26/05/2022
Las ocasiones #13 – Graciela Dellepiane Rawson
Por Laura Guevara
Ilustración Martín Eito / @eitomartin
Graciela Dellepiane Rawson vive en Mar Azul desde hace más de veinte años. Desde su casa se oyen el ruido de la rompiente y el silencio del bosque. Laura Guevara, música y docente porteña recientemente instalada en el mar, la conoció a mediados de 2021 y su encuentro fue magnético. Charlas fuera del tiempo, el amor por la música y la literatura, el recuerdo de una de las épocas doradas del arte argentino, la entrega de un cuaderno de preguntas y memorias: las voces de Graciela multiplicándose. Meses después, en uno de sus viajes a Buenos Aires, Laura decidió expandir el mapa: fue a la biblioteca nacional y encontró Dama de Corazones, “libro perdido” de Graciela, publicado en 1973. De allí seleccionó algunos textos y los prologó para la ocasión.
Graciela recita haikus, habla de las musas que la visitaron en la vida. En una terraza, sobre un jardín exuberante, me narra las noches en las que vio a Tanguito levitar. Cuenta cuentos sobre cuerpos dibujados con marcadores, collares de mostacillas, lecturas en voz alta en Plaza Francia. Una vez caminó durante días, perdida, por Río de Janeiro, buscando a un pintor del que sólo sabía el nombre. Lo encontró, compartieron unos días de amor y después lo dejó. Volví con mis amigos a tocar rock’n’roll.
Graciela Dellepiane Rawson nació en 1950. Es poeta y hippie. Habitó siempre la literatura. En su casa se recitaban obras de García Lorca y alguna vez recibieron a Borges para tomar el té. Su hermana mayor participaba de la revista Barrilete, en la que Graciela publicó por primera vez uno de sus poemas, a los 15 años. El grupo Barrilete fue culpable de que yo siguiera escribiendo. Venían a casa, les gustaba lo que hacía. De Roberto Santoro tengo un recuerdo muy amoroso: le gustaba discutir de política con mi papá. Se re copaba mi viejo, enseguida lo convidaba con un whisky y se sentaban. Hablaban horas.
Por esos años empezó a inyectarse anfetaminas. Se las recetaron para adelgazar. Ahí empecé a descubrir el Tao, la Biblia, el Corán, Sócrates, Hermes Trismegisto. Empecé a viajar. Nos juntábamos en Plaza Francia y leíamos en voz alta. Fueron 3 años de creación constante. Íbamos a una casa y tirábamos todos los muebles, toda la ropa. La gente nos invitaba porque cuando vino la película de Woodstock muchos nos decían "Ay, queremos ser hippies”. Como gorriones caían todos. Y a los tres días la cana los llevaba. Ahí se acababa el mundo hippie. El plural incluye a artistas como Miguel Abuelo, Tanguito, Cristina Villamor, Silvia Washington, Reneé Cuellar.
En los años 60 porteños existió un recoveco insólito y extravagante: el consultorio del Dr. Alberto Fontana. Era un psicoanalista que experimentaba con ácido lisérgico. Me hizo un test de inteligencia y me dijo que no podía ser que yo me inyectara, que me estaba destruyendo y que me iba a sacar de eso. Al consultorio iba todo el top de la intelectualidad de ese momento a atenderse. Les daba un ácido por año y les cobraba fortunas. A mí me dio un ácido todas las semanas, gratis, porque iba a escribir un libro con mis experiencias. Después el libro fue una porquería, no valía nada. No era Aldous Huxley y las puertas de la percepción. Él hacía esto para incorporarte al sistema, como una forma de adaptarte, pero yo me rebelé. Yo quería que me alquilara una casa, me comprara instrumentos y nos diera plata. Porque nosotros estábamos con que íbamos a transformar el mundo en algo extraordinario. Era la época de los antibióticos, el asfalto y la televisión. Todo el mundo estaba deslumbrado por el progreso y nosotros éramos unos sucios. Atípicos. Por un lado había una fascinación romántica, como con cualquier movimiento fuerte, pero por otro lado parecía totalmente equivocado el mundo que soñábamos. Sentíamos que éramos profetas y estábamos anunciando las malas nuevas en el mundo. Y veo que se cumplen, inexorablemente, todas las cosas que pensamos que iban a pasar, pasaron.
La calle Corrientes, el bar Moderno y el Instituto Di Tella eran algunos de los territorios de este cuerpo de beatniks sudakas. En la memoria de Graciela se diluyen las fronteras tensas entre las vanguardias estéticas y políticas. Recuerda, por un lado, la creatividad, la libertad, y por otro, las amenazas que empezaron a sufrir. En esa época Vicky Walsh estaba cantando en la obra de [Mario] Trejo, en el Di Tella. Ahí los primeros que conocí fueron los Dávalos. Uno de ellos, Juan Carlos, fue el primer muerto por la triple A, lo mataron de 28 tiros en la espalda. Era como un hermano para mí.
En 1968 se sumó al elenco de La Orestíada, obra dirigida por Rubén De León. Empezaba con el grito de Artaud, el grito que dio cuando lo soltaron del manicomio. Estábamos todos vestidos de negro. En un sombrero como el de Tristan Tzara poníamos los números de los ejercicios y los coreutas leían distintos textos intercalados, de Esquilo, de Ginsberg. Cada uno coincidía con algún acto nuestro, que no sabíamos cómo iba a ser. Lo resolvíamos corporalmente, sin hablar. El teatro me hizo horriblemente bien porque era contacto, contacto con el público, real. El otro grupo de teatro experimental era el grupo Lobo, con el que viajamos a Córdoba, a Rosario. Los que vinieron en la época punk, de Cemento, nos imitaron bastante. Hacíamos una obra en la que la Polaca [Krisha Bogdan] y yo estábamos con un pañal, desnudas, pintadas de colores. Antes de empezar nos atábamos de brazos: éramos las mellizas. Nos tirábamos del escenario rodando por las escalinatas, gritando. Estaban todos pintados y disfrazados, corriendo y gritando incoherencias. A todo el mundo le parecía sensacional. Cuando terminó la obra en Rosario, que fue un éxito total, estaba lleno, Norberto Campos, el director, me dijo "¿te animás a salir en bolas?". Los dos teníamos muy lindo cuerpo. Nos agarramos de la mano y bajamos. Ese fue el primer desnudo en teatro. Y la gente nos ovacionó, fue emocionante la respuesta. Pero todo eso se tapó, se borró esa época. Fue tan, tan libre y tan descontracturada que la gente ni la pudo registrar.
Ahora todo parece natural, pero en ese momento te metían en el manicomio. El movimiento hippie argentino no fue una cosa ñoña. Al mismo tiempo que una generación se vinculaba a la política otra se entregaba a las drogas y a experimentar y las dos fuimos perseguidos de una forma muy cruel. Al principio nos dieron manija. En la época de Allende había un tipo de la CIA distribuyendo ácido en Chile desde la embajada de EEUU. Ellos pensaban que así combatían el comunismo. Los pelotuditos tomando ácido no van a molestar al sistema. Los pelotuditos se la estaban dando por el culo, ¿qué pasaba si todo el mundo dejaba de trabajar y corría en bolas con una flor en la boca? La represión pasó de ser una cosa más o menos light a que nos peguen, nos torturen, nos amenacen. Después cuando escuchás lo que le pasó a otra gente esto parece estúpido, pero daba miedo, loca. Yo igual seguía yendo a Plaza Francia porque era re cabeza dura, pero me comí una causa fraguada, horrible, espantosa.
En uno de sus cuadernos leo una frase que contrasta con estos relatos: “he pasado casi toda mi vida en lugares salvajes o solitarios, sola con los chicos y en silencio”. Le pregunto qué pasó después de esos años. Al principio, con Cocho -su pareja hasta la actualidad- pintábamos cosas muy lindas, pero después ya no tenía con qué. El arte significaba la ciudad, sobre todo la poesía o la escritura. Y volver daba mucho miedo. Aparte las cosas que yo escribo no son fáciles, son muy urticantes.
Los últimos textos que me muestra fueron escritos en un calabozo de Villa Gesell en el que pasó 8 meses encerrada entre el 2019 y el 2020.
Apenas llegué lo primero que pedí fue un cuaderno y marcadores. Las otras presas se re coparon con la escritura. Cuando empecé a escribir sobre ellas ni te cuento. Mientras yo dormía me sacaban las cosas. Estaban ávidas, esperando. Imaginate lo que es estar encerrado. Todas leen, todas escriben cartas de amor, dibujan. Cuando caí era todo un disparate, yo estaba re esquizofrénica, con un bajón de cocaína, las mariposas pintadas en la pared salían y me decían "holaaa". Todas curtieron drogas y todas sabían lo que me estaba pasando. Y me re bancaban. Aparte enseguida, "ah, los conociste a los redonditos de ricota". Todos mis amigos músicos me abrieron puertas. De afecto y de respeto. "Dale, contate vieja, contate algo".
Yo tenía la voz de las esferas. Todo eso son poderes y musas que se fueron. Porque realmente lo mío era escribir. Lo que pasa es que la música tiene una fascinación que solo el silencio puede competir con ella. Con Tango hacíamos canciones juntos, con él curtí una onda muy fuerte. Lo mismo con Miguel y Spinetta. A él lo conocí en una casa que había alquilado Jorge Álvarez, que había cerrado la editorial, armó el sello Manos de Mandioca y había hecho un boliche en Mar del Plata. Ahí vivíamos todos juntos en una casa. Pappo, Miguel y yo en un cuarto. En otro cuarto Jorge Álvarez y Pedro Pujó. En otro, Javier Martínez y la negra Blanca y en otro Claudio Gabis y Alejandro Medina. Los Almendra nos venían a visitar. Luis Alberto venía en pijama con un sombrero de papel alto. Cuando pasé esposada por Villa Gesell y vi la estatua de Spinetta dije "ay, no, no puede ser". Para colmo cuando entré en el calabozo me ponían todo el tiempo música de Pappo y de Miguel. Algo rarísimo. Yo decía "me están acompañando, me están ayudando".
Sobre esos años tengo muchas cosas escritas. Es prosa poética, la travesti de la literatura. Está todo en un motorhome secuestrado por la policía. Sería interesante poder recuperarlo. Empieza con una canción de Tango que decía:
Y es por eso que todas
las cosas son
épocas de amor
Eso es lo que fue, una época de amor.
Ilustración Martín Eito
***
LA INCREÍBLE MUERTE DE (RAMSES VII) O (JOSÉ A. IGLESIAS)
Entretanto un negro se deja ver entre el follaje de un abedul gigante. Sentado sobre una gruesa rama las piernas cuelgan en el aire, gira con la cabeza hasta la cintura en semicírculos los pies oscilan marcando el ritmo. El negro muestra sus condecoraciones: collares brillantes de bellas mostacillas de colores y sueña con que en sus manos lleva siempre una guitarra. Canta:
Oh, si te extiendes al más allá
no olvides de llevar
el pentagrama de tu sonrisa
siempre lejana…
Alguien grita se oyen jadeos entrecortados el eco de un estallido y de un cuerpo que desciende sostenido por momentos enredados entre las ramas.
Una fuerte presión el instintivo aflojar y ¡gluapj! las hojas abandonan su extraña presa, que choca y cae pesadamente en el suelo. Gemidos débiles.
El negro se encuentra con la tierra y le habla despacio repitiendo dos o tres veces cada cosa.
Hace mucho desapareció la guitarra - dice que es porque no la necesita donde ahora está.
Hace mucho que permanece inmóvil acostado boca abajo en la tierra los ojos entornados como en samadhi.
Algunos le vieron agujeros de bala por toda la espalda otros brotar una herida entre las cejas y siempre le vieron el cuerpo pisoteado, maltratado, reventado…
Pegado a la tierra dice: “scucha” que tema tan cuadrado:
Ahora que no tengo pies
ni tengo manos
Tan sólo un corazón
Ahora que no tengo piel
ni tengo alma
Tan sólo un corazón
Adónde me llevará, Oh, ese viento…
Junto a las cosas secretas descansando (o meditando) en las entrañas húmedas de la tierra ¿pero en la Tierra?, ¿en cuál?, ¿en esta?, y ¿en qué lugar?
Es negro o está el negro. Sí mejor, más claro, se entiende más fácil, ¡y qué hay…!
Está el negro. Está él es negro. El ex negro. Ex está. El es. La última canción nos separa de su cuerpo con dulzura infinita:
Volveré cuando en verano
prediquen las palmeras
Ahora miro hacia todas partes
y las geografías eso sí
que no han cambiado
no han cambiado...
Ilustración Martín Eito
EL EXTRAÑO PUEBLO DE GATO
Tras haberse hartado los estómagos hambrientos y saciadas las ávidas gargantas en la sobremesa los hombres discutieron con calor sobre política, luego pasaron a calcular en base a veraces noticias de la indecible fortuna (aunque las victorias habían sido últimamente frecuentes y numerosas) en la guerra sostenida con la frontera Norte. De la ligereza de una nueva armadura o las diferentes empuñaduras con sus extrañas ventajas en cada uso y cada momento especial del brutal combate a cuchillo. Pero sin embargo el tema donde las opiniones flotaban desencontrándose desgarradas como distintos manantiales que brotan de una sola y minúscula fuente, era sobre los próximos torneos que habrían de jugarse con toda pompa y boato por ser doble el motivo a celebrar: el tradicional Festival de las aves (el retorno desde lejanas tierras de algunos pájaros junto a la tibia estación primaveral) era sin duda suficiente razón para regocijar los simples corazones de la fabulosa comarca; sumado esta vez con las regias bodas del primogénito heredero por sangre a la corona y al trono con la no menos real archiduquesa de:
Los fondos del lago Azul Marino y señora de todos los montes y arroyos que atraviesan el hermoso condado princesa al fin del único ejemplar conocido en el mundo cristiano de: ¡pedregullo! Sí por gracia del Misericordioso esta exótica y preciosa joya pasaba al cuidado del Reino la noticia corría por fondas y alquerías, castillos y cabañas con la rapidez de un vendaval desatado llenando los pechos de una altiva dignidad como si en verdad tamaño honor fuera la justa recompensa a sus virtudes espléndidas.
Una secreta emoción estremecía a las criadas, el burgomaestre, el vicario, las lavanderos, los campesinos, los caballeros, el petimetre, los rufianes, el panadero, las rameras, los pilletes, las chismosas, los duendes…
Y se prepararon con orgullo anticipado al éxito notable de la fiesta.
Se engalanaron los caballos las calles los balcones las puertas y terrazas colgando flores de abundantes colores y fragantes aromas. Las altas torres lucían los emblemas y escudos familiares.
A medida que transcurrían los festejos y los malabares sucedían a los bailes y coros, y a su vez éstos a los torneos y lides a caballo de lanza maza y escudo de hierro o madera o revestidos en oro y plata las espadas cortas para luchar de a pie, la impaciencia crecía y una estruendosa ovación estalló saludando el anuncio de la pronta visión de los jóvenes consortes que transportaban al valioso pedregullo para que el pueblo entero pudiera solazarse contemplándolo.
SANTA PURIFICATA O LEYENDAS DE S.P. (SEGURIDAD PERSONAL) O LEYENDAS DE SEGURIDAD PATENTADA O SI PAPA O YES DADDY
Consistió en aboyarse los sesos según dictaban las severas reglas de Constantinopla la Grande reina indiscutible de la moda y portavoz por lo tanto del más reciente alarido (que aún temblaba con apagados ecos sobre los espejos del universo…) El aboye se efectuaba a garrote magnífica aureola de elegancia que distingue al que lo lleva por sus irradiaciones vivaces y multicolores. Con firme coraje y artera paciencia Purificata se garroteó bien duro y por sus hombros deslizábanse cascadas de negros torrentes coágulos y racimos de perlas suspendidas como adornos de navidad sobre su rostro masacote de sangre fresca. Fue aún bajo los efectos del decimobiensincentésimo correspondiente al ocaso garrotón donde ¡oh milagro! la mente se abre levantando cerrojos y diáfanas e iluminadas las mil tramas aparecen, conexiones detalladas que son el puro testimonio de la presencia verdadera hasta hoy ignorada de… Mil adjetivos la acosan delirando en su primer intento por aferrar estas extrañas visiones, las palabras al ser pronunciadas en su boca deslumbran, enceguecen, inspiran pavura o detienen el instante-tiempo dueñas soberanas reinas de la magia y el espacio las palabras en nada se preocupan del humano que las conjura. Así aprendió a callar los pensamientos a espera de otros mejores y como algo comenzó a diluirse se garroteó bien fuerte para pasar la noche.
Después de un prolongado silencio por un infinito tubo una voz descendió hasta el sonido:
- Soy el alma imperecedera, ¿crees en mi existencia, oh mortal?
- Yes - contestó Purificata maravillándose-. Además no puedo retroceder lo otro era… bueno… ¡tan aburrido!
Y juntas transcurrieron la noche muy lejos. Con las primeras luces el alma se encogía fatigada pese a los santos esfuerzos de Purificata dale que dale con el garrote, el alma desvaneciose en tenues rayos rosa-dorado.
S.P. alcanzó entonces a lanzar la pregunta que roía su imaginación:
- ¿Alma, alma de quién eres y a qué esta veloz partida?
Ella con un solo gesto enigmático y gracioso indicó:
- ¿No me reconoces? mejor… soy tu alma, no te asombres muerta era y he resucitado para gloria del padre.
S.P. no cabía en sí de goce entonando alabanzas a la creación toda y por atribuir este milagro al uso del garrote, cuando decaía su fe o las oraciones se atascaban en la garganta, con exaltado fervor usaba sobre sí misma (sobre su sesera para ser exactos) el terrible instrumento. Como es común entre las gentes notaron el cambio operado en S.P. no faltando los que unidos para censurar el ejemplo de una conducta incomprensible necia y boba por demás, dejaron al olvido toda educación pasada (anterior de esta extravagante moda del garrotón). ¿Es posible desechar a la ligera la personalidad individual (única prueba de nuestra existencia en estos mundos)?, comentaban escandalizados que la Eternidad es una droga para quienes practican su conocimiento, estorbo e insulto feroz y pretención maligna contra aquellos (ellos) que teniendo sus dos ambas patitas bien puestas sobre el cemento se resignaban por temor a este destino. Y esa falta de respeto con sus congéneres al hablar de animales árboles estrellas como si esas patrañas fueran barrera de distinción con el resto. Pues alguien recuerda o ve estas cosas en la Ciudad, ¿dónde se ocultan? Si esto es malo mucho peor agregaban es nombrar las cosas que decididamente no existen: alma, garrotazo, sangre, sacrificio, alegría, hipnosis, enseñanza de la esperanza… Sucede que está semi idiota y completamente loca de tanto aboyarse y perder sangre. Las multitudes hostilizantes crecían mientras S.P. aguardaba preparándose con valor para el inevitable martirio y Gloria por los siglos de los siglos Amén. Pero nada de eso; le quitaron el garrote; le prohibieron el aboye; le dieron muerte a su muerte inmortal su muerte sacra; suspendieron todo sacrificio. Eso sí al alma no la tocaron, con el alma no se metieron los muy demonios porque no la creían. Y el alma pidió socorro a los cielos y los cielos se la enviaron. Un hermoso ángel posó su varita mágica en la santa coca destrozada de P. que de inmediato ascendió atravesando los 32 pisos de la cárcel que celosamente la guardaba. Ascendiendo tal cual estaba. Y siguió…
De Dama de corazones, Buenos Aires, Ediciones Mantrana 7000, 1973.
Laura Guevara
Docente, música y escritora. Vive en Mar Azul, provincia de Buenos Aires.
Martín Eito
Es dibujante. Estudió con Óswal y Sábat. Obtuvo importantes premios en distintas bienales de arte joven. Trabaja para editoriales y medios gráficos argentinos y extranjeros. Publicó dos libros de su autoría y más como ilustrador. Realizó animaciones para Internet y TV.
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