08/01/2022
En la lengua que cortaste. O la memoria de nosotros
Haroldo publica una selección de fragmentos del libro En la lengua que cortaste. O la memoria de nosotros, realizada por su autor, Sebastián Russo Bautista. Una reflexión en torno a la Isla Martín García, a la que considera la historia no oficial de un país, cristal para pensar las formas instituyentes e instituidas de una nación con una potencia utópica a desplegar.
Serie Argento, 300 actas de Cristina Piffer, 2017. Se trata de láminas de metal plateadas caladas donde la artista aborda un largo episodio de la historia argentina que se sitúa en la isla Martín García. Allí funcionó, entre 1870 y 1890, un campo de reclusión indígena durante la transición entre el Período de la Organización Nacional y la constitución del Estado-Nación. A la isla fueron trasladados forzosamente miles de hombres y mujeres; jóvenes, ancianos y niños que habían sido capturados por el ejército que dirigía la campaña militar hacia la Patagonia, “en calidad de indígenas a disposición del estado dada su condición de tal”. Fuente: http://www.cristinapiffer.com.ar
¿Y si fuera una isla la que pudiera contar la historia argentina
pero vista desde su reverso, cual imán invertido, espejo opaco?
Horacio González
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A su memoria también este libro
Fin de año. Una mañana apenas fresca de sábado y un muelle atestado. Varias parejas. De distintas edades, en distintos planes. La forma pareja aquieta. Hacia adentro, hacia afuera. Esa misma noche es fin de año. Viajamos en la víspera. Con sol. Al sol. En la cubierta de la Cacciola. Con otros: el grupo que escapa. Un grupo de parejas desconocidas. Algunas entrelazadas. Nosotros solos. Ella filma, habla con un viejo habitante de la isla, el único no turista del catamarán. Yo miro, al paisaje, a ella, a todos. Leo. Me traje lecturas alusivas, sarmientinas: el Carapachay, Argirópolis. Las vísperas son momentos expectantes. En donde se experimenta una frontera, el límite. No te cases, no te embarques, en la víspera, en la frontera.
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Las láminas plateadas de Cristina Piffer replican las actas del Libro de Bautismo de la Isla Martín García asentadas en el Archivo del Arzobispado de Buenos Aires -firmadas casi invariablemente por el clérigo José Birot- donde se registra la conversión a la fe cristiana de los indígenas bautizados en la isla. En las actas aparecen la edad y género de los prisioneros, también su nombre cristiano y una empecinada referencia de su condición racial: “indio de 2 años de edad”, “india de 20 años de edad”. Fuente: http://www.cristinapiffer.com.ar
Martín García es la historia no-oficial de un país, la de sus márgenes. Presidio de sus líderes, los líderes de los marginados, su carácter de excepción, de “afuera del adentro”, la hace cristal para pensar las formas instituyentes e instituidas de una nación. Y si la llanura pampeana, en su límite disuelto, era el problema de la nación facundina, el límite demarcado de toda isla, pero más aún, la de Martín García, deviene, como en Sarmiento, el otro, el mismo: en su Argirópolis, estatuto político utópico. Aquí junto a su “otro”, poniendo freno (límite) al expansionismo imperial: no lejos de allí, Rosas, la Vuelta de Obligado. Retóricas prácticas de la soberanía.
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Cómo piensa una isla. Desde dónde. Desde su materia. Desde sus rumores. Los propios, los heredados, los circunstanciales. Desde su aislamiento, un pensamiento aislado, que sale del flujo, que navega solitario. O como una isla parlante. Donde emerge una trama de saberes, relaciones, formas que reestructuran el vínculo consigo misma, con los otros, con lo otro. Con lo no isla. Una isla y nada puede pensar sin fantasma. Desde los deseos y terrores que se le endilgan, se le adosan y llegan a sus orillas. Pero también: un pensamiento-isla. Utópico, de un pensar-otro. Isla y utopía, son la fábula vital del recomienzo, el reinicio y fundamento de toda fábula. Un pensamiento-isla. El que concibe a la historia en tanto palimpsesto, de sueños y cansancios acumulados, en disputa eterna. Alguien dice, el palimpsesto contiene una idea de diversos tiempos que se van turnando a codazos por atraer la atención. Y agrega, cuando se habla de algo, se sabe que por debajo late otra escritura que ha sido postergada o anulada y pugnará por resurgir. O mejor un pensamiento-archipiélago, el que sólo aparece con otros y en silencio, en las esperas, la conversación, que siempre es con y entre fantasmas.
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Intervención de lectura de los nombres que aparecen en las actas de la obra 300 actas en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, 2017. Foto: Kristina Gueraskina
En el muelle hay fotos de grumetes. Posiblemente los que fueron enviados a defender la frontera sur de la provincia de Buenos Aires. Trayendo presos a la indiada que construyó su propio presidio. Síntoma trágico que no deja de retornar. Cuerpo de grumetes se llama el camping. Un Cuerpo de cuerpos disciplinados. Llevados a realizar una tarea patriótica en el confín. Aislados, sin enemigos externos a la vista. Luego de embates y sitios de naciones extranjeras, la consolidación del Estado Nación hizo del enemigo interno, el confinado de la isla. Enemigos en mucho casos invisibles, escondidos, disueltos en la sociedad, enfermos, anarquistas, como luego lo serían los de las guerrillas urbanas, rurales, infectando a los elementos sanos de un cuerpo social, tal como se sostenía. Que no llegaron a ser apresados en la isla, al menos no de modo sistemático, concentracionario. Aunque poco se sabe, poco se dice, sobre la isla en tiempos de dictadura. ¿Los Hércules la sobrevolaron? En el Delta hay muchas historias de avistajes de cuerpos arrojados. Incluso uno, semi-vivo, cayendo sobre una canoa. Me cuenta un docente de la escuela cuya biblioteca tiene el nombre de uno de los docentes caídos en una avioneta hace algunos años. Vuelos, caídas, arrojos. Llegaron luego, en democracia, otros presos, con otros regímenes carcelarios, pero con mismos/nuevos estigmas, cargas sobre sus cuerpos. De estos a los cuerpos no menos docilizados, entrenados de los grumetes de antaño. Los prefectos hoy circulan, miran, saludan. En su gestualidad militar ensimismada, desfasada, cuasi inútil -los contenedores de soja, por caso, pasan como si nada-, se expresa el modo en que una nación elige pensar un nosotros, un los otros.
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En la punta de aquel sable
En la vaina de tu boca
En la lengua que cortaste
Anida un secreto
El fantasma de la hiel
La veladura de mi odio
La sonrisa socarrona
Porque vos te vas
Pero yo me revuelvo
En el fango
del recuerdo
Que acogota mi deseo
Que acaricia mi frialdad
Y si te saludo
Con gracia
Seductora
Joven
No es porque te ame
Ya no
Que va
No
Es porque me acuerdo
De aquella foto
En el cañón inútil
Atalaya de viejas batallas ribereñas
Cuando el futuro era nuestro
La gracia divina
Y mi piel caliente
Ya no
Se acabó
Y sin tristeza
Te digo
Que si te espero
Es por tu bien
Estoy vaciada
Camino sin rumbo
Repito mis acciones
Espero la nada
Y si algún fueguito se me arma
Lo cuido y soplo
Me caliento suave
Y tu contorno se dibuja
En una tela que me invento
Para aguantar la tripa que me seca
El vacío que me come
El silencio que acompaña
Mi soledad infinita
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Lectura coral de los nombres que aparecen en las actas de 300 actas, donde se puede detectar que la pérdida del territorio fue seguida de la privación del nombre; cada acta es un reflejo del despojamiento material y simbólico al que los pueblos originarios fueron y son sometidos. Es una invocación que los trae al presente, como si nos preguntaran ¿donde están ellos, y sus descendientes, en la memoria colectiva? Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, 2017. Foto: Kristina Gueraskina
Si el problema y singularidad de la Argentina sigue siendo la tierra adentro, sus dueños, los mismos, también lo es en su tierra fuera, otra/misma extensión ilimitada, poéticas neoliberales del des-territorio. Martín García, límite preciso, confabúlico, frontera naviera, comercial, espectral, ingreso a la irrigación constitutiva (fin y principio) del Cono Sur, válvula del mapa sanguíneo, donde el Paraná desemboca y convoca, llave de una vena abierta, donde lo común, lo propio, deviene flujo espeso, barroso, sedimento.
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Un nene juega sobre uno de los cañones de la costa con una ametralladora de juguete en la mano. Su madre impávida lo acompaña, parece ser mujer de algún prefecto -cierta sumisión en su paso, prejuiciosamente me lo indica. Pasado y futuro. La isla suspende el presente. Su reminiscencia y actitud guerrera se entrampa y nubla. El jugar a la guerra del niño en la Argirópolis parece una fabulación indolente. Usufructuada por las élites, médico militares, la isla Martín García es una rémora derruida de la lógica del fortín. Es el último y ultimado fortín en pie. Enclavado frente a las costas uruguayas persiste incluso con y en la memoria trágica de la conquista del desierto y el intervencionismo regional infame. Hoy un fortín alucinado. Como el del “El desierto de los tártaros”, donde un destacamento militar existe a la espera de un enemigo que nunca llega y que empieza a vérselo en todos lados, como en los cardos, o en los tábanos. O como el de Saldungaray, en Sierra de la Ventana, en la línea de fronteras y fortines, cuyo general, enloquecido, ordenaba estar listos (pa lo que mande mi general) ante la irrupción malónica inminente. Desierto, soberanía y locura. Martín García, emplazada firme, rocosa, es la presencia paradójica, la fantasmagoría irradiante e irredenta, tanto de un cristal invertido, barroso nacional, dirá Horacio González, como de una “fuerza utópica a ser”.
* Editado por Milena Caserola, Bs. As. 2021. Selección de fragmentos para Haroldo.
Sebastián Russo Bautista (La Plata, 1973). Sociólogo, docente, investigador, escritor. Dicta clases en la UBA, la UNPAZ y la UMSA. Codirige el proyecto de investigación "Memorias Imaginadas" (IDEPI/UNPAZ) y la plataforma VerPoder. Ensayos de la Mirada (FADU/UBA) Publicó "Interior", "Fluir Seco", "La parva muerte. O la memoria de los otros" (todos en Milena Caserola), Las luciérnagas y la noche (Godot) y Los condenados. Pasolini y Latinoamerica (Nulu Bonsai), entre otros.
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