20/01/2021
Los zapatos de Carlito. Una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del setenta
Por Federico Lorenz
Definido por su autor como una "botella arrojada a las aguas, como intento de navegación pero, sobre todo, un acto de resistencia", Los zapatos de Carlito narra la historia de los trabajadores del astillero Astarsa en los años 70. Publicado por primera vez en 2007 y recientemente reeditado, Haroldo comparte algunos fragmentos que invitan a su lectura completa.
El “Tano”, con la barba crecida, se reencuentra con sus compañeros tras su liberación después de ser secuestrado por la Triple A, en noviembre de 1975. A su lado, el “Titi” Echeverría, delegado de astilleros Mestrina, asesinado en el verano de 1976. Foto: Archivo Federico Lorenz
En el balance de la lucha del hombre y de los pueblos por su dignificación y enaltecimiento todo tiene valor; la alegría del triunfo y las contingencias de la derrota son condiciones inseparables que inevitablemente suceden cuando la causa es grande y trascendente; así lo enseña la historia; otra cosa sería soñar en el reino de la utopía o proclamarse los dioses de la infalibilidad.
Agustín Tosco.
El hecho es que estoy parado sobre el suelo de todas las generaciones, detrás de esta queja. El maíz, los hombres, los ríos, las edades, brotan, crecen, se exaltan, mueren, desaparecen. Lo único que permanece es nuestra queja (…) ¿Alguien habrá dispuesto que exista una raza de hombres despiertos, condenados a recordar, a no dormir, mientras no se absuelva nuestra queja? Quizá, pues, no descansaremos jamás.
Manuel Scorza, El jinete insomne
PRÓLOGO A ESTA NUEVA EDICIÓN
“Los zapatos de Carlito” apareció por primera vez en 2007. Rápidamente dejó de estar en las librerías. No porque se agotara, sino que por un error, buena parte de la edición original fue picada. Literalmente, los flamantes ejemplares volvieron a hacerse pasta.
No obstante, sucedieron muchas cosas desde entonces. El libro fue muy bien recibido por distintos tipos de lectores: historiadores, militantes, sobrevivientes, lectores interesados en “los setenta”. Como en círculos concéntricos, la historia de los trabajadores navales de Tigre se expandió en un movimiento de flujo y reflujo. El relato fue y vino, como si se tratara de una red que yo lanzara y recogiera siempre llena, cada vez un poco más lejos. Como en una colcha de retazos, al libro se le fueron tejiendo otras historias, y ya nada fue lo mismo. Se materializó aquello que sentía mientras investigaba y escribía: que en el proceso de investigación nosotros nos sumergimos en la historia que estudiamos, y al salir ya no somos los mismos. La escritura de “Los zapatos de Carlito” para mí fue una revolución ideológica, profesional, y humana.
Ideológica, porque pude pensar, sin hallar respuestas tajantes, las difíciles relaciones entre el clasismo y el peronismo. O entre el marxismo y el peronismo, si se prefiere. No encuentro aún una síntesis posible, en tanto los conflictos deben situarse históricamente. La lucha de clases, en los años ’70, encontró en la Juventud Trabajadora Peronista una de sus vanguardias. Disputó ni más ni menos que el liderazgo del movimiento obrero a los sindicatos de la CGT, a la llamada “burocracia sindical”. Vista retrospectivamente, seguramente por contraste, esta no aparece ni tan reformista ni tan burocrática. Pero no escribiría esto, claro, de no mediar el bestial disciplinamiento represivo que vivió la clase obrera en su conjunto, y de no haber conversado mucho con los navales, sobre todo con Jaimito, que se fue tan pronto, uno de los más generosos militantes que pude conocer.
Revolución profesional, porque aquello que intuitivamente me hizo prestar atención a la experiencia de los trabajadores en los 70 me evitó caer en la trampa analítica de reducir el período a la experiencia de los frentes de masas estudiantiles o universitarios de las organizaciones armadas; aquellos que sufrieron la represión pero que dispusieron de mayores recursos materiales, sociales y simbólicos para enfrentarla, transitar sus consecuencias y, más tarde, reconstruir la historia (y en algunos casos, apropiarse de ella) .
Pude, entonces, consolidar mi perspectiva sobre el pasado. Mi visión del mundo. Escribo sobre los derrotados, con los derrotados y, quiero creer, para los derrotados. No solo en este caso, sino en mis trabajos sobre Malvinas, o en mi biografía de Ana María González, la montonera derrotada tanto como militante de una organización aniquilada como en el futuro que la narró.
Escribir desde la derrota no es ni fatalista, ni nostálgico, ni pesimista. Todo lo contrario. Desde que ese libro comenzó a ser un proyecto, y antes de eso, desde que comencé a sumergirme en esta historia, los hilos invisibles entre las personas se tendieron y reforzaron. Hijas e hijos de los trabajadores, antiguos militantes que los conocieron, estudiantes, investigadores, acercaron datos, preguntas, afectos. Este es un trabajo solitario y colectivo a la vez. Pero cada vez que uno de esos contactos se producía, corríamos un poco los límites del cielo, como escribió Juan Gelman.
Puede sonar grandilocuente, pero así es como lo he vivido desde que este libro no era ni siquiera un sueño. Conocí e hice que se conocieran o reencontraran personas fascinantes. La conciencia de esa capacidad de agencia marea a veces. Pero nos vuelve, sin duda, mucho más humildes.
Recuerdo hace tiempo que debido al sesgo del libro, se me objetaba que yo era un historiador “militante”. No creo que lo sea. Me gustaría tener la capacidad para serlo. Pero el concepto de “militante” me queda grande. Sí me considero comprometido, conmovido, y perseverante. El libro es el resultado de esas tres emociones, a cuyo servicio puse las reglas del oficio, sin torcerlas.
Reviso este libro en el contexto de una nueva crisis económica y en vísperas de la asunción de un nuevo presidente peronista. Este país en el que escribo se edificó sobre la derrota de las personas sobre las que estudié, incluso a costa de sus vidas. Como si fuéramos náufragos, me encontré con sus compañeros y familiares sobrevivientes, con sus hijas e hijos. Pero aprendí, por mis otros temas de trabajo, que por el mar, en tanto náufragos, se llega a cualquier parte. Debería hacer el ejercicio de ver las relaciones entre estudiar sobre los constructores de barcos y mi platónica pasión por el mar.
El libro entonces es tanto botella arrojada a las aguas, como intento de navegación pero, sobre todo, un acto de resistencia. Sucede que en el medio de tantas historias tristes que emergían de las entrevistas nunca, pero nunca, desapareció la energía vital de aquellos años de movilización colectiva, la certeza de la justicia de la causa, el deseo que organiza.
Al estudiar sobre los navales aprendí, sobre todo, a ser optimista. A que somos parte de un silencioso, paciente y potente proceso de acumulación social. Por eso esta es la edición revisada y corregida de la versión de 2007. La encuentro vigente, honesta, y consecuente con lo que quería decir entonces, y con lo que pienso ahora.
Ramos Mejía, septiembre de 2019.
La entrada a los Astilleros Astarsa durante la toma de 1973. En las consignas se ven las reivindicaciones orientadas a la seguridad e higiene de trabajo, y alusiones a la lucha armada (“Por la buena o por la mala…”). Foto: Archivo Federico Lorenz
INTRODUCCIÓN (Fragmento)
Entonces puedo sentarme, porque ya he hablado con sobrevivientes, viudas, huérfanos, conspiradores, asilados, prófugos, delatores presuntos, héroes anónimos.
Rodolfo Walsh, Operación masacre.
Las viejas dicen que para saber cómo es una persona hay que mirarle los zapatos. Si los tiene lustrados o no, por caso, sería un indicio acerca de su pulcritud o su dejadez, su minuciosidad o el desapego por su apariencia. Un brillo excesivo y permanente a lo mejor indicaría algún tipo de problema psicológico vinculado a una obsesión con la limpieza. Nuevo o viejo, siguiendo la línea, el calzado permitiría inferir el status social del sujeto. Qué decir de las actividades que realiza la persona, entonces. Zapatillas o zapatos, botas, chancletas, botines o borceguíes, denotarían una serie de ocupaciones laborales o festivas.
Claro que todo esto es relativo. Los zapatos relucientes pueden marchar tanto a un bautismo como a un velorio. Las zapatillas ya no delatan edad o afición por los deportes, ni los borceguíes anuncian automáticamente a un militar.
Comienzo por aquí porque los zapatos que yo considero más íntima y legítimamente míos no los usé jamás. Ni siquiera me entran.
Son los zapatos de un trabajador. Tienen puntera de acero, están viejos y medio resecos. Aún conservan barro en la suela. Son los zapatos de Carlito, pero son míos porque él me los dio. Son míos, pero a la vez siguen siendo de él.
Carlito trabajó y militó en un astillero de la zona de Tigre, Astarsa, durante la década del setenta. La historia de esos zapatos, y del viaje que iniciaron en el Club El Ahorcado en Rincón de Milberg, un domingo soleado del verano de 1976, hasta mi casa, en el año 2004, es la historia de Carlito y la de sus compañeros, de mi investigación sobre ellos, y de las formas en que la historia se mete en la vida, por si quedaran dudas de que alguna vez se fue de ella.
En su caminata invisible, llenaron horas y horas de entrevistas, lecturas y persecuciones de documentos. Caminé con los zapatos de Carlito sin ponérmelos nunca: un recorrido y un encuentro como parte de la escritura de una historia de una agrupación sindical.
Algunas preguntas sencillas, y por lo tanto difíciles de responder, orientan este trabajo: ¿Qué lleva a los seres humanos a asociarse? ¿Qué los indigna? ¿Qué es lo que consideran deseable, a qué aspiran, y en consecuencia qué estiman válido hacer para concretarlo en un contexto histórico y un lugar determinados?
El casamiento del “Tano” Mastinu. Están casi todos sus compañeros. El “Chango” Sosa, de anteojos y con el puño en alto, “Carlito”, de pie, con la camisa arremangada y sus manos sobre los hombros del “Guerri”, Livio Garay. “Jaimito”, Luis Benencio, aparece haciendo la “V”. En primer plano, de corbata, el “Gallego” Valberde, primer miembros de la agrupación asesinado. Todos muy jóvenes, la foto muestra los distintos espacios de socialización de los trabajadores. Foto: Archivo Federico Lorenz
Un camino para responder a estas cuestiones es la descripción en términos organizativos o estructurales, políticos e ideológicos. Pero a lo largo de estos meses de conversaciones, entrevistas y visitas, la lealtad y la pertenencia, así como la pérdida y la identidad, fueron expresadas mucho más en términos afectivos que políticos. De allí el subtítulo del trabajo: una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del setenta.
Porque esta no es la historia de una agrupación dentro de un sindicato, sino la de un grupo de hombres y mujeres atravesados por la experiencia sindical. No es meramente la historia de un conflicto de clase ni su exclusiva racionalización en términos ideológicos y formas organizativas. Pretende, sobre todo, ser el relato de los vínculos que los hombres construyen a partir de vivir y sentir dichas relaciones.
Tampoco es un estudio acerca de la violencia política, sino un análisis acerca de las relaciones entre la política y la violencia en un momento determinado, y de sus consecuencias sociales y vitales sobre el mismo grupo de personas: los trabajadores navales y sus familias, los militantes territoriales que estuvieron cerca de ellos, los miembros de distintas organizaciones políticas o político – militares que volvieron su vista hacia lo que se cristalizó en Astarsa durante la toma de 1973.
Estas aclaraciones son necesarias para señalar el valor que esta historia de los trabajadores navales le asignará a sus experiencias, a la construcción de su identidad como tales surgida del entrelazamiento de elementos políticos, laborales y locales. De este modo, el análisis propuesto orientará también las miradas hacia un aspecto soslayado –a mi juicio- en las lecturas acerca de la historia reciente: el peso de las motivaciones afectivas en las conductas políticas, la carga subjetiva en la toma de decisiones que en muchos casos se transformaron en opciones de vida y muerte. Estudiar la historia de “los navales”[1] desde su unión como grupo sindical hasta su destrucción durante la dictadura militar debería obligarnos a reflexionar acerca de la necesidad metodológica de no descuidar este tipo de motivaciones a la hora de describir los fenómenos políticos.
El análisis desde el punto de vista de la experiencia es, en última instancia, un acto de justicia concretado con el rigor de las herramientas del historiador. Es la posibilidad de recuperar y conocer a las personas y sus historias allí donde la represión buscó la obliteración de sus vidas y aún del recuerdo.
Este libro tampoco es una historia política de la Juventud Trabajadora Peronista a través de un estudio de caso, pero seguramente permitirá reflexionar sobre esta iniciativa política de los Montoneros.
Las páginas que siguen, es bueno advertirlo ahora, no son una historia de empresas. Asumo una ausencia importante en este trabajo: no me he ocupado de la experiencia desde el punto de vista de la patronal, por ejemplo, ni del funcionamiento del espacio de trabajo más que desde la perspectiva de mis actores. Esto se debe sólo parcialmente a una carencia de fuentes. Es, sobre todo, una opción: elegí hacer una historia de “los navales” por interés personal, por los lazos construidos con ellos durante la investigación, pero, fundamentalmente, porque es el lugar desde el que quiero colocarme para mirar aquellos años. Asumir un punto de vista es tan honesto como predicar la equidistancia de todos ellos, pero es mucho más difícil. En todo caso, es toda una discusión epistemológica, y las formas de hacer historia están teñidas de ellas.
Por último, para hacer lugar a un reclamo de quienes emergieron victoriosos de esa lucha, admito sin reparos que es una historia hemipléjica. Los que se quejan del sesgo de estas aproximaciones, también escribieron su versión de la historia: el país brutalmente desigual en el que vivimos hoy. No deja de ser paradójico que quienes se benefician de la hemiplejía material de una sociedad que fue notablemente más incluyente sin que esa desigualdad les mueva un pelo salvo cuando ven amenazado su privilegio, se sientan afectados y escandalizados por la apelación a una de las pocas herramientas que emergieron de ese desastre: la posibilidad de pensar desde otro lugar, de mostrar otras cosas, y sí, de contar otras historias.
Martín Mastinu y Rosa Zatorre el día de su casamiento, junto a Hugo Rivas, sus hijas mellizas y su esposa. Tres años después de esta fotografías, ambos trabajadores y militantes estaban desaparecidos y Rosa había sido secuestrada y torturada para dar con Mastinu. Foto: Archivo Federico Lorenz
Federico Lorenz es historiador (investigador del CONICET), novelista y profesor de Historia en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Se especializa en la historia de Malvinas y en la militancia armada y el sindicalismo de los años 70.
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Notas
[1] El impacto que tuvo la toma del astillero que protagonizaron en 1973 transformó a este grupo de trabajadores y militantes en un referente para otras agrupaciones sindicales y políticas de la zona: “los navales” de Tigre. Con este apelativo me referiré específicamente a quienes formaron parte de esa agrupación sindical y a la misma, y no genéricamente a los trabajadores de esa actividad.
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