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Revista Haroldo

Diálogo con el pasado y el presente

24/10/2020

Las Ocasiones #8- Adelia Prado

Revista Haroldo publica una selección de poemas de la escritora brasileña Adelia Prado, elegidos por el poeta Manuel Duarte.

Adelia Prado

Irrealidad, lo que ya una vez nos diste, de nuevo danos:

la imaginación, desdeñada otrora y por la que tanto desesperamos

 

WALLACE STEVENS 

 

 

“Adélia es lírica, bíblica, existencial, hace poesía como hace buen tiempo, está dentro de la ley, aunque no en la de los hombres sino en la de Dios”. Esas fueron las palabras de Carlos Drummond de Andrade al leer Bagaje, el primer libro de la por entonces desconocida Adelia Prado, poeta nacida al sur del estado de Mina Gerais (en la ciudad de “Divinópolis”, vaya redundancia), y devenida luego unas de las voces más importantes de la poesía de Brasil. Y quiero detenerme en esto: ¿qué sería estar en la ley de Dios, escribir desde allí, o mejor, escribir yendo hacia allí?

Pienso la poesía de Prado a raíz de Wallace Stevens. Y no por una coincidencia estilística (por lo demás —uno diría no sin generalizar— distintas: donde éste es mental, abstracto, impersonal, Prado es corporal, cotidiana, confesional) sino, sobre todo, por una idea de la poesía: sea ya en Stevens un trabajo con la imaginación, como en Prado una búsqueda de la epifanía, la trascendencia, la revelación.

“Si la imaginación —dice Stevens— es la facultad mediante la cual hacemos entrar lo irreal en lo real, su valor es el valor del procedimiento mental mediante el cual proyectamos la idea de Dios en la idea del hombre”. Realidad e imaginación, para el poeta norteamericano, son así dos elementos que sin ser lo mismo resultan inseparables, porque la imaginación es “la voluntad de las cosas”, es unir lo visto con Dios. De ahí que la poesía para Stevens sea “la ficción suprema” que se dirige a la realidad para encontrar su lógica y asimismo desbordarla: si es la metáfora la creación de parecidos por medio de la imaginación, es la poesía una satisfacción del deseo de semejanza, cuyo movimiento supone esto: el poema toca la realidad y luego la ensancha, la eleva, la excede: crea su propia realidad. “Las palabras de los poetas —dice— tratan de cosas que no existen sin las palabras. (...) es una revelación en palabras por medio de palabras.”

Y digo: ¿qué es la poesía de Prado sino ese movimiento, esa búsqueda de la epifanía sensorial e intelectual, del cuerpo y el mundo, de las palabras y las cosas? En “El disparate”, dice Prado en una sentencia maravillosa: la poesía es el rastro de Dios en las cosas. Y como bien señala José Ioskyn en el prólogo a su Poesía Reunida (Griselda García Editora, 2019), no hay en aquel verso nostalgia alguna, sino erotismo, celebración: puesto que escribir es ir hacia Dios, la poesía de Prado —tan inclasificable, tan heterogénea— celebra todo cuanto tiene alrededor: leemos así en el poema “Atávica”: “Pero vine a la ciudad para hacer versos tan tristes/ que dan gusto, mi Jesús misericordia./ Por placer de la tristeza vivo alegre.”. O así también en “El alfabeto en el parque”: “Con perdón de la palabra, quiero caer en la vida./ Quiero estar en el parque, la voz del cantor azucarando la tarde/ Así escribo: tarde. No la palabra./ La cosa.

Para Prado, como para Shelley, un poema es algo divino (salmos son poemas, y poemas son salmos, dice la poeta brasilera): al mismo tiempo el centro del conocimiento y el contorno que lo bordea. Por eso, en ese enorme poema que es “Nacimiento de poema”, dice Prado: “Lo que existe son cosas,/ no palabras (...) Entender es un rapto,/ igual que no entender. Y más adelante: “Entender me secuestra de palabra y de cosa/arroja mi corazón de la poesía./ Por eso escribo poemas,/ para velar lo que amenaza mi debilidad mortal./ Me rehúso a creer que los hombres inventaron las lenguas,/ es el Espíritu quien me impele/

Desde el trabajo con la anécdota y el registro coloquial a las reflexiones sobre la propia poesía, desde el tratamiento de lo íntimo y lo cotidiano a la imaginería bíblica y los constantes neologismos y torsiones de su lenguaje, es la escritura de Prado algo vital, profundamente vital, sensual, irónica. Su poesía busca la salvación y hace, en torno al revelación que su escritura explora, más importante la búsqueda que lo revelado. Y pienso entonces en Montalbetti, para quien el poema es siempre ciego: las cosas dichas no salen a la luz, salen al lenguaje. Y acá el punto: obliga el lenguaje a hablar a condición de que no tengamos nada que decir. Porque, como dice Prado en “En portugués”, “Las lenguas son imperfectas/ para que los poemas existan/”. Porque “Ser fallido en la vida es maldición para el hombre./La mujer es desdoblable. Yo soy./”

* Manuel Duarte nació en Buenos Aires en 1993. Estudió Sociología. "Cómo se inventó el cuerpo de Manuel", y "Paternal" son sus dos libros, inéditos.

 

“Las Ocasiones #8- Adelia Prado” - Revista Haroldo | 1

Foto: Sabiá Pfrimer Vargas @sabiavor

Poemas pertenecientes a su Poesía Reunida (Griselda García Editora, 2019), traducción de José Ioskyn.

 

De Bagaje (1976):

 

METAMORFOSIS

 

Fue así que mi padre me dijo una vez:

estás hecho un caballo viejo buscando la gruta.

 

Las cigarras aferraban las patas a los troncos

y zumbaban con decisión su silbido.

Los árboles cantaban en el patio,

renovadas las hojas de un verde novísimo.

Expandí las narinas y fui a pastar

con mi cabeza minúscula.

Lo más caliente y amarillo que puede ser,

era el sol, un día de pura luz.

Mugí entre las vacas, antediluviana,

sé de arbustos, agua que encontré y bebí.

Al volver sacudí el cuello y la cola.

Quedaron solo dos señales:

un modo goloso de olfatear lo verde;

un modo de pisar, solo pezuña y piedras.

 

De El corazón Disparado (1978):

 

FOTOGRAFÍA

 

Cuando mi madre posó

para éste que fue su único retrato,

no aceptó tener las sienes curvas.

Sin embargo, hay un deseo de belleza en su rostro

que una doctrina dura ha contenido.

La boca es conspicua

pero las orejas se muestran.

El vestido es negro y cerrado.

El temor de Dios circunda su semblante,

como cadena. Luminosa. Pero cadena.

Sería un retrato triste

si no viese en sus ojos un jardín.

No de aquí. Pero jardín.

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Foto: Sabiá Pfrimer Vargas @sabiavor

De Tierra de Santa Cruz (1981):

 

EL ALFABETO EN EL PARQUE

 

Sé escribir.

Escribo cartas, notas, listas de compras,

composición escolar narrando el bello paseo

a la hacienda de la abuela que nunca existió

porque ella era pobre como Job.

Pero también escribo cosas inexplicables:

quiero ser feliz, esto es amarillo.

Y no puedo, esto es dolor.

Vete de mí, tristeza, campana tartamuda,

personas diciendo entre sollozos:

“no aguanto más.”

Vivo en un lugar llamado globo terrestre

donde se llora más

que el volumen de las aguas denominadas mar,

para donde llevan los ríos otro tanto de lágrimas.

Aquí se pasa hambre. Aquí se odia.

Aquí se es feliz, en medio de invenciones milagrosas.

Imagina que una vuelta al mundo

propicia paseos y vértigo entre

luces, música, novios en éxtasis.

¡Qué bueno! De un lado los chicos,

del otro las chicas, yo loca por casarme

y dormir con mi marido en el cuartito

de una casa antigua con suelo de listones.

No hay cómo no pensar en la muerte,

entre tantas delicias, querer ser eterno.

Soy alegre y soy triste, mitad y mitad.

Te tomas todo a pecho, dice mi madre,

ve a dar una vuelta, distráete, ve al cine.

Mi madre no lo sabe, el cine es como decía mi abuelo:

“El cine es gente pasando.

Las viste una vez, las viste todas.”

Con perdón de la palabra, quiero caer en la vida.

Quiero estar en el parque, la voz del cantor azucarando la tarde…

Así escribo: tarde. No la palabra.

La cosa.

 

De El Pelícano (1987)

 

NACIMIENTO DEL POEMA

 

Lo que existe son cosas,

no palabras. Por eso

te escucharé sin cansancio recitar en búlgaro

como miraré montañas durante horas,

o nubes.

Señales valen palabras,

palabras valen cosas,

cosas no valen nada.

Entender es un rapto,

igual que no entender.

Mi madre muriendo,

no faltó a mi llanto este arco iris:

el luto va bien con mi pelo claro.

Granito, lápida, crëpe,

¿son cosas bellas o palabras bellas?

Mármol, sol, lejía.

Entender me secuestra de palabra y de cosa,

arroja mi corazón de la poesía.

Por eso escribo poemas

para velar lo que amenaza mi debilidad mortal.

Me rehúso a creer que los hombres inventaron las lenguas,

es el Espíritu quien me impele,

quiere ser adorado

y sopla en mi oído este himno litúrgico:

baldes, escobas, deudas y miedo,

deseo de ver a Jonathan y ser condenada al infierno.

No construí las pirámides. Soy Dios.

“Las Ocasiones #8- Adelia Prado” - Revista Haroldo | 3

Foto: Sabiá Pfrimer Vargas  @sabiavor

EL DISPARATE

 

Se insinúa la tentación de rechazar la forma

y no sé si viene del Bien o del Mal.

Un enojo por lo que solo se muestra

la fuerza de las palabras de ese

y no de otro modo dispuestas.

Es cuando más sé que no soy Dios.

Jonathan, Jonathan,

mi madre no aprende a deletrear su nombre,

su odio desplaza las tónicas

y más todavía los motivos

de sus terribles consejos.

También quiero transgredir.

Quien ama mata la cacofonía,

encuentra linda la ruidosa máquina del cuerpo.

¿Estás durmiendo bien, padre?

Muy bien, respondía

informando inocente sobre gallos,

llantos nocturnos de recién nacidos.

Pero este relato es bello.

Si mi madre tiene razón estoy perdida.

Siempre dije: la poesía es el rastro de Dios en las cosas

y cantaba el rastro,

cuando es a los pies que se debe adorar.

Pobre belleza esta,

siempre encadenada,

pajarito ciego trinando.

Sin embargo está escrito: ¡”Sois dioses”!

Y somos.

Quiero ofrecerme a la divinidad

en la más perfecta pobreza

y ella solo me recibe

en la más perfecta alegría.

Dentro de la lámpara encendida

el núcleo parece un huevo,

parece un pollito.

Preciso mentir un poco

para que el ritmo aparezca

y yo misma entienda el discurso.

Hágase la dura voluntad

de lo que habita en mi pecho: ven, Jonathan,

trae flores para mi madre

y un par de esposas para mí.

De El cuchillo en el pecho (1988)

 

EN PORTUGUÉS

 

Araña, corcho, perla

y cuatro más que no digo

son palabras perfectas.

Morir es insuperable.

Dios no tiene ningún peso.

Mariposa es asopiram,

un jabón hirviendo en la olla.

Ojalá estas rarezas

sean psicologismos,

desviaciones debidas

al pecado original.

Palabras, las querría antes como cosas.

Mi cabeza se cansa

                   en este discurso infeliz.

Jonathan me dijo:

            “¿Ya tomaste tu yogur?”

¡Qué dulzura me cubrió, qué consuelo!

Las lenguas son imperfectas

                      para que los poemas existan

y yo pregunte de dónde vienen

                       los insectos alados y este afecto,

                       tu brazo rozando el mío

 

POEMA COMENZADO DESDE EL FIN

 

Un cuerpo quiere otro cuerpo.

Un alma quiere otra alma y su cuerpo.

Este exceso de realidad me confunde.

Jonathan diciendo:

                 parece que estoy en una película.

Si le dijera eres un estúpido el diría que sí.

Si él dijera vamos juntos al infierno a pasear

                                yo iría.

Las casas bajas, las personas pobres

                            y el sol de la tarde,

                            imaginen lo que era el sol de la tarde

                                      sobre nuestra fragilidad.

Venía con Jonathan

por la calle más torcida de la ciudad.

                                 El camino del Cielo.

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