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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

20/08/2021

Lilia Ferreyra. La política, el amor y la memoria

Lilia Ferreyra nació en Junín en mayo de 1943 con el mandato de ser maestra. Pero de joven empezó a trabajar en un laboratorio y en 1966 se mudó a Buenos Aires a estudiar Química en la Facultad de Ciencias Exactas. Un año más tarde conoció a Rodolfo Walsh en el Café La Paz, de la calle Corrientes. “Es un optimista estratégico”, pensaba Lilia sobre su compañero a inicios de 1976 cuando ya vivían en la clandestinidad y él decía que se necesitarían 30 o 40 años para que el país pudiera reconstruirse y renacer del terror. Perfil de la mujer que difundió, a partir de su exilio y hasta su muerte en 2015, la Carta Abierta a las Juntas y toda la obra de su compañero.

«Hay que tener paciencia», le dice Rodolfo Walsh a su compañera Lilia Ferreyra. Es febrero de 1977 y la dictadura avanza sin piedad en la cacería política y el ajuste económico. Viven en la clandestinidad en una casa sencilla ubicada en San Vicente, sin luz eléctrica ni gas natural. Es un terreno pequeño donde proyectan un jardín y, tal vez, una huerta. Hace tiempo que decidieron un repliegue, lejos de las grandes urbes donde la represión es salvaje.

Son días de mucho trabajo. Un mes atrás, en su cumpleaños 50, Rodolfo se propuso terminar el cuento Juan se iba por el río y la Carta Abierta a la Junta Militar. Él escribe. Lilia lee, hace correcciones, y, entre ambos, discuten los contenidos de la Carta, una denuncia minuciosa, certera y punzante sobre lo que pasa en el país.

«Se van a necesitar quizás treinta o cuarenta años para que el país pueda reconstruirse y renacer del terror», afirma Rodolfo.

Es un optimista estratégico, piensa Lilia.

«Lo importante -explica Rodolfo- es que sobrevivan muchos compañeros. Seguramente varios se irán, pero en el momento en que la historia los necesite van a estar presentes”.

***

Una multitud se encuentra frente al edificio de Comodoro Py. El blanco de la mole judicial contrasta con los colores de las banderas que enarbolan organismos de derechos humanos y agrupaciones políticas. Es el miércoles 26 de octubre de 2011, el día fijado para la lectura de la primera sentencia por los crímenes cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la dictadura cívico-militar.

Dentro del edificio, en la sala Auditorium, se encuentra, entre varias personas, Lilia Ferreyra. En su cartera tiene guardada una copia original de la Carta. «El juicio para mí tiene un sentimiento más íntimo», le explica a una periodista. «Tengo la sensación de que es una respuesta tardía al alegato que Rodolfo escribió en la Carta a la Junta Militar. Por eso la traje: es la respuesta que la Justicia le da a este escrito que tengo en mis manos 34 años más tarde».

El presidente del Tribunal Oral Federal 5, Daniel Obligado, lee la sentencia y la multitud estalla en festejos y lágrimas.

Lilia Ferreyra y Rodolfo Walsh. Foto: Archivo Lilia Ferreyra

Lilia recuerda a Rodolfo y su optimismo estratégico. «Deben sobrevivir muchos compañeros». Él fue asesinado y su cuerpo desaparecido. Ella escapó del país y se exilió en México. Desde entonces difundió todo lo que pudo la Carta y se sumó a la lucha del movimiento de derechos humanos.

«Se van a necesitar quizás treinta o cuarenta años para que el país pueda reconstruirse y renacer del terror». Lilia piensa en esa frase y lamenta mucho no haber podido contarsela a Néstor Kirchner, quien murió hace casi exactamente un año, el 27 de octubre de 2010.

Ambas figuras se relacionan en su pensamiento. Representan dos momentos de su vida. El primero fue un torbellino, lleno de amor, lucha y muerte. El segundo, la primavera que no esperaba vivir, en la que encontró algo de justicia y un proyecto político al cual abrazar.

***

Lilia murió el 31 de marzo de 2015, después de pelear contra un cáncer de pulmón. Tenía 71 años. Era una mujer inteligente, de voz suave y palabras justas; cariñosa y cultivadora del bajo perfil. Fue militante y periodista. Muchos la conocieron solo como la última compañera de Rodolfo Walsh. A ella no le molestaba. Era un compromiso transmitir su memoria; y una mezcla de orgullo y nostalgia. Aunque en lo íntimo, a veces, resultaba perturbador.

Se conocieron en 1967 en el Café La Paz, de la calle Corrientes. Un año después, Rodolfo escribió en su diario:

«¿Qué hubo en estos meses? Mi soldadura con Lilia, la mujer cuyos ojos crecen durante todo el día y ya por la tarde son enormes y de noche llenan todo. La recuerdo una mañana, acostada panza abajo, una leona suave tomando café con leche mientras el sol entraba por
la ventana. Lilia, lenta y apacible, para estar sentada junto a una parva mirando pasar las mariposas, un verano».

Fue un amor profundo, atravesado por una época intensa y dolorosa. Compartieron diez años, desde 1967 hasta 1977. Quizás los más vertiginosos de Argentina en el siglo pasado. Suficientes para marcar una vida.

Y sin embargo, este amor definitivo no alcanza para hablar de Lilia.

Cuando la entrevistaron en el ciclo Somos Memoria, una coproducción del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti con Canal Encuentro, ella se presentó de la siguiente manera:

«He tenido distintos trabajos, distintos estudios, pero todos marcados por una misma pasión, que es la pasión por entender el mundo en que vivo y comprometerme con hacerlo cada vez más justo».

***

Lilia Ferreyra nació en Junín, provincia de Buenos Aires, el 26 de mayo de 1943. Su padre era un empleado administrativo de Olivos y delegado peronista y su madre era maestra. Tuvo una infancia feliz, sin grandes lujos. Su crianza no escapó de los cánones de la época.

«El mandato era un poco que yo fuera maestra. Y después, para una chica y de ese sector social, conseguir el puesto de maestra, conocer un buen muchacho, como me decían mis tías, y formar una familia», contó.

Carta abierta a la Junta Militar por Rodolfo Walsh obra de León Ferrari emplazada en el predio Espacio para la Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) 2012. Foto: Archivo Ente Público

Fue a la escuela y estudió música hasta los 14 años en un curso que le dio la capacidad de leer partituras y tocarlas al piano, pero no el talento de improvisar y crear música, aseguraba.

A los 13 años tuvo su primera gran pérdida: la muerte de su madre. Sin su contención, recurrió a los libros en busca de un refugio durante la adolescencia. Fue muy lectora. Le gustaban, en especial, los textos densos, con trasfondos filosóficos. De los muchos que pasaron por sus manos, el que más la marcó fue El sepulcro de los vivos de Fedor Dostoiewski.

Cuando terminó la secundaria ingresó al profesorado de Letras. Por la realidad económica de su familia tuvo que trabajar. Su primer empleo fue como maestra de música en unaescuela. No duró mucho. Al poco tiempo consiguió un puesto en un laboratorio cuyo dueño era un ingeniero de apellido Ballestrini. Tenía 18 años. Por su capacidad de aprendizaje, rápidamente empezó a realizar control de calidad en productos y materia prima, trabajo que le apasionaba.

Su nuevo trabajo tenía otro aspecto interesante: sus compañeros eran todos peronistas. Uno de ellos, que era capataz, le hablaba siempre de San Martín, Rosas y Perón. Para ella fue un mundo fascinante donde convivían la ciencia, la literatura y el peronismo.

El ingeniero Ballestrini fue muy importante en esa época. Fue su mentor. Le insistió mucho para que vaya a Buenos Aires y estudiara química. Ella tenía sus dudas, pero finalmente aceptó un puesto en un laboratorio de la empresa ubicado en la gran urbe. Se alojó en una pensión y comenzó a estudiar química en la Facultad de Ciencias Exactas. Era el año 1966.

Los mandatos familiares habían quedado atrás.

***

Lilia pasó sus últimos años en la ciudad de Buenos Aires. Vivía sola en San Telmo, en un departamento ubicado en el piso 12. Allí tenía una tarima construida especialmente para ver el Río de la Plata desde su ventana. Le gustaba pararse allí, prender un cigarrillo y contemplar el horizonte de agua dulce y marrón que aparecía al final de la ciudad. En ese departamento transitó su enfermedad.

Cuando se dió cuenta que necesitaría ayuda, convocó a un grupo de amigxs muy íntimos para que la ayudaran.

Marcela Cuesta fue una de ellas. Se conocieron en 1989, en la Comisión Nacional del Libro. «Era muy divertida e inteligente -recuerda-. Para mí fue una delicia de amiga. Hablábamos de todo, de cosas de mujeres. Le encantaba hablar de política, y a mí me encantaba escucharla. Era muy culta y leída. En esta cosa de su soledad, siempre se instruyó y siguió adquiriendo conocimientos y gustando de cosas como el teatro y la música».

El periodista Julián Varsavsky fue otro de los amigos que la ayudaron. Incluso llegó a cuidarla como un enfermero. Se conocieron en 1997, cuando Lilia era la editora del suplemento Turismo de Página 12. Él dejó en la redacción un sobre cerrado con una crónica sobre Vietnam. A los pocos días, Lilia lo llamó para decirle que la iban a publicar. Ese fue el comienzo de una amistad que crecería con el tiempo.

«Era una persona que hablaba siempre muy bajito -recuerda Varsavsky-. No tenía un tono de voz alto. Era conciso, firme y claro. Pero ojo, que hablara bajito no significaba que fuese una persona retraída o que alguien pudiese pasarla por encima. Todo lo contrario, era sumamente orgullosa. Cuando sentía apenas, mínimamente, que fuese pisoteado su orgullo reaccionaba, saltaba como una leona».

Como editora no era una persona que le dijera muchas cosas. Sí le señalaba, sobre todo en los primeros tiempos, la necesidad de decir las cosas con mayor síntesis y contundencia. «Quizás más que criticar algo me marcaba cuando una nota era buena -afirma Varsavsky-. Yo me guiaba por eso. Siempre tuve un poco la sensación de haber estudiado con Rodolfo (Walsh) porque ella, obviamente, aprendió muchísimo con él. De hecho, creo que nunca lo dijo, pero ella tuvo una participación importante en la famosa Carta a la Junta. Rodolfo testeaba sus textos con ella. Era la primera persona que los leía: los debatían y analizaban. Así que ella, sin dudas, estudió mucho con él. Y siempre sentí que un poco estudié con él a través de ella».

Horacio Verbitsky fue otro de los amigos que la cuidaron en sus últimos años. La acompañó permanentemente, incluso en los momentos más complicados de su convalecencia. No fue la primera vez que la ayudaba. Él fue quien la sacó del país después del asesinato de Rodolfo.

También compartieron buenos momentos. A comienzos de los 90 Lilia ingresó a Página 12 y trabajó en muchas de las investigaciones Verbitsky. «Yo la iba a visitar a la oficina que tenía Horacio -recuerda su amiga Marcela Cuesta, quien también la cuidó en ese último tiempo- y ella estaba haciendo investigaciones, llena de papeles, de diarios, porque buscaba todo. Antes de dar una opinión, fundamentaba todo. Era muy meticulosa».

Otra de las experiencias periodísticas de Lilia fue en el diario La Opinión, en el comienzo de los 70. Allí militó sindicalmente y fue parte del Bloque Peronista de Prensa. El día que la eligieron delegada, el director y dueño del diario, Jacobo Timerman, se dirigió hasta su escritorio, en el fondo de la redacción. «Debería sentirse muy orgullosa por haber sido elegida por sus compañeros», le dijo.

***

«Soy producto de una época donde creo que la ideología, el compromiso, la conciencia política entró por osmosis», afirmó Lilia. La política fue una de las pasiones que estructuraron su vida. Militó en el peronismo revolucionario y, a pesar de las derrotas y los sinsabores que trajo la vuelta democrática, no abandonó su identidad peronista.

Lilia Ferreyra en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti en una jornada en homenaje a Rodolfo Walsh en marzo de 2012. Foto: Marco Bufano 

Cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, ella vió con buenos ojos ese proceso político y lo apoyó con fuerza. Lo hizo desde diferentes espacios. Entre otros, como integrante del grupo de intelectuales Carta Abierta y, entre 2008 y 2012, como representante de Nación en el Ente Público que comandó y administró la conversión de la ESMA en el Espacio de Memoria y Derechos Humanos.

Fue un tiempo luminoso, donde se sintió parte, nuevamente, de un proceso histórico transformador que acompañó con alegría.

En una vuelta inédita de la historia, trabajó por memoria y justicia en el lugar donde llevaron el cuerpo sin vida de su compañero y sintió que aquella profecía de febrero de 1977 se cumplía.

***

Es la inauguración en la ex ESMA de una obra artística con el texto completo de la Carta Abierta. Lilia Ferreyra es la encargada del discurso principal.

Necesita ayuda para mantenerse parada y hablar frente al micrófono. Está vestida de negro y tiene los labios pintados de rojo. Su voz es suave y temblorosa, siempre a punto de quebrarse. Sin embargo, no detiene la lectura. No puede hacerlo. Es un compromiso.

«En un diálogo imposible, porque trasciende la muerte, quisiera decirle: Rodolfo, te escucharon, la Carta llegó hasta aquí. La esperanza insobornable de tu apuesta al futuro alumbra este día de justicia».

Gonzalo Magliano

Es periodista y licenciado en Comunicación Social (UBA). Escribe en diferentes medios, hace radio, y desde 2009 trabaja en la promoción de los derechos humanos en diferentes instituciones públicas.

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