24/08/2021
A 170 años de su muerte
Acercamientos a Echeverría
Por Noé Jitrik
El reconocido escritor y crítico literario Noé Jitrik analiza las iniciativas culturales y políticas de Esteban Echeverría, autor de El Matadero, fundador del "Salón Literario", introductor del romanticismo en nuestro país y miembro conspicuo de la "Generación del '37".
Este texto es una reelaboración de un trabajo mayor, titulado El Matadero y publicado en 1967 por el Centro Editor de América Latina
El “Salón Literario” constituye el episodio cultural-social más importante del año 1837. Creado por el librero Marcos Sastre en su Librería Argentina, abierta en 1835, comienza a funcionar el 23 de junio de 1837. Sastre es un hombre inquieto que publicita los libros que recibe; sus catálogos son una fuente para conocer las lecturas más usuales de la élite porteña: eclécticos como Víctor Cousin, utopistas como Leroux y Fortoul, juristas como Jouffroy y Lerminier, políticos como Lammennais y Mazzini, iluministas como Destutt de Tracy, Bentham, Rousseau y Montesquieu integran el plantel de autores devorados por los jóvenes, seguramente como compensación por el cierre de la Universidad: aquella avidez y esta pérdida favorecen la apertura del Salón que el Gobierno rosista tolera e indican las fuentes en las que bebió el pensamiento de los jóvenes que empezaban a pensar el país, más allá de los dilemas que había abierto la Revolución de Mayo y la desgraciada muerte de Mariano Moreno.
El objetivo principal del Salón era convocar a las jóvenes inteligencias y proyectarlas a un campo doctrinario que se siente como necesario. Echeverría está detrás del proyecto pero sólo actúa cuando el Salón termina por enfrentarse, muy pronto, con el rosismo. En un primer momento no hubo choque: si se recuperan las lecturas y las obras de sus amigos, Alberdi, Sastre, Cané, Gutiérrez, se advierte que hacia 1837 no atacaban al rosismo, quizás como forma de tomar distancia del conflicto entre unitarios y federales, aunque Echeverría no ocultaba su “rivadavianismo”. Hacia septiembre Sastre le ofrece al poeta la dirección de las actividades, no se conoce su respuesta, pero ese equilibrio no se sostiene, Echeverría hace dos lecturas y, poco después, en enero de 1838, cesan las actividades de la librería con un último remate de libros. La primera de esas lecturas es un análisis de la situación intelectual; la segunda tiene por objeto la economía pero en ambas propone una superación de la antinomia unitarios-federales así como un aliento a la industria y una síntesis entre la cultura europea y los elementos sociales propios, en una unidad que puede salvar al país de sus desgracias. El ataque a Rosas viene por diferencia y contraste: Rosas no acepta la inteligencia y se apoya en un solo sector, la ganadería, en desmedro de todo lo que el poeta propondría. Este tema no será abandonado, reaparecerá en el Dogma Socialista y en otros escritos posteriores.
La situación política se ensombrece, Rosas opta por la represión a partir del bloqueo francés y el conflicto con Bolivia; la universidad pierde su presupuesto y empiezan a entrar en escena entidades como “La Mazorca” que siembran el terror en las calles y en las casas; la reciente tolerancia se acaba y se prohíbe publicar, hasta la aparentemente inocente La moda, creada por Alberdi para deslizarse en las buenas con ciencias de una burguesía en ciernes, no puede seguir saliendo, sospechada de unitarismo pese a los lemas federales con que se cubre. Si en algún momento el grupo dirigido por Echeverría lo pensó, ya no puede seguir pretendiendo que se pueda lograr no sólo ese acuerdo sino a ser quienes lo proponen el cerebro de ese tan deseado futuro.
La cultura no es un instrumento suficiente, hay que pasar a la acción política. En esa perspectiva, Echeverría proyecta en mayo de 1838 una asociación para luchar por la libertad. Se funda el 23 de junio la “Joven Generación”, que, inspirada en las homónimas de Italia y Suiza, actúa en la clandestinidad, y cuyos principios, proclamados en las “Palabras simbólicas: Credo, Catecismo, Código o Creencia”, Echeverría redacta: ese ideario será conocido públicamente el 1º de enero de 1839, transportado por Alberdi al Uruguay y que será divulgado por el diario montevideano El Iniciador. Sus integrantes son los mismos que actuaban en el Salón pero dura poco, una delación los lleva, por indicación de Echeverría, a dispersarse lo cual da origen a la segunda emigración. Él, a su turno, se refugia en la estancia “Los Talas”, muy cerca de Luján, donde permanece hasta 1840.
El matadero del s. o. de Buenos Aires, Emeric Essex Vidal, 1818. Foto: © Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. Fuente: http://www.cervantesvirtual.com
Durante este exilio escribe, seguramente El Matadero, que se conoce mucho más tarde, pero suscribe una declaración respecto del bloqueo: “Francia es nuestra verdadera amiga, nuestra generosa aliada en la reconquista de la libertad argentina”, congruente con la posición que él y sus amigos habían asumido ya en 1837. En 1839 se produce la llamada “Insurrección del sur”, aplastada sangrientamente en Dolores: Echeverría condena el movimiento pero exalta a los sacrificados en un poema que se titula, precisamente, Insurrección del Sur, extraviado durante su fuga y recuperado por fin por una amiga que lo oculta en su cintura, un verdadero episodio a lo Alejandro Dumas. El poema aparece diez años después en Montevideo, en el periódico El Comercio del Plata. Poema exaltado, pero de escaso espesor poético, apela a los mismos elementos que saturan con más suerte La cautiva, exaltación de la naturaleza y dolorosa, y explícita, simpatía por los que luchan por la libertad.
En ese mismo período de refugio y ostracismo escribió, tal como lo señalé, El Matadero, su obra más original y más fuerte y, por cierto, la más perdurable, sigue dando que hablar; sólo se la conoció gracias al rescate que hizo Juan María Gutiérrez en la Revista del Río de la Plata, en la década del 70. Después de varias ediciones, Jorge Max Rhode, cuya biblioteca está en la estancia que albergó al poeta, publicó el texto definitivo en 1926, año en el que aparecieron varias obras muy significativas de la literatura argentina, Don Segundo Sombra, El juguete rabioso, Cosa de negros, Zogoibi, Los desterrados. Para algunos, El Matadero sería el comienzo de una línea que define el transcurso de la narrativa argentina y cuyos actores principales serían Manuel Gálvez, Horacio Quiroga, Roberto Arlt hasta Sábato y sus sucesores.
El Matadero es el primer relato cuya densidad testimonial y su definido lenguaje constituyen novedades en el lánguido escenario de la narrativa argentina pos revolucionaria, además, se anticipa al realismo que apuntaba en Europa en ese mismo momento. El que no se hubiera publicado cuando se escribió puede ser visto como un lapsus en un proceso que podría haber seguido otro rumbo; no le fue como a La Cautiva, que inauguró una línea, “hizo ver” un paisaje y su drama, al menos lo que podía considerarse así desde la cultura urbana, en parte también inspirador de concepciones tan fuertes como las de la “extensión”, con sus correlativas y contradictorias, el “desierto”, por ejemplo, que expandió Sarmiento en el Facundo y que resurgen como problema en la obra de Ezequiel Martínez Estrada, varias décadas después: las ideas como las aguas que se deslizan en las profundidades de la tierra y de pronto emergen, claras y contundentes.
Grabado matadero en los estados del Plata, por D. Dulin, s. f. Foto: © Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. Fuente: http://www.cervantesvirtual.com
No obstante, El Matadero está vinculado con su tiempo y con las necesidades expresivas en proceso de formalización por lo menos a través de dos líneas de fuerzas, por un lado ser producto de una mentalidad romántica, con lo que implica de concepción del mundo y, por el otro, de transmitir hechos y costumbres contemporáneas, siguiendo las huellas de Mariano José de Larra, uno de los contados escritores españoles a quien los hombres del 37 respetaban y escuchaban. La relación entre ambos términos lo proyecta hacia una denuncia que muestra que ya no creía en la tradicional pugna entre unitarios y federales ni que Rosas pudiera encarnar su superación ni que el grupo capitaneado por él mismo pudiera ser la cabeza pensante de un cuerpo tan fuertemente antirreflexivo, barbarie lo podían designar. Pero lo más importante, literariamente hablando, es que el relato deja atrás la descripción costumbrista en virtud de un realismo crudo, ignorante de los alcances que podría tener.
Romanticismo y costumbrismo se conjugan pero ambos términos encierran dilemas mayores, que campean en las obras doctrinarias de Echeverría. Lo señalaba ya en 1837 y El Matadero podría ser la realización artística de su pensamiento: beber en las fuentes de la civilización europea y estudiar la historia propia, “examinar con ojo penetrante las entrañas de nuestra sociedad y enriquecido con todos los tesoros del estudio y la reflexión, procurará aumentarlos con el caudal de su labor intelectual para dejar en herencia a su patria obras que la ilustren y envanezcan” decía en las históricas jornadas del Salón: pero quizás esa reflexión haya sido utópica, al menos hasta la irrupción del positivismo, pero entonces, entre la feroz turba representada, federal, y el delicado joven unitario, es evidente que no parece que exista ninguna posibilidad no ya de reconciliación sino ni siquiera de entendimiento.
No se puede dudar de que la pintura cargada de los elementos mataderiles, expuestos como bárbaros e inhumanos, es lo más perdurable de la narración, pero insuficiente: sobre el final del relato el narrador reconoce que todo lo que relató es más bien propio de la pintura. Una cuestión de lenguajes que Echeverría postuló adelantándose por cierto a diversas teorías acerca de la interacción discursiva, aspecto que pocos advirtieron como una intuición esclarecedora y prefirieron considerarlo como tal vez un documento que opera en la memoria de esos tiempos y cuyos tintes reaparecen en mucha literatura posterior: acerca la campaña a la ciudad y presenta al rosismo como interponiéndose entre ambas, en la medida además en que la carne, de la cual nacen todas las metáforas, o sea la ganadería –Rosas es ganadero-, como visiblemente predominante en lo político, corta todo progreso porque, por añadidura, es el obstáculo que impide la unidad nacional.
El matadero de Buenos Aires, Charles Henri Pellegrini, 1830. Fuente: http://www.cervantesvirtual.com
Naturalmente, estas consideraciones no agotan la significación de una obra que si es puesta en la galería del romanticismo, en principio porque Echeverría fue su más preciso y fiel introductor pero también por determinados rasgos propios de esa tendencia, lo desborda en una historia que desecha la cronología: cuando aparece El Matadero el romanticismo ya está implantado y ha dado sus frutos. Lo importante es que, aunque no a partir de ese texto, va tomando forma la literatura argentina, en un proceso vacilante, augurado por Sarmiento pero consolidado a fines del siglo, en un desarrollo que conocemos y cuyos rasgos fundamentales perduran, por ejemplo el debate entre lo foráneo y lo local o el papel que desempeña el intelectual frente a una realidad problemática, que se encuentran en ese relato.
Echeverría abandona ”Los Talas” y emigra después del fracaso del intento de Lavalle por derrocar a Rosas. Antes lanza un manifiesto, como una suerte de despedida, vive la emigración que “equivale a inutilizarse para la acción, es la muerte”, declara. Pero no fue eso durante la permanencia en Montevideo, sufrida, pero intelectual y políticamente activa. Sigue escribiendo poesía pero lo principal es El Dogma socialista que condensa todo lo que se pensó en 1837 y cuyas ideas centrales tuvieron un porvenir que quizás él mismo no imaginó. Triste y enfermo, como lo escribiría Heinrich Heine años después, como casi una definición del espíritu romántico, muere en enero de 1851, cuatro meses antes del esperado levantamiento de Urquiza, que cambió la historia del país.
El matadero, Ilustración de Carlos Alonso para Esteban Echeverría, Buenos Aires, Editorial Fundación Alon, 2006. Ilustraciones: Carlos Alonso © 2006. Fuente: http://www.cervantesvirtual.com
Noé Jitrik
Crítico literario, profesor universitario y escritor, autor de numerosos cuentos, novelas y ensayos críticos, literarios e históricos.
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