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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

21/03/2022

Racismo estructural: entre incomodar y cuestionar los privilegios de la blanquitud

El 21 de marzo es el Día Internacional de la Eliminación de la  Discriminación Racial, declarado por la Asamblea General de la Naciones Unidas; se conmemora la masacre de 69 personas en 1960 que se manifestaban en Sharpeville, Sudáfrica, contra la ley de pases del Apartheid que imponía restricciones a la circulación en ámbitos educativos, laborales, políticos y de recreación a la población negra en ese país. El apartheid se sostuvo legalmente en Sudáfrica y Namibia desde 1948 hasta 1992 configurando un modelo de segregación racial con carácter institucionalizado y con un objetivo claro: garantizar la supremacía y privilegios de la población blanca en dichos países.

Hablar del racismo estructural es mencionar los procesos de producción y consolidación de una estructura social, económica, política y cultural que reproduce modos y acciones que ubican a las personas en lugares, roles y tareas según su color de piel. Pero a su vez una posibilidad de reconocer la existencia del racismo y planear acciones que permitan desestimar su legitimidad y su reproducción diaria.

El racismo estructural del que hablamos sostuvo durante años la Sudáfrica del Apartheid[1], allí sucedió la masacre de 69 personas que manifestaban contra el sistema de pases y  restricciones para personas negras. La existencia de este sistema segregacionista sólo se explica como parte de una estructura ideológica, política y material que aún hoy persiste y de la que es necesario hablar para entender cómo impacta en la vida de las personas.

“La expresión discriminación racial denota toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico, que tiene por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.” (Convención Internacional contra la discriminación racial, 1965)

Definimos racismo estructural como las acciones, prácticas concretas, construcción de  subjetividades que otorga supremacía a los grupos poblacionales de etnia blanca sobre otros grupos en el que se denota como distinción para el ejercicio del poder las características fenotípicas como  rasgos y color  de piel. Este mecanismo constituye lo que podemos denominar proceso de racialización. (Identidad Marrón, 2020)

 Sol y Valo, artistas marronas e integrantes del Colectivo Identidad Marrón  para el proyecto fotográfico "Retratos marrones". Foto: @wari.alfaro

Según el historiador Tzvetan Todorov (1991), el racismo implica ideas y prácticas de menosprecio y odio con respecto a personas con rasgos fenotípicos diferentes. El racismo se basa en una idea que presupone que la humanidad se divide en razas, que los grupos humanos son homogéneos, que existe una jerarquía única de valores y que es necesaria una política fundada en el saber. El racismo se estableció como criterio de subordinación durante la colonia y es central para el funcionamiento del sistema capitalista.

En la región que hoy nombramos América este proceso tiene un día y una fecha fundante: 12 de octubre de 1492. Desde entonces se inicia una imposición sobre los modos preexistentes de organización social, ambiental, sexual, religiosa, cultural y política. En palabras de Aníbal Quijano, en estos “nuevos” continentes se lleva adelante una colonialidad del poder, una noción el que teórico peruano identifica como el patrón de dominación global propio del sistema-mundo moderno/capitalista originado con el colonialismo europeo a principios del siglo XVI.

Identidad Marrón en la marcha 8M en CABA, encolumnades como Colectivo transfeminista y antirracista. Foto @wari.alfaro

La colonialidad del poder[2]

La imposición de este llamado descubrimiento de América, en el marco de la empresa colonialista europea,  que en simultáneo se lanzaba a otros “descubrimientos de territorios”,  es lo que instala la idea de razas. Una idea que se pone en práctica a través de la imposición de la figura del colonizador. Este trae consigo un interés de apropiación de recursos, territorios y de imposición de modos de entender el mundo. La empresa colonizadora entiende que aquello que encuentra, es un descubrimiento propio y  por lo tanto de su propiedad y en ese sentido deben estar presentes sus modos de organización, de religión, de lenguaje, de justicia, de familia y sus modos de concebir el poder.

La figura colonizadora se impone como la supremacía, lo europeo como una identidad que se impone, que intenta homogeneizar todo lo nuevo, en un proceso de anulación y borramiento de lo que existe, por lo tanto se inicia un proceso de inferiorización de todo lo no europeo, no blanco, no católico, no varón. Llevar adelante este objetivo implicó arrasar con poblaciones, con territorios, con religiones, dioses. Todo es inferior y posible de descartar porque no tiene valor, fundamentalmente quienes habitaban y habitan esos territorios, las personas indígenas marrones, quienes fueron y son objeto de un racismo que se configuró estructural hasta nuestros días.

Ahora bien, ¿de qué modo este proceso iniciado hace más de 500 años sigue presente e impacta y se traduce en discriminación, violencia, criminalización, pobreza hacia aquellas personas no blancas, tales como personas fenotipicamente marrones, pertenecientes a comunidades indígenas o  personas negras afrodescendientes?

¿Qué sucede en nuestro contexto latinoamericano, también nombrado por los activistas populares, feministas, indígenas como nuestra Abya Yala? ¿Se enuncia y se reconoce la presencia del racismo estructural?

Estamos frente a un ordenamiento global que sitúa la imagen de personas blancas, masculinas, heterosexuales (o que al menos lo parezcan), con poder económico, sin discapacidad corporal alguna como la referencia, como el ideal alcanzar el cual configura la hegemonía identitaria predominante, como aquella imagen del colonizador que aún perdura.

A este ideal hegemónico se le atribuye poder, se lo considera importante, también deseado, es considerado bello, es quien tiene legitimidad, lo que es aceptado, lo que es exitoso. En definitiva; lo que se comprende es que quién posee esos atributos es valioso y su vida importa.

Dina Choquetarqui Identidad Marrón en la marcha 8M en CABA, encolumnades como Colectivo transfeminista y antirracista. Foto @wari.alfaro

¿Qué vidas importan?

Pasaron casi dos años del asesinato de George Floyd por parte de la policía estadounidense, un hecho que marcó e instaló de forma globalizada el reclamo de justicia contra las violencias por razones raciales. A partir de dicho crimen se instaló la consigna black lives matter, que se viralizó en redes sociales. En el contexto argentino se instaló fuertemente un reclamo por el accionar policial contra personas racializadas marrones, que comúnmente conocemos o nombramos como el pibe chorro, el negrito de cabeza, villero o negro de mierda. Fue fundamental el rol –hasta ese momento casi desconocido- de los activismos antirracistas en Argentina.

Por un lado, se compartió masivamente la leyenda en inglés a modo de solidaridad de un crimen racial sucedido en el Norte contra una persona afrodescendiente. Fue un modo de accionar “posteo/publicación/hashtag” enmarcado en las numerosas prácticas de comunicación de la era digital, pero sin embargo daba cuenta de al menos dos aspectos; por un lado se ubica al racismo como algo extranjero, foráneo, algo que no estaba presente y por ende no se tiene en cuenta. Por otro lado, de algún modo se ocultaban o desconocían los propios mecanismos de carácter racista presentes en el cotidiano.

El contexto de pandemia, no sólo trajo consigo un virus mundial, sino que dejó expuestas múltiples desigualdades que se acentuaron a medida que la pandemia se prolongaba. Con el  surgimiento de nuevas olas y cepas del COVID-19, las problemáticas preexistenten se profundizaban; la falta de acceso a la salud, a la educación, al trabajo, a la alimentación, a la violencia, la discriminación. Entre estas problemáticas encontramos al racismo y lo que sucedió fue su emergencia, estábamos hablando de racismo en Argentina.

Hemos mencionado los procesos de racialización y observamos que en determinados grupos poblacionales como personas marrones/indígenas/afro se advierten los mayores impactos que provocó la pandemia. Dos años de crisis sanitaria demostraron que el impacto fue en todas las direcciones y dimensiones de nuestras vidas, pero hubo mayores padecimientos para la población expuesta a mayores situaciones de vulnerabilidad: la población carcelaria, los barrios más empobrecidos, las personas con mayor nivel de informalidad laboral, las comunidades indígenas.

Integrantes del Colectivo Identidad Marrón.  Durante la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Foto: @wari.alfaro

En la Argentina se comienza a nombrar como racismo la violencia institucional o el gatillo fácil. Se comienza a entender de forma incipiente, pero creciente, que los asesinatos por balas policiales son crímenes raciales. Un gran paso fue mencionar a esas personas con nombres y apellidos. Muchas de ellas personas de identidades marrones. Entre ellas: Camila Arjona, Walter Bulacio, Rafael Nahuel, Cristian Toledo, Facundo Ferreira, Luis Espinoza, Carlos Abregu, Emanuel Ojeda, Facundo Castro, Lucas González.

Acaso nos preguntamos si es una acción antirracista compartir un rostro racializado de quien fue asesinado por una fuerza estatal o es sólo un reflejo momentáneo y con una duración de no más de 14 segundos en una red social.

Sin embargo, creemos que nombrar las personas que fueron víctimas del racismo estructural es reconocer algo que antes no estaba dicho: en Argentina hay racismo.

Nombrar este tipo de discriminación en nuestro contexto genera preguntas. ¿Somos racistas? ¿Dónde está el racismo? ¿Quiénes lo padecen?

Los interrogantes son resultado de una inquietud, en el caso del racismo es lo que genera nombrarlo, es decir reconocerlo como una práctica propia. La incomodidad se presenta cuando contamos con ciertos indicios de haber sido racistas y ello nos interpela a reconocer y revisar los privilegios adquiridos por pertenecer a identidades, cuerpos, rostros que están a salvo de padecer las violencias cotidianas que implica, por ejemplo ser marrón, migrante y vivir en una villa.

La incomodidad puede quedar “ahí” o transformarse y llegar a problematizar este ordenamiento jerárquico de lo étnico, en el cual  la cuestión racial estructura la vida de las personas posicionándolas en desventaja o con beneficios respecto de otras.

¿Por qué incomodidad?

Pertenecer a la blanquitud otorga mayor acceso a derechos, pero muchos a costa de reducir los de otres, y ello molesta e interpela nuestras zonas de pleno confort. Ahora bien:  esta incomodidad puede durar lo que un posteo viral o puede transformarse en acciones antirracistas que se dirijan a cuestionar; también a problematizar, a exigir, a preguntarse  si somos racistas, si ese privilegio al que accedí obstaculizó que personas marrones, indígenas o afrodescendientes hayan accedido a los suyos, que su vez son también sus derechos. ¿Te preguntaste?

¿Por qué en tu familia hay tercera generación de profesionales y en la familia de la trabajadora que realiza tareas domésticas nadie llegó a la universidad? Sí imaginamos una persona exitosa ¿En quién pensás, cómo es su rostro y su color de piel? ¿Y sí pensamos en quienes nos gobiernan? ¿Creés que la población carcelaria en Argentina tiene un color? ¿Y la pobreza?.¿De qué trabajan las personas marrones?

Preguntar, preguntarse, cuestionar y problematizar sobre los privilegios de la blanquitud es la primera tarea que nos puede permitir pasar de la incomodidad a las acciones antirracistas, para transformar. Acciones que son individuales y colectivas; acciones que fundamentalmente son responsabilidades del Estado, que debe intervenir para reparar históricamente y distributivamente el acceso a derechos y recursos.

“En una sociedad racista no basta con no ser racista. Hay que ser antirracista”, dijo Angela Davis.

Sandra Hoyos

Es integrante de Identidad Marrón, un colectivo de personas hijes de campesines, indígenas y migrantes que tiene por objetivo visibilizar el racismo estructural en la Argentina, el impacto en las vidas de las personas y señalar las responsabilidades del Estado. Feminista y activista en el conurbano. Integrante de la Asamblea Feminista Conurbana Noroeste. Investigadora Docente. Licenciada en Política Social UNGS. Diplomada en Géneros y Políticas de Participación UNGS.

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Notas

[1] El apartheid fue un sistema que durante años fue avalado por el Estado sudafricano. Un mecanismo que formalizó la segregación y el odio racial a través de la ley. Consistía en llevar adelante prácticas racistas de forma legal, legitimadas y avaladas socialmente.

[2] Noción elaborada por Quijano, Aníbal 2000 “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en Lander, Edgardo (comp.) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (Buenos Aires: CLACSO) p. 246. En:<http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/lander/quijano.rtf>.

Bibliografía:

Identidad Marrón. La Tinta. Periodismo para mancharse. 21 de junio de 2020 Disponible en: https://latinta.com.ar/2020/06/identidad-marron/
Identidad Marrón (2021). Marrones Escriben. Perspectivas Antirracistas desde el sur global. Universidad Nacional de San Martín y University of Manchester.

Hoyos, Sandra (2020). Diario digital Latfem. De privilegios y opresiones. Recuperado de https://latfem.org/de-privilegios-y-opresiones-que-sabemos-de-feminismo-e-interseccionalidad/

Lugones, M. (2008). Colonialidad y género. Tabula rasa. Recuperado de  http://www.scielo.org.co/scielo.php?pid=S1794-24892008000200006&script=sci_abstract&tlng=es

Todorov, Tzvetan. (1991). La raza y el racismo. Siglo XXI

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