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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

15/03/2022

A 130 años del nacimiento de César Vallejo

Los artistas ante la política

César Vallejo es autor de los libros de poesía Los Heraldos negros (1918) y Trilce (1922) y de gran cantidad de crónicas y artículos en diarios de Perú, Argentina y Francia, donde vivió durante la última etapa de su vida. Viajó a Rusia en 1928 para observar el proceso revolucionario de cerca y en 1931 se instaló en España en pleno advenimiento de la Segunda República. Compartimos el texto “Los artistas ante la política”, artículo que Vallejo publicó el 31 de diciembre de 1927 en la Revista limeña “Mundial”.

[Además de ser el autor de dos de los libros de poesía más notables, transformadores y emblemáticos de América del Sur –Los Heraldos negros (1918) y Trilce (1922), César Vallejo escribió un gran número de crónicas y artículos en periódicos de Perú, Argentina y Francia, entre otros. Allí puso en relieve su interés tanto por los procesos revolucionarios del siglo XX, como por el rol que los artistas tuvieron (o debieron tener) en ellos. Al respecto, ya instalado en Francia desde hacía algunos años, en 1928 viajó a Rusia como “invitado de nadie” para observar el proceso revolucionario de cerca y en 1931 se instaló en España en pleno advenimiento de la Segunda República. Aunque no necesariamente planteada en esos términos, la pregunta por los vínculos entre vanguardia política y vanguardía estética se despliega -y anticipa- en sus artículos, sobre todo en sus observaciones sobre la revolución rusa y sus artistas. Aunque sujeto político -sostiene Vallejo- el artista nunca debe crear subsumido a una necesidad partidaria, a una causa coyuntural. En cambio, hace política con su arte en tanto logra trascender el tiempo con sus ideas y revelaciones: “creando inquietudes y nebulosas políticas”. A 130 años del nacimiento del gran poeta peruano, Revista Haroldo pone en circulación “Los artistas ante la política”, artículo que Vallejo publicó el 31 de diciembre de 1927, en el número 394 de la Revista limeña "Mundial"[1]. Que estas palabras sean también un modo de iluminar la tarea de lxs poetas en tiempos de incertidumbre.]

El artista es, inevitablemente, un sujeto político. Su neutralidad, su carencia de sensibilidad política, probaría chatura espiritual, mediocridad humana, inferioridad estética. Pero, ¿en qué esfera deberá actuar políticamente el artista? Su campo de acción política es múltiple: puede votar, adherirse o protestar, como cualquier ciudadano; capitanear un grupo de voluntades cívicas, como cualquier estadista de barrio; dirigir un movimiento doctrinario nacional, continental, racial o universal, a lo Rolland. De todas estas maneras puede, sin duda, militar en política el artista; pero ninguna de ellas responde a los poderes de creación política, peculiares en su naturaleza y personalidad propias. La sensibilidad política del artista se produce, de preferencia y en su máxima autenticidad, creando inquietudes y nebulosas políticas, más vastas que cualquier catecismo o colección de ideas expresas y, por lo mismo, limitadas, de un momento político cualquiera, y más puras que cualquier cuestionario de preocupaciones o ideales periódicos de política nacionalista o universalista.

Imagen: Proyecto Penaca

El artista no ha de reducirse tampoco a orientar un voto electoral de las multitudes o a reforzar una revolución económica, sino que debe, ante todo, suscitar una nueva sensibilidad política en el hombre, una nueva materia prima política en la naturaleza humana. Su acción no es didáctica, transmisora o enseñatriz de emociones e ideas cívicas, ya cuajadas en el aire. Ella consiste, sobre todo, en remover de modo oscuro, subconsciente y casi animal, la anatomía política del hombre, despertando en él la aptitud de engendrar y aflorar a su piel nuevas inquietudes y emociones cívicas. El artista no se circunscribe a cultivar nuevas vegetaciones en el terreno político, ni a modificar geológicamente ese terreno, sino que debe transformarlo química y naturalmente. Así lo hicieron los artistas anteriores a la Revolución Francesa y creadores de ella; así lo han hecho los artistas anteriores a la Revolución Rusa y creadores de ella. La cosecha de semejante creación política, efectuada por los artistas verdaderos, se ve y se palpa sólo después de siglos y no al día siguiente, como acontece en la acción superficial del seudoartista.

Diego Rivera cree que el pintor latinoamericano debe tomar como motivos y temas artísticos la naturaleza, los hombres y las vicisitudes sociales latino-americanas, como medio político de combatir el imperialismo estético y, por ende, económico, de Wall Street. Diego Rivera rebaja y prostituye así el rol político del artista, convirtiéndolo en el instrumento de su ideario político, en un barato medio didáctico de propaganda económica. "Es una verdad indiscutible -dice Rivera- el poder del factor estético como determinante, en primer lugar, económicamente de la orientación de la referencia en los consumos y, en segundo lugar, como factor psicológico capaz de encauzar la mente y la voluntad proletaria por el trayecto más corto hacia la consecución de lo que conviene a sus intereses de clase". Olvida Diego Rivera que el artista es un ser libérrimo y obra muy por encima de los programas políticos, sin estar fuera de la política. Olvida que el arte no es un medio de propaganda política, sino el resorte supremo de creación política. Hablo del arte verdadero, Cualquier versificador, como Maiakovsky, puede defender en buenos versos futuristas, la excelencia de la fauna soviética del mar; pero solamente un Dostoievski puede, sin encasillar el espíritu en ningún credo político concreto y, en consecuencia, ya anquilosado, suscitar grandes y cósmicas urgencias de justicia humana. Cualquier versificador, como Déroulede, puede erguirse ante la muchedumbre y gritar los gritos democráticos que quiera; pero solamente un Proust puede, sin empadronar el espíritu en ninguna consigna política propia ni extraña, suscitar, no ya nuevos tonos políticos en la vida, sino nuevas cuerdas que den esos tonos.

César Vallejo por Pablo Picasso

Diego Rivera fabrica un disco y pretende dárselo a los artistas de América, para que se ocupen de darle vuelta. Todo catecismo político, aun el mejor entre los mejores, es un disco, un cliché, una cosa muerta, ante la sensibilidad creadora del artista. Esta acción política está bien en manos segundonas de artista copiador o repetidor, pero no en manos de un creador. Por lo demás, bueno sería que se lograse descubrir la pólvora, aun dentro de la teoría de Rivera; pero la historia del arte no ofrece ningún ejemplo de artista que, partiendo de consignas o cuestionarios políticos, propios o extraños, haya logrado realizar una gran obra. Las teorías, en general, embarazan e incomodan la creación.

El artista debe, antes que gritar en las calles o hacerse encarcelar, crear, dentro de un heroísmo tácito y silencioso, los profundos y grandes acueductos políticos de la humanidad, que sólo con los siglos se hacen visibles y fructifican, precisamente, en esos idearios y fenómenos sociales que más tarde suenan en la boca de los hombres de acción o en la de los apóstoles y conductores de opinión, de que hablaremos más adelante. Si el artista renunciase a crear lo que podríamos llamar las nebulosas políticas en la naturaleza humana, reduciéndose al rol secundario y esporádico, de la propaganda o de la propia barricada, ¿a quién le tocaría aquella gran taumaturgia del espíritu?

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Notas

[1] Extraído de Urrestarazu, Mónica & Warley, Jorge; César Vallejo en Europa 1926-1938. Buenos Aires: Ediciones Imago Mundi, 1992.

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