08/10/2020
Las ocasiones #7- Delfina Goldaracena
Compartimos una selección de poemas de Delfina Goldaracena -quien el 21 de septiembre hubiera cumplido treinta años-, seleccionados y prologados por Edgardo Pígoli. Recordamos, en su 14 aniversario, a lxs estudiantes y docentes del colegio Ecos fallecidxs el 8 de octubre de 2006. Que la poesía siga siendo una resistencia de la niñez, una forma permanente de existencia.
La niña en el poema
Por Edgardo Pígoli
el sol es negro como la tinta
y los anteojos caminan hacia el público
Siempre es extraño el reencuentro con la poesía de Delfina.
Es habitual que cuando comenzamos a atravesar su lectura volvamos a pasar los “lugares comunes” de ciertas formas que se cristalizaron: una mirada acerca de su persona, sus hábitos, sus prácticas, o la “ineludible” referencia al accidente del 8 de octubre. “Lo biográfico” y “la niña” o “la adultez de su escritura” y “la niña”. Siempre con aproximaciones que se resuelven a partir de compartimientos estancos. Bloques, murallas, un lenguaje endurecido. Las formas que decididamente nos vinculan se ausentan en comentarios donde lo que predomina es el titubeo del sentido, la convención, lo esperable -“las formas de la muerte”-, el lugar común, donde lo verdaderamente común, aquello que nos une, no aparece.
La circulación de la escritura es siempre errática, pero de a poco, como si una zona del mundo hubiese aprendido sus partituras, las gotas aparecen en tiempos de sed.
Cómo contar, de nuevo, lo irrepetible. Hoy en un tiempo donde la naturaleza nos está interdicta[1], seguramente por su propia expresión, se me ocurre leer en la poesía de Delfina un signo de la naturaleza. Me refiero con esto a una poesía de los elementos. Vuelvo a su libro y, si bien todo pareciera existir en Delfi para ser letra, el punto de partida es la naturaleza, para ser.
La transformación de una mariposa
Letras de libro[2]
Hay en esta suerte de haiku, como en las líneas del epígrafe, una clara condición de que la escritura es finalmente el destino de la naturaleza. Ese deslizamiento se da con la forma de una franca comparación -“el sol es negro como la tinta”- o como una condensación que se “desaparece” en elipsis (mariposa / letras). Es el caso del segundo poema. Sucede como si los sentidos y la razón confluyeran en un lugar, pero no lograran fundirse completamente. La brevedad de los primeros poemas escritos por Delfina Goldaracena, siendo ella una niña, podría ser tomada como formando parte del azar, una errancia de las palabras que se traducen en “aciertos”. Su poesía crecerá en elaboración, pero nunca dejará de establecer una condición elemental de la existencia y la intensidad de la precisión será su signo.
Bajando hacia el río perfume
¿Quién dijo que la sal
acunaría mi angustia
y dejaría que el niño
apoyara su cuerpo sobre la mesa?
es todo cuestión de querer asombrar
tener un lugar
un tiempo
dejar que todo se diluya
en la sal de aquél río perfume…[3]
En ese recorrido, la poesía de Goldaracena siempre es consciente de la práctica y lo poético está presente en sus textos como problema. Existe en sus escritos el ejercicio sabio de un hacer y la certeza de sus implicancias (“palabras, instrumentos, /todo lo mismo” dice Delfina).
La adquisición de esa experiencia en algunos poetas llega tardíamente, a lo largo de toda su obra uno percibe el registro de esa adquisición. Otros conviven con esa autoconciencia desde siempre. Delfi es de estos últimos.
Dos intuiciones más. La primera se desprende de los versos que este texto lleva como epígrafe. En ellos, la figura tradicional de la melancolía (el sol es negro) convive con una figura surrealista (los anteojos caminan hacia el público). Hay en esa combinación una suerte de chispa que surge del choque de elementos que parecieran no poder convivir, que tuviesen direcciones opuestas y que sin embargo la letra de Delfina lo permite. La melancolía como un rasgo, la fijación a una pérdida que aún no ha ocurrido, la condición de un elemento originario: el río, el llanto (Heráclito) y el juego, lo inesperado, la risa (Demócrito). Como si dos tradiciones filosóficas confluyeran gracias a la niña que vive en el poema.
La segunda es la que se presenta como resultado de esa feliz convivencia. Su motivo poético es la huella de la mano que escribe. Es en la práctica donde anida el infinito mundo de las manos. El maestro Shunryu Suzuki explica en su libro Mente Zen, Mente principiante que para los estudiantes del zen lo más importante es evitar el dualismo. La “mente original” lo incluye todo en sí misma. Es siempre rica y suficiente por sí misma. La poesía de Delfina nos dirá esto con la sencillez de la experiencia que vive en el juego de una niña. “Yo no hice la escritura, la hizo mi mano con su mente”.
*Delfina Goldaracena (21/9/1990 - 8/10/2006). El libro Tiempo efímero reúne toda su obra poética.
** Edgardo Pígoli es poeta y docente. Trabaja en la UBA, el Instituto Joaquín V González, la Universidad del Cine y el Colegio Ecos. Publicó cinco libros de poemas, entre los que se destacan Branquia (2006) y De la precariedad (2014). Vive en Buenos Aires.
Espejo
El espejo que rodea mi cuarto es redondo y negro
mi madre lo vio ayer y hoy yo no lo vi
como todas las mañanas de sol negro
junto al perro del vecino
*
a papá
La vida pasa alumbrando el sol
Conquistando las aguas grises
y sin que la luz roja atrape tus sentimientos
Siempre que te sientes a leer es el principio de una nueva vida
*
a Pili y sus amigas
la injusticia de la vida ha sido probada
el camino corto es el sabio
el ignorado
La injusticia es potente contra el viento
y el camino destruido por la lluvia
Un campo a lo lejos vi ayer
El campo no tenía hora
Solamente tenía furia por dentro
Y ¿por qué no tuvo fuerzas para evitarlo?
*
Solo una vez
A Javier Cagnoni
Sólo una flor honesta para alcanzar el cielo
sólo páginas blancas para tocar una melodía
él nunca tuvo que morir entre sábanas de libro
no fue condenado
no dejó caer la tristeza en agua fría
la niña dejó de mirar al padre
y ahora está todo dicho
Sólo él pudo develar el misterio
23/3/01
*
El amor es sencillo
así
como pelearse con la foto
de un desconocido
*
¿recuerdan acaso la vez que fuimos pájaros?
los ocasos atardeceres sólo para nosotros
ese panorama tan limpio
esa sombra
esa solitaria niña que era yo
cuando crepúsculos penetraban mi voz
caminos sombríos llenaban mi cuerpo de raíces de luna
esa lejana voz que escuché después del disparo
llenó mi alma de nubes negras
¿recuerdas acaso la vez que fuimos pájaros en ese tal “mundo”?
*
Se descorre el telón
El público aplaude
Ignora el silencio
del roble sedoso.
Saco la espada
y empiezo la batalla
Mi boca intenta resguardarse
y acomoda un pétalo en su lengua
El público aplaude
Recito los versos ocultos
en la niebla
Debo plegar las palabras
pero desnudo la incertidumbre
El público aplaude
Epitafios escritos por los ya muertos
Revolveré en
mis respuestas
para encontrar
la forma de
escribirte mi
música.
Si supiera
mis partituras se
llenarían de gotas
*
Tiempo efímero
Como arena
proyectando lo infinito
dejo que el agua
tonifique la sangre
(fascinación macabra)
Madre, descansa tu mirada
La niña elegirá sus colores
y te llevará a volar
de la mano
para que juntas
cultiven
una y otra vez
lo absurdo
lo irreverente
dejando que los juncos
absorban los años
y el río
los imbuya entre las aguas
Y que el tiempo evapore
la memoria
entre sus manos
Regalo de cumpleaños a Cristina Domenech
21/06/2006
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