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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

07/08/2021

Día de los y las psicólogos/as desaparecidos/as

Custodiar las marcas es conmemorar

El 8 de agosto se conmemora el Día de los y las psicólogos/as desaparecidos/as. Esta fecha se instituyó en homenaje a Beatriz Perosio -primera presidenta de la FePRA y la APBA- desaparecida en 1978. La autora da cuenta de la centralidad que tuvieron ciertas políticas del ámbito “psi” en la lucha por los derechos humanos en la Argentina. Señala que el problema de la memoria, las marcas traumáticas y la conmemoración a quienes nos precedieron en estas luchas por la dignidad en el terreno de la salud mental, son determinantes y dan cuenta de la resignificación que sufrió de un modo profundo el significante “derechos humanos” a partir del límite que se tocó con la desaparición forzada y masiva de personas.

Recordar

El 8 de agosto[1] se conmemora el Día de los y las psicólogos/as desaparecidos/as. Esta fecha se instituyó en homenaje a Beatriz Perosio -primera  presidenta de la FePRA[2] y la APBA[3]- desaparecida en 1978, trasladada al centro clandestino de detención "El Vesubio" donde fue vista por última vez.

Cuatro días después de su desaparición, cerca de cuatrocientos trabajadores/as de la Salud Mental de APBA se reunieron y decidieron continuar funcionando como asociación a pesar del riesgo que eso implicaba.

La enorme construcción político-gremial en el ámbito de la salud mental con la que se contaba en los años 70, fue ferozmente desarticulada con el objeto de no dejar rastros de las experiencias contrahegemónicas que se venían gestando desde los años 60 y particularmente desde el inicio de los 70, donde se había creado -entre otras muchas instancias- la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental, en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires. La persecución a quienes asumieron cargos de conducción gremial fue contundente, al igual que en todos los gremios, asociaciones, coordinadoras obreras, estudiantiles, académicas, de todo el país.

Algunos de los/as integrantes de la Coordinadora de trabajadores de la Salud Mental, se sumaron posteriormente a los equipos de organismos de derechos humanos, otros debieron exiliarse, otros se re-incorporaron a diversos ámbitos académicos y profesionales al retorno de sus respectivos exilios e insilios.

Afiche del Colegio de psicólogas y psicólogos de la Provincia de Buenos Aires.

Los ocho organismos históricos de derechos humanos[4] que a partir de la diseminación del terror estatal, impulsaron las tareas de búsqueda, asistencia jurídica y apoyo a familiares, crearon al interior de sus estructuras, equipos de profesionales del campo de la salud mental que fueron fundamentales en el  sostén y acompañamiento de familiares y sobrevivientes. Más tarde, a partir de 1982,  la creación del Movimiento Solidario de Salud Mental que aglutinó a una gran mayoría de referentes del campo de la “Salud Mental y los derechos humanos”; al tiempo que se creaba durante el gobierno de Raúl Alfonsín -desde la Dirección Nacional de Salud Mental- un servicio para afectados por la represión política[5], dan cuenta de la centralidad que tuvieron estas políticas del ámbito “psi” en la lucha por los derechos humanos en la Argentina.

Muchísimas organizaciones de psicoanalistas, colegios de psicólogos/as, centros de estudiantes de psicología, equipos de las residencias clínicas en servicios públicos de todo el país, cuentan en la actualidad con comisiones de derechos humanos, donde el problema de la memoria, las marcas traumáticas y la conmemoración  a quienes nos precedieron en estas luchas por la dignidad en el terreno de la salud mental, son determinantes y dan cuenta de la resignificación que sufrió de un modo profundo el significante “derechos humanos” a partir del límite que se tocó con la desaparición forzada y masiva de personas.

Hasta hoy se estima que son más de 200 los/as trabajadores/as y estudiantes del campo de la Salud Mental que aún se encuentran desaparecidos/as. Desde la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, se realizó un enorme esfuerzo para rescatar e inscribir todos los nombres durante le re-edición del Nunca Más en 2006, no obstante, los dilemas que trae aparejado lo que hemos denominado en trabajos anteriores como “lo in-número”[6]  introduce un problema de orden político. Ya no se trata de responder con la lógica del número, sino con la lógica del nombre. Treinta-mil es un nombre de la clandestinización de los crímenes estatales y de la desaparición de los cuerpos.

Baldosa de la memoria en homenaje a Beatriz Perosio, detenida desaparecida en el centro clandestino El Vesubio en 1978.

Ese mismo año -2006- dedicamos el Primer cuadernillo destinado a los profesionales de la salud mental de los servicios públicos del país “A los/as trabajadores/as de la salud mental desaparecidos/as en la Argentina. A quienes soñaron con serlo y la dictadura les arrebató esos sueños. Y a quienes sobrevivieron y hoy cuentan lo ocurrido para que nadie se olvide que ESTO NOS SUCEDE”.

Intentábamos con ello, desde la Secretaría de Derechos Humanos de Nación[7] -,  estar a la altura de aquel acto ético-político del 24 de marzo de 2004, del entonces Presidente Néstor Kirchner, en la ex ESMA, cuando pronunció la frase que cambió la perspectiva en la relación víctimas-Estado: "Vengo a pedir perdón en nombre del Estado" dijo y encarnó en ese gesto una nueva forma de transitar el Estado, inaugurando una política reparatoria, comprometida con el dolor de la víctimas.

En el Prólogo de la mencionada re-edición 2006 del Nunca Más, Eduardo L. Duhalde[8]  introdujo una lectura política de los traumáticos hechos de los años 70, que disentía del prólogo original, escrito por Ernesto Sábato. Allí Duhalde señalaba: “Es preciso dejar claramente establecido, porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes, que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado, que son irrenunciables»[9].

¿Qué traducción tendría esa frase en el específico ámbito de la salud mental que asumíamos por esos años un grupo de profesionales en la SDH? Fuimos recibidos por Victoria Martínez[10] que con su experiencia en el Movimiento Solidario de Salud Mental (MSSM), en el Seminario “Salud Mental y Derechos Humanos” que se dictó en la Carrera de Psicología de la UBA en 1984 y sus experiencias junto a Fernando Ulloa, hacía lugar ahora a una experiencia inédita, que recogía esas marcas, para dejar nuevas huellas en nuestro país y en otros países latinoamericanos, esta vez desde el Estado Nacional, intentando instituir las derivas del dolor de las víctimas en una política que no dejara a los/as sobrevivientes y sus familiares una vez más a solas con ese dolor, sino poniendo en la centralidad de la escena, la dimensión emancipatoria que traía esa memoria, 30 años después, al ser escuchada desde el Estado, con dignidad.

Monumento por las víctimas de la última dictadura cívico militar en “El Vesubio”.

Una de las primeras discusiones que se plantearon fue sobre el temor basado en un registro más historiográfico o sociológico, que hacía pensar al olvido como una amenaza, y a su reverso, como un mandato memorístico de “hacer memoria todo el tiempo”, manteniendo intacto el acto memorial, para evitar el olvido de los detalles, los nombres, etc.

Frente a ello una primera cuestión que se introdujo en aquellos debates fue ¿puede olvidarse aquello que toma el estatuto de lo imposible, del “no hay” o “hay demasiado” o “hay exceso” o  dicho en términos de Lacan, “lo que no cesa de no escribirse”? Esta cuestión fue un norte muy importante en ese nuevo tiempo actualizado que se abría al deber de memoria, porque instituía una nueva posibilidad referida a la emergencia de un sujeto que podía descansar de la fatiga de memoria intacta.

En este sentido, Jorge Alemán en su texto sobre “La cuestión del olvido” hace referencia a que “el olvido tiene dos caras porque en el símbolo hay dos operaciones constitutivas: una de expulsión y otra de afirmación. La afirmación cursa bajo la vía de la represión y el retorno de lo reprimido, y la expulsión cursa bajo la vía de la forclusión (rechazo) y no el retorno de lo reprimido, sino su reaparición en lo real. Por lo tanto, no hay memoria que logre curarse de esto, no hay memoria que logre verdaderamente decir “sí, hemos anulado toda dimensión del olvido”, el olvido es muy activo[11].

En la conmemoración por los 40 años del último golpe de Estado organismos de derechos humanos descubrieron el monumento con los pilares de Memoria, Verdad y Justicia que señaliza que allí funcionó el centro clandestino El Vesubio desde marzo de 1976 hasta septiembre de 1978, bajo la órbita del Comando Primer Cuerpo del Ejército. “El campo de concentración operó hasta octubre de 1978, año en que fue desmantelado tras el anuncio de la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que llegó al país en septiembre de 1979”, La Matanza, 2016.

Desde el psicoanálisis nos servimos de esta advertencia del autor y la de Lacan en torno a lo imposible, para ubicar los límites sobre los que opera el deber de memoria y su consecuencia directa: ¿a qué sujeto nos dirigimos? ¿Hay sujeto donde solo hay memoria? Las derivas clínicas que nos trajo esta pregunta, hicieron posibles muchos de los proyectos y dispositivos que creamos dentro de las estructuras estatales en la intersección del discurso jurídico, del discurso del Estado, del discurso social. Allí donde habita el sujeto del inconsciente. Como psicoanalistas, como trabajadores de la salud mental, como profesionales, acogimos la demanda de sujetos atravesados por la experiencia de ser nombrados y nombrarse como víctimas  del terrorismo de Estado en un dispositivo singular. Para alojar esa demanda, intentamos ubicar en lo íntimo de cada sujeto, aquello que tiene que ver con el impacto que el terror de Estado produjo, des-patologizando de entrada la condición de víctima. Dada la "actualidad del trauma" y las singulares condiciones subjetivas de elaboración del sufrimiento ilimitado, hicimos lugar a la pregunta sobre las consecuencias que trae aparejada, la tentación de tratar a un sobreviviente como un “paciente”.

La memoria absoluta que paraliza, nos hizo parte de aquello de lo que estaba hecha, de la letra escrita en los cuerpos que transitan por un espacio social y llevan las marcas del terror repitiéndose en muchos gestos, en cada testimonio, en cada relato que se forja aún décadas después, cuando la temporalidad lógica sacude, mostrándose vulnerable, extraña, y entonces vuelve a escribir sus múltiples sentidos; pero en cada repetición deja una nueva marca, un encuentro con algo que antes quizás no estaba allí. Por esta razón el terrorismo de Estado “nos sucede” en términos de sus consecuencias y de su a-temporalidad.

El problema actual de los legados

En los últimos tiempos asistimos a un escenario regional y también mundial que pone fuertemente en cuestión el problema de los legados y su función esencial respecto de la memoria. La destrucción de los legados simbólicos tiene incidencias sobre los múltiples modos de operar que la transmisión provoca, y también en las narrativas que son posibles en medio de esa deriva.

Tomando algunas de las experiencias comunes que venimos desarrollando en diversos ámbitos académicos y en diferentes lugares –sobre todo en América Latina- consideramos que la tríada transmisión- legado-memoria pone en tensión los nudos conceptuales en base a experiencias concretas y nos permite analizar los desafíos que un mundo con memoria pero sin legados puede provocar. ¿Qué quiere decir esto?

El impresionante trabajo de articulación que se desplegó desde nuestro país irradiando hacia diversos lugares de la región, permite pensar que el decidido deseo de inscripción, de lectura de las marcas, de asunción de los legados han sido determinantes a la hora de pensar diversos dispositivos en el campo de la salud mental, de los derechos humanos en su intersección con espacios académicos, etcétera.

Los efectos de la transmisión nos enfrenta a la disonancia de la lengua, a lo que se sale del sentido anticipado, a lo que no termina de cuajar, a lo que no entra en el orden del sentido unívoco ya que no hay un relato uniforme para las memorias. Por el contrario siempre estamos allí frente a lo que requiere un desciframiento, por el cual nos hacemos responsables. Dirá Freud en 1925, en La responsabilidad moral por el contenido de los sueños, que debemos hacernos responsables de lo que no sabemos aún cuando “eso” es tratado por un sueño. O en términos de Lacan, cuando afirma que “de nuestra posición como sujetos somos siempre responsables”.[12]

La disonancia temporal que introduce la memoria, nos devuelve una y otra vez a este dilema, al dilema de la responsabilidad subjetiva, no tenemos garantizado de entrada ninguna inscripción de los hechos, ninguna memoria será absoluta y sin embargo el retorno nos pertenece. Eso es lo más clínico y a la vez lo más teórico que podemos transmitir a las nuevas generaciones que asuman la apuesta por la memoria, anudada a la gran decisión ética del Nunca Más. La memoria desanudada de aquellos legados éticos puede ser una pieza inefable puesta al servicio de la renegación.

Su anudamiento a la tradición ética universal del Nunca Más, nos pone de cara a un lugar de responsabilidad histórica ya que como vemos aún hoy, los actos de disputa por las narrativas sobre el pasado, no cesan y los intentos de invertir el sentido de la categoría de “víctima estatal” insisten por parte de las derechas, bajo el cuestionamiento de qué es una víctima para el Estado en lugar de qué es una víctima de Estado.

Lacan en ese magnífico hallazgo del tiempo futuro-anterior que teorizó para pensar la temporalidad del inconsciente, lo definió del siguiente modo: lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser y esa exacta temporalidad es la que podemos pensar hoy en la asunción de los legados que marcaron la ruta de lo inquebrantable en torno a la salud mental en nuestro país.

Entre las diversas políticas de Estado que se consolidaron durante estas décadas alrededor a la salud mental y los derechos humanos, hallamos siempre la condición de posibilidad en un Estado que nombrándose democrático, produzca lo que podemos definir como Políticas sobre el dolor, es decir la asunción del desciframiento de lo dañado para hacer lugar a un desciframiento que resignifique cada vez el significante “derechos humanos” porque allí radica el ombligo de nuestra historia que pulsa todo el tiempo por advenir.

A modo de conclusión

Seguimos acompañando a los jóvenes profesionales de la salud mental que insisten aún en este país deseoso de memoria, en pensar sobre esas marcas, en ponerlas en la serie que relanza cada vez los pasos recorridos, asumiendo la herencia de las inscripciones, interrogantes, apuestas, que transmitieron las generaciones anteriores, para conmemorar esa transmisión.

Cuando nos cruzamos con ellos y ellas, reclamando nuevas lecturas, nuevas  formaciones, y vemos retornar esos legados, articulándolos con lo que sucede hoy, es donde verdaderamente se produce el acto conmemorativo. En definitiva conmemorar es desear, el deseo de recordar es uno de los deseos que nos anuda a quienes nos precedieron. Como hace poco pronunció un joven colega al finalizar un ateneo clínico en un hospital público: ¿Frente a lo real que siempre insiste, podremos renunciar al sueño de reparar la historia dañada de algún modo?

Fabiana Rousseaux

Dirigió el Centro de asistencia a víctimas de violaciones de derechos humanos, Dr Fernando Ulloa–SDH;  dirige la Asociación civil Territorios Clínicos de la memoria

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Notas

[1] La fecha de conmemoración fue propuesta en marzo de 2009 por la  FePra, en la Asamblea de Delegados.

[2] Federación de Psicólogos de la República Argentina

[3] Asociación de Psicólogos de Buenos Aires

[4] Madres de Plaza de Mayo, Familiares de Detenidos-desaparecidos por razones políticas, Abuelas de Plaza de Mayo, Centro de Estudios, Legales y Sociales (CELS), Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), Liga Argentina por los Derechos del Hombre  (LADH), Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH).

[5] A cargo de Vicente Galli.

[6] Al respecto ver Rousseaux, F. https://www.agenciapacourondo.com.ar/relampagos/30000-el-numero-de-la-dimension-del-crimen-masivo.

[7] Hasta 2002 su rango era de Subsecretaría.

[8] Secretario de Derechos Humanos de la Nación entre 2003 y 2012 (año de su fallecimiento).

[9] Nunca Más, edición 2006

[10] Ocupó el cargo de Directora Nacional de Grupos en situación de vulnerabilidad, de donde dependió el Plan Nacional de acompañamiento a víctimas-testigo y el Centro de asistencia a víctimas de violaciones de derechos humanos, “Dr. Fernando Ulloa”.

[11] Alemán, J. en Legado y memorias, Ed Tren en movimiento, (Rousseaux, F. compiladora), 2019

[12] Lacan, J.; “La ciencia y la verdad” en Escritos 2. Siglo XXI Ediciones

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