04/06/2021
Jóvenes por el clima
Un mundo distinto es posible
Por Joaquín Barbieri
Jóvenes por el Clima es un movimiento social y político que lucha por revertir los efectos de la crisis climática. Joaquín Barbieri, militante ambiental, integrante de la organización, estudiante de Dirección Cinematográfica y creador de contenido audiovisual, nos acerca, en esta nota, la mirada que tienen respecto del ambientalismo.
El hecho de que el ambientalismo sea relegado sistemáticamente a estar en un segundo plano tiene su raíz en la concepción imperante sobre el ambientalismo y sobre la naturaleza que prima en el imaginario colectivo. Durante mucho tiempo nos dijeron que el ambientalismo consistía únicamente en las acciones individuales, y que eran ambientalistas quienes usaban bolsas de tela, shampoo sólido, bombillas reutilizables y andaban por ahí compartiendo fotos de osos polares esqueléticos. Nos vendieron el cuento de que comprando el vaso reutilizable de Starbucks y saliendo a juntar plásticos por la calle estábamos aportando nuestro granito de arena y ayudando a cambiar el mundo. Muchas personas creímos eso, la gran mayoría ciertamente, y así fue como esta narrativa prevaleció no solo en diversas ONGs y referentes que buscaban generar conciencia en las personas acerca de sus “malos hábitos de consumo”, sino también un imaginario social del movimiento que lo situaba en ese lugar. Esta concepción construyó un ideal ambientalista que incluía casi exclusivamente, a quienes tenían el tiempo, los recursos y la información para cambiar ciertos hábitos dejando de lado toda crítica estructural.
Foto de Joaquín Barbieri, marcha 22 de marzo 2021
Pero desde hace algunos años ya, se viene posicionando cada vez con más potencia una manera de pensar las problemáticas ambientales que estuvo mucho tiempo al margen de la discusión mediática. El ambientalismo del que hablo es el que levantó desde un primer instante Jóvenes por el Clima. Una organización que se enmarca en una rama del movimiento que va más allá del accionar individual, que construye una mirada integral acerca de las causas que originan la crisis climática. Los nuevos movimientos emergentes contra el cambio climático se caracterizan por pensar las problemáticas ambientales no como algo estanco, aisladas de cualquier otra definición. Sino como fenómenos que están intrínsecamente ligados a las personas y, por lo tanto, a su vida en sociedad: su sistema político, económico, sanitario, cultural, territorial, etc. Por eso entendemos que muchos sectores de la economía popular son también ambientalistas, aunque no se los haya pensado en ese sentido por mucho tiempo, podemos mencionar por ejemplo, a cartoneros y cartoneras, a trabajadoras y trabajadores de la tierra, entre otros. Es por todo esto que nos gusta definirnos como una organización socio-ambientalista.
Cuando pensamos en la crisis climática desatada por el aumento de la temperatura a nivel global, lo primero que debemos tener en claro es que este aumento se produce por la emisión de gases de efecto invernadero (como el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, y otros). Pero… ¿Quiénes son los que generan estos gases? Un informe publicado por Carbon Disclosure Project dice que el 71% de los gases de efecto invernadero liberados a la atmósfera son producidos por tan solo 100 compañías en todo el mundo.
Foto de Alexander Tsang
Ahora bien, la crisis climática no solo es provocada por la emisión de gases de efecto invernadero, sino también por la destrucción desenfrenada de la naturaleza que los contiene. Esta destrucción es consecuencia del accionar neoextractivista que se ve directamente reflejado en la expansión del agronegocio, la profundización de la megaminería, la continuidad del fracking, la exacerbación de la especulación inmobiliaria, la pesca indiscriminada, entre otras cuestiones. En resumen, en actividades extractivas que no solo agravan la crisis climática, sino que también generan otras problemáticas ambientales y sociales muy dañinas por sí mismas. Por eso desde nuestra organización siempre resaltamos que estamos en crisis climática pero además ecológica, destacando con este último término las problemáticas ambientales desatadas a partir de la depredación directa del territorio.
Tenemos que entender que no es casual que un niño de una zona rural donde se esparcen agrotóxicos nazca con malformaciones, que esto es consecuencia de un modelo depredador. Una forma de avanzar sobre el territorio que vulnera nuestros derechos más básicos, como el acceso al agua, o a la vivienda, o incluso el más elemental: el derecho a vivir.
Foto Nika Ardito, marcha 22 de marzo 2021
Todo esto tiene que ver con una mirada antropocéntrica de lo que implica el medioambiente, del que somos parte, concibiéndolo como algo ajeno a nosotrxs; es la consecuencia de entender a las plantas, a los animales, o a las montañas, como “recursos”, como lugares de donde extraer riqueza económica sin consecuencia alguna.
Por eso es fundamental que el ambientalismo se entienda profundamente político, y no en términos partidarios sino, entendiendo a la política en su definición más amplia: como un espacio donde disputar sentidos, donde modificar fuerzas, donde hacernos oír. Para lograr esto es importantísimo salir a las calles, pero también es fundamental no quedarnos solo en esta instancia. Tenemos que lograr que las problemáticas socioambientales tomen el lugar que se merecen en la agenda política y en el espacio público.
Pero, además, es necesario proponer alternativas al modelo vigente que funcionen en armonía con el entorno. Al percibirnos como parte del planeta, entendemos que cuando dañamos a nuestra madre tierra nos estamos dañando a nosotrxs mismxs. Por eso es ridículo pensar en quemar bosques enteros, como lo hace el agronegocio, o pensar en explotar montañas, como lo hace la megaminería, o pensar en destruir humedales, como lo hace el extractivismo urbano.
Foto de Joaquín Barbieri, marcha 22 de marzo 2021
En consonancia con el surgimiento de estas nuevas formas de pensarnos con la tierra han nacido otras maneras de relacionarnos con ella que se erigen desde el cuidado y no desde la explotación. Una de ellas, que se viene instalando de forma cada vez más fuerte en nuestro país, es la agroecología. La agroecología es una forma de agricultura que trabaja en armonía con la tierra a partir de prácticas milenarias que permiten generar alimento sano. Posibilita a los agricultores vivir dignamente de lo que hacen y no depender de los insumos que venden las empresas multinacionales en moneda extranjera. Es al día de hoy, que el modelo imperante de agricultura en nuestro país depende de paquetes tecnológicos de semillas, herbicidas, fungicidas y plaguicidas para funcionar. Estos son vendidos por empresas multinacionales a precio dólar.
Otro eje fundamental a la hora de pensar un ambientalismo situado y que responda a las problemáticas propias de un país latinoamericano, es la incorporación de la soberanía nacional como un aspecto indisociable de la defensa de nuestros recursos. Dejar de depender de insumos extranjeros para producir alimento es un factor fundamental para dar un paso hacia el horizonte de la soberanía alimentaria: frente al escenario que depara la crisis climática es fundamental que la política agroalimentaria nacional tenga como directriz garantizar la seguridad alimentaria de las generaciones presentes y futuras del pueblo.
Foto de Bryon Houlgrave
En este sentido, al pensar en la deuda externa, exigimos que se tenga en cuenta también la deuda ecológica de la que somos acreedores. El saqueo a los pueblos latinoamericanos continúa en el presente tomando nuevas formas, como la sujeción económica que padecemos a raíz del endeudamiento con organismos internacionales financieros. La minería es el más crudo reflejo de estas formas de neocolonialismo. No es casual que, por ejemplo, grandes empresas mineras que explotan nuestro territorio y provocan verdaderas catástrofes ambientales sean de origen canadiense, como Barrick Gold o Panamerican Silver y que, mientras se justifican los desastres ambientales que provocan mediante argumentos centrados principalmente en un supuesto beneficio económico para el país, la legislación local sea funcional a los intereses de estas compañías, determinando por ley que las provincias no pueden exigir más de un 3% de las regalías sobre el material extraído. En pocas palabras, estas transnacionales se llevan los minerales extraídos de nuestro suelo dejando acá nada más que territorios destruidos.
Los países del norte, además de ser deudores ambientales en términos de destrucción de territorios ajenos, también lo son en términos de emisiones. Alcanza con decir que el 47% de los gases de efecto invernadero son lanzados a la atmósfera por China (27%), Estados Unidos (13%) y los países de la Unión Europea (7%). Es por eso que sabemos que si las grandes potencias mundiales no movilizan cambios sistémicos en su entramado productivo no va a cambiar el rumbo hacia el colapso que empezamos a tomar a mediados del siglo pasado.
Después de haber hecho este breve recorrido alrededor de algunas definiciones sobre el socioambientalismo me gustaría ir dando cierre a esta nota resaltando algo no menor: la puerta de salida de este modelo solo puede ser colectiva. Ninguna puerta por la que quepan solo algunxs pocxs sirve de algo, necesitamos que ahora sí y de una vez por todas nadie quede fuera de la ecuación. No solo porque dejar personas relegadas a su suerte es, en términos de justicia social, incongruente, sino también porque de esta o salimos todxs o no sale nadie. El mundo es uno solo, no es posible pensarlo fragmentado entre lxs que más y lxs que menos tienen. Seguir creyendo que podemos pensarlo de esta forma solo nos llevará a profundizar todas las problemáticas socioambientales que hoy vivimos. Por eso entendemos que el ecologismo que hay que fomentar es el popular, el que se levanta desde el rincón más pequeño del país hasta la urbe más grande.
Para mi esta es la esperanza más grande, la resistencia de un pueblo que dice basta. Y que lo dice porque entiende lo que le está pasando, ya sea porque lo vive en carne propia o porque ve lo que ocurre a su lado. Lo que nos permite militar otra realidad cada día es la seguridad que tenemos de que un mundo distinto es posible.
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