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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

08/07/2022

A 170 años de su nacimiento

Hipólito Yrigoyen: nacionalismo y democracia

Norberto Galasso recrea la vida de Hipólito Yrigoyen, sobrino de Leandro N. Alem, quien lo inició en la política y con quien luego tuvo un duro enfrentamiento. De familia de tradición rosista, Hipólito comenzó su vida política como comisario de Balvanera. En 1889 se incorporó a la Unión Cívica, que luego será la Unión Cívica Radical. En 1916 fue elegido presidente en las primeras elecciones libres, con sufragio secreto y obligatorio, cargo que ejerció hasta 1922. A partir de 1928, durante su segunda presidencia, impulsó la nacionalización del petróleo: “Salgo de mi rancho a la edad en que los hombres se jubilan (…) y solo lo hago por mi ley de petróleo”, dijo en aquel momento. El 6 de septiembre de 1930 lo derrocó un golpe de Estado que condujo José Félix Uriburu. Fue confinado preso en la isla Martín García y murió 3 años más tarde, en julio de 1933.

El frío del invierno apretaba en Buenos Aires ese 12 de julio de 1852 cuando le avisaron a  Leandro Antonio Alen que era otra vez abuelo y  que a la criatura  le habían puesto por nombre Juan, quizás porque la familia de  un buen mazorquero le debía siempre lealtad al recientemente derrocado Juan Manuel de Rosas. Después se enteró que el nombre completo era Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen.

Hipólito creció en un clima de  fervoroso antirrosismo en el que sufrieron  discriminación  las familias Alem e Yrigoyen. Cursó sus estudios primarios en el Colegio San José y  secundarios en el América del sur, transitando luego el nivel terciario en el curso de Derecho. ¿Culmina la carrera de abogado o no alcanza el  título? Lo llamarán “dotor” pero esa es la costumbre de los radicales de la época. Con o sin título, lo único cierto es su  admiración por su tío Leandro, de donde nace su vocación política.

Al llegar a los veinte años  una breve experiencia como comisario de Balvanera  revela su enérgica personalidad -en ese barrio de compadres- surgida de las relaciones políticas con  los centros cívicos que  responden a Adolfo Alsina. De ahí que en 1874, Hipólito participe en el apoyo al presidente Avellaneda frente a la insurrección mitrista que pretende impugnar las elecciones que  llevan a Sarmiento a la presidencia. Por eso también lo sigue a su tío en la fundación del Partido Republicano cuya bandera es regenerar las costumbres viciosas de la política, en  aquellos años, como su  diputación provincial en 1878, época en que se trenza en amores con Antonia Pavón. Producto de esa relación, nace su hija María Elena. Poco después, llega el amor con Dominga Campos que concluye con su fallecimiento, en 1890, dejándole cinco hijos.

Son los años en que sus lecturas, especialmente de Carlos Cristian Krause en filosofía,  lo llevan a dar clase en la escuela Normal de Maestras, época  en que crece su interés  por  la producción ganadera y  adquiere campos en Las Flores y 9 de Julio.

En 1889 se incorpora a la Unión Cívica en su lucha contra el gobierno de  Juárez Celman ingresando definitivamente a la política. Un año  después, cuando los cívicos proponen la candidatura presidencial de Bartolomé Mitre, Hipólito se opone  y vinculando a don Bartolo con  la desgraciada guerra contra el Paraguay, le expresa a un correligionario: “¿Cómo quiere que apoye a Mitre?  Sería como hacerme  brasilero”.  Y en julio de 1891 concurre, cuando los cívicos se escinden, a la creación de la Unión Cívica Radical. Ya para entonces, ha ganado adeptos y se perfila líder. Con los radicales aboga por la libertad de sufragio y se insurrecciona. Pero en esa lucha, Hipólito y  Leandro entran en disidencias respecto a las formas. En Leandro predominan tendencias líricas, románticas, ajenas a las prácticas políticas del  partido, mientras Hipólito gana espacios con actitudes de duro enfrentamiento con el adversario. Y especialmente en la capacidad para nuclear afiliados llegando con sus banderas incluso a hombres del ejército como en 1893, cuando dirige una insurrección, pero en ella no interviene su tío. La disidencia con Leandro se acentúa. Este no acuerda con las maniobras de su sobrino y poco a poco pierde fuerza dentro del partido. Diversas circunstancias se conjugan para aumentar la depresión de Leandro y el primero de julio de 1896, se suicida. Esta trágica decisión lo coloca a Hipólito como figura principal.

 Hipólito Yrigoyen. Foto: Archivo General de la Nación. Fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Serie Repositorio Gráfico (Inventario. Documento: 32.295. Negativo: B 16125)

Su influencia  crece. No se trata de un  gran orador, ni un escritor brillante, sino  del hombre silencioso, parco, que dice lo necesario para convencer al posible adherente. No fuma, ni bebe, ni levanta la voz en la polémica. Su mensaje es breve pero contundente, inspira confianza. Se mueve en las sombras y  no brilla en el espectáculo, ni llama la atención  por sus arrebatos sentimentales como lo hacía su tío pero considera fundamental mantener su último mensaje: que “el partido se rompa, pero no se doble”. La “intransigencia” permitirá quebrar el poder de los conservadores y abrir camino al sufragio libre y la transformación  del país. Maneja el partido con “sugerencias”, actuando a través de “sus hombres”. Así, ante las elecciones de 1898 cuando, en la discusión partidaria, gana adhesiones “el acuerdo de las paralelas” que algunos dirigentes  han armado comprometiendo su apoyo para la gobernación de la provincia de Buenos Aires a un hombre designado por Mitre y la postulación para presidente de la nación a Bernardo de Yrigoyen, ligado al radicalismo. El acuerdo ya es un hecho cuando los delegados de Yrigoyen votan en contra y lo frustran. Para algunos investigadores, esta jugada obedece al antimitrismo de don Hipólito. En la convención, la controversia resulta muy dura y Lisandro de la Torre, por entonces radical por Santa Fe, embiste contra lo que entiende una maniobra de Hipólito manejada desde las sombras: “El partido radical ha tenido en su seno, desde sus orígenes una influencia perturbadora y hostil, que ha destruido sus mejores propósitos. Ha sido esa influencia, la de Hipólito Yrigoyen, perseverante…negativa pero terrible, que hizo abortar con fría premeditación los planes revolucionarios de 1892 y 1893, destruyen ahora la gran política de coalición con sentimientos pequeños e inconfesables”.

Después de esta andanada contra Hipólito, el acuerdo tiene aún cierta vida, pero Yrigoyen lo ultima con una decisiva medida: disuelve el comité Radical de la provincia de Buenos Aires, con lo cual quita toda posibilidad de apoyar al candidato mitrista. La disidencia culmina en un duelo, donde Hipólito cruza con su espada la mandíbula de Lisandro quien ocultará, bajo su barba, la marca de aquella derrota.

Yrigoyen cree firmemente que hay que llegar al gobierno pero no pactando con el mitrismo, expresión de los intereses probritánicos y servidor del Brasil en la guerra contra el Paraguay. Roto el acuerdo y mientras Roca se erige en candidato a presidente, Hipólito dedica todas sus fuerzas a la organización del partido, con vistas a una insurrección.

Influye sobre civiles y un grupo de militares. Para ello carece de las herramientas que normalmente utilizan los líderes populares. No pronuncia discursos, ni emite proclamas, ni publica libros, ni ensayos políticos. Se niega a que lo fotografíen y casi no utiliza el teléfono para sus contactos. Tampoco recorre el interior del país ni apela a golpes de efecto para aparecer en los periódicos. A su sistema se lo ha calificado “de oreja a oreja”. Convence paternalmente, insufla una mística especial, pone una mano sobre el hombro afectivamente y gana a aquellos que pueden ser líderes en los distintos barrios y localidades armando así una trama poderosa, en la que incluye a hombres del ejército. Con su lenguaje especial, los gana para acabar con las “patéticas miserabilidades”, contra el “régimen falaz y descreído”, para “la gran reparación” que realizará “la causa”.

Hipólito Yrigoyen, rodeado de público en el Comité Central, 1927. Foto: Archivo General de la Nación. Fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Serie Repositorio Gráfico (Inventario. Documento: 32.166. Negativo: B 3512)

El triunfo radical

El 4 de febrero de 1905 estalla la revolución en varias provincias. Civiles y militares adictos a Yrigoyen se levantan contra el gobierno de Manuel Quintana, hombre del capital británico. La revolución es sofocada, dejando varios patriotas muertos (no más de diez según los grandes diarios, cerca de ochenta, según la información de la UCR).

Ante la persistente acción del radicalismo, los conservadores intentan diversos acuerdos para incorporarlo al sistema y, a través del fraude, conservar sus privilegios. Pero Hipólito rechaza todas las propuestas. La intransigencia es su bandera y exige elecciones libres, con sufragio secreto y obligatorio, hasta que finalmente lo logra en 1912 con la sanción de la ley que les abre el camino a la victoria.

Así,  el 2 de abril de 1916, la fórmula Hipólito Yrigoyen – Pelagio Luna obtiene el respaldo popular para lograr los electores necesarios para llevar un presidente democrático al poder. El 12 de octubre ingresa a la Casa Rosada, en andas de su pueblo. La irrupción popular resulta tan estruendosa y bulliciosa que un funcionario del gobierno cesante comenta con  temor: “Hemos pasado del escarpín de baile a la bota de potro”.

Sencillos hombres integran el gabinete que jura poco después iniciando un período de democratización que expresa la llegada al poder de los sectores de clase media en gran medida provenientes de la inmigración y de las fuerzas que vienen del federalismo provinciano. La Unión Cívica Radical alcanza la mayoría en la Cámara de Diputados pero no logra mayoría en el Senado – dada la duración de 9 años de los mandatos anteriores- lo que implicará una traba en los proyectos del nuevo presidente.

Los principales avances logados por el nuevo gobierno entre 1916 y 1922 son los siguientes: mantenimiento de la neutralidad argentina durante la Primera Guerra Mundial, a pesar de la presión de la oposición, los medios de comunicación  y los intelectuales para la declaración de guerra en favor de Estados  Unidos y sus aliados. Asimismo, retira a sus delegados en la fundación de la Liga de las Naciones, en disidencia con la negativa a la incorporación de los países vencidos en la guerra. Reforma Universitaria: apoyo a los estudiantes en sus reclamos de autonomía universitaria y de modernización de los planes de  estudio. Avances en la legislación a favor de los trabajadores. Recupero de tierras entregadas  irregularmente por el gobierno anterior a las minorías oligárquicas. Adopción de medidas de control de las concesiones ferroviarias a las empresas inglesas. Disminución de la deuda externa. Respeto al funcionamiento de las instituciones democráticas.

Esos seis años de gobierno se vieron empañados en su avance democrático por los desgraciados sucesos de la Semana Trágica de enero de 1919 cuando el gobierno se vio desbordado por los reclamos de los trabajadores, especialmente de los anarquistas, respondiendo con medidas represivas. Así también ocurrió ante las huelgas de la Patagonia en 1921, con más de mil muertos.

Elipio Gonzalez, Ministro del Interior. Hipólito Yrigoyen, Presidente de la Nación. Dr. Enrique Martínez, Viceministro de la Nación. El Presidente de la Nación presenciando desde la escalinata de la casa de gobierno el desfile de las tropas, 25 de mayo de 1929. Foto: Archivo General de la Nación. Fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Serie Repositorio Gráfico (Inventario. A.G.N: 47.501. Negativo: B 3461)

El antipersonalismo

Al terminar su mandato, impedido de ser reelecto por las normas constitucionales, Yrigoyen confió para sucesor en Marcelo T. de Alvear quien lo había acompañado en las luchas anteriores, pero a poco andar éste evidenció su desplazamiento a la derecha, de lo cual surgió el radicalismo antipersonalista, imputándole  personalismo a Yrigoyen, quien se vio alejado del poder durante ese período 1922-1928.

Frente al irigoyenismo, surgió así,  dentro  del partido, el ala antipersonalista, también llamados “los azules” o “galeritas”, partidarios del liberalismo económico y con fuertes giros a favor de los conservadores. En ese periodo creció la deuda externa  y  accedieron a cargos importantes algunos políticos que disienten con Yrigoyen, que interrumpieron el avance democratizador de “El Peludo”, así llamado por su  repliegue de la vida pública, resguardado  en su modesta “cueva” de la calle Brasil 1039.

La segunda presidencia de Yrigoyen

En 1928, cerca de la elecciones presidenciales, don Hipólito, a pesar de  vivir ya sus altos años, decidió presentarse a la lid electoral y  obtuvo un resonante triunfo: Yrigoyen - Martínez:   800.000 votos, Melo – Gallo: 400. 000 votos.

Homero Manzi ha recordado una visita que le hizo a Yrigoyen junto a otros correligionarios. “Ese día, endurecida la elegante figura por el castigo de los años, nos dijo estas palabras: ‘Salgo de mi rancho a la edad en que los hombres se jubilan, en que solo se tiene serenidad para esperar la muerte y solo lo hago por mi ley de petróleo, para salvar de garras ajenas o  propias, los tesoros que Dios desparramó bajo el suelo de esta tierra.” Alguien, deseoso de sorprenderlo en la hondura de su pensamiento, le preguntó pícaramente: ¿Y la tierra doctor? Sonrió el caudillo paternalmente y contestó: “Amigo mío, del subsuelo al suelo, hay un poquito así”.

Pero esa segunda presidencia, se encontró con enormes dificultades  ante el estallido de la crisis económica de 1929, que golpeó duramente a la débil estructura agroexportadora del país sometido al imperialismo británico. Yrigoyen no trepidó en cerrar la Caja de Conversión, concertar un convenio con la URSS y defender los recursos naturales. Asimismo, decretó la libertad para Simón Radowitzky  detenido por el ajusticiamiento del comisario Ramón Falcón, represor de los trabajadores, en los sucesos de 1909.

Como expresión de su política nacional, envió al Congreso el proyecto de la ley de nacionalización del petróleo. Este fue aprobado en la Cámara de Diputados, pero no alcanzaba la mayoría en el Senado.

La economía se resintió como consecuencia de la crisis y el nacionalismo agrario del gobierno no comprendió la necesidad de defender una industrialización incipiente, lo que ocasionó desocupación y miseria. La oposición política se acrecentó especialmente a través  de los medios de comunicación y resultó demoledora, especialmente a través de La Nación, La Prensa y Crítica. La Fronda, del nacionalismo de derecha, con motivo encontrar una escritura de propiedad donde los padres de Yrigoyen firmaron con las huellas digitales por no saber leer ni escribir, publicó con grandes titulares: “El presidente es analfabeto de madre y padre”. Desde la izquierda abstracta, jugando como derecha concreta, se lanzó una fuerte artillería contra el gobierno cerrando el círculo de derecha a izquierda presionando para tumbar al gobierno.

Hipólito Yrigoyen. Exposición de ganadería, 1929.  Foto: Archivo General de la Nación. Fondo Acervo Gráfico, Audiovisual y Sonoro. Serie Repositorio Gráfico (Inventario. 32.251. Negativo: B 3498 - 9)

El golpe militar del 6 de setiembre de 1930

En los primeros días de setiembre de 1930 se acrecentó la campaña golpista. Las elecciones del 7 de setiembre constituían la gran oportunidad del gobierno  para fortalecerse y además, alcanzar la mayoría en el Senado y  dar sanción a la ley de nacionalización del petróleo.

Pero el día 6 se produjo el levantamiento. Un escritor norteamericano -Waldo Frank-calificó  al  levantamiento  militar como “golpe  con olor  a petróleo”.

La conjunción de la derecha con el liberalismo antinacional se insurreccionó y diversos factores impidieron que el gobierno no sofocara la rebelión. Un grupo importante de generales esperó la orden para enfrentar el golpe pero el radicalismo había entrado en declinación y  su propio Líder no tenía  fuerza para dar la orden de represión. Yrigoyen prefirió retirarse y renunciar. El general Uriburu, profacista, sofocó la escasa resistencia de  radicales civiles parapetados en el Congreso, mientras el General Justo, liberal conservador probritánico, ajustaba su control sobre los mandos del ejército trabajando desde las sombras.

Detenido poco después, el viejo caudillo fue recluido preso en la isla de Martin García.

El destierro del caudillo

En esa isla, incomunicado, con la sola visita de su hija Elena y sus abogados, Yrigoyen pasó la casi totalidad de los tres años. Difamado y destruidas sus escasas pertenencias de la calle Brasil por grupos civiles, soportó con dignidad su derrota. Su lucidez se mantuvo hasta el final. El gobierno militar convocó a elecciones para el 5 de abril. Días antes, el  médico que lo visitaba periódicamente lo encontró leyendo un mapa de la provincia de Buenos Aires y haciendo anotaciones sobre los probables resultados. Yrigoyen le dijo: -Ganamos por cerca  de 30.00 votos. Y así sucedió. La fórmula radical logró 218.000 votos, conservadores 187.000. Diferencia: 31.000. Así, el líder apresado, que se defendía con largos escritos, conservaba la capacidad de conocer la opinión del electorado. Luego fue trasladado a la Capital Federal, a la casa de su sobrino Luis Rodríguez Yrigoyen en la calle Sarmiento al 944 donde los partidarios comenzaron a agolparse dándole aliento y orando por su salud. Hasta que el atardecer del 3 de julio de 1933 un militante radical salió al balcón y dio la infausta noticia  a la multitud: “En este momento acaba de morir  el defensor más grande que haya tenido la democracia en América. Pero no ha muerto, ciudadanos. ¡Vivirá siempre! ¡Viva el doctor Hipólito Yrigoyen!".

El entierro de sus restos constituyó una de las manifestaciones más numerosas y profundamente sentidas en toda la historia argentina. “No obstante la campaña de descrédito- escribirá años después Raúl Scalabrini  Ortiz- a pesar de la cárcel donde se lo encerró durante dos años y de que murió bajo gobiernos enemigos, cercado por una celosa custodia policial, una multitud de argentinos lo acompañó a  la tumba con ese dolor de pueblo que  ha perdido a un amigo”.

Multitudinario funeral de Hipólito Yrigoyen. La gente traslada a pulso el ataúd, 1933.

Norberto Galasso

Investigador, periodista, político, militante. En 1963, publicó su primer libro “Mariano Moreno y la revolución nacional”. A partir de 1966 inició su labor de investigación con una biografía titulada “Discépolo y su época”. Trabaja activamente en el Centro Cultural Enrique Santos Discépolo.

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