20/02/2021
Los accidentes
Por Camila Fabbri
Ilustración Víctor Moser / @vic_moser
Haroldo presenta dos cuentos de Camila Fabbri, publicados en el libro Los accidentes.
Los cuentos que presentamos a continuación pertenecen al libro Los accidentes (Notanpuan, 2015; reeditado por Emecé, 2017): un conjunto de relatos breves donde la realidad se disloca por algún detalle que, sin ser del todo fantasmal, extraña en su derredor. Con un tono a cuento infantil y a humorada, estos personajes se acercan al espanto por distintos caminos. En “Debajo de un piano” la digresión temática está al servicio de la construcción de la voz que narra, como alejándose del suelo por el mismo suelo. En “Matrimonio”, en cambio, la metáfora es interpretada por su personaje de manera literal, y por eso aterra: dar la espalda no solo es una forma de decir.
Víctor Moser (2020) “El día después” de la serie “De amantes” (óleo sobre lienzo, 90x80)
Debajo de un piano
Cuando estábamos volviendo a la habitación, me preguntó si me animaría a escalar una montaña sabiendo todos los peligros que eso trae. Le dije que esas cosas no me interesaban. Es una pena que no pueda contar conmigo para imaginarse aventuras. Zapatillas enormes cada uno y cantimploras. Reírse un poco del peligro. Yo en el fondo sé que me interesa, que querría saber cómo es eso de alejarme del suelo por el mismo suelo, acercarme al cielo por un pico de tierra. Me interesa vivir eso, pero no puedo. Desde ya, sé que me agarraría la urgencia de la cabeza. Eso a lo que no puedo ponerle nombre pero me apresura, me hace doler fuerte algunas cosas en el cuerpo. Un síntoma en el que pienso y después, como por cosa de la magia, aparece nítido en el cuerpo. Quisiera subir una montaña y me da bronca que me lo pregunte, porque ya sabe cuál es la respuesta. Algo a lo que no le tengo miedo es a tocar el piano y cantar al mismo tiempo. Creo que a eso sí me animaría. Se lo voy a decir. Un hombre muy grandote se hace peinados opacos hasta parecer una anciana opulenta. Toca el piano, dice líricas en inglés, infla el pecho que son dos porque se puso unos rellenos de algodones. Canta como si estuviera solo en el bosque, justo a la entrada más verde de una arboleda que vaya a saber uno dónde se termina. Ahí aprieta las teclas y canta. Tiene coros también, otros hombres que envejecen como damas. Le hacen culto a una madre, a una abuela, a alguna tía que los haya acogido tarde noche. Creo que, en eso que canta, habla de las tazas de loza de alguna mujer demasiado buena. Yo me imagino ahí. Justo debajo de los pies suyos, cerca de la cola del piano. Me imagino que no espero nada más que el final de esa canción.
Víctor Moser (2020) “Cómplices” de la serie “De amantes” (óleo sobre lienzo, 90x90)
Matrimonio
Había una vez una pareja que se casó. Convivieron aproximadamente cinco años. Ella se llamaba Maribet y tenía el pelo rubísimo, como de diez mil catálogos. Él se llamaba Ze pero no se destacaba por el alto contenido de tintura en la cabeza. Maribet y Ze vivían en las afueras de Lisboa. Campo puro. Esto no había sido decisión de Ze; más bien de la mujer, porque cuando era jovencita había empezado a tener problemas en los pulmones. Que los tenía «muy planos», le había dicho un médico de por allá, especialista en tantas cosas. Que los tenía rasos, entonces el aire que le entraba era poquísimo. Encima Maribet era una mujer corpulenta. Gruesa y rubia como cuando los osos de peluche acaban de salir de sus fábricas. Ze y Maribet disfrutaban del aire libre; los pulmones de ella se llenaban lo justo y necesario, y entonces respirar no era prueba de riesgo. Una tarde de luna que había salido temprano, Ze y Maribet tuvieron una discusión. Podría decirse que fue el primero de esos altercados en los que podrían rodar los ojos, pero no llegaron a tal punto. Ze insistía en que quería reintegrarse a la ciudad porque el campo lo aburría, que mucho árbol y poco lenguaje, que pura hoja y nada de intercambio. Maribet se desalmó. Le habló de sus pulmones. Que eso era inaudito. Que podían irse a vivir a la ciudad, el lugar más lindo del mundo, pero que no tendría entonces nunca más una mujer para besar por las noches. Que se llevaría un cuerpo fallecido. Desde ese día, Maribet decidió darle la espalda a su marido. Y no fue solamente una forma de decir. Dedicarle la espalda todas las horas del día y de la noche. Del dormir y el estar vivo, se volvió realidad. Lo único que Ze veía, desde ese entonces, era la parte posterior de su esposa. Podía notar cómo el pelo crecía y le iba llegando más hacia las piernas, cómo perdían color esos brotes rubísimos, cómo se ensanchaban las caderas. Pero nada del rostro en este relato. Se sentaban todas las tardes de Portugal a tomar café descafeinado. Ze mantenía largas conversaciones con la espalda de su esposa. Maribet hablaba desde ese lugar. Pasaron unos cuantos meses así, hasta que Ze empezó a olvidar sus facciones. En un cajón alto del placard antiguo que tenían en la habitación matrimonial, Ze buscó enérgicamente hasta dar con un baúl lleno de fotos. Se quedó un rato muy largo, horas quizás, dialogando con esas imágenes. Empezó a llevarse las fotografías con él, dentro de un folio viejo, en bolsillos de pantalones y camperas. Hablaba con su mujer y miraba las fotos, para imaginársela. Le comentaba esto a ella, pero a Maribet no le hacía gracia. No había manera de que ese enojo se diluyera. Ni siquiera con bromas. Las fotos de la ausencia y la espalda presente. Maribet aullaba de dolor muscular y contractura, sobre todo por las noches, pero no desarmaría su juramento. Una noche de refucilos que anticipaban truenos, Ze se acostó más tarde que Maribet. No entendía cómo, pero acostada, ella siempre encontraba la manera de estar dándole la espalda. Como si, incluso dormida, estuviera presente el cálculo. Ze no se podía dormir. Le había entrado algo del miedo. ¿Y si el amor se le estaba yendo? Ojos que no ven corazones que no sienten, le decía su madre mientras le tiraba del cuerito. Ze estaba acurrucado entre la almohada rancia y el calor. Tomó la decisión brusca y lo hizo. Alcanzó el cuerpo de su esposa pero no pasó nada. La agarró de la espalda y la dio vuelta. Ella no acusó recibo. En el campo portugués también se dice así, «acusar recibo». Maribet se había vuelto eterna, o nula, porque al darla vuelta había otra espalda también. Ze transpiró hasta la lipotimia, siguió dándola vuelta; ese cuerpo tenía que tener un fin. Pero no. Maribet se había convertido en una tabla rasa. Y la respiración seguía intacta.
Camila Fabbri.
Escritora, directora y actriz. Escribió y dirigió las obras "Brick", "Mi primer Hiroshima", "Condición de buenos nadadores" "En lo alto para siempre" en colaboración con Eugenia Pérez Tomas (Teatro Nacional Argentino, Teatro Cervantes) y ¨Recital Olímpico¨ en colaboración con Eugenia Perez Tomas (Teatro Sarmiento). Editorial Notanpuan publicó su primer libro de relatos "Los Accidentes". , reeditado por Emecé, Grupo Planeta. Su libro de no ficción El día que apagaron la luz se publicó por Seix Barral.
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