31/05/2021
A seis meses de la muerte de "El diez"
Se fue
Por José Luis Lanao
Ilustración Leo Olivera / @leo_sudaka
El periodista y ex jugador José Luis Lanao recuerda al astro del fútbol: "Nos quedamos ateridos, empapados, famélicos, cegados, con el cuerpo ulcerado, con las manos heladas, con el dolor brotando como esas flores indomables que se abren paso en las grietas del camino".
“Consérvate bueno”, Séneca
Se fue como un crujido seco, en primavera, cuando la vida renace, con el cálido despertar de la savia dulce de los árboles, rodeado de álamos silvestres y de silencios huérfanos llenos de relatos escondidos. Poco después reventaron las gemas en las ramas desnudas, estallaron las flores, y el fulgor festivo de la naturaleza liberó la soledad profunda de la poesía que lo habitaba. Lo recuerdo tímido, escondido, zumbón, regalando soles y lunas, merodeando almonedas de sueños, de belleza, buscando bajo los escombros el brillo de las luciérnagas. Se fue sin apenas ruido, empapado de flores de naranjo y del rocío de la madrugada, como una gota de ámbar añejo atrapado bajo la calima de querer vivir y no saber como. Ecos de un instante selvático que parecen brotar de un sueño lejano: una búsqueda, un camino, un destello, solo un destello de su universo fabulado, de sus campanadas y de su niebla, de su río y del largo puente que lo atraviesa, de su luz y de su sombra; de su obra angustiada, libre, generosa e imperfecta. Se fue cabalgando entre herejes, soñadores, rebeldes, en un corcel de falso esplendor protegido por un cercado de monjes negros.
Nos quedamos ateridos, empapados, famélicos, cegados, con el cuerpo ulcerado, con las manos heladas, con el dolor brotando como esas flores indomables que se abren paso en las grietas del camino. Un tiempo quieto y vacío, inhabitable, desolado, un vendaval de furia, de ojos vidriados protegidos por párpados de canela amarga. Fue la vida agitada por la rueda dentada de las horas, los días, los años, y los espejos como testigos inmisericordes de la crueldad con que el tiempo lo ha devorado. Mundos enteros que no se nombran, que son mirados sin ojos, atendidos sin brazos. Facetas descarnadas de una realidad sumergida en un universo estremecido. Se fue como un alarido ronco, como un soneto tardío, zurciendo agujeros del mundo, entre nubes de colores peinando cielos de acuarelas. Hay arte y hay belleza en tus ojos cerrados, de lágrimas secas, cautivos, que buscan, escarban, explican, juzgan, y recuerdan: un día saltaste la tapia del potrero, y comenzó la aventura. El mundo se abrió en cascada a tu cuerpo endemoniado de poesía flamenca. Con el suave canto de los pájaros y el sabor profundo de una uva moscatel entre los labios, anidaste, con una berrea feroz de lirismo clásico, en la eternidad de las esteras donde se rozaba la belleza.
No hay mayor dolor que rememorar el tiempo feliz de la desdicha, con la franqueza arrebatada, con la liturgia de los espacios comunes, en los límites de un mundo que él mismo eligió para confinarse y procesar. Se alejó de ese Dios cielo adentro, desaparecido, eternizado de esperanzas malogradas, de ocasiones perdidas, buscando la riqueza emocional y poética que necesitaba para vivir en plenitud. En todo hombre hay un invierno subterráneo, un lugar donde la luz apenas trasciende, donde se intercambia el dolor, el abatimiento, la euforia, y el desasosiego de un horizonte ciego. La inocencia perdida escondida en una crisálida de sangre seca sostenida por un viento báltico que atraviesa los corazones.
Nunca antes como en el solsticio de este verano había estado tan presente la vida y la muerte. Voces que se apagaron para siempre como espectros de luz, como árboles oscuros, criaturas misteriosas que están fuera toda la noche. El pleno abandono no borra la lucidez del sufrimiento probable: en la pura gloria del presente está latiendo la semilla del tiempo.
Te marchaste con los hombros encogidos, con el puño en alto, y con el brillo eterno de una sonrisa de arroz con leche. No sin zozobra. Con el miedo de perderte en ese desierto de piedra en la que no sobreviven ni los escorpiones. Domesticando demonios en el territorio de un enemigo invisible, asomado al interior de tu alma atormentada, espiando por el ojo de la cerradura un universo de culpas sin procesar. Fiabas tus noches a lo irracional, a lo fantástico, a lo deseable, a los latidos brumosos de un mundo comprendido tal como es, anclado en el aquí y ahora, sin ayer y sin mañana.
Cuanto ruido, ahora lejano. Cuantas lágrimas falsas en el paraíso. Cuantos caracoles ocultos, de cuerpo blando, en el fango pegajoso del regocijo.
“El mar trae una botella
con un mensaje de odio.
La trajo vacía,
el mensaje se lo bebieron.”
Banderas negras en la niebla. Muros que propagan muros, muros infranqueables: angustia, histeria, despecho, pastillas; la doble infancia; la tristeza como disfraz del miedo; el hambre agazapada, siempre agazapada; corazones huecos, de plástico, imputables. La verdad no cabe en un solo deseo. Hay que escuchar ese silencio viscoso, rotundo, ese borrado a conciencia de las partes incómodas del pasado. Un alma aturdida, embaucada, sin saber si consumía o era consumido, donde todo resultaba un poco tenue, sutil, cautivo, sin asperezas, de mixturas mágicas, delicadas, llena de matorrales con el mejor y el peor de los tiempos.
Predominan los tiempos medios, el sosiego crepuscular, los paisajes brumosos. La contemplación estremecida del deseo y de la añoranza apesadumbrada. Hay una atmósfera de fin de modo de vida, de revelar cualquier verdad real que pueda existir, de emocionar con la piel, de manifestar la lógica necesitada de razones, conjugando risas y lágrimas sin naufragar en el intento. A diferencia de creer, pensar es cambiar de idea. Mientras se mata por un Dios, por una patria, por una bandera, lo que exalta y santifica Homero no es el triunfo de la fuerza victoriosa, sino la energía humana en la desgracia.
“Necesitaba” irse, y se fue. Con los ojos encendidos como canicas negras. Con la esperanza de que sus paraísos perdidos alumbraran las puertas secretas del interior de su belleza. Dejen que se desahogue la tristeza, para llorar juntos, para recordar lo vivido, para que nos abracen, nos rodeen, nos sostengan, para dar por supuesto un mañana, un pasado mañana.
Como un dios presocrático de luz, de sol, de agua, de tierra y de fuego, este país fatigado te recordará siempre Diego, en cada sobremesa, con un mate en la mano, debajo de un limonero, para justificar toda la existencia del mundo.
Si un día regresas al mar de tu infancia debes recordar que ese mar no te ha olvidado. Como un espejo de plata te guardará en el azogue a lo largo de su vida. Por muchas vueltas que hayas dado por el mundo, ese mar de tu niñez te tendrá siempre en su memoria. Eres ese niño que ahora levanta los mismos castillos de arena y llora al verlos caer una y otra vez, sin saber que esa es la primera lección de la historia de la vida.
En el alfeizar de mi ventana amaneció una paloma muerta. Es la poesía que nos atraviesa.
“Otra vez solos”
“Consérvate bueno”
José Luis Lanao
Ex jugador de Vélez, Unión y Huracán y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979. Integró los equipos Logroñés y Salamanca (España). Ex periodista del grupo multimedia español Vocento y cadena radial COPE. En la actualidad, es colaborador de Página12, El Destape y El Litoral de Santa Fe.
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