12/11/2020
A 40 años del fallecimiento de Rodolfo Puiggrós
Recuerdos de mi padre
Por Adriana Puiggrós
Un recorrido, a través de la memoria de su hija, por la vida del intelectual y militante politico Rodolfo Puiggrós. Sus primeros pasos como escritor y periodista, su temprano compromiso político, la vida en el exilio y su relación con otros compañeros del peronismo de izquierda como John William Cooke y Arturo Jauretche son narrados por Adriana Puiggrós al cumplirse cuarenta años de su fallecimiento.
Mi padre nació en 1906, hijo de un inmigrante catalán y de la hija argentina de una familia del mismo origen. Recuerdo a mi abuela Margarita Gaviria sentada en un sillón de mimbre a la sombra de un alto pino y a mi abuelo José Pío Puiggrós hablando seriamente con mi padre, en tanto prestaba atención a mis dedicados dibujos. Era una relación fuerte y afectuosa la que sostenían ambos, un vínculo que llena de sentido las elecciones del tipo de vida, las amistades, el oficio y el compromiso político de Rodolfo desde su juventud, que lo diferenciaron de sus hermanos, todos menores. En la cultura catalana, siempre presente en la casa familiar, él era el hereu, por lo cual resulta destacable que interrumpiera los estudios en Ciencias Económicas que le había aconsejado José, que pese a todo guardaba el espíritu comerciante catalán. Pero Rodolfo prefirió una carrera autodidacta de historiador y militante político.
En la infancia, los niños de la familia sabíamos que el abuelo había huido de su destino sacerdotal, luchado en la Guerra de las Filipinas donde fue herido, y que era republicano. Hace poco tiempo un pariente que vive en Igualada, a quien desconocíamos, me mandó una correspondencia de mi abuelo que comienza con la carta que envía a sus padres desde Buenos Aires en 1903. En esa misiva José les confiesa que no estudiaba nada cuando era seminarista pues su vocación era la ingeniería, carrera que no pudo cursar por tener ya demasiada edad al abandonar los estudios eclesiásticos, por lo cual decidió ser militar, una carrera más corta, que tampoco pudo seguir. Su familia no lo quiso recibir “sin oficio ni beneficio” (…) “y me dijisteis ´mal guañats als cuantos que hay gastat per tus estudis´”. Ofendido, José se fue a la guerra y tras un largo periplo, recaló en la Argentina. Pero la larga carta culmina con una sorpresa: José pide permiso a sus padres para casarse con una joven de 21 años, que estuvo siempre interna en el colegio, es muy buena, no es vanidosa ni amante de lujos. “¿Os parece bien que contraiga matrimonio?”, pregunta después de muchos años de separación.
Rodolfo amaba a su madre, que murió tempranamente porque, afectada de una angina de pecho, no alcanzaron a administrarle antibióticos. Probablemente el catolicismo de Margarita se expresó en compromiso con el pueblo en su hijo Rodolfo, combinado con el republicanismo y el abandono de la Iglesia por parte de José. Por influencia de Margarita, o por deberes sociales, Rodolfo y tres de sus cuatro hermanos fueron a colegios religiosos. Pupilo, terminó su secundario con medalla de oro, que no le fue entregada a él mismo sino a su padre, dada su mala conducta y su espíritu rebelde. Mi padre contaba dos anécdotas. Una se refería a su amigo y compañero José María Rosa, algo menor, a quien la madre traía montañas de milanesas sobre las cuales caía la multitud con sus tenedores; otra, al sacerdote que llamaban “padre rabanito”. Pepe y Rodolfo seguirían amigos toda la vida, con encuentros y desencuentros debidos a las distintas posiciones políticas e ideológicas. El peronismo los acercó.
Los pensamientos de Rodolfo iban más allá de la crítica escolar. En sus años adolescentes había crecido en él un fuerte sentimiento contra la injusticia social, que daría frutos en un primer libro, su única novela, titulada “La locura de Nirvo”: un grito contra la cultura de la clase alta, ejemplificada en la crítica a la vida en su propia casa. El joven Rodolfo era filo anarquista pero no duró mucho tiempo en esa postura. Vale la pena recordar que fue su propio padre quien, consciente o inconscientemente, lo había vinculado con las ideas comunistas: don José -como lo llamaban los cercanos- mandó a su hijo a trabajar en el sector bancario en Londres, pero en 1926 lo llevó consigo a un crucero que excluía la Cataluña natal, pero culminaba en la Rusia soviética. Demás está decir que a los pocos años de regresar Rodolfo se afilió al Partido Comunista, donde militó hasta que fue expulsado por apoyar al peronismo.
En la segunda mitad de la década de 1940, mi padre alternó su intenso trabajo nocturno como periodista e historiador con el intento de construcción de una fuerza de izquierda que acompañara al movimiento popular que acababa de nacer. Tenía contacto con Perón, dirigía la escisión del PC llamada Movimiento Obrero Comunista (MOC), nos leía a mi madre y a mí páginas de “La época de Mariano Moreno”, “Historia Económica el Río de La Plata” e iba dejando atrás “La herencia que Rosas dejó al país”. Leía fervientemente los clásicos del liberalismo y seguía admirando a la Unión Soviética, pero criticaba duramente al stalinismo, a la Tercera Internacional y al Partido Comunista Argentino. Este último lo atacaba impiadosamente en su periódico “Nuestra Palabra” y otras publicaciones y llegó a intentar hacerlo físicamente. Hasta la caída de Perón, Rodolfo trabajaba en “Crítica” y dirigía el periódico “Clase Obrera”. Le gustaba contar anécdotas de la rica convivencia en el diario de Natalio Botana con exiliados españoles, escritores, bohemios y con su propietario y orientador. Recordaba siempre que cuando Hitler y Stalin firmaron el pacto, Botana llamó a la célula comunista del diario, de la cual él todavía formaba parte, y les dijo que los echaría, pero de inmediato aclaró que pasarían a la sección “Modas”. La célula estaba integrada por intelectuales de la talla de Raúl González Tuñón, entre otros. Pero cuando la URSS entró en la guerra, puso la edición de esa fecha sus manos. Por cierto, es oportunidad de recordar que Raúl fue el más leal amigo de mi padre, especialmente cuando como expulsado del PC, le daban vuelta la cara muchos ex amigos.
Al producirse el golpe de Estado de 1955, los militantes del MOC, incluido mi padre, entraron en la Resistencia al gobierno de facto. Y la Libertadora no se olvidó de perseguirlos, ponerlos presos, hacerlos echar de sus lugares de trabajo. Coincidió la clandestinidad de mi padre con la decisión de protegernos Sergio y a mí de la epidemia de poliomielitis, de modo que fuimos todos, incluyendo algunos compañeros del MOC, a un campo de mi abuelo materno, al sur de Córdoba. Fueron meses inolvidables. Era una estancia casi sin explotar, con un viejo casco de trazado tradicional -galería en torno a los cuartos, patio central, viejo aljibe- tanques australianos rodeados de espinillos que usábamos a falta de pileta, algunos caballos. Rodolfo escribía y jugaba al truco con los peones. Jugaba con Sergio. Iba al pueblo en un carro que tardaba dos horas en recorrer el camino y allí recogía los diarios y se tomaba una ginebra.
Regresamos y no volvió a tener trabajo en ningún medio. Preparaba alumnos secundarios y de materias universitarias, algunos de los cuales le mandaba Pepe Rosa. En 1961 le ofrecieron un cargo de profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México. Aceptó y fue también fundador del diario “El Día”, un medio de la izquierda del PRI. Cuando quiso regresar, resultó que el gobierno títere de José María Guido había emitido un decreto para ponerlo preso, en uso del estado de sitio.
Mi padre permaneció en México, país al que amaba. Vivía en la casa de la Sra. Yampolsky, madre de la notable artista plástica Mariana y cultivaba la amistad con intelectuales, periodistas y políticos. Tomaba sus tequilas en la esquina del diario “El Día”, con el director, Enrique Ramírez y Ramírez. Mi madre, Sergio y yo lo visitamos en diversas oportunidades.
En su estancia mexicana maduró su adhesión plena al movimiento nacionalista popular, intercambió correspondencia con Perón y comenzó a escribir la “Historia Crítica de los Partidos Políticos Argentinos”. Entre otras obras, escribió en esos años “Génesis y desarrollo del feudalismo” y “Juan XXIII”, en consonancia con el acercamiento entre cristianismo y marxismo y el desarrollo de la Teología de la Liberación. Rodolfo nunca abandonó el marxismo como sustancial organizador de su pensamiento, pero en el marco de una amplia cultura clásica, adquirida por incontables lecturas, a partir de la época escolar, cuando desobedecería al “cura rabanito” para ingresar en textos inconvenientes.
En 1967 Rodolfo fue a Pekín, invitado por la Asociación de Periodistas Chinos. En el viaje de regreso visitó a Perón. Fue entonces cuando el General le dijo que cuando recuperara el gobierno lo nombraría Rector de la Universidad de Buenos Aires. Pasó por Buenos Aires pero cuando quiso regresar a México en un vuelo de Aeroperú esa empresa le retuvo el pasaporte, aduciendo que respondía a un pedido del presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, aquel que sería tristemente recordado por la represión estudiantil en 1968 en la plaza de Tlatelolco. Salta a la vista el hilo conductor de los intentos de quitarle a Puiggrós sus tierras y su libertad. Pocos años después actuaría el Plan Cóndor.
Rodolfo fue Rector de la UBA unos pocos meses de 1973, pero tan significativos como lo fue el corto gobierno de Héctor J. Cámpora. Su gestión, y la que le sucedió hasta la intervención de las universidades por parte del gobierno de María Estela (Isabel) Martínez de Perón, deben ubicarse en el marco de una política educativa y una concepción pedagógica nacional y popular, en la tradición que encuentra su inicio simbólico en las ideas de Simón Rodríguez y atraviesa América Latina, pasando por Paulo Freire y muchas de las reformas realizadas por los gobiernos democráticos y populares.
En 1974, cuando tuvo que regresar a México, ahora en carácter de asilado político, perseguido por la Triple A, Puiggrós había escrito cerca de treinta libros, muchísimos artículos y otorgado innumerables entrevistas. México lo recibió con su generosidad y hospitalidad proverbial. Volvió a la UNAM y al diario “El Día”. Dedicó, junto a Delia Carneli la compañera de sus últimos años, la mayor atención a la ayuda a los exiliados y a la denuncia internacional de la represión de la dictadura militar. Fue entonces cuando mi hermano Sergio, militante montonero, murió luchando en un combate en el centro de Buenos Aires. Mi padre quedó destrozado. Por primera vez desde que se desorganizara el MOC, aceptó formar parte de una organización e ingresó al Movimiento Peronista Montonero. Fue también la única vez en que disentimos seriamente. Vivió enfermo pocos años más.
Un aspecto que no he tocado es la relación de Rodolfo con sus pares intelectuales cercamos al peronismo de izquierda. Valga destacar la riqueza de las conversaciones en mi casa, intercambios a través de discípulos o cenas regadas de abundante tinto, con Jorge Abelardo Ramos, Juan José Hernández Arregui, Arturo Jauretche o John William Cooke, que generalmente iban subiendo de tono hasta adquirir uno fuertemente polémico, típico de la época.
Han pasado cuarenta años de la muerte de Rodolfo Puiggrós, pero sus libros se siguen leyendo. No es posible, ni cabe, evaluar si trascendió más el historiador o el militante. Ambas fueron pasiones, compromisos, quizás en alguna medida vinculados con el legado del viejo Don José.
Compartir