05/11/2020
A 8 años del fallecimiento de Leonardo Favio
Leonardo Favio
Recordamos a Leonardo Favio a través de un adelanto del libro de Norberto Galasso en el que recorre su vida y analiza las influencias sobre su obra cinematográfica. María Pía López, en el prólogo, sostiene que este libro está hecho con no menos amor que el que Favio derramaba sobre sus personajes.
No lo olvidamos
Por María Pia López
Hace un par de años, Luciana Jury sorprendió en Cosquín con una versión de la canción “Ella ya me olvidó”. Hito inolvidable de la música popular, creada por Leonardo Favio y cantada por generaciones. Luciana, su sobrina, la convirtió en homenaje, interrumpiéndola con la aparición de las voces -en su propio cuerpo, cual mai atravesada por los espíritus convocados- de personajes entrañables del cine de Favio y por una ofrenda a la tierra que fue un manifiesto por el derecho de quienes trabajan a usarla y tenerla. Con lucidez conjugó los distintos planos que hacen de Leonardo Favio una figura tan poderosa: la sensibilidad popular, el compromiso político, y un trato exquisito con el arte.
Cuenta Norberto Galasso, en este libro, que alguna vez Pier Paolo Pasolini anduvo por Argentina y vio, en el Festival de Mar del Plata, un filme de Favio. Dijo, conmocionado: “daría diez años de vida por filmar un plano como los de Leonardo Favio”. Busco más datos de esa frase o de ese viaje de Pasolini y en el archivo errático e infinito que es internet encuentro un fragmento de entrevista que una periodista muy reconocida, Blackie, le hace al italiano en esa visita. Ella le habla pausada y enfática, en castellano, él contesta en italiano. Ella pregunta si no cree que el cine debe ser un lenguaje para las masas, comprensible, y no requerir un esfuerzo de interpretación como sucede con Teorema. Él contesta que sí y que no, que el cine tiene una complejidad propia, que no es la de la literatura y la poesía. Tiene un rigor, eso dice. Es bien interesante pensar que esa frase existió y que los planos de Favio eran a la vez evidencia de ese rigor y extrema sensibilidad hacia la ambivalencia y la desdicha popular, como la propia obra de Pasolini lo es.
Galasso, gran archivista de la cultura nacional y generoso escritor de biografías, se aboca a reconstruir la trayectoria vital de Leonardo Favio. Y de ese acercamiento surge un perfil respetuoso y afectivo, donde aparece una y otra vez la voz del cineasta y cantor. Cuando estrenó Gatica, se le escuchó decir, cual Flaubert con su Madame Bovary: “Gatica soy yo”. Porque eran semejantes las tristezas de la infancia, la pobreza del origen, la voluntad de triunfar, el amor por los otros, el peronismo.
Favio parece siempre habitado por aquel niño que fue, el del colegio de pupilos, al que el peronismo se le revela antes que como un discurso político, como el cambio de comidas, las porciones generosas de platos antes inaccesibles, la inclusión de entretenimientos para los chicos. Si Eva pensó que los hogares para infancias tenían que ser bellos y no carecer de nada de lo que hacía acogedor a un hogar burgués, para que eses niñes no crecieran con el resentimiento de les humillades sino con el agradecimiento de les salvades, se podría decir que Leonardo Favio fue ejemplo del triunfo de esa hipótesis: sus obras trasuntan un amor por la vida y por las personas que solo alguien que agradece el hecho mismo de vivir puede imaginar.
El suyo es un vitalismo claro, de tardes soleadas o de noches claras de puro estrelladas, aun cuando narre historias desdichadas, porque el fondo es de una religiosidad sin institución, que le llama dios al existir y a la persistencia de la vida, desde la que condena el acontecer histórico que produce el daño. Los daños son obra de las clases dominantes pero se las confronta contra una posibilidad de comunidad feliz. El peronismo en Favio es la expresión política de esa furia contra quienes arruinan vidas y el amor hacia les desdichades. Su referencia es Eva y, como ella, se reconoce furioso y amoroso.
Norberto Galasso recupera la voz de Favio contando cuando visitó a Perón en España, los chistes, las conversaciones. Me detengo en tres elementos: le toca las manos al viejo general y se las acaricia; imagina que en su propio cuerpo -el de Favio- están los amigos del pueblo de la infancia porque quiere que ellos también lo vean, conversan sobre avicultura y sobre la necesidad de tener gallineros en el fondo de las casas. Perón le dice: el que sabe mucho de esto es Hugo del Carril. Menciona, como experto en cría de gallinas, al otro gran cineasta popular, vinculado al peronismo, también él, cantor de masas. Toda esa escena es un juego de desplazamientos, pero fundamentalmente es una cita entre personas que pueden encantarse en esa conversación sin pretensiones y que quieren citar, con ellos, a otros que son parte del mundo popular.
Este libro de Norberto está lleno de esas conmovedoras imágenes, está hecho con no menos amor que el que Favio derramaba sobre sus personajes. Muchas veces sus películas aparecieron en situaciones dramáticas y de algún modo hacían pensar en esas coyunturas a contraluz, porque lo suyo nunca fue la literalidad de la época ni la explicación pedagógica. Recuerdo, ahora, la coincidencia entre Aniceto y la pelea de las patronales agrarias contra una decisión de un gobierno democrático. Por esos días, fue la única vez que lo vi de cerca a Favio. Fue una reunión inicial de un grupo que se llamaría Carta abierta y él estaba allí, con su pañuelo en la cabeza, escuchando, como todes. No me animé a saludarlo, así que van estas líneas como si fueran un saludo pendiente y un agradecimiento profundo.
El cine
Por Norberto Galasso
De la mano de Torre Nilson, Leonardo ingresó al mundo del cine, trayendo consigo las enseñanzas del radioteatro que le había apor¬tado su madre.
En sus recuerdos aparecen dos películas que lo conquistaron para la cinematografía: “La casa del ángel”, de Torre Nilson y “La strada”, de Fellini. La película de Fellini lo emocionó profundamente y luego, “La casa del ángel” “me dio vuelta la cabeza”1.
“El cine lo había atrapado y concurría a todas las filmaciones de Babsy, sin perder detalle acerca del manejo de la cámara, de los planos, las angulaciones. A partir de ese momento, asistió a la exhibición de las mejores películas del cine mundial. Él mismo recordará la admiración que le produjo “El ciudadano” de Orson Welles, que decía haberla visto como cien veces. Señalará también que vio muchas veces “Los inundados” y “Tire dié...” de Fernando Birri. Su interés especial era por las películas de Soffici, Torres Ríos, Demare y, en especial, Kurosawa.
A María le decía que iba a una academia a estudiar, pero se fue formando asistiendo a las filmaciones. A través de Babsy se adentró en el mundo mágico del cine y pudo conversar con Ayala, con Soffici, adquiriendo experiencia hasta que se animó a filmar un cortometraje titulado “El amigo”, con materiales que le facilitó Leopoldo.
La acción de “El amigo” se desarrollaba a las puertas del Parque Japonés -que fuera su paisaje habitual en aquellos años- y relataba la amistad que se iba gestando entre un niño rico con zapatos de muy buena calidad y otro pibe, lustrabotas. El corto no adquirió trascendencia pero ahí estaban ya los temas y personajes de sus próximas películas: los chicos, la desigualdad social, el mundo del parque de diversiones, la pobreza. Probablemente Babsy le dejaba filmar en horas de descanso y así se fue animando a una obra de mayor alcance: “Crónica de un niño solo”, en base a un cuento de su hermano el Negrito.
Por entonces, Torre Nilson lo lleva al festival de Río Hondo en julio de 1958. Allí fue una sorpresa para todos. Montaba descalzo y en pelo. No concurría a las reuniones sofisticadas, se preocupaba por la miseria de los pobres. Prefería la charla tibia con personas que le caían en gracia. A su lado se movía un vergel de frivolidad de la que no participaba. De la que no podía participar2. “Leonardo era así. Un muchacho natural, directo, que salía de un cono de sombras para incrustarse en un medio pagado de sí mismo, lleno de poses, pero al cual quería arribar para poder desentrañar la vena artística que latía en su interior. Hacerse compañero de Favio era fácil en ese entonces. Pero permanecer en su aprecio, muy difícil. Sucedía que él se entregaba con prodigalidad, con esa inocencia que poseía. Pero, darse cuenta de que pernoctaba en un mundo cruel, egoísta, árido, le provocaba repulsiones lógicas en un ser noble. Aún por encima de los embates del encierro del correccional, del peligro acechando a cada momento”3.
“Torre Nilson me lleva de la mano y me presenta a todo el circuito tanguero más selecto. Y me hago en seguida, muy amigo de Aníbal Troilo y de Cátulo Castillo. ¡Qué lujo! Me gustaba mucho charlar con Pichuco, un filósofo del arrabal. De todo ese mundo viene cierta evidencia o sensación que percibí desde muy joven: el mundo como un gran espectáculo. Todo para mí, no sólo sets cinematográficos, sino la calle, la gente, los bares, todo, como un gran espectáculo”4.
Torre Nilson le enseña también algo fundamental: “el no tenerle miedo a la irreverencia. “Por ejemplo, en ‘Nazareno Cruz y el lobo’ usé, cambiada, la letra de Rigoletto. Y no sólo sino que además, le bajé medio tono porque no me daban los tenores. Hice uso de la irreverencia. Muchos se escandalizaron y se agarraron la cabeza. ‘Vos sos un loco’ me decían. Vaya novedad, pensaba yo... También después en ‘Gatica’, en una escena de combate en el Luna, en cámara lenta, le pongo como música de fondo coros gregorianos.”5.
En esa época, él, que respira peronismo, se afilia al Partido Comunista nada más que para seguir a una novia esquiva6. Pero un día se puso a hablar con Arturo Jauretche y se hizo peronista para siempre: “Eso, del peronismo, en que lo sumergió una tarde Arturo Jauretche frente a un pocillo de café, una tarde en que se olvidó que era afiliado al Partido Comunista y eligió seguir al peronismo definitivamente”7.
Pero, en lo cinematográfico, además de Babsy y de Fellini, reconoce otras influencias: “Rubén Cavallotti era un profundo conocedor del oficio. A mí no me gustaba mucho su personalidad, porque no lo entendía mucho, pero me gustaba cómo filmaba, las lentes que usaba, los temas de sus películas... A medida que fueron pasando los años cada vez me gustó más su cine. Me sentía identificado con su cine. Me refiero a la temática, al gusto de Cavallotti por lo nacional. Él venía de la escuela de Torres Ríos, de Soffici, de Lucas Demare. Fue en la época en que participé en ‘El bruto’. Cavallotti era un tipo joven y, sin embargo, estaba involucrado con ese tipo de cine que en aquel momento estaba como relegado. Todos apostaban a un cine más intelectual. Yo estaba muy confundido, pero tenía cierta tendencia que me gustaba más el tipo de cine de Cavallotti, de Lucas Demare, de Soffici... al mismo tiempo estaba con un tipo como Babsy, estaba con Lucas Demare... Y con Armando Bo. Me acuerdo que para ir a una privada de Armando Bo, tenía que hacerlo a escondidas de Babsy. Si se enteraba que había ido ahí, me mandaba al diablo. Después venía Armando y me decía que no le diera bola a un tipo como Babsy, quien, a su vez, me explicaba que Armando era un analfabeto. Se odiaban. Yo siempre estuve con los dos... Y Soffici, que era un tipo bárbaro”7.
Resulta interesante esta confidencia de Leonardo porque la historia del cine argentino muestra dos caminos: el de Torre Nilson, de gran calidad estética pero cuyos temas no se recogen en los barrios ni en el arrabal, sino en las casonas aristocráticas, cuyos conflictos se desarrollan en ámbitos de la clase alta y, en el otro extremo, Armando Bo en cuyas películas la estética se rinde ante los contenidos populares, los conflictos del hombre común, como en “Pelota de trapo” y “Pelota de cuero”. Cuando Leonardo afirma que “se odiaban” resume que no se trataba de problemas personales sino de dos caminos en que se bifurca la historia del cine, como también se escinde la historia del país, entre la dependencia -con rasgos europeístas, exquisitos, de alto nivel cualitativo- y la búsqueda de la liberación nacional. Leonardo -más allá del afecto y la admiración por Babsy-, sin abandonar el alto nivel artístico, tomará el camino del cine nacional aunque le dará a sus películas un lugar importantísimo a la estética.
* Leonardo Favio de Norberto Galasso, Ediciones Nuevos Tiempos (edicionesnuevostiempos@yahoo.com.ar). Agradecemos a Lido Iacomini, editor del libro, por autorizarnos a publicar este adelanto.
Compartir