Un famoso escritor del siglo XIX, francés, declaró el temor ante la página en blanco. Se trataba de una forma festejable del miedo ante lo incógnito de lo que allí se podría escribir. Los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo significan lo opuesto y lo complementario de esa blancura. En los pañuelos de las madres ya ha sido escrito todo. Si hay que sentir angustia, es por todo lo que allí está escrito, y que sin embargo no ofrece signos visibles de escritura que faciliten la interpretación. Como sabemos, pueden permitirnos leer un nombre, bordado con delicadeza. En letras azules que forman una insignia que nos es familiar por sus colores. Que finalmente, como se dice en el más famoso poema nacional, son los colores de una pena extraordinaria. Por eso el pañuelo desciende de una bandera que conocemos bien. Y cuando leemos un nombre, es un nombre embanderado, que sobre la cabeza maternal hace flamear su ausencia. Quizás una ráfaga inquieta de viento permite imaginar que esos nombres de muchachos y muchachas nos visitan para preguntarnos por ellos en nosotros. Es así que el color blanco, potencialidad de todos los demás colores, ha exigido en la Argentina la forma del pañuelo maternal, la señal propiciatoria de la imaginación política y el sentimiento de búsqueda inagotable del hijo que no está. ¿Qué se sabe de ese hijo? Se sabe todo y no se sabe nada, pues cuando se sabe todo aparece la imagen más sufriente, que se desearía apartar, y cuando no se sabe nada, aparece la figura de un dolor inconsolable, que también se intenta alejar. Por eso, el pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo es el nácar más brillante de la congoja argentina. Está dentro de la historia nacional y también la excede. Nos habla de las militancias juveniles más enfáticas, en singular y plural. Es el extenso palimpsesto donde leemos ahora las insignias de un pasado próximo y de lo que ocurre en las calles de Chile o de Bolivia. Y en toda Latinoamérica. Son imágenes fugaces, inscriptas en un tiempo dramático, que hoy nos siguen mirando. Imágenes movedizas, corriendo entre plomizos nubarrones. Muchas de ellas para decir que sabían demasiado de sus propias esperanzas y poco de los horrores que abrigaba silenciosamente el mundo que querían transformar. Todas esas esperanzas y todas esas incógnitas están escritas ahora fuera de cualquier alfabeto, en la superficie depurada del pañuelo blanco. Incluso Hebe propuso en su momento que el pañuelo no contuviera los nombres desaparecidos, pues en el propio pañuelo ya estaba escrito el destino de esas vidas. En signos imborrables pero invisibles. En lo abstracto, como en las mejores filosofías de la historia, estaba lo más concreto. Por eso, como cada nombre es todos los nombres, Hebe propuso el gesto de des-individualizarlos. Todos estaban en cada uno y cada uno recibía en nombre indivisible el todo. Cada nombre silencioso es un signo que aún espera ser descifrado. Si la hoja en blanco estremecía al escritor, el pañuelo en blanco estremecía a las crueldades de la historia ya acontecida. El pañuelo blanco de las Madres no es una tela belicosa sino un lienzo cuya vecindad con rituales sacros nos dirige hacía el corazón de una resistencia activa contra todas las injusticias del mundo. Antes cité a un escritor como Mallarmé, tomando la página en blanco como un combate entre el silencio y la letra, el escollo y el nombre, la tipografía y la música. Todo esto lo podemos asociar al infinito vigor que conserva el pañuelo blanco de las Madres. Pero ahora quisiera terminar invocando a otro autor, un argentino para el que parecería que su época ya ha pasado, y sin embargo, al releerlo siempre lo encontramos de pie. Se trata de Julio Cortázar. Hablaba de cuando el viento arrecia sobre las velas de una embarcación. Se podría considerar entonces que se genera allí un nudo vélico, pero vélico de velas, no de ofensa o agresividad. Un nudo vélico con v corta, esto es, el punto máximo de resistencia que un punto específico oponían las velas al poderoso soplido entrecruzado de los vientos. El pañuelo de las Madres es ese punto de resistencia ante las inclemencias del viento de la historia. Donde todo parece desmoronarse. Pero esa vela sigue encendido. Es este pañuelo que sigue diciéndonos que un viento que puede ser destructivo, sin embargo, encuentra la intransigencia del propio pañuelo. Que así puede seguir navegando.
Querida Hebe y Madres de Plaza de Mayo, este pañuelo de los ausentes obliga a redoblar nuestra presencia. Si navegar es preciso, vivir también es preciso y seguimos viviendo, resistiendo y navegando gracias a los torbellinos que le siguen dando vida a estas velas desveladas, a estos insomnes pañuelos.
“El pañuelo”, en Gonzalianas. Conversaciones sin apuro, Mariano Molina (compilador), Ediciones Colihue, 2021.
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