24/05/2021
A 96 años de su nacimiento
Haroldo Conti y los objetos. Una escritura del aura
Por Juan Bautista Duizeide
Ilustración Taller de artes visuales coordinado por Fabiana di Luca y Laura Valencia
Haroldo Conti nació un día como hoy, 25 de mayo, pero de 1925. Lo recordamos a través de la indagación de uno de los rasgos poco abordados en la obra del escritor chacabuquense: el tratamiento de los objetos, capaces de condensar diversas relaciones sociales, en donde, como escribiera el propio Haroldo “la historia de las simples cosas termina por ser la historia de la propia gente”.
Los tonos, la creación de climas, la morosidad en la narración, el tipo de ámbitos abordados y la clase de personajes que los habitan, el lirismo, la preocupación por el paso del tiempo, la libertad, la justicia, la memoria, las vidas en apariencia comunes, las pequeñas historias que hacen la historia son todos rasgos recurrentemente señalados en relación a la obra de Haroldo Conti. Otros, tan presentes como esos, no han sido hasta ahora, sin embargo, objeto de parejos señalamientos y estudios.
En la obra narrativa contiana hay también un muy particular tratamiento de los objetos. Se trata de algo presente ya en sus inicios, a partir del borrador de la novela inconclusa Ligados, del cuento “Nudo piña de mono”, que luego devendría “Marcado”, y por supuesto aparece en Sudeste. Botes, remos, motores, trasmallos, faroles son siempre mucho más que su valor de cambio, incluso mucho más que su valor de uso, que suele ser privilegiado en el tratamiento que les da el autor. Los objetos son mucho más. Se los aborda como pequeños nudos o núcleos narrativos que condensan relaciones sociales, ya sean interpersonales, familiares, laborales, etc. Camas, juegos de cubiertos, sábanas, cocinas económicas, nada es sólo su utilidad o su precio.
Taza de Haroldo de Paula Panfili (monocopia a la manera negra)
“Aquella suave pero insistente permanencia de las cosas”, menciona el narrador de “Las doce a Bragado”. Tal vez se trate de la forma que encontró Haroldo Conti para adaptar a los requerimientos de su propia poética algunos postulados y prácticas del Nouveau roman francés, movimiento literario también conocido como Objetivismo. A propósito, debe tenerse en cuenta que autores comprendidos en dicha corriente como Michel Butor, Alain Robbe Grillet o Nathalie Sarraute fueron tempranamente traducidos al castellano en la Argentina, por lo cual estaban disponibles para los escritores que estaban iniciándose por aquellos años. El santafesino Juan José Saer, por ejemplo, quien además de traducir tempranamente el relato “La playa”, de Alain Robbe Grilletm asimiló las influencias de aquel movimiento para ir llevando adelante un proyecto narrativo de suma originalidad. Cabe mencionar que algunos varios textos del Nouveau roman fueron incluidos en la misma colección -Anaquel, de Fabril editor- en la que se publicara inicialmente Sudeste: es el caso de La modificación y Pasaje Milán número 15 de Michel Butor y de El señor Martereau de Nathalie Sarraute.
En la novela Alrededor de la jaula (1966) se lee: “...la historia de las simples cosas termina por ser la historia de la propia gente”. El narrador de “Las doce a Bragado” explica cómo trabajar esa relación objetos – gente: “A veces no recuerdo al tío sino que mi pensamiento se sujeta de un objeto cualquiera y ese objeto cubre casi todo mi día. Hoy, por ejemplo, mientras cruzaba hasta el bar Falucho aguantando el viento que barría la Avenida Santa Fe, me acordé de buenas a primera de aquella sierra de ingletes o de falsa escuadra que había en una punta de la mesa. El día crece lentamente alrededor de ese objeto, lo rodea como la pulpa de un fruto…”. Los ejemplos de cómo opera ese principio abundan en la narrativa de Conti: “…compró uno de los botes salvavidas que habían pertenecido al Speranza, que se hundió en el Canal del Norte a la altura de Punta Colorada, en el 23. Era un casco tinglado de siete metros de eslora con dos tanques de aire” (“Todos los veranos”). “…estaba observando al Donovan a través de aquel viejo Carlzeiss Dodekar con el cual, un tiempo después, le partió la cabeza al negro Medina” (“Marcado”). “Cuando fui a ver al tío lo encontré acostado en el medio de esa buena cama inglesa con cabezales de bronce y remaches de cobre y elástico de flejes que perteneció a la familia Mediavilla y compró en un remate de Warnes” (“Las doce a Bragado”). “Es una vieja cocina Carelli, de tres hornallas, fabricada en Venado Tuerto y creo que la casa empezó por ahí, por esta cocina que mi padre trajo en un charret desde Bragado, donde la compró de segunda mano y la montó en medio de un claro, al reparo de un árbol, y después empezó la casa” (“Mi madre andaba en la luz”).
La cocina de Haroldo de Guillermo Haut (xilografía)
Los objetos rara vez son nuevos en los relatos y novelas de Conti. Y cuando lo son, su presencia constituye una forma indirecta de señalar la alienación. Por ejemplo: el consumo a la moda del muchacho expulsado del campo que vive en una villa miseria y trabaja en una papelera, en “Mi madre andaba en la luz”. Éste se gasta buena parte de su magro sueldo en ropa, zapatos, encendedor -que además no son precisamente de muy buena calidad- para deslumbrar a la gente del pueblo cuando vuelve de visita por un fin de semana, para luego regresar casi directamente a su trabajo en una fábrica de papel, que devora a los obreros como un Moloch. En los relatos y novelas considerados, los objetos siempre o casi siempre han pasado por otras manos y, a través del tiempo, enhebran historias, las hacen presente. Podría pensarse en una extensión del concepto benjaminiano de aura, aplicable también a objetos que, si bien fueron construidos de manera seriada, se cargaron de las vidas que pasaron por ellos, por lo cual dan cuenta de la “presencia de una lejanía”.
Esta forma particular que asume en la obra de Conti el tratamiento de los objetos, puede avizorarse con mayor nitidez, al compararla con lo hecho por otros autores.
En Borges son notables los objetos paradójicos, cuya misma existencia pone en jaque a la razón: un libro infinito, imposible de ser abierto dos veces en una misma página; un pequeño disco terriblemente pesado, una moneda, un agujero junto a un sótano a través del cual puede verse el universo entero en todos los tiempos. Son objetos ambiguos. Impulsan la narración, tientan a los protagonistas y les abren puertas a mundos insospechados, pero no pocas veces terminan por convertirse en una maldición de la que es indispensable deshacerse para conservar la cordura o incluso la vida. No faltan cosas más sencillas, más cotidianas, en la vida de Borges: los libros, los mapas, los espejos, los cuchillos, algunas monedas, sellos postales, y siempre los libros, los libros. Son, sobre todo, todas esas cosas, los testigos mudos de la decadencia, de los pocos días concedidos en la tierra a sus poseedores. “Durarán más allá de nuestro olvido; / no sabrán nunca que nos hemos ido” , puede leerse en el poema Las cosas, de Elogio de la sombra (1969).
Ventana de Haroldo de Nahuel Aquino (sepia sobre papel)
Los objetos en la obra de Manuel Mujica Láinez suelen ser objetos reales, si bien raros, únicos, caros, y suelen además formar parte de las colecciones del propio autor. Algo acerca de lo cual ironiza el perro Cecil en la deliciosa biografía que Mujica Láinez hiciera de ese Whippet que le fue regalado y se convirtió en un compañero de caminatas y de viajes. Las galerías de El Paraíso -la casa de Cruz Chica, Córdoba, adquirida en su madurez- deviene una especie de museo del que se jacta, escenario de la teatralización asumida para asombrar a los pocos privilegiados, de entre una cohorte de curiosos, que logra acceder. Pero también una prisión y un laberinto, lo mismo que eran ciertos jardines, poblados por monstruos de piedra, para el contrahecho duque Pier Franceso Orsini en su novela Bomarzo.
Otro gran coleccionista de objetos, que luego podían aparecer en sus poemas, sobre todo en su serie de Odas elementales, fue Pablo Neruda. Su adscripción al comunismo, que más de una vez lo obligó a exiliarse de su querido Chile, no fue obstáculo para que acumulara recuerdos traídos de sus viajes por todos los continentes. Caracolas, mascarones de proa, réplicas a escala de barcos veleros, anclas, libros raros. Su casa de Isla Negra -en donde fue profusamente fotografiado por la fotógrafa argentina Sara Facio- era también una especie de museo. En sus poemas, se puede leer una especie de intento de redención para tales objetos, hechos por manos trabajadoras y trabajadores ellos mismos, ahora retirados.
Sillas de Paula Panfili (monocopia a dos tintas)
A Cortázar se le ha criticado -sobre todo por izquierda- que su socialismo era un socialismo de consumidores, que sus textos, pese a toda la rebeldía que pudieran encarnar, implicaban una especie de lírica del consumo. Tal vez, a su pesar, una coincidencia con algunos postulados prácticos del peronismo, que abrieron el mundo del consumo, el derecho a diversos consumos incluso, a las masas trabajadoras antes alejadas de tales posibilidades, convirtiendo en muchísimos casos en clase media a esos trabajadores. Pero más allá de la presencia de discos, tabaco, cigarros, menciones a la ropa, en Cortázar no se verifica tanto un protagonismo de los objetos como de los consumos de tipo cultural. Que pueden convertirse incluso en asunto de la ficción. Por ejemplo, un capítulo de Rayuela plantea al jazz como esperanto artístico que permitiría a los jóvenes de todo el planeta reconocerse. Un rol que, no sin muchos efectos indeseables, cumpliría algo más adelante el rock. Y abruma la lista de músicos de tango, de folklore, académicos, vanguardistas, a modo de santo y seña de una sensibilidad, casi de una actitud ética y política, las coordenadas para pertenecer a los siempre jóvenes.
No faltan dentro de la narrativa de Haroldo Conti las alusiones a los consumos culturales -sobre todo en su juvenil nouvelle La causa-, ni tampoco deja de aparecer el coleccionismo, sobre todo a través de Oreste, el protagonista de la novela En vida. Quien comparte el amor por los viejos faroles -de barco, de ferrocarril, de campo- con el autor. Algo notable en su casa del arroyo Gambado, en el Delta. El extraordinario narrador Daniel Moyano gustaba contar al respecto una anécdota que involucra a su hijo Ricardo Moyano, hoy un eximio guitarrista: “"Haroldo se instala en mi casa y todavía no ha acabado de abrir las valijas cuando está preguntando adónde se pueden conseguir faroles antiguos. Enterados, comienzan a aparecerse amigos con faroles viejos. Son todos para Haroldo. Mi hijo, que tiene algo así como ocho años, le pregunta por qué en vez de Haroldo no se llama Faroldo”.
Muelle de Roxana Barrionuevo (xilografía)
Pero a pesar de esos enfoques bastante tópicos de los objetos, su visión es otra. Comparable a la visión extrañada que sobre los objetos humanos de uso diario tiene un extraterrestre que agoniza en la historieta El Eternauta, de H. G. Oesterheld y F. Solano López. Un Manos -una especie de gurkha que pelea para los verdaderos poderosos, los que dirigen la invasión del planeta tierra- ha sido apresado por el grupo de terrícolas porteños resistentes. Los Manos tienen instalada por sus amos una glándula del miedo que les impide rebelarse. Al haber caído prisionero, esa glándula ha liberado su contenido letal y el Manos prisionero agoniza. Ya no tiene aspecto amenazante, sino que parece un anciano melancólico y vencido. Los resistentes (y los lectores) se emocionan. Hay humanidad -si vale la extensión del término- también en ese extraterrestre. En sus últimos momentos, pide que le acerquen una vulgar cafetera que está ahí a la vista. “Alcáncenme por favor esa escultura”, alcanza a decir. “¿Se dan cuenta los hombres de todas las maravillas que los rodean? ¿Tienen idea de cuántos mundos habitados hay en el universo, y de cuán pocos son los que han florecido en objetos como este?”.
Bote de María del Carmen Bruzzone (xilografía)
Como para ese Manos que muere lejos de su pueblo extraterreno, tal vez a años luz, en otra galaxia, para Conti en los objetos subyace el milagro del trabajo humano. Y vale la pena contar ese trabajo, y contar el camino que cada objeto va haciendo, como un modo simbólico de restituir la ligazón entre esos objetos y quienes los producen a lo largo de la historia: los trabajadores. Memoria de quienes nos precedieron, cada objeto. Pero también memoria candente de un futuro en el que las formas de producción y de apropiación de lo producido hagan que lo humano sea verdaderamente humano, y la historia pueda comenzar a alejarse de divisiones entre clases, naciones, etnias.
Farol de Fabiana di Luca (tinta)
*Los grabados que acompañan el texto fueron producidos tomando de modelos a los objetos pertenecientes a Haroldo Conti que se conservan dentro de la casa Museo Haroldo Conti del arroyo Gambado, Primera Sección de Islas, Tigre. Realizadas en el marco del taller de artes visuales coordinado por Fabiana di Luca y Laura Valencia.
Juan Bautista Duizeide
Escritor, navegante. Nació en Mar del Plata. Vive en una isla del Tigre. Ha dictado talleres de lectura y narrativa sobre la obra de Conti en la “Casa Museo Haroldo Conti”. Ha publicado Kanaka, Lejos del mar, La canción del naufragio (novelas), Contra la corriente, Confín (cuentos), Crónicas con fondo de agua (no ficción), Alrededor de Haroldo Conti (biografía político-literaria), Cuentos de navegantes y Abordajes literarios. Cuentos del mar (antologías) entre otros trabajos.
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