
la tristeza,
deslizándose furtivamente
entre las manos
porque hay que buscar eternamente la luz,
la interminable lucha por derrotar
el dolor de los cuerpos,
el hambre de los ojos,
la desesperación de las voces acalladas,
porque hay que descubrir
el camino dejado
por los pies que ya no caminan,
porque hay que vencer el miedo
desterrar la duda,
llenar los insospechados rincones
del cuerpo
con el odio sublime de los perseguidos,
de los hombres verdaderos.
Ya no queda tiempo
para contarte más,
tengo que sumarme a la larga lista
de los que en nada se detienen,
tengo que continuar este grito
guerrero de los explotados
esta batalla anticipada
hacia la libertad.

*

Busco la luz,
aún encerrada entre paredes,
busco el sol,
la vida,
los pájaros,
la risa.
Y me río,
me río
para poder vivir,
para querer vivir;
y quiero encontrar tus ojos,
pero todo pasó.
Sólo queda una sombra
y un lugar vacío,
sólo quedan las horas repitiéndose
en mi cerebro,
sólo quedan algunos recuerdos,
algunas caricias,
y algunas pocas palabras.
Aún así,
sigo buscando la vida.

Agosto de 1977

*

Pinturas: Ani Schprejer

PARA MAÑANA

Mañana,
cuando no estemos
cuando todo se haya
vuelto oscuro,
cuando no nos quede
tiempo para derrochar,
ni sueños que 
desgajar entre besos,
cuando mis manos
se separen de las
tuyas,
y tengamos que apretar
los puños con resignación;
cuando la boca
no tenga más palabras
y las palabras desaparezcan
en un aturdido remolino,
cuando el cuerpo
deje de sentir
la permanente compañía
del miedo,
cuando los oídos
se acostumbren para siempre
al silencio;
cuando
definitivamente no estemos,
mañana,
nosotros los que fuimos,
vivos,
los que reímos y lloramos
y nos alimentamos
amando,
queriendo la vida
nosotros estaremos
regresando;
y la piel será
una oscura mezcla
de tierra y piedras,
y los ojos serán
un inmenso cielo,
y los brazos y los cuerpos
se juntarán sin saberlo
y este niño que quisimos
estará allí
amándonos desde lejos,
sosteniendo nuestro
grito eterno
abriendo nuestro
vientre cálido
haciendo interminables y multiplicados
los puños cerrados con dolor

31 de agosto de 1977

*

Que no me mientan, 
detrás de mí, 
espera el fin. 
Que no me mientan, 
detrás de mí, 
están los recuerdos, 
la simple alegría de vivir libre. 
Detrás de mí, 
quedó un mundo que ya no me pertenece… 
Me miro los pies. 
Están atados. 
Me miro las manos, 
están atadas, 
me miro el cuerpo; 
está guardado entre paredes, 
me miro el alma, 
esta presa … 
Me miro, simplemente 
me miro y a veces 
no me reconozco … 
Entonces vuelvo a mirarme, 
los pies, 
y están atados; 
las manos, 
y están atadas; 
el cuerpo, 
y está preso; 
pero el alma, 
¡ay! el alma, no puede 
quedarse así, 
la dejo ir, correr, 
buscar lo que aun 
queda de mí misma, 
hacer un mundo con retazos, 
y entonces río, 
porque aun puedo 
sentirme viva”

*

Vamos a buscar el tiempo
en que no nos conocíamos.
Era la libertad, la luz,
la risa.
Eran otras manos, otros ojos,
otras caricias.
Éramos menos viejos,
el dolor todavía no
iba perfilándose en
nuestros rostros.
Vamos a buscar el tiempo
en que no nos conocíamos.
Había un niño entre nuestros brazos,
un cálido cuerpo para el amor,
una ilusión constante.
Vamos, amor, debemos encontrarnos,
como antes,
aunque ya no estemos todos,
pero estamos nosotros.
Vamos a descubrirnos
de nuevo,
vamos levantando la cara
para buscar un poco de sol;
la vida se quedó con vos
y conmigo,
hagámosle compañía.
Vamos amor, que alguien
en alguna parte siempre
nos espera.
Vamos amor,
que los ojos pequeños,
los pequeños pies,
las manos pequeñas,
las pequeñas figuras de unos niños
nos están buscando,
y aun nos llaman.

6 de octubre de 1977

*

Pinturas: Ani Schprejer

Espero,
no me preguntes qué espero,
atrás el silencio no quiere
contestarme
las preguntas de la vida
que le hago cada día
vivo;
vivo y espero,
no me preguntes qué me espero,
que tengo el alma dolida,
que me duele el cuerpo
encerrado,
que los ojos se cansan
mirando una estrella
que cayó en el suelo.
Espero,
no me preguntes qué espero,
con una taza de café
con un cigarrillo negro,
mirando pasar las horas,
vivo,
vivo pensando
y no quiero.
No quiero más el dolor,
ni este tiempo detenido,
ni las lágrimas
que a veces entrego.
Pero vivo,
vivo
¿espero.

Noviembre de 1977

*

Nada puede detenerme,
he quedado detrás de las paredes,
caminando siempre,
dejando en la calle mi marca
indestructible.
Y mientras mi sombra pasa,
lentamente,
me van reconociendo
los árboles,
las veredas,
la gente.
Ya nada puede
desprender mi alma
de las cosas,
quedó enraizada
en los rostros,
en las manos ajenas,
en los ojos dolidos,
simplemente
quedó mi huella
de dolor.
Y alguien, espera...

***

Damián Lamanna Guiñazú

Escribe poesía y crítica. Enseña en un colegio secundario y coordina el área de Literatura del CCM Haroldo Conti.

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