08/06/2022
A 66 años del levantamiento del General Valle
9 de junio. Proclamas, fusilamientos y resistencias
Por Guillermo Korn
Ilustración Ricardo Carpani
Un acontecimiento puede tener una lectura lineal, o ser un ensamble de piezas incompletas e irregulares, donde no todas encajan entre sí. Guillermo Korn se detiene en tres momentos de un mismo día, el 9 de junio de 1956, en que estaba prevista la rebelión cívico-militar encabezada por los generales de división Juan José Valle y Raúl Tanco. Analiza la proclama de aquel levantamiento y se detiene en algunas escenas que demuestran las resistencias cotidianas de aquel momento.
Un acontecimiento puede tener una lectura lineal, o ser un ensamble de piezas incompletas e irregulares, donde no todas encajan entre sí. Así es cómo funciona la memoria. Comenzamos este escrito por un relato probablemente familiar a quien se asome a estas líneas.
La noche del 9 de junio parecía ser una noche como tantas. No era la primera vez que en el bar Rivadavia, próximo a la plaza San Martín, alguien jugaba al ajedrez, en esa mesa elegida a cierta distancia de la entrada. Otros que no profesaban el ajedrez se inclinaban por el codillo o el tute. Se confundían con quienes apuraban su copa de ginebra o grapa para paliar el frío. Quien ingresara desde la calle 50, en esa noche, apenas podría distinguir los rostros de los concurrentes. La humareda de los cigarros y el vapor de la máquina del café formaban un todo que se disipó en cuanto salieron en tropel a ver el origen de la batahola que llegaba desde la calle. Gritos, corridas y un tiroteo a lo lejos. Después se sabrá que el estruendo lo produjo una bomba lanzada contra la vidriera de una zapatería céntrica. Era el santo y seña que llamaba a la acción de los rebeldes, en La Plata.
Bastante más rápido que el tiempo que le llevó a ese jugador de ajedrez que buscaba sentarse en una mesa distante de la entrada –el que leía literatura fantástica y escribía cuentos policiales– relatar algunos de esos acontecimientos, de los que fue ocasional testigo. Esas notas periodísticas terminarían conformando un libro, que se publicará un año después. El mismo comenzaba con un Provisional epílogo donde narraba el horror a las revoluciones y qué significa sentir miedo físico. El suyo, cuando atravesó la zona de combate esa noche para llegar a su casa en la calle 54 y 4. Y también el del grito, visceral y desgarrado, que escuchó pegado a la persiana de su casa. Cuando un hombre dijo: “¡No me dejen solo, hijos de puta! ¡No me dejen solo!”.
General Juan José Valle, líder del levantamiento cívico-militar producido el 9 de junio de 1956, fusilado el 12 de junio de ese mismo año, en cumplimiento del decreto firmado por el presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu. Fuente: www.elhistoriador.com.ar
En las esquinas grupos de silencio
Esa noche, nueves meses después del derrocamiento del gobierno constitucional, estaba prevista la rebelión cívico-militar encabezada por los generales de división Juan José Valle y Raúl Tanco, que habían pasado a la clandestinidad meses antes. La intentona contra el gobierno golpista había sido planificada, junto a los tenientes coroneles Oscar Cogorno y Valentín Yrigoyen, el mayor Pablo Vicente, entre otros, durante varios meses. Su fracaso se atribuyó a la falta de una coordinación efectiva, a errores organizativos y fallas de sincronización entre los grupos, más la disgregación de quienes debían sumarse al escuchar una proclama que no llegó a emitirse al no poder instalar un transmisor, en una escuela de Avellaneda. Eso, por un lado. Por otro, queda claro que el gobierno conocía los movimientos que se desarrollarían y prefirió no abortarlo para reprimir y ejemplificar a futuras intentonas. El 10 de junio, a las 0.32 hs. se leyó por radio el decreto que decía que a partir de ése momento “todo el que fuera detenido en actitud sospechosa sería pasado por las armas”. Parte de la investigación de Walsh, publicada bajo el título de Operación masacre, buscaba probar que la Ley Marcial se aplicó con retroactividad a quienes se habían sublevado el sábado 9 y estaban prisioneros.
Los detenidos en Avellaneda fueron fusilados en la Unidad Regional de Lanús. El Teniente coronel Cogorno, a cargo del levantamiento en La Plata, fue ejecutado a poco de comenzado el día 11, en el cuartel del regimiento 7. Otro tanto sucedería con algunos suboficiales en la Escuela de Mecánica del Ejército y en la Penitenciaría Nacional. Más conocido fue el proceder hacia quienes habían sido detenidos en una casa particular de Florida: la mayoría fue fusilada en los basurales de José León Suárez y algunos lograron escapar. Por su parte, el general Tanco y algunas otras personas llegaron a refugiarse –por la valiente ayuda del canciller haitiano y su esposa– en esa embajada y consiguieron un salvoconducto para exiliarse. Valle se entregó el día 12 y fue fusilado esa noche. De poco valió el pedido de clemencia de su familia hacia su viejo amigo, ex compañero de banco, y a quien conocían de veraneos conjuntos en Mar del Plata. La respuesta fue: “El presidente duerme”. Un poco menos escueto fue el comunicado oficial, que se conoció al día siguiente: "Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado.” El general Valle dejó una carta, donde le imputaba a Aramburu la represión, el propósito de liquidar opositores y la servidumbre clasista de los beneficiados por la política imperante (“el libertinaje de una minoría oligárquica”, “un liberalismo rancio y laico”). También anticipó el enjuiciamiento popular: si no hay justicia habrá memoria, “aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados.” Esa carta traza hilos proféticos y políticos entre el presente y el futuro. Era su testamento ante la historia por venir.
Casa de la calle Hipólito Yrigoyen 4519, Florida, donde estaban reunidos un grupo de civiles y fueron secuestradas las personas asesinadas en el basural de José León Suárez. Fuente: www.todo-argentina.net
Una proclama inaudible
El autodenominado Movimiento de Recuperación Nacional se proponía difundir por radio una exhortación destinada “al pueblo de la Nación”, donde se aclaraba que no había “otro propósito que el de restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas, y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder”. El nombre de quien se derivaban las prohibiciones del decreto 4161 no fue incluido en el documento. Eso generó sospechas y suspicacias acerca del sentido de la revuelta. La omisión de Perón fue una estrategia para ampliar la convocatoria y denunciar a los que irrumpieron por la fuerza en la escena política: “No hacemos cuestión de banderías porque luchamos por la patria que es de todos. No nos mueve el interés de ningún hombre ni de ningún partido”. Era una acusación sobre lo (des)hecho desde septiembre de 1955 –más explícitamente, desde el 13 de noviembre– por parte de la Revolución Libertadora: “Han violado y desconocido el imperio de la Constitución y de las leyes, sustituyéndolo por un llamado ‘derecho de la Revolución’”. El avasallamiento de las garantías y derechos individuales, incluía el reemplazo de la jurisdicción de jueces naturales reemplazados por comisiones especiales, además de perseguir y encarcelar a millares de personas no sometidas a proceso y privados del derecho de defensa por razones ideológicas o políticas. El resultado de ese sojuzgamiento dividía a la ciudadanía entre réprobos y elegidos. En el documento se invierte el sentido de un término caro al uso cotidiano de los golpistas: tiranía, usado a diario para denostar a la fuerza política ahora innombrada. El señalamiento de las restricciones ciudadanas se suma al de las lesiones al orden político, económico y social. Ese arco comprendía las medidas que tendían a quebrantar la industria nacional, de depreciación de la moneda y de aumento de la desocupación, y apuntaban a consolidar un plan que retrotrajera “al país al más crudo coloniaje, mediante la entrega al capitalismo internacional de los resortes fundamentales de su economía”. En ese sentido, se incluía la destrucción de la organización sindical con la intervención a la Central Obrera y todos los sindicatos. Al mismo tiempo, se denunciaban las bajas en las Fuerzas Armadas y el “retiro obligatorio de centenares de jefes, oficiales y suboficiales que honraban a la institución por sus virtudes morales y su capacidad profesional”.
El Movimiento de Recuperación Nacional llamaba a “la acción revolucionaria con objetivos claros y un programa concreto para restablecer la soberanía y la justicia social y devolver al pueblo el pleno goce de su libertad y sus derechos”. La restauración del Estado de derecho, la plena vigencia de la Constitución Nacional y el llamado a elecciones generales en todo el país en un plazo no mayor de 180 días, con plenas garantías para todos los partidos políticos en el proceso electoral y preelectoral, eran el eje de sus conquistas. El cierre del comunicado se sintetizaba en tres premisas que tenían fuertes resonancias con el pasado inmediato: el llamado a todos aquellos que pretenden “la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, en una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana”.
Esa proclama que firmaban los generales Valle y Tanco logró ser difundida sólo en La Pampa: un grupo de civiles y militares al mando del capitán Adolfo Philippeaux, logró su cometido al difundirla por Radio Nacional. En esa provincia –hasta pocos meses atrás denominada Eva Perón- la revuelta fue triunfante por unas horas, sin derramamiento de sangre.
Titulares de diarios de la época. Fuente: www.red43.com.ar
El despertar de las criadas
Un destacado titular ocupaba dos líneas, de lado a lado, en la tapa del diario La Nación del 11 de junio: “Fue desbaratado el intento subversivo y se restableció totalmente la normalidad”. Debajo y al centro, una foto con una multitud en Plaza de Mayo, rodeando la Casa Rosada, en la mañana del domingo 10. Respaldo y baño de popularidad que el accionar del gobierno refleja. La imagen de la muchedumbre permitía disimular lo paradojal del título. ¿Desde cuándo se consideraba normal fusilar? Entre los vítores a favor de Rojas, de Aramburu o de la Revolución Libertadora, no faltaron los gritos de “¡Aramburu, dale duro!”. Años más tarde, algunos analistas como José Luis Romero sostendrían que “la medida causó estupor en muchos sectores y contribuyó a ensanchar el abismo que separaba a los derrotados de los vencedores”. Tal sentimiento de estupor no era lo notorio en la portada de ese periódico. La multitud avalaba la represión al grito de “dale leña”, del mismo modo que lo hacían algunos políticos opositores al peronismo. El máximo dirigente del Partido Socialista, Américo Ghioldi escribió en esos días que: “… se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará sin riesgo de vida alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra”. Su enfática respuesta no fue una excepción.
Por lo mismo, estas –y otras– declaraciones merecen equilibrarse con pequeños actos de resistencia. Al disgregarse aquella manifestación, un grupo de concurrentes pasó exultante por Callao y Lavalle. Algunos recibieron objetos contundentes arrojados desde un balcón de un edificio racionalista de la avenida. Era el desahogo indignado de dos mucamas que vociferaban por los fusilamientos y el accionar del gobierno. Los manifestantes intentaron entrar al edificio de Callao 531 al grito de “¡a la horca!” En simultáneo, a unas cuadras de allí, en Avenida de Mayo 1385, ocurrieron incidentes parecidos: Rosa Bassi, Mireya Robledo y Juana Santillán arrojaban su enojo desde las ventanas. En ambos casos debió intervenir la policía, que terminó instruyendo sumario por escándalos. “Pero por lo menos –diría Salvador Ferla– gracias a ellas se puede decir que en este país donde no hay hombres para impedir los asesinatos, hay mujeres para repudiarlos”.
Obra de Ricardo Carpani en homenaje a los fusilados en 1956.
Guillermo Korn
Ensayista y sociólogo. Autor de Hijos del pueblo. Intelectuales peronistas: de la Internacional a la Marcha y coautor, junto a Javier Trímboli, de Hugo del Carril/Alfredo Varela: un detalle en la historia del peronismo y la izquierda.
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Notas
Bibliografía:
Enrique Arrosagaray, La resistencia y el general Valle.
Daniel Brion, El presidente duerme.
Horacio González, Fusilamientos. Muerte en primera persona.
Julio César Melon Pirro, El peronismo después del peronismo.
Salvador Ferla, Mártires y verdugos.
Enriqueta Muñiz, Historia de una investigación.
Rodolfo Walsh, Operación masacre.
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