16/06/2022
Las ocasiones #14 – Liliana Lukin
Por Liliana Lukin
Ilustración Martín Eito / @eitomartin
Compartimos una selección de poemas de Liliana Lukin. Poemas donde la parábola se presenta desde el cuerpo: animal y metáfora. Donde los vínculos afectivos llevan Nombre y viceversa. Donde el acercamiento a la naturaleza predadora se da conceptual, lírica y políticamente. Donde las herramientas retóricas demudan a una ética de los afectos. Una pregunta que subyace: cómo se diluye en el lenguaje la frontera entre los sueños y la vigilia, el origen de la representación. Incluimos, además, un abordaje autobiográfico que la autora realizó especialmente para Revista Haroldo.
Sueño con lobos, los corderos
persiguen mi sueño,
quieren entrar en él
como quien entra atropellando
en la jaula de su miedo.
*
El amor del lobo por la sangre
del cordero escribe
el drama del rebaño:
ser el objeto de un deseo
que sólo se sacia en el sacrificio.
*
El cordero sabe que es la metáfora
de otra cosa, que el lobo es
la metáfora de otra cosa: comienza
con palabras como amor, y termina
con la muerte de alguna pasión colectiva.
*
El pelaje del lobo está hecho para la caricia
que no conocerá, inevitablemente el lobo ama
el amor en el cordero, pero más los brazos que cargan
al cordero, las manos que se deslizan por su lomo,
la paz de ser el perseguido y no el perseguidor.
*
Toda marca al final del pacto, una firma
hecha con los dientes, aleja al mordedor
de la letra, ni el símil entre piel y papel
permitirá engañarse: de lo humano imaginado
en el amor de esa marca no hay más que terror.
De Ensayo Sobre el Poder, Wolkowicz Editores, 2015
Ilustración: Martín Eito
**
Pandora huele
una palabra
si se guarda mucho tiempo
larga heces
materias hirientes
al ojo y al oído
humedades
hace
sangre por varias de sus partes
no se pudre
dada su condición
de testigo de cargo
pero apesta
De Descomposición.1980-82, Ediciones de la Flor, 1987
**
perder la orientación: eso hace
mi hermano como en medio del
mar, sin referencias fijas,
rodeado del relente de su
desolación, de la falta de
asociaciones llamadas correctas,
de algunas imágenes que evocan
años, rituales, pedazos,
pierde el sentido y anda sin rumbo,
por un pasaje estrecho, húmedo y seguro
*
mamá trabaja para un naufragio
seco: prepara sus actos previendo agua
como en un ejercicio: insiste en ignorar
que algo se rompió, que la ola
no existe pero estamos bajo su sonido
y su furia, rema, acumula baldes
que antes tuvieron plantas, para ‘achicar’
el desborde, mantiene el ancla
*
papá va de la popa a la proa
como en un barco a la deriva, grita
¡a babor!, ¡a estribor!, como si supiera
algo de navegar, de tormentas
en el centro del remolino,
de lo que no se puede saber
hasta que confunde, quema, moja: papá es un viejo
capitán que mamá sostiene soga en mano
**
carta II
mi querida: me dije algún poema tiene que haber
porque hay tanto ruido en el país
y en estos días las metáforas se cumplen
ya casi no hablamos más
que de nosotras: metonimias de un paisaje de guerra
o pequeños predios donde cultivar imágenes de sí
querida: se disuelve mi dogma a medida que amo
y aunque mi dogma sea de una especie razonable
padezco los efectos de esta fatal transformación:
no sé nada ya de aquello que era
pero no olvido tampoco cómo era aquello ser
una foto de otra época me muestra como a una muchacha
a la que he conocido: mi nostalgia de ella es infinita
aunque me diga que todo está muy bien y
aunque sea cierto que todo está (muy bien) ahora
algún poema tiene que haber me dije: en lugar
de una certeza siempre hay un poema
y en lugar de un poema siempre estoy
escribiendo cartas como un náufrago al revés:
no corro peligro más que de mí y el mundo
es una isla en la que sólo puedo sumergirme
mi querida en estos días
en que la filosofía es un murmullo de la edad
sos el ruido de un país en predios secos
donde un poema sería agua de beber.
De Cartas, Ediciones de la Flor, 1992.
**
He descubierto una rama de odio
en la magnolia del parquecito:
no es de nadie el árbol, el paseo,
el descubrimiento.
De quién es el odio?
Ama la magnolia su brote,
su rama que estalla a punto
de floración bella y blanca?
Qué estupor ver esa especie
creciendo, su inocencia
aparente en la forma de
encarnar,
qué deseo de un
alerta a los sentados, los solos,
los amantes de la sombra,
decir: cuidado allí, cuidado así
yo misma asustada
todavía, conjeturando sobre
modos sorpresivos de proliferación
de un sentimiento
en el reflejo del cristal que el hielo deja
en el tapiz, el musgo en la terraza,
dentro del poso de la taza de café,
hay un odio que crece para alguien
en el cuajo de leche y en la cepa
del vino y en el hilo de coser
puede haber odio.
Camino hacia la zona de luz,
salgo del bosque casi artificial,
de utilería los bancos en la grava,
llevo la rama
pesada, todo lo que miro
se enturbia en el agobio
del recuerdo de un árbol.
Mala semilla durmiendo
entre nosotros, para siempre burlados
en la idea de un Jardín.
De El Libro del Buen Amor, Wolkowicz Editores, 2015
**
La pérdida, sus infinitas formas, ha sido mi tema desde hace muchos años: me siento interpretada e interpelada por este espacio de producción y pensamiento cuya invitación agradezco, más aún en este tiempo de aislamientos.
Todos los textos que escribo desde 1978, seminarios y performances, todo lo que hago como artista y docente, tiene que ver con una reflexión sobre los cuerpos: desaparición, Madres y Abuelas, exhumación de cadáveres, guerra de Malvinas, y aunque haya transitado en la escritura por cuerpos vivos y amorosos, cuerpos eróticos y deseantes, mi propio cuerpo puesto en juego en la escritura, vuelvo a hilar desde mi origen: desde hace 20 años investigo, mientras, sobre la representación del cuerpo en la tortura y la represión, a partir de narrativas argentinas 1970-1990, desde la relación entre Shoah y Dictadura, y como no puede ser de otro modo, reflexiono sobre la memoria y el olvido, leyendo todo lo que oscila entre la ficción, el ensayo y el testimonio.
El “yo” que escribe atraviesa el tiempo y arrastra el lenguaje hacia zonas de eso que llamamos historia: propone decir una palabra que pueda fundar un recuerdo y lo convierta en imborrable, encontrar cada vez un habla para eso que llamamos “experiencia”, un dolor con el que dialogar, una emoción que, escrita, se inscriba en el cuerpo y supure un saber.
Así, acumulando libros desde el comienzo, habiendo ya entrado a estudiar Letras, cuando por escribir “poesía social” tenía prohibido presentarme a concursos literarios, ya que, de ganar, mi nombre detrás del seudónimo revelaría una familia militante, la burbuja de una utopía en la que crecí. Creía y dejé de creer, defraudada por la estructura autoritaria y misógina de un futuro donde ¿Qué hacer? era el secreto. Pero leía, al final de la adolescencia, El poema pedagógico y Banderas sobre las torres, de Makarenko, Los misterios de Saturno, y antes aún, toda la poesía argentina de la biblioteca de la escuela secundaria y la novela Cuerpos y almas, a escondidas, en 1er.año de la Escuela Normal.
Chica de barrio, reivindico esta especie de destino de llegada, a un ser humano mujer, judía, sobreviviente, escritora, madre, divorciada, excomulgada de algún modo por mis padres.
“Curiosidad extrema, aleatoria pero continua e incorporada como una función más del ser: el ojo, el oído, la boca, la piel succionan o lamen o acarician lo Otro. Atender a Eso, creer en el conocimiento posible” dije alguna vez, y también “De cómo las lecturas transforman mi cuerpo, mientras va leyendo los cuerpos nombrados en la escritura.”
No encuentro mejor definición de un devenir tramado en el placer y el dolor, entre el deseo y la necesidad, pasando por la poesía llamada después “feminista”, el erotismo y finalmente libros de investigación poética sobre víctimas y verdugos, que son a la vez una denuncia de cómo están las cosas en este mundo, en el s.XXI.
No puedo dejar de citar un texto sobre mis dos últimos libros, libros de duelo y denuncia, por el hermano perdido y por el compañero de vida, perdido poco después:
“Este oxímoron es mi escritura, signada por la necesidad de transformar tanto el placer como el sufrimiento en una palabra que dé alegría, en una palabra que sufra.” (https://www.revistaadynata.com/post/como-se-lleva-a-un-ni%C3%-Blo-liliana-lukin)
Tal vez una historia de abuelos inmigrantes judíos, polacos y rusos, escapando de pogroms, me ha llevado a escribir y a pensar sobre la cuestión de las violencias que entrañan la discriminación, la cuestión de la identidad y del lenguaje (creo que el judaísmo está en la invención de una lengua que me obligaron a perder). Así es como ese pasado, que determina en muchos niveles nuestro presente, se vuelve materia del poema, y alimenta un trabajo ya consciente de proliferar en esa historia, en la que me sumergí para saber todo sobre los horrores del siglo, del que somos deudores y protagonistas, escribiendo para no olvidar, “ha hecho de mí la que soy”. Eso: no olvidar que hubo un olvido. Y un destino de transmisión.
Liliana Lukin
Nació en Buenos Aires, en 1951. Es poeta, docente universitaria, curadora y ensayista. Publicó dieciséis libros de poesía, fue asesora literaria del Centro Cultural General San Martín, coordinó clínicas de escritura en la Biblioteca Nacional y obtuvo diversos premios como la Beca del Fondo Nacional de las Artes y el Primer Premio “Ediciones Culturales Argentinas” de la Secretaría de Cultura de la Nación.
Martín Eito
Es dibujante. Estudió con Óswal y Sábat. Obtuvo importantes premios en distintas bienales de arte joven. Trabaja para editoriales y medios gráficos argentinos y extranjeros. Publicó dos libros de su autoría y más como ilustrador. Realizó animaciones para Internet y TV.
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