23/01/2021
A 100 años del nacimiento de Jorge Abelardo Ramos
Recordando al Colorado
A 100 años del nacimiento de Jorge Abelardo Ramos, su amigo y compañero de militancia Mario Pedro Yutiz realiza un recorrido por su obra y trayectoria.
Durante una conferencia en la sede del Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN), en 1954. Foto: Archivo familiar
Ante la invitación a realizar esta nota, al recordarse a Jorge Abelardo Ramos en el centenario de su nacimiento, reflexionaba acerca del esquema metodológico que debía emplear.
Tenía en cuenta, sin dudas, la múltiple actividad de Ramos en los ámbitos históricos, periodísticos, políticos, docentes y su presencia en los acontecimientos que signaron el devenir de nuestra Patria en los últimos ochenta años.
Sin embargo, mi decisión se orientó por otros carriles. La tarea de recordar a Jorge no se debía ceñir a ningún marco, programa u orden temático. Esta asumida desprolijidad expositiva era en sí misma un formato, o mejor dicho la expresión de una voluntad tendiente a dejar fluir recuerdos, lecciones, ejemplos, actitudes de vida que se agolpan a borbotones cuando nos encontramos ante una enorme e impar personalidad.
Con el editor Arturo Peña Lillo (a su izq.), Alberto Converti, Alberto Camarasa (der.), Blas Alberti. En primer plano su compañera, Andrea Piccini. Fines de los 60. Foto: Archivo familiar
Había nacido en 1921, en un período fundamental de la entreguerra en que Buenos Aires asistía a los cambios políticos que se producían en el mundo: el desarrollo de la Revolución Rusa, la consolidación del poder de Stalin, las mutaciones en España con el devenir de la República, la gran crisis del 29, entre otros acontecimientos internacionales que enmarcaban la crisis y caída del radicalismo.
Su padre, Nicolás, era un ardiente anarquista, con un poder de seducción importante, que indudablemente ejerció influencia en la formación del joven Abelardo. Contaba éste de manera jovial –como lo hacía habitualmente, intercalando la frase irónica y el giro picaresco- que en 1939 había sido expulsado del Colegio Nacional Buenos Aires por publicar una declaración, conjuntamente con su amigo Luis Alberto Murray, “tomándole el pelo al Ministro y declarándose contrarios a la segunda guerra imperialista”. La dura sanción impuesta fue recibida por don Nicolás con alegría y felicitaciones para su hijo.
Este sello de rebeldía juvenil encendió una llama que sólo se apagó hace 26 años.
Resultan apropiadas las reflexiones de Alberto Methol Ferré acerca de ese ciclo iniciático y de la coyuntura histórica: «Cada generación, cuando irrumpe a la vida pública, tiene el sello indeleble de la circunstancia histórica de su iniciación. [...] La experiencia inaugural de Ramos fue la guerra civil española de 1936».
Esta guerra que se extiende hasta 1939 constituye el prolegómeno, en muchos sentidos, de la guerra mundial que se avecinaba. La era democrático-liberal tocaba su fin y se abría un periodo de totalitarismos. El mismo Ramos al referirse a la década de 1940 ya observa que el advenimiento de un mundo dividido asomaba en los debates de esta parte de América, “porque también -dice- hay una parte de la juventud argentina de nuestra época que era inconformista”. Pero esa juventud expresaba de maneras diferentes su incomodidad con el mundo que les tocaba. Estaba fraccionaba entre los que gustaban de las dictaduras, afirmados en los mitos reaccionarios de la vieja Europa, “eran maurrasianos, monárquicos” y admiraban a Hitler («bigote») y a Mussolini («el tanito del palazzo Venezia»). La otra parte de la juventud también gustaba de la dictadura, pero en este caso la del proletariado. Ambos bandos coincidían en algo, de acuerdo con Ramos: “Ni ellos ni nosotros entendíamos a la Argentina”. Ramos describe esta circunstancia en el prólogo a la obra de Ugarte: “La Década Infame en la Argentina coincide con la etapa más negra de toda la historia del capitalismo. Es el propio periodo de la marcha siniestra del fascismo, de la derrota de la revolución española a manos de Franco y del Frente Popular stalinista, de los Procesos de Moscú, donde se extermina a toda la vieja generación bolchevique y el estallido de la segunda hecatombe imperialista”.
Con apenas veinte años embistió contra quienes detentaban una suerte de comisariado cultural de las ideas y medios de la denominada izquierda. El rol de estos no residía en la interpretación de la realidad nacional desde la perspectiva de nuestra Patria, sino que eran correa de transmisión de los principios socialistas y comunistas enlatados en la Unión Soviética y en Europa.
Formó parte de diversos grupos trotskistas que resistían y combatían la primacía avasallante del estalinismo en tanto representante del ala izquierda de la república oligárquica. El rol de la Argentina en el esquema de la división internacional del trabajo, bajo el dominio británico, como proveedora de su producción primaria y la importación de bienes industriales del Imperio, era un principio aceptado y respetado por la izquierda tradicional. En consecuencia, cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, todas las fuerzas políticas de la Argentina semicolonial –incluida por cierto la izquierda tradicional- se alinean disciplinadamente tras la democracia londinense.
En esa circunstancia, cuando la intelectualidad en masa se exhibía ansiosa de participar en la guerra con los aliados, desde FORJA y desde sectores trotskistas en los que Ramos militaba se sostenía la neutralidad ante una guerra interimperialista. Ramos –interpretando a uno de sus maestros- explicita con maestría el papel de la intelectualidad en las semicolonias: “Para comprender el rol de los intelectuales en la vida del continente, y explicar la situación histórica de Ugarte, es preciso admitir que el imperialismo actúa en las colonias o semicolonias de una manera combinada y no puramente económica y financiera. No sólo vence, sino convence, vale decir, no controla únicamente las llaves maestras de la existencia nacional de la que extrae dividendos, sino que necesita instrumentos de dominación más sutiles pero no menos poderosos para producir en paz esos dividendos. La creación de una mitología antinacional, el estímulo a todas las formas culturales de autodenigración, la benevolencia y el apoyo hacia todas las expresiones de la cultura importada y un interés desmesurado hacia las creaciones del espíritu europeo [...] son los rasgos fundamentales del trabajo imperialista en la órbita cultural”.
Ya para entonces exhibía Abelardo una impronta clara y sobresaliente. A temprana edad, y expulsado del sistema público de enseñanza, su firme voluntad y excepcional capacidad de autodidacta cristalizó en una sólida y amplia cultura. Esta verdadera voracidad por el conocimiento permitió –entre otras cuestiones- que quienes tuvimos la suerte de conocerlo quedáramos verdaderamente “encandilados” por la profundidad de sus ideas, la elocuencia y amenidad de su discurso y la belleza superlativa de su pluma.Nada de lo humano le resultaba ajeno. Desde distintos ámbitos fue tejiendo una verdadera cosmovisión.
En la ciudad de La Paz con Andrea Piccini y dirigentes de la Izquierda Nacional en Bolivia. 1970. Foto: Archivo familiar
En el redescubrimiento de Manuel Ugarte se sitúa -esencialmente– su concepción de la Nación inconclusa. Desde América Latina: Un país (1949) hasta la monumental Historia de la Nación Latinoamericana, pasando por cientos de artículos, charlas y conferencias, Ramos disecciona el alcance y sentido de la balcanización plasmada en la creación de veinte repúblicas separadas en lugar de una única Nación. Imprimió su visión revolucionaria rescatando del olvido a personalidades como Simón Rodríguez –el maestro de Bolívar- y Alexandre Pétion, el patriota haitiano que rearmó y alentó en dos circunstancias cruciales al entonces vencido Simón Bolívar.
Hemos conocido esa historia verdadera por la pluma y la palabra de Ramos. Cuando las calles y las plazas de nuestro país repiten los nombres siniestros de Mitre, Rivadavia o de Aramburu y Lonardi, en el Municipio de San Isidro volvemos la mirada y la memoria hacia quien nos marcó claramente un destino de auténtica soberanía y grandeza.
No fue casual su encuentro con el peronismo. Para quien había abrevado en las fuentes de personalidades como Rafael Barret, Blanco Fombona, Manuel Ugarte, y receptaba de Trotsky sus reflexiones sobre América Latina desde su exilio en Coyoacán, la irrupción de las masas obreras el 17 de octubre de 1945 era el renacer de la Patria sojuzgada.
Había escrito Rafael Barret que “la fusión de los pueblos no se hará nunca de arriba, no son los funcionarios, los políticos los que borrarán las fronteras. No los que se pavonean y gozan, sino los de abajo, los que trabajan, sueñan y sufren, son los que realizarán la fraternidad humana”. Y Abelardo reiteraba iguales conceptos en La era del peronismo: ”La contramarea arrojaba hacia atrás a la criatura anónima de la multitud. El héroe sin nombre de la vida social desaparecía de la escena. ¿Quién se acordaba del pueblo? Pero Juan Nadie ya regresaría”.
Y esos seres anónimos, eternos explotados, objeto del desprecio de esa Argentina oligárquica, surgían ese 17 de octubre “como por los intersticios del pavimento”, el sustrato de esa Patria sufrida y sufriente constituida por miles de Juan Nadie.
Personalmente, pude ser testigo de las coincidencias básicas entre dos figuras, separadas ambas por diferencias etarias pero que se respetaban y apreciaban mutuamente: don Elías Castelnuovo –pilar del grupo Boedo y escritor trascendental- y Jorge Abelardo Ramos.
Frecuentaba a don Elías en mi adolescencia porque fuimos vecinos en el barrio de Liniers y he sido honrado por sus enseñanzas y recuerdos. Él respondía a sus ex camaradas del Partido Comunista que lo agraviaban por su tránsito al peronismo diciendo: “prefiero estar equivocado y junto al pueblo a estar solo, con mi verdad y contra el pueblo”.
Y Abelardo sintetiza su alianza leal e indisoluble con el peronismo expresando: ”Me voy con la negrada”.
No demoró un instante el aparato ideológico de ese país que tambaleaba frente a la presencia de un nuevo y decisivo actor de la vida política. De derecha a izquierda se denostó, injurió y ridiculizó al más importante movimiento de masas registrado en la historia. Particularmente, la izquierda tradicional (socialista y comunista) calificó al pueblo de la patria de “lumpen”, de horda delincuencial o, como dijera un radical, de “aluvión zoológico”.
La ardiente defensa de ese pueblo, que adquirió en las calles el título de “pueblo peronista”, fue la tarea que se impusieron Ramos y sus compañeros de militancia. Quedó sellada entonces en la arena política una línea divisoria fundamental entre la nueva izquierda nacional y la izquierda cipaya (archivando el calificativo de izquierda tradicional). Se hizo carne en quienes lo seguimos a través de un cuarto de siglo que el peronismo sintetizaba, de manera aluvional, con sus matices y contradicciones, la más acabada expresión de la tradición nacional y popular de nuestra Patria. A partir del hito fijado ese 17 de octubre (que era también la resultante de luchas anteriores), Ramos nos sitúa como aliados y parte de ese movimiento, y desde entonces con él permanecimos fieles a esa posición que pasó a ser la hechura de nuestra identidad política y existencial.
En su estudio en los primeros setenta. Foto: Archivo familiar
No puedo omitir su lucha temprana por la liberación de las mujeres. Recuerdo las ironías y burlas de algunos “progres” cuando Ramos puso en debate el rol de la mujer, la desigualdad de géneros, la negación de derechos frente a un machismo enquistado en grandes sectores sociales. Cuando aún no se hablaba de feminismo, Abelardo reclamaba el sueldo y la jubilación del ama de casa, la creación de comedores municipales para los hijos de las trabajadoras; entendía como nadie el fenómeno de la doble explotación, una en el taller y la otra en la casa.
Imprimió un sello característico a toda su actividad literaria, periodística, organizativa y política, resumida con particular agudeza por su amigo Alberto Methol Ferré: “Su ingenio, rápido en el castigo y en la réplica y acre en el sarcasmo hacia los adversarios, iba parejo con su facilidad para la diatriba, y la agudeza de sus epigramas cáusticos resultaba insólita en la literatura de izquierda proverbialmente triste…”
Su visión que establecía un puente entre ese pasado omitido, olvidado y tergiversado por el aparato cultural oligárquico permitió que una juventud proveniente de familias antiperonistas arribaran a un comprensión de la historia y consecuentemente del presente, en una verdadera gesta de nacionalización de las clases medias –en especial el estudiantado- que se dio a partir de los años 60.
Supo, como pocos, hundir a fondo el puñal de la crítica contra el mundillo de la intelectualidad colonizada, de tinte elitista, antinacional y discriminadora. Decía Ramos: “No ofrecemos al lector una exposición sobre la literatura pura: ni los esfuerzos de la química han logrado situar nada en estado específico. La impureza, por el contrario, es el modus constante de la naturaleza, de las letras y también de la política. Todas las tentativas de ‘purificar’ algo concluyen generalmente en su esterilización. Nuestro tema será en consecuencia lo nacional y lo europeo en la literatura argentina y, por implicación, en la formación del pensamiento nacional latinoamericano”.
Realizó esa tarea a contracorriente. Antes y después de esos años, Ramos debió soportar el silencio o el hostigamiento del establishment intelectual en un arco que iba de izquierda a derecha. Resulta significativa tanto la omisión como la descalificación de la acartonada e insustancial “academia”. Cuanto insípido y vacío producto era parido por nuestras universidades y se incorporaba con desvergonzada soberbia a las filas de la “academia” rendía examen de admisión ocultando o tergiversando groseramente la obra de Ramos.
No puedo soslayar su conocimiento y amor por el arte. Unos breves párrafos a su prólogo a Literatura y revolución de León Trotsky lo ilustran con claridad. Escribe Ramos: “Marx amaba a los poetas. Les extendía siempre un bill de indemnidad. Los poetas son seres especiales decía a sus hijas, no podemos juzgarlos como a personas corrientes. La poesía y lo poético no podían serle indiferentes a este científico, que además era un revolucionario. Releía a Esquilo en griego una vez al año. Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe y Balzac aparecen una y otra vez en sus obras, evocando la fruición de intensas y repetidas lecturas”.
En un acto del peronismo en el Luna Park, a mediados de los ochenta. Foto: Archivo familiar
Recuerdo compartir con Abelardo películas y obras de teatro que luego comentaba con una intensidad y propiedad que las mejoraba. También tengo en mi memoria sus largas charlas con el querido Blas Alberti –matizadas con elocuentes recitados de éste – donde ambos recordaban los más antiguos y resguardados poemas del Borges radical. Transmitía una pasión que reflejaba un verdadero deleite por la fina estética literaria.
Sus valores trascendieron el marco de lo político y también de lo literario.
Como Manuel Ugarte, fue ignorado e injuriado. Los gerentes del régimen oligárquico difusores de una cultura europeizante le impusieron el silencio, lo mismo que la pútrida academia. Durante largos años pretendieron silenciarlo. Esta feroz campaña no produjo mella en el pensamiento, la acción y el ánimo del “Colorado”. Nos acostumbró a quienes lo seguimos a luchar con entereza y no claudicar ante el enemigo, aun cuando este fuera poderoso. Nunca escuché de Abelardo reflexión alguna sobre “la relación de fuerzas”, cuando se trataba de defender los principios. Hoy extraño decididamente esa inquebrantable voluntad de lucha y ese coraje personal e intelectual que parece ausente.
Mario Pedro Yutiz
Abogado, Juez de la Cámara de Apelación y Garantìas en lo Penal del Departamento Judicial de San Isidro. Militó junto a Ramos en la Agrupación Universitaria Nacional y en el Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Participó en la fundación del Frente de Izquierda Popular e integró la lista de candidatos a diputados nacionales. Paralelamente mantuvo con Ramos una relación personal de amistad, por lo que se considera su discípulo y amigo.
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