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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

05/12/2020

Sara Solarz, “la Quica”

La madre de todxs nosotrxs

El 23 de noviembre murió Sara Solarz a los 85 años.  Militante de la década del 60, fue una de las fundadoras de las FAR (Fuerzas Armas Revolucionarias). En agosto de 1975 su compañero, Marcos Osatinsky, fue asesinado brutalmente en Córdoba. Luego, mataron a sus dos hijos. En mayo de 1977, Quica fue secuestrada por un grupo operativo de la ESMA. Y allí, en un centro clandestino de detención y exterminio donde preocuparse por los demás era gravísimo, ella se las arregló para ayudar a quienes la necesitaban. Lila Pastoriza reúne el recuerdo de muchxs de lxs sobrevivientes que, como ella, compartieron el cautiverio con Quica.

 

El 23 de noviembre recibí la noticia de la muerte de Quica. Fue como un rayo. Jamás imaginé que no volvería a verla. Es parte de mi vida, de nuestra vida, la de lxs sobrevivientes de la ESMA que compartimos con ella el cautiverio. Todxs la lloramos ese día y los siguientes. Redactamos una declaración de despedida que firmamos multitud de ex detenidos en la ESMA. 

En el alud de recuerdos de quienes atravesamos con Quica aquel infierno, surgieron evocaciones dominantes: la de cómo cada unx la conoció y la de aquel modo tan suyo -y tan riesgoso - de ayudar al otro. De ahí surgió esta nota. 


 

Sara Solarz de Osatinsky con sus hijos Mario y Josela. Foto: Archivo familiar

 

Sara Solarz -“la Quica”- murió en Ginebra, Suiza. Estaba enferma y tenía 85 años. Compañera querida, respetada, pasó sus últimos años allí, donde algunas amigas y compañeras formaron el grupo que la cuidó y acompañó en el último tramo de su vida.

Más de 40 años antes, en mayo de 1977, Quica había sido secuestrada en Buenos Aires por un grupo operativo de la ESMA. Venía de una historia dura y trágica. Militante de la década del 60, ella y su marido, Marcos Osantinsky (ambos tucumanos) fueron fundadores de las FAR (Fuerzas Armas Revolucionarias), organización armada que luego se fusionaría con Montoneros. En agosto de 1975 su compañero fue asesinado brutalmente en Córdoba. Luego, Quica perdió sus dos hijos. A Marito, el mayor, el 25 de marzo de 1976, abatido por las balas policiales, y luego, el 2 de julio, a Josela, el “Chiquito”, como decía al nombrarlo, desaparecido a los 15 años de edad. 

Con ese inmenso dolor a cuestas, quedó en poder del Grupo de Tareas 3.3.2, que aun considerándola uno de sus “trofeo de guerra”, la sometió al calvario común a todos sus cautivos. Y allí en la ESMA, un centro clandestino de detención y exterminio donde preocuparse por los demás era gravísimo, Quica se las arregló para ayudar a quienes la necesitaban: la chica tirada en “capucha” que trajeron en la noche, el pibe desesperado por haber entregado a alguien en la tortura, lxs secuestradxs recién llegadxs que necesitaban su orientación en ese infierno... Y las embarazadas -a quienes sí le permitían atender- y a las que daría toda su compresión y ternura. 

Quica no estaba sola en el compromiso con la solidaridad y las pequeñas acciones de resistencia que cotidianamente violaban el orden allí establecido. Quienes, como ella, habíamos sido asignados por los marinos al que denominaban “proceso de recuperación”, también las asumíamos. Pero siento que La Quica sumaba un plus propio, lo maternal. (Y, de algún modo, creo que también era un poco madre de todxs nosotrxs). 


 

Mensajes de compañeros sobrevivientes que compartieron su pasaje por la ESMA

 

 

De abajo hacia la derecha Magdalena Pirles Milia, Nilda Orazi, Marina Scarpatti Orazi. Arriba de izquierda a derecha Susana Burgos, Quica Solarz de Osatinsky y Alicia Milia, Alicante, España, 1996. Foto: Archivo de amigos y sobrevivientes

 

 

Lila Pastoriza

Quica fue la primera compañera con quien hablé tras mi secuestro. Me trató como si me conociera desde siempre. Supe por ella lo más urgente para decidir cómo manejarme: qué sabían de mí, quienes habían caído antes… En esos días iniciales de sucesivos interrogatorios, su ayuda, su apoyo y la de otrxs compañerxs, fueron un decisivo e invalorable amparo. 

Con Quica estuvimos esos años en la oscuridad tenebrosa de la ESMA, unidas por las angustias, el dolor, el compromiso, la esperanza. Nosotrxs, lxs mujeres y hombres que fuimos formando de hecho un conjunto más o menos afín, éramos militantes políticxs. Y eso suponía que no lograrían cambiarnos ni los ideales de lucha por una sociedad justa e igualitaria ni los valores y principios que sustentábamos. Y resistimos como nos fue posible, como nos lo propusimos. 

De allí nos llevamos los nombres de las personas desaparecidas que habíamos visto en la ESMA y el recuerdo imborrable de aquella masacre. Liberadxs, quedaba atrás la etapa más difícil de nuestra vida.

En octubre de 1979, Quica, Ana María Martí y Alicia Millia denunciaron desde la Asamblea Francesa los crímenes cometidos en la ESMA y presentaron un vasto listado de personas desaparecidas en ese centro clandestino. 

Pasaron muchos años. Volví a ver a Quica algunas de las veces que vino al país. Nos hundíamos en largas charlas, ella fumando sin cesar, discutiendo mil temas, recordando anécdotas, muriéndonos de risa... Con Quica compartí el tiempo de los sueños revolucionarios, y también los de derrotas y resistencias. Nunca la olvidaré. La llevo en el corazón.

 

 

Maria Eva Bernst

Soy sobreviviente del centro clandestino de tortura y exterminio ESMA desde enero de 1978 hasta julio de 1979. Conocí a Quica cuando me subieron al tercer piso "capucha" luego de la tortura; ella se me acercó para saber cómo estaba, me preguntó mi nombre, me consoló dentro de lo posible… En los días posteriores me dijo que iba a hacer todo lo posible para que me autorizaran a moverme de la colchoneta en la que permanecía tirada. Y así lo hizo… 

Logré hacer un trabajo a diario en el archivo y eso me mantuvo con vida durante todo el tiempo de cautiverio hasta mi liberación. En ese tiempo fui testigo de la dedicación maternal que Quica, siempre con una sonrisa, le brindaba a todas las embarazadas que pasaban por ese lugar… Y vi cómo se jugaba y tendía una mano a los compañeros que estábamos allí olvidándose hasta de su propio dolor. Los que sobrevivimos nunca te vamos a olvidar. HLVS querida Quica!!!

 

 

Susana Burgos 

Compartí con Quica momentos tremendos y también abrazos y alegrías. Y compartí lo más definitivo que hay para una mujer: el abismo enorme de haber perdido hijos o una hija. Y ese dolor une. Pero no nos impidió reír juntas, también en la ESMA.

Para mi compensación y mi alegría, estuve muy cerca en los últimos años, a través de las personas que la auxiliaron, cuando Sara empezó seleccionar recuerdos, para olvidarlos.

Por eso quiero agradecer al Grupo de Apoyo de Ginebra: Graciela Geuna, Claudia Ilutovich, Julie Franco, Beatriz Premazzi, Claudia Wolf y Martín Carnino.  

Ojalá algún día podamos demostrar nuestro afecto y respeto a esta militante popular y trasladar sus restos a Tucumán, donde residen los restos de sus dos hijos y su compañero, asesinados por la dictadura de 1976, y donde vivió y fue feliz.

 

 

Inés Carazzo 

Se nos fue Quica, me dijeron y la historia retrocedió hasta fin de octubre de 1966, cuando le confirmaron a ella y a mí -que entonces no nos conocíamos- que nuestros respectivos maridos -Marcos Osatinsky y Marcelo Kurlat- viajarían juntos a Cuba por varios meses. 

Así empezaron los encuentros, ella tenía dos niños, yo una hija recién nacida. Ambas con preocupación y esperanza en ese viaje.

Los cuatro fuimos fundadores de las FAR. Con Quica también compartimos el pase a la clandestinidad en 1971 y sus hijos ayudaron a que Mariana, mi hija, entendiera ese juego de cuidar a sus papás con otro nombre. 

Murió el Pelado Osatinsky. Quica y yo vivíamos juntas a mí me secuestran y me llevan a la ESMA. Mariana cumpliría 10 años días después. Pasados muchos meses Quica cae también en ese siniestro lugar. 

Ella sufrió pérdidas irreparables: su esposo, sus dos hijos. Pero nunca dejó de ser esa compañera solidaria que siempre tenía un momento para apoyarte.

Quica: lamento no haber podido vernos en estos larguísimos años ambas fuera de Argentina. Pero estarás en nuestro recuerdo.

Descansa en Paz. 

Te quiero mucho.

Inés

 

 

 

Susana Burgos -sobreviviente ESMA-,  Facundo y Marina Scarpatti Orazi  -hijos de Nilda Orazi y J.C.Scarpatti, Sara Solarz de Osatinsky y Alicia Milia -sobrevivientes ESMA. . Foto: Archivo amigos y sobrevivientes

 

 

Raúl Cubas 

Quica me animó a correr el riesgo de conocer a mi hija Victoria Sol, quien nació estando yo chupado en mayo del 77. Al cumplir un año se me presentó la oportunidad de pedir ir a conocerla a Posadas donde vivía con su madre y abuelos, pero tenía mucho miedo de que eso trajera consecuencias a la Negra, mi compañera cuando me secuestraron… Tardé como un mes en decidirme, consulté varias veces con la Quica que me decía, “es una oportunidad única, a un hijo no hay que dejarlo ir…” (Entonces yo no sabía el drama de la desaparición de sus hijos). También me apoyó la “Chinita”, tomé fuerza y les hice caso, y tragando sapos y mierda viajé con el subcomisario Roberto “Federico” González y pude conocer a mi hija que ya tenía dos años y aprovechar para confiarle a mi compañera lo que pasaba en la ESMA y ella contarme lo que sabía de la desaparición de mis hermanos.

 

 

Pilar Calveiro 

Recuerdo a la Quica, sí, en la oscuridad eterna de la Capucha de la Escuela de Mecánica, parada junto a mí, hablando bajito y de manera un poco telegráfica (porque disponía apenas de unos minutos de permiso del “Verde” de guardia) para tratar de explicarme algunas de las claves de lo que pasaba allí. “Tratamos de sobrevivir sin entregar a nadie -me dijo-, el tiempo corre a favor nuestro, y cuanto más tiempo estemos vivos es más probable que alguno, por lo menos uno de nosotros, quede vivo y pueda contar lo que pasó.” 

Todo eso me dijo. Y era muchísimo en ese contexto y me sirvió como una primera brújula dentro del laberinto.

Pero como más la recuerdo, como viene naturalmente a mi memoria, es mucho antes de la oscuridad, en una tarde de verano, llena de sol, en San Luis. Después de la actividad agotadora del día, tomábamos mate, mientras Juan Pablo Maestre tocaba la guitarra y cantaba una zamba -“Para las otras no, pa’ las del norte sí, para las tucumanas, mujer galana naranjo en flor”-. Todos guardábamos silencio y la Quica escuchaba, cebaba el mate que iba circulando en la rueda y sonreía, con esa sonrisa suya, tranquila, serena, y un poco triste. 

 

 

Graciela Daleo

“Aquí están todos vivos, ¿a quién quiere ver?” Pernías, el torturador, enumeraba secuestrados, y como si estuviera presentando un menú me invitaba a elegir alguno. Era el 18 de octubre del 77, y hacía horas que estaba en “la 13” del sótano de la Esma, donde Trueno quería que le dijera algo más sustancioso que “estoy desenganchada”. Cuando nombró a la Gaby dije sí, que a ella sí, pero Pernías dijo no, y siguió recitando la lista. Cuando llegó a Quica, volví a decir sí. 

La bajaron a la 13. “Las dejo solas, pero cuidado con lo que le dice”, le gritó Trueno, “yo escucho todo”. 

Pero Quica no se cuidó, me cuidó a mí. Me dio una clave imprescindible. Me abrazó y me dijo al oído “Saben todo de vos, menos lo del farolito”. Fueron segundos de encuentro, porque en medio de gritos la sacaron enseguida. 

Saber qué sabían “ellos” fue un arma para resistir.

En los largos meses de cautiverio, en las décadas que vivimos después, hubo muchas otras claves, pero esa primera fue la primera. Gracias Quica, por esa primera clave. 

 

 

Ricardo Coquet 

Conocí a Quica en la “capucha” de la ESMA, en el peor momento de nuestras vidas.

La imagen de ella: la jefa montonera de brazos de acero que trabaja y lucha hasta lograr su objetivo.

La realidad: sus brazos blandos sobre mis brazos, sus ojos sinceros, sus palabras tranquilas que transmitían que pase lo pase estamos en nuestro camino, alma de acero, un faro, una mujer montonera, un campo de flores azules, cosecha azul de amor...

 

 

Miriam Lewin 

La Quica era una especie de madre para las y los sobrevivientes. Una mujer bella y dulce, con ojos melancólicos y pícaros a la vez, y un acento provinciano. Su tragedia personal, sus pérdidas irreparables, no le habían quitado la capacidad de ser solidaria, de acercarse a los recién caídos en el infierno de la Capucha y de acompañar a las embarazadas. Tuvo el rol de presenciar los partos, y fue depositaria de información detallada sobre la apropiación de bebés. Se reunió con cada uno de esos chicas y chicas recuperadas y los ayudó a reconstruir sus historias.

Testimonió en Paris junto a otras dos compañeras cuando todo era silencio todavía acerca del centro clandestino que los marinos habían montado en Núñez.

Para los marinos, era un misterio la fortaleza de la Quica. Habían hecho de todo para destruirla y no lo habían logrado. 

Para quienes pudimos sobrevivir, era una guía, una referente. 

La dejaron irse, pero eso no significó que la dejaran en paz. La persiguieron hasta Europa, pero nunca lograron vencerla.

Dedicó su vida después a asistir a refugiados. Tal vez por eso pienso, por su contacto con otras mujeres víctimas de crímenes sexuales pudo hacer el proceso que le permitió denunciar a uno de los represores por abuso sexual, muchos años después. 

Eso fue un shock para muchas de nosotras, algo inesperado. Nos costó aceptar que se habían metido con ella, con esa suerte de mater dolorosa. En ese camino, de comprensión de las características de la violencia contra las mujeres, Quica también fue un ejemplo.

 

 

Martín Gras 

Hay vacío y hay dolor. Hago un esfuerzo y me aparecen los cuatro. La familia: Sara, Marcos, Marito y Josela. Marcos murió. Volaron el cadáver en Barranca Yaco. Compartió el polvo y la sangre con Facundo… Mi hijo nació unos meses después. Lo llamamos Marcos. Se lo conté a Sara en la Pecera. Le regale una foto de Marquitos que tenía… una de esas fotos color de comienzo de los 70, el bebe alegre empuñaba una zanahoria. Quica no lloró, sonrío. Quiero creer que fue un segundo de felicidad. Quiero creer… Nunca hablamos de las muertes de Marito y de Josela. Sé que están descriptas en algún documento. Nunca pude leerlos (…) Conocí a Josela. Me acuerdo de su seriedad, su ternura, sus ojos enormes, solemnes y curiosos…

¿Se puede volver después de perder todo eso? Sara pudo. Quica pudo. Se convirtió, de alguna manera, en la figura materna de todos nosotros. Estuvo en los partos de las embarazadas. Estuvo en Capucha preguntando su nombre a los recién llegados. Estuvo en Pecera repartiéndonos las golosinas que podíamos conseguir y le dábamos a ella… Estuvo en París en la primera denuncia, pagando los dobles costos de desconfianza y venganza que la amenazaban. Pero fundamentalmente volvió de ese infierno personal demostrando a todos que su condición humana seguía intacta. Que su amor por los demás seguía intacto. Que, sencillamente, era mejor persona que quienes quisieron su muerte en vida. Esa es tu victoria Sara Solarz. Ese es tu legado compañera Quica. Mientras dure la Memoria.

 

 

 

Festejando navidad en la casa de Alicia Milia junto a Sara Solarz de Osatinsky, Magdalena Pirles Milia, Nilda Orazi y Marina Scarpatti Orazi, Alicante, España, 1996. Foto: Archivo amigos y sobrevivientes

 

 

Alicia Milia

A Quica

Jacarandá, mimosifolia, comúnmente llamada jacaranda o tarco. Árbol originario del continente americano.

Ella los llamaba Tarcos, como hacen los que han nacido en el noroeste argentino.

Marrones, ocres, rojizos, amarillos, grises, verdes: colores de la tierra.

Su cara era así. El hacha inclemente del tiempo la había trabajado: sus rasgos se habían hecho más redondos, más profundos.

Parada firme sobre cualquier superficie, sus piernas eran raíces que la aferraban a la vida.

Cuidaba de las cosas pequeñas y de los pequeños, enojada contra cualquier injusticia, militante de la construcción de una sociedad unida mucho más soberana, justa y libre.

Dulce y sonriente mientras te extendía un mate para charlar.

Adelante, siempre adelante... Quica, con esfuerzo, objetivos y trabajo todo era posible.

Todo paró. El cuerpo pidió descanso. 

En próximas primaveras el azul violeta de tus queridos tarcos te guiarán a donde 

querés volver: a tu tierra, Tucumán, con todos tus seres más queridos.

Ya no veré más jacarandas, veré tarcos y me acordaré de vos.

Alicia Milia

(El Puig, otoño del 2020)

 

 

Lidia Vieyra

Esa mañana de julio del 2003, te fui a buscar al hotel de la ciudad de Córdoba.

Habíamos compartido más de un año secuestradas en la ESMA. Y hacía años que no nos veíamos. Nos abrazamos, nos reconocimos. Cuando me detuvieron, yo tenía 20 años y vos me adoptaste al instante. Recordé que estabas a mi lado en la cucheta. 

Habían matado a tu compañero y a tus dos únicos hijos y jamás antepusiste tu dolor. Siempre eras la que me daba la mano, la que no permitía que me hundiera en la desesperación.

Y ahora, me tocaba a mí acompañarte a recoger los restos de Marito. No olvidaré el día que el Equipo de Antropología Forense junto a otros compañeros que trabajábamos en el cementerio de San Vicente, llegaron a la conclusión de que uno de los cuerpos hallados, podía ser el de Marito. Y ahora, estábamos abrazadas, tomadas de la mano. Ese día, pude devolverte el sostén amoroso. Estabas aliviada de cargarlo entre tus brazos. Decenas de personas te abrazaban. Llevaste sus restos a Tucumán, querías que fueran inhumados junto a su padre.

En Tucumán, también te amaron.

Tu entereza y tú preciosa sonrisa me acompañarán siempre.

 

 

Ana María Soffiantini 

Cierro los ojos para encontrarla en aquel laberinto del espanto… entonces, su mano toca mi hombro y así escucho su mensaje: “Rosita acompañame”. La Quica se animó a pedirle a los guardias que necesitaba de otra compañera para colaborar en el parto, ya lo habíamos hablado en un encuentro en el baño. En silencio nos llevan a un espacio desconocido en mi oscuridad y me permiten sacarme la capucha. Es un pequeño cuarto, en una cama la niña a parir, Quica con ternura de mamá la abraza, la besa, la contiene, las dos lloran, a mí apenas me dejan ver, no me necesitan. Los gritos de dolor de la niña se confunden y se transforman en el llanto de un bebé que Quica sostiene mientras el verdugo corta el cordón. No supe más de la mamá, sé que a su niño los monstruos se lo llevaron, sé que la Quica ató aquel cordón umbilical a otros, a muchos, a tantos como los niños y niñas nacidos cautivos. Que sus manos de tejedora incansable los convirtieron en el hilo de oro de Ariadna para llegar a la puerta de la verdad sin equivocarse, para poder volver a entrar en la memoria. Para alcanzar la Justicia, Quica eterna.

Lila Pastoriza

Periodista. Ex detenida en la ESMA y testigo en los Juicios de lesa humanidad.

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