19/10/2021
70 años de televisión en la Argentina
Ese nuevo invento
Marcelo Camaño, autor de televisión, recuerda que la idea de traer la TV al país fue impulsada políticamente por Eva Perón y quien acercó la tecnología y los contactos fue Jaime Yankelevich. La primera transmisión se hizo el 17 de octubre de 1951. Canal 7 instaló los formatos de programas de preguntas y respuestas, sketches de humor, shows musicales, concursos, noticieros y las adaptaciones de obras de teatro universal. Más adelante “el tan consabido costumbrismo argentino se apoderó de los relatos de ficción” y aparecieron los géneros que “nos contaron como pueblo: la comedia, el melodrama, el terror, el policial”. “Quién sabe qué se contará en el futuro, lo que es claro es que ese futuro depende de un presente activo en recuperar el imaginario popular para nosotros y para los que vienen atrás”, plantea Camaño.
Al principio fue comprender que ese nuevo invento sería muy importante en el futuro. Hacia el año 1951 Evita y el empresario radial Jaime Yankelevich, que mantenían una relación respetuosa, entendían que este invento sería central en los años por venir. Jaime tenía los contactos y la posibilidad de acceder al dinero para traer los aparatos, Evita aportaba la decisión política de que el Estado argentino garantizara la instalación de las fastuosas torres de transmisión que quedarían para siempre como propiedad estatal. Estuviera quien estuviera. Evita, muy conocedora de cómo influían los medios del momento -la gráfica y la radio-, sabía que este nuevo medio que traía imagen sería una herramienta política indiscutible. Todo se sinceró y se apuró –al estilo Evita- para que la primera transmisión coincidiera con la celebración del 17 de octubre, que sería, vaya paradoja, la última de Evita viva. Dicen que a Perón esa tortuga se le escapó: ¿ese mamotreto inmenso que ocupa tanto lugar en un comedor o un living normal, que muestra imágenes precarias en un blanco y negro difuso… eso va a constituir política? Resulta extraño que no lo haya visto con esa precisión meridiana que tenía para los adelantos técnicos que admiraba tanto. La cosa es que después de aquella famosa primera transmisión hubo días de incertidumbre hasta que comenzó a proveerse una rústica programación que contaba con flashes informativos, momentos musicales y números artísticos algo deslucidos. Mientras acá se improvisaba, el modelo a seguir, el norteamericano, ya estaba afincado con publicidad, TV a color, empresas que producían y hasta un star system que copiaron de Hollywood que tantos dólares les aportaba.
Acá la cosa se puso peliaguda cuando hubo que convencer a los actores, muy cómodos en la radio, que había que poner la carita y decir algunos textos de memoria. No querían saber nada por una sencilla razón: se pagaba una miseria, lo que no justificaba el papelón de meter la pata. Incluso Evita, ya desde su lecho de enferma, hizo mover el avispero ante los gremios de los actores y los locutores porque serían los responsables de hacer creíble el nuevo medio.
A los periodistas no le exigía lo mismo, una visionaria frente al problemita que seguimos teniendo hasta el día de hoy con las fake news.
Lo cierto es que Canal 7 reinó durante casi una década a solas, e instaló la mayoría de los formatos que conocemos hoy en día: programas de preguntas y respuestas, sketches de humor, shows musicales, concursos, noticieros, avisos publicitarios en vivo y precarias adaptaciones de obras de teatro universal. Después advirtieron que lo del teatro lo podían hacer con autores nacionales, entonces los actores prestaron mejor atención y comenzó a fluir el talento delante y detrás de cámara donde aparecieron técnicos provenientes de la radio, del cine, del teatro y de la nada misma. Muchos de ellos lo vieron como un laburo y no tenían ni idea que desarrollarían una industria próspera y efectiva que los haría especialistas en cada área que tocaban. Quizás el click en algunas cabezas apareció cuando comprendieron que podían armar ficciones específicas para la tele. De la radio se importaron escritores como Jorge Falcón, Alberto Migré, Nené Cascallar y Celia Alcántara, entre muchísimos más. Y el tan consabido costumbrismo argentino (quizás más que nada capitalino, digamos todo) se apoderó de los relatos de ficción y entonces sí establecieron los distintos géneros que nos contaron como pueblo: la comedia, el melodrama, el terror, el policial.
Trabajadoras del noticiero de TV Pública Argentina del ensayo “No al vaciamiento en los medios públicos”. Buenos Aires, Mayo, 2018 Foto: Paloma García
En aquellos inicios tener un aparato de tele en casa era sinónimo de pertenecer, de escalar socialmente. Ni hablar en las ciudades de las provincias o en los pueblos más chicos, cuando años más tarde se instaló el cable coaxil que permitió fundar canales locales y la aparición del videotape que dio lugar a grabar en Buenos Aires y distribuir por todo el país. Esto generaba un elemento más en la movilización turística porque aquellas figuras que aparecían en la tele, llenaban teatros con público que quería verlos en persona.
A principios de los 60 el Estado licitó 3 señales más para la Capital, y varias para las provincias. Llegaron el 9, el 11 y el 13. Entonces ahora había una industria pero todos fagocitaron al 7, se robaron técnicos, artistas, locutores, proveedores. Las empresas privadas cerraron acuerdos con señales norteamericanas y fundaron productoras cautivas que proveían de material a la señal. La legislación no lo permitía, pero ahí ya se veía venir el estilo de los dueños de los medios.
Con los gloriosos años 60 los recuerdos empiezan a circular de programa en programa, y vamos de Pinky a Blackie, de Cacho Fontana a María Aurelia Bisutti, de Brizuela Méndez a Jean Cartier. Lassie, el Pájaro Loco y El Zorro coparon los gustos populares.
Pero la tele no vivía en un paraíso paralelo. La vida política y social contaminaba los contenidos y generaba posiciones y decisiones. Los exaltados días del Rosariazo y del Cordobazo en el 69 fueron los primeros hechos políticos que la tele transmitió, quizás una venganza retrasada a lo que no había podido mostrar con las bombas del ‘55. Y la llegada del hombre a la luna nos ponía en sintonía con el público de todo el mundo, a la misma hora, el mismo día.
El asesinato de Aramburu paría la nueva década, los 70, donde ya todo pasaría de castaño oscuro. La osadía de la militancia se vio reflejada en el hermano de Rolando Rivas que integraba un grupo armado que secuestraba al padre empresario de Mónica. Migré se jugó con esa línea de historia que arrasaba con el rating en aquel año ‘72. Y en el ‘75 anticipó la sangría que viviríamos cuando decidió que el marido autoritario y dictatorial de Piel Naranja no aceptaba que su esposa se había enamorado de otro hombre y los asesinaba a tiros. Al año siguiente, Migré abrió su siguiente novela hablándole a un maniquí que representaba a Marilina Ross –protagonista femenina de Piel Naranja- quien ya estaba exiliada, en complicidad con el público y le pedía disculpas por aquello que estaba padeciendo. Metáforas que circulaban y que quien las comprendía agradecía ese mensaje críptico que aportaba una caricia simbólica. Ya en el ‘79, post Mundial, el 7 que ahora era ATC contaba en Andrea Celeste como una niña huérfana buscaba a su madre. Ambas se reencontrarían como ansiaban miles y miles en todo el territorio que pululaban por oficinas, embajadas, ministerios, tribunales y despachos buscando a sus seres queridos, y las Madres ya eran las de Plaza de Mayo. Pequeños ejemplos que podían traficarse en medio de una persecución no solo de personas sino de ideas y de bienes culturales.
Los primeros aires democráticos tras la guerra de Malvinas parieron un ciclo que aún hoy queda en el recuerdo de muchos televidentes: Nosotros y los miedos por Canal 9 con dirección de Diana Álvarez que simulaba hablar de miedos cotidianos cuando subyacía el miedo más primigenio: el de perder la vida por salir a decir lo que uno es o piensa. Fue tan bien recibido que comenzaron ciclos similares que perduraron años en pantalla.
"Que no te apaguen los medios públicos" del ensayo “No al vaciamiento en los medios públicos”. Buenos Aires, Mayo, 2018. Foto: Paloma García
Y acá se acumulan las memorias personales. Quien esto escribe todavía recuerda cuando frente a un capítulo de Alguien como usted, unitarios que protagonizaba Irma Roy, fue la primera vez que vio y escucho sobre un cementerio clandestino, donde habían arrojado cuerpos de personas desaparecidas.
Y luego La Señora Ordoñez en ATC, una novela donde la protagonista contaba su militancia peronista, primero como una seguidora de Evita, y luego como una enfervorizada ciudadana que compartía sus ideales. Y los musicales de Badía que reparaba tanto dolor trayendo de su mano a músicos y artistas que habían sido silenciados y exiliados. Y las películas que Morelli y Berrutti pasaban los sábados a la noche, la mayoría de ellas censuradas por la dictadura.
Durante los ‘90 el periodístico Gente que busca gente interpeló al público como luego en los años del nuevo siglo, nuestras ficciones: Montecristo, Televisión por la identidad o Vidas Robadas discutieron estos temas como tantas otras que a partir del 2010 pudieron realizarse gracias a concursos que promovía el Estado.
Cometemos injusticias pero así de desordenada es la memoria del espectador que no mira para recordar sino que busca entretenerse, pero cuando el contenido lo cruza como una flecha, impacta, sacude y modifica. Como una buena peli o un buen libro. La tele merece ese lugar destacado como generador de contenidos que respeta al público como objetivo final.
Hoy en épocas de vacas flacas en la producción nacional, frente al boom de los servicios de streaming, muchos directivos de los canales insisten que como los costos vuelan se hace imposible generar contenidos propios y locales. Como si antes no hubiéramos atravesado crisis económicas de lo más perversas. Dicen que la ficción quedará más en las plataformas que en los canales de aire, pero en países hermanos vemos que los canales de aire siguen haciendo sus ficciones porque allí es donde se centra parte de la soberanía simbólica. Se marca territorialidad y memoria contando las historias que nos representan. Y no hace falta una parafernalia de producción o ideas innovadoras (que por supuesto, siempre serán bien recibidas) sino simplemente alguien acá que quiera contar algo sincero para otro que está allá y la moldee como más le plazca.
Quién sabe si en los próximos 70 años de la tele podamos dar vuelta esa idea, quién sabe cuánto la tecnología ayudará o perjudicará esta idea. Quién sabe qué se contará en el futuro, lo que es claro es que ese futuro depende de un presente activo en recuperar el imaginario popular para nosotros y para los que vienen atrás. Como aquellos que en los tempranos 50 entendieron el valor del nuevo medio al que le estaban poniendo sus expectativas. Porque eso, sin contenido, es envase vacío. Y para que perdure el contenido tiene que representar y generar debate. Felices 70 años tele querida.
Marcelo Camaño
Autor de TV. Trabajó en ficción y no ficción en Argentina y otros países. En canales abiertos, plataformas internacionales y ficción en radio. Dirige la carrera de Guión del ISER.
Paloma García
Es periodista y fotógrafa. Estudió fotografía con Carlos Bosch, Carola Brie, Eduardo Gil, Valeria Bellusci y Guadalupe Miles. Se especializó en Periodismo de Investigación. Trabaja en el área de Noticias de TV Pública Argentina desde 2003 donde fue Subgerente de Noticias (2009/2011). Fue Editora Ejecutiva en noticieros de TeleSUR en sede central Caracas, Venezuela. Colaboradora en las redacciones de Página/12, La Maga, Periódico Acción, entre otros.
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