09/04/2021
Cuento del libro Quién soy? Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros
(Editorial Calibroscopio)
Manuel no es Superman
Por Paula Bombara
Ilustración Irene Singer
Ana al salir el sol
no habla ni canta
simplement es Ana
que mira por la ventana
cómo se doblan los pastos
para que duerman las hadas.
Fragmento de un poema
de Gastón Gonçalves a Ana Granada
¿Tu papá y tu mamá saben quiénes son? Manuel sí. Ahora sabe. No ahora ahora. Hace un tiempo que sabe. Pero no lo supo siempre.
Yo tampoco lo supe siempre. Me enteré hace poco de la historia de Manuel. Me la contó mi amiga Martina. Y te la quiero contar porque... me sigue sonando adentro la voz de Martina. No sé bien por qué.
Durante 19 años Manuel Gonçalves estaba seguro de que era Claudio. Claudio Novoa. Y una tarde le contaron que no, que no era Claudio Novoa, que era Manuel Gonçalves. Así nomás.
Paf.
Y se tuvo que hacer el documento otra vez. Y le preguntaron con cuál nombre se quería quedar. ¿Raro eso, no? Yo, entre Claudio y Manuel, también hubiera elegido Manuel.
Me gusta el nombre Manuel.
A Martina también le gusta. Y mientras me seguía contando yo pensaba en la historia de Superman.
Bueno, Manuel no es Superman.
Pero su mamá lo envolvió en unas mantas para salvarlo. Y lo escondió en un placard, lleno de almohadas. Hizo eso mientras militares y policías lanzaban granadas y gases tóxicos adentro de la casa de San Nicolás donde estaban escondidos con unos amigos. Valiente, la mamá. Ana se llamaba. Cuando los que tenían armas entraron en la casa ni pensaron si los de adentro eran valientes: los mataron a todos y chau.
A Ana la mató uno que se llama Carlos. Esto pasó en 1976. Noviembre, creo. El día no me lo acuerdo porque estaba mirando la cara de Martina mientras me contaba. Hace una sonrisa como de costado que me gusta y... no me acuerdo el día. La cosa es que Manuel quedó adentro del placard. Y cuando los policías dejaron de disparar lo escucharon. Lo escucharon porque lloraba. Lloraba un montón. Parece de película. Un placard todo hecho pelota, no se ve nada por el humo y el sonido de un llanto de bebé.
Lo buscaron, lo encontraron, vieron que estaba medio sin respirar y lo llevaron al hospital.
Ahí los médicos lo curaron y, cuando quisieron llevarlo con el resto de los bebés, los policías les dijeron que no, que ese bebé tenía que estar solo. Solo con dos policías en la puerta. Como si estuviera preso. Cinco meses, tenía. Más de cien días lo tuvieron así.
Cuando escuché esto se me estrujó la panza. Mamá dice que de los cinco a los nueve meses los bebés cambian un montón, aprenden millones de cosas. Cosas que después nos olvidamos pero que en algún lugar del cerebro están. Saber eso es lo que me estruja la panza. Saber que a Manuel se le quedó adentro todo ese tiempo solo.
Lo usaron de carnada. Martina dijo esa palabra: carnada. Yo pregunté, no sabía lo que era. Es lo que se pone en el anzuelo de las cañas de pescar. Para atrapar peces. Querían atrapar a los que fueran a preguntar por el bebé.
Yo creí que así habían atrapado al papá de Manuel. Porque Manuel tampoco tiene papá. Pero no. Martina me dijo que no fue así. Gastón se llamaba el papá.
Me gustan los nombres Ana y Gastón.
Al papá lo habían atrapado antes, cuando Manuel todavía no había nacido. Eso fue en una ciudad que se llama Escobar y está al norte de la provincia de Buenos Aires. Creo. No soy muy bueno en geografía. No importa. Lo secuestró otro policía, uno que se llama Luis Abelardo. Lo secuestró y jamás dijo adónde lo llevó. Lo desapareció. Y tardaron como veinte años en encontrar los huesos. Estaban en una tumba sin nombre del cementerio de Escobar. Lo secuestró en 1976, justito el 24 de marzo. Esa fecha es fácil acordársela porque no hay escuela ese día. Es el Día de la Memoria. Y en la casa de Manuel todos se acuerdan mucho de Gastón y de Ana. Y van a la marcha. Yo quiero ir a la marcha que viene. Quiero ir con Martina.
Estuvo muy mal lo que les hicieron. Yo por un momento pensé que Ana y Gastón habían sido supervillanos o espías o algo así, como se ve en las películas. Pero no. Eran personas de verdad, parecidas a tus abuelos, que seguro no están de acuerdo con todo lo que dice el gobierno que hay ahora. Mi papá me dijo que lo que era distinto era justamente eso, el gobierno. Era una dictadura.
Hicieron pedazos la democracia dijo mi papá. Y empezaron a agarrar o a matar a todos los que no pensaban como ellos. Y listo. Ya está. Al que no le guste, ¡pum!
A Ana y a Gastón no les gustó.
A mucha gente no le gustó.
Si yo hubiera sido grande en esa época, no me hubiera gustado tampoco. Mi papá también me dijo que lo ponía contento que habláramos de la dictadura así, sin vueltas. Porque los militares no tuvieron vueltas a la hora de disparar y desaparecer gente, así que nosotros no tenemos por qué dar vueltas para hablar con la verdad.
Mi papá y mi mamá saben quiénes son.
Se ve que a los grandes hablar de la dictadura los pone mal. A mí no. Me da cosa que haya pasado pero bueno, qué se yo. Tampoco me da miedo, porque los que hicieron eso tienen que estar presos.
Eso está bueno. Que los metan presos.
Después de los cuatro meses solo en el hospital, un juez dio la orden de que dieran ese bebé robado para que lo adoptaran los Novoa en otra ciudad. Y los tuvo vigilados mucho tiempo. No averiguó ni un poquito adónde estaba la familia de Manuel. Se sacó el tema de encima y el bebé fue a parar a Quilmes, donde los Novoa lo adoptaron.
Manuel quiere a sus papás adoptivos. Elena y Luis se llamaban. Ellos le pusieron Claudio. Claudio Novoa. Y le dijeron desde un principio que era adoptado.
Mientras Manuel crecía siendo Claudio, su abuela Matilde lo estaba buscando como loca. Matilde era una de las Abuelas de Plaza de Mayo. Y no paró de buscarlo ni un minuto.
Porque en San Nicolás, que es donde mataron a la mamá, todos sabían que al bebé lo habían llevado al hospital. Lo que no sabían era que estaba con los Novoa en Quilmes.
Martina me dijo que Manuel creció sin saber nada nada nada de todo esto. Hasta que un día, un señor que se llama Alejandro golpeó la puerta de su casa y le contó. Era un científico que identifica huesos, del equipo que colabora con las Abuelas de Plaza de Mayo. Alejandro y otras personas del equipo además ayudaban a Matilde a encontrar a su familia. Tenían juntados un montón de datos sobre el bebé robado en San Nicolás, sobre lo que había hecho el juez, sobre la familia que lo había adoptado y bueno, con todo eso Alejandro agarró y se fue a la casa donde vivían Manuel y su mamá adoptiva.
Martina me dijo que Manuel va a hacer que la Justicia los condene a todos, que está trabajando en eso todos los días.
Por suerte lo encontraron y pudo conocer a su abuela Matilde y pasar unos años con ella. Y también tiene tíos y tías y primos y primas y hasta con un hermano se encontró.
Resulta que Gastón, el papá de Manuel, había tenido un hijo antes, con otra mujer. Un hijo que se llamaba Gastón como él. Y ese hijo Gastón, apenas supo que tenía un hermano menor también se puso a buscarlo.
Así que cuando Manuel se enteró de todo, también se encontró con que tenía un hermano más grande. Y encima, que su hermano era músico de una banda que a él siempre le había gustado: Los Pericos. Fue gracioso porque cuando el científico le dijo que tenía un hermano que era bajista de Los Pericos, Manuel se levantó de la silla, buscó un cd del grupo para verles la cara y le preguntó cuál era. Había mirado a su hermano mil veces y no lo sabía. Hasta estuvieron juntos sin saber que eran hermanos, uno arriba del escenario y otro abajo, saltando y bailando mientras lo escuchaba. Qué loco, ¿no? Aunque más loco todavía es que anda mucha gente de la edad de nuestros papás y mamás que no tiene ni idea de quiénes son de verdad. Todavía hay como cuatrocientas personas que no saben que los robaron, o que saben que fueron adoptadas y nada más que eso. Gente a la que están buscando hace años y años...
Uy. No sé si estuvo bien que le dijera a Martina lo de Superman.
Superman no existe, Manuel sí; es una persona de verdad. Aunque le hayan inventado una parte de la vida, lo que le pasó le pasó de verdad... Espero que Martina no piense que soy un tonto.
Lo que le voy a decir a Martina es que estuve pensando que las que se parecen más a los superhéroes son las Abuelas de Plaza de Mayo, que siguen buscando y buscando. ¡Otra que la Liga de la Justicia!
Yo creo que si Manuel, Gastón y otras personas grandes como ellos que tienen historias parecidas viven tranquilas, a veces más felices y otras menos, como cualquiera, es porque saben quiénes son. Porque ya no tienen ninguna duda. Martina me dijo que lo que sí tienen, y mucha, es alegría. Por haberse encontrado. Ella debe saberlo bien porque Manuel es su papá.
Me gusta el nombre Martina.
Mucho me gusta.
Cómo se escribió este cuento
Había una vez un bebé. Chiquito, blandito, lleno de vida, como todos los bebés.
Ese bebé resistió una tragedia, se desencontró, creyó que no lo querían, se resignó y después, una tarde, el joven en que se había convertido se enteró de toda su historia y cambió completamente su vida. Hoy, Manuel Gonçalves es un hombre, tiene una hija llamada Martina, tiene un trabajo y todas las complicaciones de la vida de cualquier papá.
Ese es el Manuel que yo conocí una tarde de jueves en Plaza de Mayo, casi de casualidad.
Cuando nos saludamos, yo ya sabía lo que tenía que contar; lo había visto en películas, lo había leído en reportajes, lo había escuchado. Él también sabía quién era yo: la escritora que le había tocado en suerte. Y tenía un dato más: a mi papá también lo secuestraron y lo desaparecieron, unos meses antes que al suyo y mucho más al sur de la provincia de Buenos Aires, en Bahía Blanca. Eso le dio confianza, supo que lo entendería. Aquel jueves me dijo que escribiera tranquila y nos despedimos con un abrazo y una sonrisa.
Manuel, su abuela Matilde y su hija Martina
Ya en casa me puse a pensar: quizás, el papá o la mamá de alguno de los lectores que tendrá este libro puede ser una de las 400 personas que aún desconocen su verdadero nombre, su verdadera identidad. Entonces, hablé con Manuel y le pregunté: ¿no estaría bueno que la historia la contara un nene de unos diez u once años y que reflexionara de alguna manera sobre la identidad de su papá y de su mamá?
La gran tarea de las Abuelas de Plaza de Mayo, y de todos los que las acompañamos, es encontrar a los nietos que nos faltan y, como ellas se están poniendo grandes, tenemos que transmitirles un mensaje importante: esta búsqueda no se detendrá, seguirá hasta encontrar al último nieto robado. Decidí que esa intención, la de acompañar, la de sumarse, tenía que ser el corazón del cuento.
Y quería que el relato contara lo que en verdad sucedió, con palabras que entendiéramos todos. Con nombres y fechas ciertas. 24 de marzo de 1976. 19 de noviembre de 1976. Que estuvieran nombrados Ana María del Carmen Granada y Gastón Gonçalves. También sus asesinos, Carlos Azzaro y Luis Abelardo Patti. Y, por supuesto, la abuela, Matilde Pérez, y el hermano, Gastón Gonçalves. Ya tenía el corazón y el esqueleto del cuento, solo restaba ponerse a escribir con todo el cuerpo.
Entre los que perdimos a nuestros padres de esta manera tan terrible hay un deseo primordial: que quienes los desaparecieron y los asesinaron, torciéndonos la vida para siempre, estén presos. Eso está sucediendo de a poco. Hablamos mucho con Manuel sobre la justicia. Justicia como un viento fresco que por fin nos revuelve la cabeza, justicia como agua cristalina que por fin inunda los rincones, justicia que termine con la impunidad. En varias ocasiones me dijo, “pensá que quienes los estamos metiendo presos somos nosotros, que éramos tan chiquitos cuando esto pasó”. Y lo hacemos pensando en nuestros hijos, en ustedes, en todos los que crecerán en un mundo más justo, más libre, más seguro. Exactamente ese era el sueño de nuestros padres, de los 30.000 que desaparecieron y de otros tantos miles que sobrevivieron y hoy son abuelos o pronto lo serán.
En medio de este proyecto festejamos la condena a prisión perpetua y en una cárcel común para los asesinos de Gastón, el papá de Manuel. Fue un día muy importante para nuestra historia pues un asesino de la talla de Luis Abelardo Patti, protegido durante mucho tiempo por el poder político, poderoso como pocos en la zona de Escobar, hoy está en la cárcel de Ezeiza, sin privilegios, como corresponde.
Manuel y Martina inaugurando una placa tras la sentencia a los asesinos de Ana
En medio de este proyecto también festejamos la condena a prisión perpetua y en una cárcel común para los asesinos de Ana, la mamá de Manuel, y de la familia que vivía con ellos en San Nicolás, los Amestoy. En este caso, los que están presos son quienes planificaron los asesinatos: M. Fernando Saint Amat, Jorge Muñoz y Antonio Bossie. Carlos Azzaro, aunque reconoció haber disparado el arma que terminó con la vida de Ana, no fue sometido a juicio.
Era un sueño que se hizo real: la justicia llegó para quedarse. Y eso es motivo de una gran alegría y de un gran orgullo porque es un logro de todo un pueblo que jamás olvidará, que crecerá conociendo su pasado.
Quizás, para cuando vos estés leyendo estas palabras, ya estamos festejando nuevas alegrías. Ojalá. Ojalá las festejes con nosotros.
Con todo esto y mucho más que no puede expresarse con palabras, este cuento se forjó, se hizo parte de mí, fue escrito y corregido, mirado y acariciado más de un año entero. Mis colegas, Iris y María Teresa, fueron sostén y escucha, amigas orfebres de la palabra. Mi compañera ilustradora, Irene, aumentó la poesía. Walter, Judith y Laura, nuestros editores, nos acompañaron en todo el proceso con gran calidez y mucha libertad.
Parque de la Memoria
Ciudad de Buenos Aires
Las Abuelas, Manuel y su familia lo aceptaron con alegría y entusiasmo, con ganas de verlo impreso. Nuestras historias, las de todos nosotros, flotaron encima de nuestras realidades y posibilitaron un encuentro de emociones que recordaremos siempre. El producto, este cuento, este libro, es, para mí, la forma más bella de festejarlo. Así escribí “Manuel no es Superman”: con ganas de justicia, emoción, alegría, confianza y libertad.
Parque de la Memoria
Ciudad de Buenos Aires
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