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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

12/08/2021

Relato del secuestro de Silvia Clementi

¿Querés un vascolet?

Cristina Feijoo y Silvia Clementi fueron compañeras de cautiverio en la cárcel de Devoto durante la dictadura militar. Luego del exilio de ambas, y durante un encuentro con amigas, Silvia Clementi testimonia su secuestro, el nacimiento de su hija y su paso por distintos centros de tortura. Aquí, Cristina enmarca ese testimonio que está en el centro de eso que podemos llamar anamnesis: una memoria del horror en estado puro.

Gracias a los compañeros de la revista Haroldo, por primera vez verá la luz el relato del secuestro de Silvia Clementi, contado por ella misma. Silvia fue presa política durante la dictadura que duró del 1971 al 1973 y en la última dictadura. Lic.  en sociología, fue militante de las FAP. La detuvieron a fines de 1975, embarazada de siete meses. La época de su detención es importante para entender ciertos hechos que le sucedieron, cuando estuvo secuestrada en una brigada. Ciertas ambigüedades de los carceleros eran posibles antes del golpe; no después. Silvia salió de la cárcel en 1979 exiliada a Italia, donde se reunió con sus hijos. Su compañero Alejandro Isla se reunió con Silvia y sus hijos a fines de 1982, al ser, él también, liberado de la cárcel. Silvia murió en 1989, a los 46 años de cáncer de mama. El suyo es un relato fuerte y descarnado y se hace necesario explicar que surgió en el marco de unas reuniones que expresas políticas  sostuvimos en la post-dictadura, con la intención de recuperar las memorias de la cárcel. El propósito era hacer un libro o una obra de teatro y también estaba, creo yo, la inconfesada necesidad de hablar de nuestra experiencia. Habíamos vivido cosas terribles antes de llegar a la cárcel y en la cárcel, cosas que nadie querría escuchar y que forman parte de la historia de este país. Este grupo de compañeras habíamos sostenido, en la cárcel, una misma posición sobre cómo debían actuar las presas políticas frente al aparato represivo. Nuestra posición no era mayoritaria, y el ser minoría era un motivo adicional de cercanía y amistad. Fue en 1986 cuando surgió la idea de hacer reuniones periódicas para recuperar las memorias de la cárcel. Habían pasado apenas tres años de la vuelta de la democracia. Muchas de nosotras no habíamos vuelto a vernos desde que habíamos salido a fines de los setenta. En 1986 estaba todavía fresca la memoria, y presente el lenguaje usado por entonces; el marco ideológico de la militancia se recompuso de inmediato. Convocamos a las compañeras que podían y deseaban formar parte del proyecto. Fuimos siete, ocho, compañeras las que participamos de esas reuniones. Se hicieron los sábados a la tarde durante cuatro meses. En cada reunión sobrevolaba en el grupo el temor a la locura. Hasta llegamos a convocar a un psicólogo, pero entendimos que su presencia trababa la fluidez de las charlas y decidimos seguir solas. Esas reuniones reproducían las reuniones de la cárcel. Nos juntábamos alrededor del mate; había un mate amargo y un mate dulce como en la cárcel y como en la cárcel nos sentábamos en ronda. Nos envolvía una fraternidad profunda, fruto de la convivencia larga, el compartir la comida, el baño, el olor del cuerpo, las colas para lavar, el dolor, las requisas, las muertes, el miedo, los malhumores, la risa. El clima de confianza absoluta hizo que las desgrabaciones de esas charlas tuvieran potencia y magnetismo pero que no fueran del todo descifrables; usábamos una jerga críptica, tanto carcelaria como política, y  frecuentes sobreentendidos. En suma, era un material catártico. Este material ha pasado por académicos argentinos y extranjeros, que intentaron organizarlo, sin éxito. Aunque el material es complejo, hay en él trozos, relatos enteros, como el de Silvia, narrados desde las entrañas de la represión. Seguramente Silvia no hubiera usado ese tono ni esas palabras en un relato público. Lo hizo entre compañeras, con el lenguaje que usábamos entre nosotras. Y así llegó a sus hijos, Paula y Diego, tal y como fue desgrabado. Y son ellos quienes, también, han querido darlo a conocer en memoria de su madre.   

 

Silvia, Italia,1981. Foto: Archivo familiar.


-Ahora que lo contás, a mí la llegada a la cárcel lo que me produjo fue placer, porque sabía que no me iban a matar, por eso fue, porque cuando a mí me sacaron de Coordinación (1), el tipo que me llevaba me dijo “bueno, ahora quedáte tranquila porque matarte ya no te van a matar” -A mí me legalizan en la Brigada de San Justo, y de la Brigada me llevaron a Olmos (2). En realidad nunca se supo bien, porque la misma camioneta con que me llevaron a la Brigada era la que usaron desde el aeropuerto militar donde bajamos, que supongo que era el de Morón o el Palomar, nos llevan a este lugar. Es decir, a mí me sacan de la comisaría segunda de Mar del Plata.

-¿A vos te agarran en tu casa?

-En mi casa

-¿Y los chicos?

-Bueno, yo estaba embarazada de Paula y a Diego lo llevaron conmigo. Y vamos a la base, estamos un día en la base y allí nos dicen que entreguemos los chicos, y allí allanan a mi vieja, le hacen una celada y cuando llega la estaban esperando, pero le entregan los chicos.

 

Alejandro, Diego y Silvia, Mar De Plata, 1974. Foto: Archivo familiar. 

 

Los tienen un día y medio y después se los dan. Los meten en un auto, los tienen dando vueltas y le dicen a mi vieja “mire, señora, usted como madre se equivocó, trate como abuela de ser mejor, tiene la ventaja de que le damos a su nieto”. Yo estaba con la Loren, ¿te acordás? Ella estaba en casa con su chiquito, que lo habían operado, le habían hecho un ano contra natura porque tenía problemas intestinales. Y nos llevan con los dos chicos. Al de ella se lo entregan a los abuelos que vivían en Miramar. En un principio nos llevan a la comisaría segunda y ahí estoy sin vendar. Y de ahí nos llevan al aeropuerto militar de Mar del Plata. Una gran fanfarria. Los tipos de civil con las 45 corriendo a los colectivos en un coche, la policía, pero militar. Porque estaba el ejército, la Marina, que habíamos estado en la base, y la Aeronáutica, donde nos iban a meter en un avión. Era toda la cosa de ellos ¿no?

Y a mí me llevan con un delegado de la línea del pescado, todo el tiempo. A Alejandro ya lo habían llevado por otro lado, porque a él ya lo torturaron en Mar del Plata, yo estaba en la base, a mí hasta el momento no me habían tocado. Me meten en un avión. A mí me habían sacado de casa con un Baby Doll, con una panza de siete meses, sin corpiño, de la cama. Y entonces sacan un tapado que tenía una capucha y me lo ponen con la capucha al revés, y yo estaba con unas sandalias de taco alto, y me sentía muy ridícula chicas, era tan humillante. Y veo una gran formación, yo desvendada, los colimbas con unas caras, chicas, que no les puedo decir, que era como para decirles “pibe, no te preocupes”, y cuando vamos a subir al avión, ahí nos vendan. Y ahí empieza para mí una fase diferente, porque ahí me doy cuenta de que cambia totalmente la mano, porque…los tipos me tiran al piso, me cierran el respaldo del asiento, así adelante, y se sienta un tipo encima, cierran el avión, y yo pienso “bueno, pasará un minuto, dos, qué sé yo, pero no, eso seguía, y empiezo a gritar como un chancho, porque además tengo un dolor brutal en la panza. Y me doy cuenta que no, que cambió absolutamente todo. Entonces se siente que brindan, y los tipos hablaban como si realmente estuvieran en un safari y uno fuera el bicho que lo hubieran reventado ahí. Bueno, cuando me doy cuenta de cómo es la situación dejo de gritar, pienso que mejor ahorrar energías, porque no pasaba nada. Volamos un tiempo hasta que llegamos a un aeropuerto militar. Ahí nos trasladan a través de un campo y llegamos a un lugar, y un tipo nos ve llegar y dice “puta, otra vez, que bagayo me traen, ésta está embarazada. De cuánto estás”. Y yo dije que estaba de más, estaba de siete y dije de ocho, esas cosas que una dice para zafar. Nos hacen una cruz en la frente, atravesamos todo un campo, llegamos a una casa, y ahí nos meten. A mí me meten con este chango, que no me olvido nunca. Era un lugar que era un rectángulo chiquitito, que no entrábamos los dos en esta posición, y tenía un chanfle en la punta. Así que para darnos vuelta teníamos que darnos vuelta los dos juntos, los dos para acá, los dos para allá... en una cosa así... tremenda. Y viene un tipo que le decían el comandante, que era un tremendo alcohólico, un demente. Y era el tipo que cada vez que venía entraban a torturar. Esa noche no nos torturan, pero torturan muchísimo a Alejandro y a otro chango que estaba ahí. Y después, por ejemplo yo no podía pedir para salir al baño, porque mientras iba al baño a este chico que estaba conmigo lo destrozaban a patadas. Digamos, el tiempo que yo tardaba en ir al baño y venir, lo destrozaban. Al pedo, ¿no? Bueno, decidimos no pedir ir al baño, nos meábamos, estábamos allí en una masa de cosa toda junta. Él estaba muy mal porque tenía a su mujer embarazada, y que la habían detenido en Mar del Plata. La mujer no tenía idea. Él era un delegado del pescado, un tipo excelente, pero la mujer no tenía idea de nada. Él estaba muy angustiado por eso. Hablábamos mucho, muy bajito. La noche siguiente lo sacan a él, lo torturan muchísimo y bueno, empiezan las sacadas constantes durante varios días hasta el final que bueno, por supuesto estábamos sin comer, estábamos atados atrás todo el tiempo, siempre vendados, y a los siete, ocho días después que a mí me torturan junto con Alejandro se me produce toda una situación de pérdidas de líquido amniótico, que yo no sé qué me pasa, que hay escenas animales, por ejemplo, como yo estaba súper vendada y no veía qué me salía, a este chango le habían hecho submarino a reventar, tenía las vendas totalmente mojadas, se había logrado aflojar las vendas en un momento, y me acuerdo el esfuerzo que yo hacía con las manos para atrás para lograr ver qué me salía, porque no sabía si perdía sangre, si perdía agua, qué es lo que pasaba y que él me miraba y me decía, dentro de lo que podía, que color tenía, cómo era, bueno, entonces yo llamé a la guardia, le cuento que me sentía muy mal, que tengo contracciones, y lo peor que me pasa a mí en la tortura con las contracciones, ni siquiera me dieron a mí en la vagina, o que fuera una cosa localizada, sino que en un momento en que me estaban torturando con Alejandro, en esos momentos los dos cuerpos chocan con la tortura, hay una cosa de golpes muy fuertes. Yo pienso que a mí no me torturaron para reventarme. Me podrían haber reventado objetivamente, pero yo creo que podía resistir más, comparado a lo que era la tortura de los otros concretamente, los otros estaban partidos, destrozados, y después de eso viene un día un médico. Había un calabozo al lado del nuestro, donde había gente que se había cagado, vomitado, vienen con la manguera y le pasan, ¿no? Entonces estaba todo mojado y me acuerdo que viene el tipo y dice, con una voz toda suavecita “ a ver, póngase en posición ginecológica?”

-¿En dónde, en el suelo?

-En el suelo. Bueno, hace un tacto y dice “vamos a ver qué pasa con esta criatura. Bueno, yo creo que si usted colabora ahora, tomando la medicación, seguramente va a poder tener a su hijo, pero depende de usted, de si colabora, porque tiene ya dilatación. Bueno, sacan un colchón, con una cosa de paja llena de bichos, que vos no sabés lo que era eso. A mí me daban ataques de desesperación, porque me picaban miles de bichos, que después todo el mundo me miraba y me decía “¿pero esto, de qué lo tenés?”. Yo no me podía ver, pero era una sensación de estar sobre un colchón de bichos. Bueno, viene un tipo y me mete tres pastillas en la boca y me dice “le van a dar medio litro de leche por día. Usted reclame a la guardia la leche que le corresponde, dígale que se la dio el médico”. Y me sacan de ese lugar con ese compañero que estaba y me ponen en un lugar que yo no sé, porque no veo nunca nada, pero que es como en un pasillo sobre ese colchón endemoniado. Yo les pido que me saquen el colchón, quería estar en el suelo pero los tipos no, y se reían, porque debían ver cómo me caminaban los bichos. Y después entro en un estado como de sopor; seguramente me dan sedantes fuertes, con antibióticos y relajantes. Yo pienso que no estaba claro en los primeros días de nuestra detención si íbamos a vivir o no íbamos a vivir, en los primeros seis días después, a mí me parece que en mi caso (porque mi suegro se movía muchísimo) venía una mano de legalizarme. A los dos o tres días vino un tipo con un pedazo de pan y un hueso con un pedazo de carne. Como a los catorce días vienen a decirme “bueno, la vamos a bañar”. Entonces me llevan a una ducha y un tipo agarra Pinoluz y un cepillo y empieza a fregarme. No te puedo decir que ese tipo fuera... que me jodiera. Además decía “mirá que petitera está la panzona”, era hasta cariñoso en su manera “a ver acá qué tenés, mirá cómo tenés acá, si te vieras como tenés, ¿te arde? ¿te pica?” Era una cosa... como si fuera un bicho realmente, un perrito. Bueno, después de eso me traen ropa, me dan una bombacha enorme, que me llegaba hasta las rodillas y un vestido minifalda, que era de jacquard rosa, y me traen un saquito de vanlon, nunca me voy a olvidar. Y el primer día me sacan así, todo un viaje hacemos, me doy cuenta de que estamos en la ciudad, siento ruido de gente, voces, tráfico, qué sé yo. Paramos en un lugar y hay toda una cosa que sí, que no, vuelta a la camioneta, y cuando yo salí de ese lugar me confundían, ¿viste? Me decían “bajá, subí, cuidado por aquí, cuidado por allá”. Llegamos y me hacen todo lo mismo, subí, bajá, por aquí, por allá, y cuando vuelvo me doy cuenta de que estoy en el mismo lugar. Por supuesto me había hecho un simulacro de fusilamiento, pero yo decía “es la última verdugueada”. Me parecía una cosa así. Cuando volví al mismo lugar, cuando me di cuenta, me dije “soy boleta”. Por otro lado, allí quedaban los otros, también Alejandro. Y fijáte qué irracionalidad. Porque el famoso tipo que dirigía la tortura era un tipo muy alto, con un olor a ginebra que mataba, era un sádico, una cosa monstruosa. Y la segunda vez que me sacan, el tipo me dice “bueno, blanca palomita, ahora sí que vas a poder volar” y me hacía una analogía infantil, idiota ¿no? Cosa que yo no sabía qué hacer. Me acuerdo que ese saquito de vanlon tenía muchos botoncitos, que era de esos que yo usaba cuando tenía 15 años, porque empezó a prender minuciosamente botoncito por botoncito mientras me hablaba, y yo pensaba “qué va a pasar, qué va a pasar”. Y cuando el tipo terminó de prender el último botoncito de repente (yo no veo nada, además a esa altura tenía un mambo, no me podía prácticamente parar sola, me sentía físicamente muy mal, además con los medicamentos, estaba muy piltrafa) siento que me alzan, y no termino de reaccionar de eso que el tipo empieza a gritarme “hija de mil puta, conchuda” y siento que me tira por una escalera, siento un dolor tremendo en la panza y pienso “bueno, ahora soy boleta” y no me quería dejar agarrar cuando me querían agarrar, y era un mar de patadas y de cosas, porque siento que me van a matar, entonces la última cosa que podés hacer, por instinto, es defenderte. Y el dolor tremendo que sentía acá. Siento como un desgarramiento. Yo creo que desde el punto de vista de mi embarazo ese fue el momento más crítico. Después me doy cuenta de que me estaban legalizando. Esto es lo que te quería decir. Hasta qué punto el sadismo de la gente, de estos tipos, hasta qué punto la irracionalidad, ¡porque me estaban legalizando! Bueno, me meten en una camioneta, después de todo esto que había pasado, y siento una voz, que el tipo se pelea con este viejo y le dice “ahora usted no tiene nada que ver” y empieza a disputar con respecto al trato que tenía conmigo. Entonces llegamos a un lugar y paran. Y este viejo...

-¿por qué le decís este viejo?

-Por la voz será. No, además le decían el viejo

-Entonces era Gordon

-Sería Gordon, o un tipo como él. Era un tipo alto, que discutía de política, de San Martín, de Perón. Bueno, la cosa es que cuando paran, de pronto siento que este tipo me agarra así, de la concha, de acá, me arrastra por la camioneta, y prácticamente me levanta así. Bueno, es la última cosa que hace el tipo. Ahí vuelven a discutir, y me hacen entrar a un lugar, me hacen subir una escalera. ¡Mirá lo que es el mambo que tenía que yo pensaba que estaba subiendo en un barco! Bueno, ahí se interrumpe el viejo. Claro, yo después lo supe. Me estaban subiendo concretamente por la escalera de atrás de la Brigada de San Justo, y el viejo ahí desaparece y ya ahí entro a estar en otra etapa. Pero mientras que yo no lo sabía, yo voy a un sitio, me pego con una cosa en la cabeza, que es una cucheta, y además eso confirma el estado que yo tenía, el mareo, todo se me movía. Yo estaba en un barco. El tipo que me disputa al viejo, que tiene esa voz, estaba sentado como si fuera en el suelo y se ve que me observaba ¿no? Yo no sabía. Y me dice “bueno, ahora ya todo terminó, ¿querés un vascolet?” Entonces yo le digo al tipo no, no, yo no quiero nada. Y él me dice “en serio, ahora vas a estar mejor”. Entonces yo le digo que si realmente estoy en un lugar donde voy a estar mejor, yo lo que quería era que me saquen las vendas y me digan dónde está mi hijo. ¡Ah!, porque en la tortura aparece un chico que llora y me decían los tipos que estaban haciendo bolsa a Diego. Entonces son las dos cosas que yo le digo al tipo. Y él me dice “bueno, esas dos cosas vamos a hablarlas cuando llegue el jefe”. Y ahí efectivamente la cosa va cambiando, los tipos se hacen los santos. Dicen “nosotros acá ponemos las caras, vos no ves las caras de los que te hicieron esto. Vos estás en mano de los militares, nosotros somos la policía, pero la policía está militarizada”.

 

Alejandro recién recuperada su libertad y Silvia en navidad, Italia, 1983. Foto: Archivo familiar.

 

Tengo ahí una situación muy rara que me pasa con una mina. Yo viví en Haedo toda mi vida, y mi familia también y una de las minas que laburaba en la Brigada de San Justo en un determinado momento me reconoce, me dice que ella me conocía y cuando me dice de dónde, yo le digo, claro, conozco a toda la gente que vos me estás diciendo y en un momento habían sido amigos míos. Yo le digo que si en algo me quiere ayudar es que quiero avisar a mi familia que estoy viva y saber qué pasó con mi hijo. Ella me dice que es la amante del comisario -directamente- además tenía toda una charla conmigo, que no quería a nadie, que los hombres son todos unos hijos de puta, que sólo me interesa mi hijo y mis padres, a mí de la vida no me importa nada. Yo me la juego, decía. Tenía todo un lenguaje, tenía un lenguaje increíble. Entonces me dijo bueno, yo le voy a pedir a este tipo a ver si te hace la llamada. Viene el tipo con un perro de policía tremendo, siempre al lado de él. Yo no estoy en los calabozos, me tienen en una salita donde salen para los operativos, todo alfombradito, camitas cuchetas, yo todavía por mucho tiempo no veo bien. No veo bien pero veo bultos. El tipo llama delante de mí a la casa de mi vieja. “Mire, no le puedo decir de dónde hablo pero su hija está bien y quiere saber qué pasa con el nene”. Mi mamá le dice que el nene está muy bien y con ella.

-¿y vos no dudaste si era cierta esa llamada?

-No, no dudo, para nada. Digamos que las cosas venían de un modo que yo no dudo. Además porque lo que me daba la garantía es que esta mina, la actitud de esta mina me decía que me estaba diciendo la verdad. No te puedo decir, es irracional. Ella se iba a la guardia y después venía otra y me dice: “te vas a quedar acá”. Y yo me doy cuenta, me empiezo a descomponer, estoy en un lugar que los tipos no están decidiendo nada sobre mí, que en cualquier momento los militares me vienen a buscar, que yo ya había tenido la experiencia de estar en una comisaría y de que me vengan a buscar. Yo quería rajar de ese lugar cuanto antes. Bueno, viene un médico ginecólogo, un gordito que dice “cómo es tu nombre, vamos a poner los colirios, vamos a hacer análisis.” Era tan inmunda la actitud que quería mostrar, que me querían recauchutar y esta mina, chicas, realmente, me trae ropa interior, me trae el plato de comida. Te voy a dar la comida que comemos nosotras, me trae zapallitos y una milanesa. Me trae el durazno, me acuerdo, que le daban a ellos. Tenía una cartera con el fierro y me decía “mirá, esta cartera me la llevo, no es por vos, pero queda mal”. No te puedo decir lo difícil que era esa situación. Un día, a los poquísimos días de estar, me agarran del culo y me llevan a Olmos. Así. Y no la veo más a esta mujer. Porque me sacan fuera de la guardia que ella estaba. Salgo desvendada y veo el camino a La Plata, me dicen que me llevan a La Plata. En una camionetita. Veo el camino. Es interesante la historia de esta mujer. Esta mujer seguía yendo a la peluquería del barrio, y a la misma peluquería va una persona que es una clienta de ahí de hace treinta años y que tiene un parentesco lejano con una tía mía. Entonces cuando yo estoy en la cárcel y nace Paula esta mina, entre rulero y rulero, siempre se acercaba y le decía a la amiga de mi tía “cómo está esta chica”, por mí. Le dice “yo la tengo grabada a esta mujer. En todos estos años la única lágrima que se me escapó es a partir de un diálogo que tuve con ella cuando le estaba tratando de sacar las vendas” y dice que yo le pregunté si ella era madre y qué sé yo qué pude haberle dicho y ella dice que ese discurso no se lo pudo olvidar en su vida. Y comentaba que ella tenía mucho interés en saber cómo estaba mi hija. Además, estando en la Brigada yo le había pedido que vaya a mi casa. Ella había ido, me dijo que iba a ir. Y en la otra guardia me dice que no se atrevió a entrar. “Había un coche y estaba vigilando tu casa”, pero me dice “tu papá tiene un coche así y así”. Entonces, cuando yo saco a la nena del penal y va a la casa de mis padres, ella pasa por la casa y la ve a Paula y se para y la mira y le cuenta a esta mujer en la peluquería “vi a la hija de Silvia. Y le quise dar un beso pero pensé que a la madre no le hubiera gustado. Pero me alegré muchísimo, mandále saludos y decíle que yo le tengo un respeto muy grande”. Pasan los años, volvemos acá de Italia, y una tarde -yo nunca había leído el Nunca Más, esto que les voy a contar es notable-. El Nunca Más estaba dando vueltas por ahí y un día a la tarde cuando todavía estábamos en casa de mi madre, Alejandro dormía la siesta como un tronco y yo me pongo a leer el Nunca Más, mientras los chicos jugaban abajo. Yo me pongo a mirar y selecciono, miro, llego a la parte Investigaciones Brigada de San Justo. Entonces me pongo a leer los testimonios. Y vienen los chicos, golpean la puerta, ellos nunca joden a la hora de la siesta.

 

Diego y Paula en Haedo. Los disfraces los hizo Silvia en Devoto en el 78. Foto: Archivo familiar.

 

Siento que golpean. Mirá, no sabés. Estuve un día catatónica. Me dicen “mamá, una chica que te busca, tan rara”. Entonces, Alejandro durmiendo como un tronco, bajo, con esto desprendido, porque me lo había desprendido para estar sin zapatos. Yo digo, ¿es una amiga nuestra. La hiciste entrar? “Sí, está en casa, está abajo”. Bajo prendiéndome, tipo escena teatral, bajo la escalera, medio descalza, medio despeinada. La tipa está ahí. ¿Viste el Pato Carret cuando se disfraza de mujer? Como con una especie de... toda muy peinada de peluquería, muy dura, muy pintada como con una especie de jeans muy ajustados y polainas multicolores. Es decir una vieja vestida de chica, como diría mi hija cuando yo.... y entonces yo la miro. Yo no le había visto la cara porque no veía para reconocerla. No sabía quién era. Bajo y le digo ¿si..? pero una sensación rarísima, y los chicos ahí, mirando. Y ella me dice ¿”Me conocés?” y me mira. Cuando me dijo así ¿”te acordás de mí?” y entonces yo le digo ¿Vos sos…? “yo soy”. Y yo no le decía quién era porque no sé el nombre. Digo, ¿qué hago? Era una cosa, chicas. Porque yo decía la mina realmente me dio una mano tremenda, pero por otro lado qué hija de puta. Pero por otro lado era tan complicado. Una sensación humana tan compleja, de una intensidad contradictoria, que yo sentía unos baños de adrenalina que me parecía que los pies se me derretían sobre el piso.

Quería que los chicos se fueran, pero los chicos estaban como petrificados. Cierro la puerta y le digo, sentáte. Vayan a jugar, chicos. Se fueron, pero estaban con la oreja parada. Yo no hablé después con los chicos del tema. Nos sentamos, me dice “yo no sé si hice bien en venir”. Bueno, ya viniste. No sé si hiciste bien. El hecho es que ya estás acá. De alguna manera creo que me has dado una mano. No he tenido la oportunidad de decírtelo en un ambiente que no había elegido. Tampoco elegí esta situación, pero de alguna manera te pido que te quedes y quiero que hablemos un poco. Pero yo no quería hablar. Yo quería agradecerle pero que se fuera. Entonces ella me contó: “vos sabés que yo en esos momentos... pero lo que vino después”. Todo un descargo, me quería contar y decir, yo no estoy más en la policía, me quería decir “ahora me voy a cuidar una señora enferma, se murió mi padre, no tengo a nadie, mi hijo no sé qué. Estoy sola. Me voy a ir a Italia, a Roma”.

-Esa cosa de espejos...

“Pero me enteré que estabas y digo yo tengo que pasar, tengo que verte”.

-El único gesto humanitario que tuvo. Hizo cagar a veinte y vengo a ver a la única que salvé.

-Creo que es más complicado.

-Debe ser una cosa histórica de cuando te veía jugar cuando eras pendeja.

-De pronto un espejo de la gente común, la gente de la calle.

Ya ves cómo son las cosas, yo acabo de volver, vuelvo a la misma casa donde nací, la casa de mis viejos. No sé si le digo si me voy a quedar. Estoy muy revuelta, mucho tiempo afuera. Lo que sí le digo es que sí, te quiero agradecer que a través de un gesto tuyo yo pude saber que mi hijo estaba bien, nunca tuve oportunidad de agradecértelo, te lo agradezco. “yo también te agradezco; ahora creo que se está poniendo feo”. Era cierto, empezaba una tormenta. “Sí, sí, me voy a mojar. Bueno, chicos, son muy hermosos”. Y mis chicos son muy afectivos, los dos se le acercan, le dan un beso. Yo: que no la besen, que no la besen, y no atiné. Y los dos fueron y le dieron un beso. Nos quedamos mirando, yo le tendí la mano, te agradezco, chau. A mí me agarró una cosa que me temblaban las rodillas como nunca me habían temblado, nunca, chicas, me habían temblado como en ese momento, yo estaba con un quilombo de volver acá, de volver a la Argentina. Hacía poquísimo que había llegado de Bolivia con un mambo tremendo, subí esas escaleras y le voy a contar a Alejandro y él va a pensar que lo soñé. Nos acostamos a dormir la siesta y él enseguida se durmió. Chicas, esto que les cuento es algo que yo no sé. Después no lo volví a contar.

 

Italia. 79/83 Foto: Archivo familiar.

 

-Pero si vos tenés miedo de que Alejandro diga que lo soñaste es que vos estabas por quedarte dormida con esa página del libro, más o menos.

- Claro, porque era la hora de la siesta. Y cuando los chicos golpean a la puerta me cuesta porque ya estaba medio forfai, viste. Y entonces subo, abro la puerta y lo primero que hago es lo despierto, prendo un pucho y fumo como un murciélago, “qué te pasa” me dice. Y él también esta historia la conocía, pero no se la podía contar, me caían las lágrimas y le decía ¡qué país de mierda! ¡qué país de mierda!, decía. Cómo puede pasar esto, que esta mina me toca la puerta y me viene a hablar de todo eso. Toda la bronca; uno quiere hacer esfuerzos y de pronto viene a tocarte el timbre una mina que viene a mostrarme la cara, una mina a la que no se la vi, qué mierda, cómo voy a vivir acá. En ese momento estaba mal, con un mambo.

-Sin embargo, fijáte vos, son elementos completamente alienados, porque fijáte vos que esto fue en el 75, el golpe.

-Sí, sí, ella me lo contaba como... lo que habrá sido después. Lo que habrá visto.

-Pero después yo supe, cuando llego, que acá había habido una gran caída de Tupamaros, y a todas las tupamaras que habían estado en la Brigada de San Justo las habían hecho mierda... el trato de las mujeres, ella y la otra, porque a mí me dice la otra, “mi compañera no quiere poner la cara”. Yo no la veo a la otra. Las chicas me contaban que eran unas verdugas tremendas, ahora verdugas... ellas no las vieron en la tortura, y qué se yo. Pero era muy común en esa Brigada que te cortaran y te tiraran sal, a los comunes... a los comunes los hacían bolsa. Habían descubierto un contrabando de alguna cosa y la  habían puesto bajo tiros los comunes en algún lugar, lo sentí que ella lo comentaba, una tipa pesada, de brigada, que estaba en las investigaciones. No era ninguna nena.

-Sabés lo que pasa, cuando uno habla de toda la locura, de toda esa cosa tremendamente diabólica, la dinámica de horror en que ellos mismos se entrampaban. Eso es algo que, que yo no lo tengo... puntos de explicación, encontrar una coherencia, eso que conteste de que te están legalizando y te tiran por la escalera con la panza de siete meses. 

Ahí yo me sentía boleta y me estaban legalizando.

Cristina Feijoo

Ex presa política, escritora. 

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Notas

(1) Superintendencia de Seguridad Federal, era la inteligencia política del área metropolitana. 

(2) Cárcel de Olmos, partido de La Plata.

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