06/09/2021
Llevar con desobediencia el nombre de un padre genocida
Por Gabriel Túñez
Analía Kalinec es hija del “Doctor K” uno de los represores más temidos del Circuito ABO, los centros clandestinos de detención Atlético, Banco y Olimpo. Supo esa historia mientras escribía un diario íntimo en el que le contaba a sus hijos cómo había sido su vida. La revelación del pasado tenebroso de su padre y la ruptura de ese mandato de silencio y complicidad se transformó en una autobiografía que sigue el camino de Memoria, Verdad y Justicia.
Llevar un nombre, un apellido en este caso, puede ser motivo de orgullo y felicidad. Puede abrir las puertas de lugares de fantasía, de ensueño. Puede ser un legado, un ejemplo, un emblema. Llevar un nombre familiar, es cierto, también puede ser carga, un motivo de angustia y tristeza. Muy pocas veces, sin embargo, también puede significar un ingreso a los lugares oscuros y tenebrosos de la historia del país. Entonces, para no habitarlos, hay quien decide no llevar ese nombre. Despojarse de esa piel, de un pasado que tiene el peso de una vida. Negarlo, esconderlo, no darse vuelta ante un llamado insistente, diario, a gritos.
Analía Kalinec dice que escribió su autobiografía “Llevaré su nombre. La hija desobediente de un genocida” sin darse cuenta. Que comenzó a hacerlo hace 20 años como una suerte de diario íntimo que tenía un único objetivo: contarle a los hijos que todavía no había parido cómo había sido su vida; la personal, la familiar. Pero a poco de empezar, esa mano que escribía acaso con inocencia se paralizó ante un llamado de teléfono y una noticia: “Papá está preso, no te asustes”.
Fue el 31 de agosto de 2005.
El “papá” de Analía es Eduardo Emilio Kalinec, subcomisario retirado de la Policía Federal, juzgado y condenado, años después de aquella llamada, por los delitos de “privación ilegítima de la libertad y tormentos en perjuicio de decenas de desaparecidos”, crímenes de lesa humanidad perpetrados en los centros clandestinos de detención Atlético, Banco y Olimpo (Circuito ABO), que durante la última dictadura cívico militar funcionaron al mando de Carlos Guillermo Suárez Mason, jefe del Primer Cuerpo del Ejército.
Kalinec, ese padre al que Analía buscaba gateando y desesperada de felicidad cuando regresaba a casa, era conocido por sus víctimas como el “Doctor K”. En el juicio oral en el que fue condenado a prisión perpetua, los sobrevivientes de sus torturas recordaron que era “bastante temido” en el Circuito ABO.
Kalinec había ingresado en 1972 a la Policía Federal como aspirante a cadete. “Le damos a usted la bienvenida y le auguramos una fructífera carrera. Superior a la normal”, lo recibió la fuerza. Allí estuvo hasta el 4 de febrero de 2005, cuando solicitó el “retiro voluntario” luego de 33 años, 10 meses y 3 días de “servicios a la patria”, en los que nunca fue sumariado, embargado ni sancionado. Poco después del “retiro voluntario” de su padre, sonó el teléfono en la casa de Analía.
“Mi mamá me contó que mi papá estaba preso. No entendí nada. Estaba con Gino, que en ese momento tenía poco más de un año. Me dijo que me quedara tranquila, que eran cuestiones políticas”, rememoró.
Analía Kalinec. Foto: Mariana Minitello
En los años siguientes, Analía escuchó palabras que hasta ese momento de su vida le habían pasado por el costado: centros clandestinos, torturas, muerte, violaciones, vejaciones, violencia, robos, secuestros, tabicamientos, violaciones, tubos, violencia, amenazas, tormentos, vuelos de la muerte, desaparecidos. Y un alias, un Doctor. K. “Un torturador con la cara de papá. No puedo más. Nadie me abraza, hay silencio y hace frío. Y duele”, escribió.
Y entre las lágrimas que brotan y la angustia que explota, surge “una pregunta” que tiene miedo de hacer porque, además, teme la respuesta: “¿Qué tienen que ver la tortura, los secuestros, los desaparecidos con mi papá?”.
A Analía le “duele la verdad”, pero “más duele la injusticia. Y mucho más la impunidad”. Escribe, recuerda y se pregunta dónde está ese padre que era bueno y le hacía cosquillas, el que le cantaba canciones y contaba cuentos. “¿Dónde está? ¿Dónde están?”
Un día pudo preguntarle: “¿Qué hiciste, pa? ¿Cómo pudiste? ¿Por qué?”. No hubo una respuesta, solo un “silencio atroz”.
Cinco años después de la primera revelación, el Doctor K fue condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad. Analía siguió todo el proceso y escuchó a las víctimas de su padre. Tuvo en ellas las respuestas que no había recibido hasta ahí, pero las preguntas siguieron: “¿No pensaba en sus hijas cuando secuestraba, cuando torturaba? ¿No pensó en sus nietos? ¿En qué pensaba? ¿Cómo pudo permanecer inconmovible frente al dolor humano? ¿Cómo puede un torturador tener la cara de mi papá?”. Un padre genocida.
Cuestionar a un padre genocida le costó alejarse de él, de su madre, de sus tres hermanas. “Tenía que quedarme callada, no pensar, no sentir, no saber. Obedecer. No pude. No me sale. No soy una digna hija suya”.
Presentación del libro Escritos Desobedientes. Historias de hijos, hijas y familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia del Colectivo Historias Desobedientes, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, Marzo, 2019. Foto: Prensa CCMHC
Siete años habían pasado de la condena a su padre cuando Analía se transformó en una de las fundadoras de “Historias Desobedientes”, un colectivo que reúne a las “hijas, los hijos y los familiares de los genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia". Lo conformaron tras el fallo de la Corte Suprema de Justicia conocido como el 2 x 1. Empezaron a buscar la manera de alzar la voz frente al retroceso que el gobierno de Mauricio Macri llevaba a cabo en materia de las políticas públicas de derechos humanos de Néstor y Cristina Kirchner. Una de las primeras acciones encaradas como organización fue la presentación de un proyecto de ley que les permitiera declarar contra sus padres en los tribunales. Otra, participar por primera vez, en 2018, de la marcha del 24 de marzo bajo una bandera que las y los identificaba como "Historias Desobedientes”. Lo hicieron “al calor de la lucha y al abrigo de una sociedad que no estaba dispuesta a permitir el retorno de la impunidad”.
“Las Madres nos decíamos: ¿quiénes serán realmente? ¿Dónde quieren llegar? ¿Será verdad que son desobedientes? ¿A quiénes persiguen? Fue una cosa tan fuerte y tan valiente que nos costó creer que realmente fueran desobedientes”, recordó Taty Almeida, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora durante la presentación, en modo virtual, de “Llevaré su nombre”. Allí también estuvieron Verónica Estay Stange, editora e integrante del Historias Desobedientes en Chile (también hay colectivos en Uruguay, Brasil y Paraguay) y Constanza Brunet, directora de Marea Editorial, que publicó el libro. La presentación se realizó el 31 de agosto pasado, una fecha que, para Kalinec, resignificó aquel mismo día de 2005, el del llamado que cimbró en su vida.
El vínculo de las Madres y las Abuelas con los desobedientes hijos y familiares de genocidas se volvió un fuerte abrazo con los años. Tanto que todas y todos juntos respaldaron a Analía cuando, en 2020, se opuso a un pedido de hecho por su padre, el Doctor K, para ser beneficiado con salidas transitorias. Para ese entonces, Emilio Kalinec le había iniciado a su hija un juicio para declararla indigna y excluirla de la herencia de su madre, Angela Fava, que murió en septiembre de 2015. Frente a su padre, Analía dijo que aceptaría ser indigna si antes él admitía los crímenes probados por la Justicia y aporta datos sobre el destino de sus víctimas. Todavía no lo hizo.
Tapa del libro Llevaré su nombre. La hija desobediente de un genocida de Analía Kalinec. Foto: Editorial Marea
“Tu libro, Analía, es muy valiente y desgarrador porque has ido descubriendo que ese padre amoroso era un Doctor K de qué calaña. Sos muy fuerte y, lo principal, es que ya no estás sola. Tenés mucha gente que te apoya. Con vos están los 30.000 te valoran por ser joven y por repudiar lo que ese Doctor K ha hecho. Tenés todo el apoyo de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Lo que necesites, ahí estamos, a pesar de los bastones y las sillas de rueda, seguimos de pie”, le dijo Taty Almeida.
Y Analía le respondió este libro, que terminó de escribir aislada y en pandemia, “fue posible por la lucha de un pueblo, por con Madres y Abuelas a la cabeza”.
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