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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

29/07/2021

Los 90 de Lita. Parte II

"A pesar de todo amo la vida"

Lita Boitano, presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, cumple 90 años y Haroldo le rinde homenaje publicando una entrevista, en dos partes, en la que recorre su vida. En la segunda parte nos cuenta sobre la militancia y desaparición de sus dos hijxs, su exilio en Italia, cómo comenzó su lucha activa por los derechos humanos y por qué se hizo feminista, entre otros aspectos de su vida.

Lita Boitano

 

 

Ángela Catalina “Lita” Paolín de Boitano es la presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, organismo que integra desde 1977. Sus dos hijxs están desaparecidxs. Miguel Ángel estudiaba Arquitectura en la UBA y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), fue secuestrado el 29 de mayo de 1976 y Adriana, estudiante de la carrera de Letras en la misma universidad, también militante de la JUP, fue secuestrada el 24 de abril de 1977. Lita se exilió en Italia en 1979, donde permaneció hasta 1983 y desde allí trabajó, junto a otrxs exiliadxs, denunciando los crímenes del terrorismo de Estado que se estaban produciendo en Argentina. Tras el fin de la dictadura regresó a Buenos Aires y hasta el día de hoy, fecha de su cumpleaños número 90, ha sido una luchadora inclaudicable por la Memoria, la Verdad, la Justicia y los derechos humanos, causa que ha sabido conjugar con otras, como la del feminismo, que conoció en el exilio italiano. 

Con motivo de este aniversario, Haroldo publica, a modo de homenaje y celebración de su vida, la segunda parte de una entrevista en la que Lita nos comparte la historia de sus hijxs desaparecidxs, su exilio y su visión sobre el momento actual de la Argentina.

 

 

- Cuando te casaste con Miguel Boitano se mudaron del Pasaje Bernasconi. ¿Cómo lo conociste a Miguel?

- Conocí a mi marido en el primer trabajo que tuve en un almacén mayorista, él era vendedor, tenía doce años más que yo. Al año me casé viviendo en el pasaje Bernasconi, yo única hija, mi marido tenía diez hermanos, cinco mujeres y cinco varones, eran un familión. Adriana nació cuando aún vivíamos en el Pasaje Bernasconi, en Caballito, el 19 de diciembre de 1952.

No mudamos para acá, a Mansilla, al departamento donde sigo viendo hasta el día de hoy, en el año 1955, porque se decía que al Pasaje Bernasconi lo iban a tirar abajo para abrir una calle. Al tiempo de alquilar salió una ley por la cual el inquilino, después de dos años, tenía el derecho a comprar el departamento donde estaba viviendo,  a través de un crédito lo compramos. Cuando nos mudamos estaba embarazada de dos meses, de Miguel Ángel, él nació el 1 de enero de 1956. Los chicos crecieron acá.

 

-  Tus hijos se formaron en un colegio italiano. ¿Por qué tomaron esa decisión?

-  No sé por qué, siendo yo una hincha fanática de la escuela pública, los anotamos en el colegio italiano bilingüe, que aún no lo era, estaba en trámite para serlo, Cristoforo Colombo, que quedaba enfrente de nuestra casa, con  el riesgo de que perdieran el año, si no autorizaban al colegio para que sea bilingüe. Adriana, años más tarde, me contó todo lo que había sufrido, porque entre treinta y dos compañeros, era la única que no hablaba italiano. Allí cursaban los hijos del embajador, de varios empresarios italianos, pero era gente que jamás hizo diferencia. Mis dos hijos fueron muy buenos alumnos. Adriana se ganó, con 18 años, en 1970, un viaje a Italia por tres meses, en un concurso que hacía la Dante Alighieri cada cuatro años, con un trabajo sobre Maquiavelo. Mi marido había fallecido en el año 1968 de muerte natural, tuvo un problema en el corazón. Se enfermó y en un año murió. Siempre me pregunté si mi marido le hubiese permitido viajar, porque viajaban hombre y mujeres, en esa época el machismo era muy fuerte. Miguel Ángel en el año 1975, en medio de su militancia, se ganó un viaje a Italia por ser el mejor alumno del colegio. Tuvieron una muy buena formación en ese colegio, de izquierda. Por eso mi primo, el marino, así como admiraba la formación cultural de mis hijos, cuando los secuestraron dijo que eso era por la educación de izquierda que les dio Italia, pero eso era mentira, eran los años gloriosos de la militancia en nuestro país.

 

Adriana Silvia Boitano, hija de Lita, militante popular detenida desaparecida.  Foto: Archivo familiar

 

-  ¿Qué recordás de los años de militancia de ellxs?

-  A partir de la satisfacción que había tenido el día de la asunción de Cámpora, el 25 de mayo de 1973, siempre se habló de la primavera de ese momento y también yo lo sentía así, como mucha gente. Pero también, después fui consciente de tantas cosas que estaban pasando por debajo y no se sabían, como lo de López Rega, pero yo no tenía información como para preocuparme. En mi casa se hicieron varias reuniones de militantes, con compañeros de mi hijo Miguel Ángel. Adriana estaba cursando Letras, me contaba que tenía como profesor de historia a Miguel Talento, fue ayudante de cátedra de su materia, yo no conocía los antecedentes de Talento pero para mí eran como héroes en ese momento. Además yo estaba de acuerdo con lo que sostenían los compañeros de mi hijo que militaban en la JUP de aquel momento.

Por esos años Adriana poco a poco me transmitió su necesidad de alejarse de Buenos Aires, porque empezó a tener mucho miedo, el día de la liberación de los presos políticos la persiguieron bastante. Entonces decidió partir para San Pablo, con su novio que era ingeniero electrónico y había conseguido un puesto en la Siemens de Brasil, en el año 1974. Yo me quedé en mi casa con Miguel Ángel. Adriana todavía estaba cursando. En San Pablo consiguió trabajo. Con las cartas de Adriana empecé a conocer un poco sobre la cultura brasileña. Ellos no estaban contentos allí, pero evidentemente se sentían más seguros, en ese momento no se hablaba todavía del Plan Cóndor.

Miguel Ángel aún no había ingresado a la Facultad de Arquitectura, pero ya estaba militando. Luego de la muerte del General Perón las cosas se fueron complicando, eso creo que lo saben todos. Yo lo vivía con miedo porque ya se sabía de la existencia de la Triple A, Taty Almeida siempre dice "no se olviden que mi hijo desapareció en el 75". Cuando uno va al Parque de la Memoria y mira el monumento se da cuenta la cantidad impresionante de desapariciones que hubo en esos años, antes del golpe, y eso que faltan nombres porque es casi imposible saber todos los nombres. Miguel Ángel ingresa a la facultad en 1975, yo tengo decir que como mamá no pegaba un ojo hasta que mi hijo, a la noche, entraba a mi casa. Él estudiaba de noche y de día trabajaba.

Cuando me quedé viuda acordamos con mis hijos que si queríamos que esto pareciera un hogar, a pesar de la muerte de mi marido, yo no podía trabajar todo el día porque no hubiésemos podido almorzar los tres juntos. Cuando mi marido vivía él venía todos los días a almorzar a casa y luego se iba a otro trabajo. Como les decía, acordamos que nos ajustaríamos un poco el cinturón y yo no trabajaría para esperarlos a almorzar. Mi rol de mamá y ama de casa siguió igual. Como les contaba anteriormente, en 1975 mi hijo ganó un premio como mejor alumno de primer grado al último del Liceo, ese premio significaba un viaje de estudio a Italia, por tres meses. Miguel Ángel, que ya había empezado a tomar conciencia de la militancia y además, según sus compañeros, tenía pasta de líder, no quería hacer el viaje. Yo le insití y finalmente acortó el viaje a un mes, en enero de 1975. Allí se reencontró con algunos de sus compañeros de la Cristoforo Colombo. Ya tenía una noviecita, en ese mes ella recibió un montón de cartas y yo una, jaja.

Miguel Ángel volvió contento del viaje. Migue trabajaba ocho horas y luego se iba a la facultad y salía once y media de la noche. En el trabajo le pidieron que eligiera entre la facultad o el trabajo, yo le dije “ni se te ocurra dejar la facultad, ya veremos cómo nos arreglamos”. Adriana también dejó su trabajo para poder estudiar, todo lo consensuábamos entre los tres. A la facultad lo tuvieron que anotar sus compañeros porque él ya no podía ir, por su militancia. Seguía trabajando en Techint, era el año 1976. Si yo antes no pegaba un ojo, después del golpe fue peor. El 14 de mayo Miguel Ángel vuelve del trabajo a las seis de la tarde, le cuento que a César Lugones (pariente de la familia) lo habían secuestrado, él me dice “vas a ver que por lo menos por seis meses no vamos a saber nada de César”. Uno de los hermanos de César me llamó para que le preguntara a mi primo, el comandante de aviación naval, y al marido de mi prima, teniente coronel, si podían hacer algo. Yo estaba horrorizada.

 

Miguel Ángel Boitano, hijo de Lita, militante popular detenido desaparecido. Foto: Archivo familiar

 

 

El 29 de mayo lo secuestran a Miguel Ángel. 

-  Exactamente. El 4 de mayo había muerto el papá de César. En el velatorio estaba el grupo de militancia de la villa donde los chicos hacían trabajo social, también estaba el cura Von Wernich que era amigo de unos de los hermanos del fallecido, y fue quien llevó, en su auto, a César y a su madre al entierro. Sin dudas Von Wernich investigaba, luego cayeron un montón de los pibes que habían ido al velatorio. Mis hijos fueron conmigo.

El 29 de mayo, Miguel Ángel estaba en mi casa, estaba muy resfriado, había vuelto del trabajo. Se bañó, se cambió, tomó un café con leche calentito que le hice y después se iba a la casa de la novia y se quedaba sábado y domingo allí. El 29 era el día del ejército, yo me fui a la casa de mi prima, cuando volvía a mi casa se veían, en Avenida San Martín, los camiones de los milicos pasar y pasar, y pensé “Dios quiera que Miguel Ángel y la novia estén en su casa”.

Llego a mi casa nueve y media de la noche y suena el teléfono, era la mamá de un compañero de mi hijo preguntándome si Migue había llegado, porque su hijo había ido a una reunión con el mío y no había vuelto. Yo la tranquilicé diciéndole que era temprano todavía. Once y media me llama la novia (María Rosa) y me pregunta lo mismo, si sabía algo de Miguel Ángel. Ella viene a mi casa, alrededor de la una de la mañana. Me cuenta que estaban parando a todos los autos en la calle, y que de casualidad no pararon el taxi en el que viajaba. Salimos a la calle y empezamos a caminar por Santa Fe para ver qué hacíamos y entramos a una confitería que estaba en Uriburu y Santa Fe, hablamos por teléfono, a las tres de la mañana, con los padres de María Rosa. Ella les dice, para no intranquilizarlos, que habían ido al cine, a la función de trasnoche y se habían desencontrado con Miguel Ángel, les preguntó si Miguel Ángel los había llamado. Seguimos caminando y le tocamos el timbre a mi cuñado, que vive en Arenales y Ayacucho, nos quedamos allí hasta las seis y media de la mañana, después nos tomamos un taxi hacia la casa de María Rosa, esperando encontrar a Migue. Nos tiramos en la cama vestidas y cada vez que escuchábamos el ascensor revivíamos. A las ocho de la mañana salimos a encontrarnos con los padres de María Rosa. Luego nos fuimos a mi casa, ya eran las diez de la mañana. La mamá de María Rosa les tocó el timbre a mis vecinos de abajo, que no le querían abrir, porque a las cinco y media de la mañana se habían llevado a la hija y al marido. Le habían revuelto toda la casa, eso ya confirmaba que a Miguel Ángel lo habían secuestrado.

Ahí comenzó la odisea que cada uno afrontó como pudo. No volvimos a mi casa, a mis padres aún no los había visto, entonces con los padres de María Rosa y con ella empezamos a deambular en varias casas de la familia por un mes y pico, hasta que empezaron a ir los servicios a la casa de mi prima, que era donde más habíamos estado, y a seguirnos por todos lados. Los padres de María Rosa nos proponen que nos vayamos a lo de Adriana en Brasil. Nos fuimos en micro, ni pensamos el problema de atravesar la frontera, hicimos treinta y pico de horas de viaje, uno analiza los riesgos mucho después.  Adriana ya sabía que se habían llevado a Miguel Ángel, porque yo le había escrito avisándole. Ella me había escrito que tenía un problema de salud y que tenían que operarla. El encuentro con Adriana fue tremendo. Nos quedamos alrededor de quince días en San Pablo. Decidimos que volveríamos las tres, mi hija se separa de su compañero, que no pensaba como nosotros. Llegamos aquí con un terror no sólo a los milicos sino a mi familia y a la de María Rosa,  porque habíamos vuelto, y para ellos era una tranquilidad que estuviésemos fuera del país. Muchos tenían miedo y yo eso lo entendí siempre. Entonces cuando volvimos nos fuimos a un hotel. A Adriana la operan en septiembre del 76, en el Hospital Fernández, yo me dediqué a Adriana porque la operación fue importante, un quiste ovárico. María Rosa seguía con la búsqueda de Migue.

 

 

-  Por esa época empezaste con tu militancia en Familiar Familiares de Desaparecidxs y Detenidxs por Razones políticas. ¿Podrías constarnos cómo fueron tus inicios?

- Una vez recuperada Adriana de su operación, fuimos con el hermano de César Lugones, a una reunión en Corrientes y Callao, a partir de un llamado de una madre que me avisa sobre una reunión importante. El lugar estaba lleno de gente que iba a denunciar desapariciones, presos políticos, era la sede de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre. Entré por primera vez a Familiares los primeros días de enero de 1977. Al día siguiente de la reunión me citan nuevamente para que vaya a hacer un habeas corpus, primer habeas corpus por Migue.

Hasta ahí yo había hecho todo tipo de trámites y averiguaciones. Una vez me encontré con mi primo, que amaba a mis hijos, en ese momento era comandante de aviación naval el Punta Indio, en una confitería en Las Heras y Pueyrredón, él me empezó a preguntar cosas sobre Miguel Ángel, ahí empecé a darme cuenta sobre cómo me tenía que manejar, porque no era fácil, por más que fuera mi primo hermano. Él no sabía de la militancia de mi hijo, en un momento el encuentro se convirtió en un interrogatorio, pero pude enfrentarlo. En esas situaciones es donde uno comienza a formarse como militante de los derechos humanos, a aprender cómo moverse en ciertas circunstancias.

Volviendo a Familiares, con el habeas corpus hecho no sólo me sentí contenida sino que me di cuenta de que lo que me estaba pasando le sucedía a muchos otros. Escuchaba a la gente decir que sus hijos eran muy buenos, muy solidarios, ayudaban a la gente en la villa, estudiaban mucho; y también por ahí escuchar “cómo mi hijo pudo hacerme semejante cosa a mí”, es muy humano pero es tremendo, es poner la carga en el papá o en la mamá, yo lo escuché varias veces, pero hay que entenderlo. No podía ir a Familiares todos los días porque tenía que estar más cerca de Adriana y además estaba trabajando en un consultorio, vivía con mis padres, esta casa estaba cerrada. Cuando empecé en Familiares, allí conocí a Graciela Lois, me daban nombres de familias para ir a verlas y decirles que vengan a nuestro organismo a hacer las denuncias.

 

¿Cómo seguía la vida de Adriana?

-  Adriana había vuelto de Brasil, se había operado, se había separado y había empezado a trabajar. Conoció a otros compañeros de militancia, que habían sido compañeros de Miguel Ángel, en Arquitectura. Se enamoró de un compañero de su hermano, un año más grande que él. Adriana se veía más con compañeros de Arquitectura que con los de Letras, porque ya había cursado toda la carrera, le faltaba la práctica, que no se presentó a la facultad porque pedían certificado de conducta. Un día le avisan a Adriana que su compañero no había vuelto a la casa. Entonces Adriana va a una cita, no lo ve y vuelve, era viernes. El sábado va a otra cita, ya programada, repito lo que contó Adriana, tampoco ve a nadie y el domingo 24 de abril de 1977 era la tercera cita. La noche anterior Adriana me dijo que a lo único que le tenía miedo era al dolor, eso me quedó grabado para toda la vida, porque siempre pensé si Adriana sabría que ese domingo era el último, si había hablado con alguien. Le dije “yo te acompaño”.

Estábamos viviendo en Devoto con María Rosa y ella, las tres, en un departamentito que alquilábamos. Ese día fui a misa de ocho, a las diez de la mañana teníamos que estar en la cita. Tomamos el colectivo, nos íbamos a bajar las dos en Plaza Irlanda y Adriana cuando estábamos por bajar me dice: “mami, vos vas a ir caminando por esta calle hasta tal esquina y yo a los quince minutos voy a tu encuentro”, me explicó que así eran las citas. Llego a esa esquina y no había nadie. Era un hermosísimo domingo de abril caluroso. Adriana estaba vestida toda de color turquesa, con una pollera cruzada, que se usaba mucho en aquel entonces, una remerita turquesa y blanca. De repente levanto la cabeza, yo iba por mano izquierda, ella por la de enfrente, y la veo, pero en ese mismo momento, es como si alguien me hubiese empujado a levantar la cabeza; porque yo iba mirando el piso, con la cabeza baja, como es mi costumbre; dos tipos la agarran de los hombros y la meten adentro de un auto. A mí me pareció que había un brazo atrás, la metieron ahí, se cruzaron enseguida, se subieron a otro auto, evidentemente en el que subió Adriana había otra gente. Los dos autos salieron a toda velocidad. Yo me frené de golpe, me persigné, todo en pocos segundos. En la otra esquina había otro auto, celeste, con los faros encendidos, pensé que venía hacia mí, pero dio la vuelta y se fue con los otros dos. Ahí me armé como si fuera realmente una militante, caminé en contra del tránsito, hice una cuadra, llegué a Gaona y tomé un taxi. Llegué al departamento de Devoto, toqué el timbre y no me contesta nadie. Le pregunto al diarero de la esquina (uno después se fue dando cuenta como los milicos tenían un sistema armado con soplones) si había visto a María Rosa, me dice que estaba en el almacén de la esquina, ahí me la encuentro y le digo “se llevaron a Adriana”. Subimos al departamento, armamos dos valijitas con dos pantalones y salimos volando, nos fuimos hasta Once, tomamos un café, y nos separamos. Pensaba en cómo se lo iba a contar a mi mamá y a mi papá.

 

-  ¿Después de la desaparición de tus hijxs, qué pasó a significar en tu vida Familiares?

-  Se pueden imaginar que de una familia integrada cuatro personas: madre, padre y dos hijos divinos, Adriana y Miguel Ángel, me quedé sola. Porque con mis padres no me alcanzaba. Cuando yo llegué a Familiares me encontré, desgraciadamente, con un montón de mujeres, madres, padres, hermanos, hijos… Encontré que me sentía contenida, sentía que, por desgracia, se estaba multiplicando mi dolor en un montón de otra gente, que no era yo sola la que estaba pasando eso. Y ahí me di cuenta, y lo digo sinceramente, de que era mi segunda familia. Y siempre lo dije y lo diré, cuando veo otras mamás que tienen sus nietos, sus bisnietos, y algunas hasta tataranietos, los siento como míos también, o sea, es una belleza. Por suerte, una gracia que me fue dada, es que no siento tristeza, todo lo contrario. Tengo muchísimos hijos, no que reemplazan a mis hijos sino que me acompañan con mis hijos, hijos y nietos y compañeras y compañeros… Que uno puede decir en algunos momentos, todavía soy feliz, a pesar de todo amo la vida.

Familiares fue muy importante, la lucha, primero por la aparición de nuestros hijos vivos, después por hacer justicia y por saber la verdad. Esa respuesta no la tuvimos aún, en la gran mayoría de los casos nunca supimos por qué se los llevaron, dónde, por qué los mataron, cuándo exactamente, no lo sabemos, por eso cuando una dice Memoria, Verdad y Justicia, la verdad nos falta, algún día la sabremos.

También asocio a Familiares con la lucha de Antropólogos Forenses. Primero nos pedían radiografías de los chicos, de la boca, si se habían roto un brazo, una fractura, una operación. La desesperación de buscar: yo he ido al Hospital donde mi hija se había operado, pero ya habían pasado 10 años y además fue una operación que no dejaba rastros exteriores. Miguel Ángel se había roto la muñeca en el Colegio cuando tenía 6 años, tampoco tenía esa radiografía, pero todas esas cosas también nos mantenían vivas. Y después fue a través de la gota de sangre. No es que una estaba pensando en que estaban vivos, pero nos pasaba, al conjunto (porque lo hablábamos), muchas veces de darnos vuelta por la calle porque nos parecía que alguien podía ser parecido a nuestro familiar. Todo eso lo vivíamos juntos, esa era la contención pero también el afecto. Por eso yo creo que nos mantuvimos hasta ahora, y después serán otros, porque también están los ex presos políticos, que tienen la edad de nuestros hijos, y sus compañeros de trabajo o de la facultad, que ya tienen alrededor de 70 años casi, y también son un pedacito de los nuestros, entonces todo eso  es lo que nos mantiene vivos.

Madres, Familiares y Abuelas, somos madres, padres o abuelas de los que mataron en la dictadura, por eso la generación de los sobrevivientes son los que pensamos que van a seguir en la lucha y después viene HIJXS, que serían los hijos de nuestros hijos y después hay nietos, así que esto seguirá. Yo a Maco Somigliana, de Antropólogos, se lo dije más de una vez: “Ay Maco, una buscaba, y buscamos siempre, saber algo antes de dejar este mundo”, eso lo decíamos riéndonos cuando teníamos menos años (riéndonos en el sentido de dejar el mundo), y ahora puedo decir que si llegaran a encontrar algún día a mis chicos, y yo ya no estoy, los restos de mis hijos los recibirán los compañeros que siguen en la lucha.

 

Marcha por la libertad de presos políticos, 13 de junio de 1984. Foto: Archivo familiar

 

Vos fuiste por Familiares a la Conferencia Episcopal en Puebla, ¿cómo se programó ese viaje?

-  Era la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana, se llevó a cabo a fines de enero y la primera semana de febrero de 1979. Las primeras denuncias al exterior desde Familiares (y del resto de los organismos) eran denuncias al Vaticano, a Caritas y a la OEA. Al Vaticano nos respondían a algunos, porque dentro del clero en Argentina se podían contar con los dedos de las manos los obispos (sacerdotes habría más) que nos escuchaban. Entonces en Familiares pensaron que yo era candidata para representarlos, otra de las madres, Thelma Jara de Cabezas, ya estaba en México porque tenía un hijo exiliado allí (y uno desaparecido). Como estaba allá porque había ido a ver a su hijo, íbamos a ser las dos representantes. A mí me dieron el dinero para sacarme el pasaporte inclusive. Todavía funcionábamos en la Liga por los Derechos del Hombre (en estos últimos años cambiaron el nombre por Liga Argentina por los Derechos Humanos, para ser más amplios, aunque siempre lo habían sido en realidad). Lo que no sabíamos aún era que teníamos tantos infiltrados dentro de Familiares. Lo que pasa es que la Liga era un lugar de puertas abiertas, uno tocaba el 5° J del portero eléctrico y abrían la puerta, subías y entrabas. Nosotros nos reuníamos en una sala que nos había dado la Liga.

Al día siguiente de haber acordado que iría (a mi mamá no le gustaba mucho que fuera porque le parecía que era peligroso, no sé, o un pálpito de madre), llego a mi casa contenta, porque me parecía que ayudaba. Entonces me llama una compañera que me dice que yo no iba a viajar en ese avión sino en otro, con un chico que entonces creí que yo acompañaría para que saliera del país. Pensé “mirá si a mis hijos les tocara una mamá que los acompaña…” Por eso acepté ese cambio que estaba hecho por fuera del plan de Familiares. Viajamos, pasamos primero por Brasil, después llegué a México, donde me encontré con Familiares y el resto de los organismos. Todavía no había empezado la Conferencia pero el Papa ya se había ido. Cuando se vuelve la delegación de Madres, quedamos algunos, yo como tenía a mi sobrina que se había exiliado en México, me quedé. Se quedaron también Marta Bettini y Marta Vásquez, éramos cinco madres que nos quedamos y presenciamos las conferencias. Estaban los arzobispos más importantes de todo el mundo y, a su vez, representantes de organizaciones políticas (de montoneros, del ERP, del PC), todos para denunciar, era un lugar de denuncia. Ahí nos fuimos dando cuenta también cómo transmitían las noticias los que estaban con la dictadura, totalmente cambiadas de lo que se hablaba. Tuve oportunidad allí de hablar con muchas personas, con compañeros exiliados, que habían ido a México, los que estaban en Francia, en Bélgica, en Italia. Yo decía “¡Qué hago yo, un ama de casa!”. Era una vivencia impresionante, se te mezclan todas las cosas, porque una dice “¡Qué hago yo acá!” y al mismo tiempo sabés que algo podés hacer, que podés denunciar y cada vez con más fuerza, porque una iba aprendiendo las formas. En México nos enteramos de que el chico con el que viajé, desgraciadamente (yo no lo sabía) había estado secuestrado en la ESMA y que los milicos lo habían mandado para que denuncie gente que estaba en México. Y la chica que me presentó al muchacho a mí, también había sido secuestrada, era todo un grupo que había sido secuestrado, o sea que eran víctimas, pero los habían puesto en la calle. Entonces se me había complicado el regreso, el grupo de Madres había vuelto y yo sola, que no había salido nunca de mi casa en un mundo desconocido… Tenía mucho miedo de volver. Allí es donde todos piensan que era importante que me ayudaran (porque yo no tenía plata tampoco) a viajar a Europa para hacer denuncias. Me pusieron en un avión y me esperaban en París compañeros exiliados allí que trabajaban recibiendo todas las denuncias de acá y llevando esos testimonios a distintas organizaciones francesas, a la mujer de Mitterrand, a las iglesias. Trabajaban tanto… Y por supuesto también junto con la CADHU (Comisión Argentina de Derechos Humanos) de España. Era todo un trabajo en el exilio, tan importante que cuando yo volví, después de cinco años, pensaba “¡Que nadie me hable mal del exilio, con todo lo que se denunció!”. Realmente yo lo vi, y además vi cómo vivían, porque nadie tenía plata ni nada, lo que se comía ahí era lo más feo, lo más barato, lo más ordinario que se podía comprar en el supermercado, era así, entonces hay que valorarlo, y realmente fue lo que menos se valoró.

 

Concierto de la Sinfónica de Roma, despedida del exilio. En la foto Lita hablando al público, en el medio el intendente comunista de Roma y más atrás el cineasta Fernando Birri, 1983. Foto: Archivo familiar

 

¿Cómo siguieron tus cinco años de exilio?

-  Empecé en París, después me fui a Suiza, allí el Consejo Mundial de Iglesias ayudaba con dinero a la Argentina. Después Bélgica, Dinamarca, y cuando llego a Suecia, me dicen que podíamos armar un proyecto de ayuda para Familiares. No tenía la más pálida idea de lo que era un proyecto, entonces me decían “bueno un dinero, algo que sirva”. ¡Nosotros juntábamos moneditas en Familiares! Lo único que hacíamos eran fotocopias, nadie cobró un peso. Para buscar a  los desaparecidos, lo más importante para todos nosotros era tener las piernas para caminar; para hacer o publicar una denuncia.

Una iba aprendiendo, en el exilio ibas aprendiendo de cada país. Por ejemplo, los más cariñosos, los que más sentían, eran los holandeses, porque ya habían estado ayudando mucho en Perú, en México, en Bolivia, entonces sabían castellano… Yo, Lita, yendo en bicicleta a la fiesta del colegio de los chicos de la familia de Holanda que me había invitado, que también recaudaron plata en la campaña de Pascua en la iglesia, que me dieron y yo repartí a Madres, a Abuelas y para nosotros. Eran cosas con las que vos te sentías útil. Paraba a dormir en casas de los chicos que estaban exiliados y dormíamos en colchones en el suelo sobre esas mantas hindúes que se usaban tanto, que eran lo más barato.

Esto fueron meses del 79. El final era llegar a Italia, mi idea era hacerme pasaporte italiano y volverme a la Argentina, porque yo me fui por 15 días, me tuvieron que regalar un tapado para ir al norte, un gamulán me dio una exiliada (todavía lo tengo), porque no tenía plata para comprar nada. Así pasó todo el año prácticamente.

En Génova tenía unos tíos y primos. Todo ese tiempo mis padres no sabían que yo deambulaba por todos esos lados. Cuando tomé el tren desde París hasta Génova ahí llamé por teléfono a mis tíos, que no conocían ni mi voz, pero sí habían conocido a Adriana cuando viajó. Entonces me recibieron como la mamá de Adriana, no como la hija de la hermana de mi tía, yo no era la hija de Carmen, era la mamá de Adriana, a la que habían amado. Llegué allí pensando que los iba a ver por tres días y después nunca más, ¡me recibieron con toda la pompa! Ahí llamé por teléfono a mi mamá. La alegría que tuve yo y mi mamá, ni les cuento, le dije “mamá, estoy en la casa de la tía Pina, tu hermana”. Ella se puso a llorar, yo también, mis tíos, todos. Mi mamá me dice que Thelma estaba en su casa, que había vuelto de México y que estaba viviendo allí. Me no me sentí demasiado bien porque ya había pasado lo de Puebla, lo de este chico, entonces me preocupé por mi mamá, su casa estaba limpia hasta entonces. Después vinieron otros tíos de Venecia a verme a Génova y desde ahí me tomé el tren a Roma. Allí empezó mi exilio. Después de conocer a esa parte de mi familia y pensar que no los volvería a ver porque me iba a hacer rápidamente el pasaporte y me volvía, gran error. Primero porque tardé un año y medio en hacerme el pasaporte ya que los papeles tenían que ir y volver y además porque cada vez hacíamos más denuncias y era un riesgo, estábamos en plena dictadura. Al llegar a Roma me enteré que el día anterior habían secuestrado a Thelma Jara de Cabezas, cuando salía del Hospital Español donde estaba internado el marido. Estuvo en la Esma, fue muy torturada, después la soltaron. Por eso digo que ahí empieza mi verdadero exilio, porque ya era tremenda la situación.

Me llevaron a conocer al secretario de Latinoamérica, un exiliado uruguayo que estaba trabajando en la Central Sindical Comunista (CGdL). En Italia había tres centrales sindicales, la comunista, la socialista y la demócrata cristiana. Ahí ya empezamos a hacer las primeras denuncias. Tuve experiencias que no me las olvidaré nunca en la vida. Somos tan parecidos a los italianos políticamente y despelotados, todo. Fue muy cálido en Italia, primero por la gente, los vecinos, fui cocinera en una parroquia.

Italia no tenía refugios para los ex presos que tenían ascendencia italiana (estoy hablando de argentinos, uruguayos, chilenos), ellos tuvieron visa para que en Italia los recibieran, pero luego de recibirlos les daban una cierta cantidad de dinero, muy poco, que les servía para empezar a buscarse la vida allí, muchos llegaron y no tenían a nadie, por lo tanto iban a la Cruz Roja y después a buscar trabajo y a vivir como se pudiera. Había que trabajar, entonces en la iglesia donde hicimos ayuno para llegar al Papa, se fueron las monjas que cocinaban y les pregunté si yo podía ser cocinera. Pero también ahí hacíamos denuncias desde la Iglesia. Ya eso fue muy interesante porque era una iglesia que se guiaba por el Concilio Vaticano II, por lo tanto eran progresistas, de izquierda. Ahí se hacían reuniones que tenían que ver con determinados derechos de las mujeres. Así que cocinaba, lavaba los platos, salía, me encontraba con compañeras, algunas de Familiares que estaban exiliados como Dora Salas con sus dos chiquitos, íbamos a encontrarnos con algunos diputados, senadores o políticos a hacer denuncias. Ella es profesora de Letras, pero allá empezó a ejercer periodismo con compañeros argentinos progresistas que tenían revistas o diarios pequeños, y comunicación con la CADHU. Así que se hacía de todo, mezclado. Italia es un país hermosísimo y estábamos en la salsa, porque yo soy hija de italianos, Dora es nieta de argentinos y calabreses, así que las dos teníamos un cacho de italianismo. No era el exilio intelectual de México, o los psicólogos u odontólogos en España que podían trabajar por la lengua, en Italia para ejercer como profesional había que hacer todos los exámenes, la mayoría trabajaba en algún oficio, abogados recibidos acá trabajaban limpiando vidrios, casas… Nadie pudo revalidar títulos o lo pudieron hacer después de 20 años.

 

Lita en la sala de máxima seguridad de la cárcel de Rebibbia durante el juicio en ausencia por el cual fueron condenados a cadena perpetua Guillermo Suarez Mason y Santiago Omar Riveros entre otros represores, 2000. Foto: Archivo familiar

 

Contanos sobre el juicio en Italia en el que Suarez Mason y otros represores fueron condenados en ausencia

-  Nos fuimos vinculando con abogados, con fiscales, con jueces, con la idea de que había que hacer denuncias, ya que acá estaba la dictadura, no se podía ni pensar en juicios. Cuando nos dicen de ir a ver al Ministro de Justicia, fuimos una delegación con el pedido de abrir un juicio por los desaparecidos italianos en Argentina. Italia tiene en su Código Penal el artículo 8 que permite juzgar a personas extranjeras que hayan realizado secuestros, torturas y asesinatos, era necesario por lo tanto la recuperación del cuerpo de la víctima. Para una presentación así teníamos que estar ligados a los compañeros de Argentina para buscar casos en los que los cuerpos hubieran sido recuperados. El Ministro aceptó abrir la requisitoria y demás. Esto fue en el 83, entonces comenzamos un trabajo durante todo ese año de juntar causas, empezaron a viajar algunas madres, entre ellas Polda Segalli. Su hijo estaba preso, le anunciaron que lo habían dejado en libertad, ella y su marido lo fueron a buscar a la puerta de la cárcel, al llegar allí no estaba, preguntan en las Fuerzas y les muestran los papeles de salida de su hijo (junto con otros compañeros). Luego se supo que los habían desaparecido dentro de la cárcel. Fue tremendo, horroroso. Polda en el 83 viajó a Italia con trece kilos de causas que se habían juntado acá en Argentina para que las analizaran los abogados italianos.

Ya había sido la guerra de Malvinas, se hablaba de que estábamos cada vez más cerca de las elecciones y del fin de la dictadura. Entonces había toda una mezcla entre la lucha por el juicio y organizarnos (algunos no pensaban volver) para ver cómo se volvía, con qué plata… Ahí nos empezamos a unir mucho chilenos, uruguayos, etc. para ayudarnos. A mí me ayudaron de un grupo religioso, me pagaron el pasaje. Yo ya sabía que mi lugar en el mundo era este, ni siquiera una vez estando acá me pregunté por qué volví. Mi vida es esta, acá, este es mi lugar en el mundo, Italia es muy hermosa y la amo, pero no es mi país, yo no veía la hora de volver. Este es mi país y mi tierra, y donde mis hijos, que están muertos en el lugar donde estén, están acá, y mis padres, y  mi marido y todos los que conozco, mi vida, desde que nací.

El 15 de diciembre de 1983 subí al avión que me trajo a la Argentina, llegué el 16, cinco días después de la asunción de Alfonsín. Y de Ezeiza fui directamente a Familiares, me llevaron mis padres y la mujer del “Negro” Altamiranda, Clelia. El avión llegaba a las 13:30 y yo sabía que a las 14 había reunión en Riobamba 34, la nueva sede que no conocía. Entonces ahí me encontré con las compañeras y de ahí no me moví más.

 

Marcha del 8 de marzo de 2004, Plaza Congreso. Foto: Archivo familiar

 

 

¿Cómo y cuándo comenzó tu relación con el feminismo?

-  Mi primer contacto importante con el feminismo fue en Italia, allí me encontré con un feminismo muy ardiente apenas llegué. Conocí las grandes manifestaciones con carteles, de las prostitutas, los homosexuales, los sindicatos, que aquí nunca habían existido (no nos olvidemos que después del derrocamiento de Perón, casi siempre, hubo dictaduras). Los festejos del 8 de marzo en Italia eran impresionantes. Allí el aborto ya era legal. La consigna de anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir, a mí me quedó fijada, porque me pareció siempre que es la más correcta, eso lo viví  y lo aprendí en Italia. Siendo creyente lo charlé en esa iglesia donde yo era cocinera, donde se realizaban reuniones sobre este tema. Por un lado tenía la idea de lo que ya conocía por mi hija y las chicas en Argentina, sobre el uso de anticonceptivos como la píldora o el DIU. Cuando escuché en Italia que el aborto estaba legalizado y que se usaba como un método anticonceptivo, pensaba que nuestra juventud estaba mucho más adelantada, pero claro, cuando volví me di cuenta que era una parte de la juventud más interiorizada, yo me circunscribía a mi hija y a su grupo de amigas, pero no era generalizado. La legalización en Italia ya lleva más de sesenta años. En el año 1983 el Papa Juan Pablo II hizo una campaña para que sea abolida la ley de legalización y no lo logró. Los curas de la iglesia en la que yo había trabajado votaron a favor de la ley de legalización, decían que era muy hipócrita negar que la gente iba en chárter especiales para hacerse abortos a Londres.

Cuando volví empecé a contar todas estas cosas en Argentina. Volví muy empapada de todo eso. Iba reconociendo que yo a pesar de mi catolicismo, acordaba con esas consignas. Una vez, cuando mis hijos eran chicos, en una confesión, le dije al cura que con mi marido nos cuidábamos porque no queríamos tener más hijos y el cura no me dio la absolución. Llegué en diciembre del 83 al país, el 8 de marzo del 84 me fui a la Plaza del Congreso porque algo había escuchado de que se iba a hacer una reunioncita, seríamos veinte, bueno ahí me enganché. Me acompañaron después compañeras que habían vuelto de Italia y entonces empezamos  a ir a reuniones feministas pero no lo podía meter en mi organismo a ese tema. Habíamos entrado en un momento de una lucha muy profunda por la justicia, entonces meter en una reunión el problema de la legalización del aborto, para los que nos estaban acostumbrados como la mayoría que se quedaron, no les interesaba en absoluto. Lo hacía fuera de Familiares, me encontré muy bien con dos madres como Yoyi Epelbaum, viuda a la que le habían secuestrado los tres hijos, era la que escribía los documentos en Madres, y María Adela Antokoletz, también Madre de Plaza de Mayo, divorciada, una mujer que trabajaba en la justicia. Íbamos las tres a las reuniones de ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer), al taller de sexualidad a discutir el tema de la legalización del aborto. Creo que era feminista sin darme cuenta, por el respeto que sentía por mí y por mí cuerpo, creo que uno se tiene que querer para que el otro o la otra te respete. Por  ejemplo a mí me daba mucha rabia que ciertos sectores de la izquierda de aquellos años escribieran en los escalones del subte “Todas las mujeres abortamos”, yo pensaba a quién van a conquistar con ese tipo de consignas, era cuestión de pensar que así no vas a convencer a mucha gente, bueno todo eso llevó muchos años. Pienso que uno se tiene que hacer respetar. Que nuestros hombres eran y son muy machistas no hay dudas, cuando volví me di cuenta que los argentinos eran más machistas que los tanos. El feminismo es, también, un sentimiento. Creo en el género de la mujer como algo que cambia el mundo. Creo que falta mucho pero se avanzó muchísimo.

 

Acto en la Ex ESMA durante el gobierno de Néstor Kirchner. Foto: Archivo familiar

 

 

- ¿Qué significaron para vos los gobiernos de Néstor y Cristina?

-  En el 2003 creo que llegó otra primavera. Con el gobierno de Néstor y Cristina realmente sentimos una alegría, una paz, unas ganas de concretar determinadas cosas que no habíamos podido en los años anteriores, un amor, un compañerismo… Fueron años de lucha en derechos humanos pero de lucha positiva, las cosas se planteaban y se conseguían, de pasos adelante y de mucha alegría. La comisión de HIJXS, que crecía, y la búsqueda de nietos, que aumentaba cada vez más. Fueron 12 años de crecimiento. Algo que empezó a aflojar alrededor de 2015, pero a aflojar pienso porque esa enorme alegría nos había planchado un poco en cosas que teníamos que seguir levantando con entusiasmo. Y empezó a ampliar; no me gusta ya decir grieta porque como la grieta existió siempre, en el caso del peronismo/ antiperonismo, así que no voy a decir esa grieta; pero sí se empezaron a marcar diferencias que por ejemplo yo no las notaba o no las veía, empezó a crecer realmente la derecha de una manera impresionante. Creo que no éramos nada más que nosotros, porque en Europa ya se notaba muchísimo eso. Y en el último viaje que hice, que fui a visitar compañeros, pensando que era el último viaje que iba a poder hacer (por mis años), ya había notado un cambio, un individualismo muy importante que me hizo pensar que si nosotros hubiéramos sido los exiliados en esos años el pueblo italiano no nos hubiera recibido tan bien como lo hizo a fines de los setenta. Porque ya había mucho individualismo. Y el individualismo lo empecé a notar en nuestro país.

Cuando desgraciadamente gana las elecciones el macrismo, ya conocíamos al PRO en la ciudad, y después vinieron cuatro años tremendos, nos hizo recordar mucho a los que vivimos la época primera después de la caída de Perón, tremendo. Dolorosísimo, muy parecido, de un maltrato, de una cosa horrible, no hay palabras porque habría que decir palabras muy feas para representar eso.

En 2015 ganamos las elecciones, ¡qué alegría! Lo que sentí en el búnker cuando ganamos, unas caras, unas sonrisas… El día de las elecciones fue de una satisfacción fuera de serie. Y después la pandemia, ¡Dios mío! En este momento mi esperanza, mi deseo, es que tenemos que estar unidos, no cabe ninguna duda, y saber que no es fácil estar unidos en gobiernos de coalición. Es muy difícil en un gobierno de coalición lograr consenso, pero se puede, y en un momento en que todavía estamos en el medio de una pandemia y es importante que estas elecciones que vienen sean positivas para nosotros porque da ánimo, da fuerza. La pandemia destruyó tanto y yo creo que eso también influye en los consensos, el alejamiento de los afectos. El hecho de no juntarnos, de no poder tener reuniones de contacto, y hacerlas por zoom, yo creo mucho en mirarse cara a cara, en escuchar la voz, la lejanía baja los afectos, el exilio baja los afectos, enfría, poco a poco, uno no se da cuenta, pero enfría si es mucho tiempo. El afecto, a nosotras, que nos dicen que somos el faro y qué se yo, es el que nos mantuvo unidos en la lucha, porque discutíamos siempre internamente en cada organismo, entre los organismos, no es que siempre fue todo sobre rieles pero el afecto nos mantuvo unidos. Unidos vamos a triunfar, así que realmente como creyente le pido a Dios que me deje vivir este período porque me parece muy interesante para vivirlo y quiero verlos a la generación de ustedes triunfadores, por eso le pido a Dios que me de vida y también por respeto a los que no están. Los que no están y que han luchado y los han matado (como decimos, no es que dieron la vida sino que se las quitaron), se merecen también que su muerte no haya sido en vano. Entonces es lo que pido, unidad. Y por la Memoria, la Verdad y la Justicia justamente esa unidad.

 

Matías Cerezo y Valeria Moris


Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti / Centro de Estudios de Memoria e Historia del Tiempo Presente-UNTREF

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