27/08/2020
El museo como herramienta. Acerca de Ferrowhite museo taller
Por Nicolás Testoni
Ferrowhite está ubicado en Ingeniero White, Bahía Blanca. Es un lugar en el que las cosas, además de ser exhibidas, se fabrican. Se define menos por lo que es que por los modos de hacer que se inventa. En el marco de la pandemia, este espacio se plantea interrogantes sobre las nuevas formas de entender y practicar la vida en común a partir de revisar las jerarquías consagradas a la hora de contar el pasado, de analizar la coyuntura o de imaginar el porvenir.
Ubicado en Ingeniero White -puerto de la ciudad de Bahía Blanca, histórico enclave agroexportador y uno de los polos petroquímicos más importantes de la Argentina-, Ferrowhite es un museo taller. Un lugar en el que las cosas, además de ser exhibidas, se fabrican. Y no de cualquier manera. Ferrowhite produce implicando en esa producción a un mecánico de locomotoras con una Licenciada en Historia, a un pintor con un estibador, a un rector universitario con la peluquera del barrio. Personas que llevamos adelante en este lugar actividades que derivan pero al mismo tiempo están más allá, o más acá, tanto de las habilidades pulidas a lo largo de nuestra vida laboral, como de las rutinas que la industria del consumo programa para nuestros ratos libres.
Por ejemplo, esta sala de museo inflable, que permite ver sin tocar, estar afuera y, a la vez, confinadxs, prototipo de un mundo sin derecho a roce y soporte de una pregunta que no nos es posible poner en cuarentena: ¿Cómo seguir? ¿Cómo seguir con un museo cuya dinámica estuvo basada, hasta ayer, en la posibilidad de todos esos encuentros que la necesidad de preservar la salud suspende? ¿Cómo regenerar la trama de colaboración, saberes y afectos que conforma el patrimonio primario de esta institución? La verdad es que no lo sabemos. Sólo sabemos que, a prueba y error, eso que llamamos Ferrowhite está, otra vez, por inventarse.
Ferrowhite atesora en sus salas herramientas salvadas por un grupo de ferroviarios luego de la privatización de los trenes, durante la última década del siglo pasado. Ferrowhite podría ser un museo de los trenes, o un museo del trabajo, o un museo del Estado de Bienestar. Ferrowhite podría funcionar como el memorial de un mundo que se acabó, cuyas ruinas no nos quedaría más remedio que lamentar. Pero no es, exactamente, eso. A lo largo de los últimos 16 años, nuestro museo funcionó alternativamente como carpintería, salón de baile, panadería, peluquería, sala de conciertos, corsódromo, taller de serigrafía, fábrica de baldosas, herrería, gabinete de costura, tanguería, balneario contaminado, escenario teatral, café bacán, e incluso, como un museo. Quizás en cada cosa que genera, esta institución inquieta pone a prueba relaciones. Una amalgama inestable entre palabras, imágenes, cuerpos y cosas que busca configurar, aún de manera modesta, nuevas formas de entender y practicar la vida en común a partir de revisar las jerarquías consagradas a la hora de contar el pasado, de analizar la coyuntura o de imaginar el porvenir.
Un museo taller se define entonces menos por lo que es que por los modos de hacer que se inventa. O mejor: por lo que es capaz de aprender a hacer junto a propios y extraños. ¿Hará falta aclarar que casi nada nos sale redondo, que casi nunca estamos de acuerdo? Este año teníamos pensado plantar una huerta en nuestro predio. La cuarentena suspendió la iniciativa. Pero, por suerte, no sólo los virus mutan. También lo hacen las ideas. Fue así que nos pusimos en marcha para hacer quinta en alrededor de 40 patios de Ingeniero White y Bahía Blanca. Ximena y Adriana nos contactaron con el INTA; Emily nos enseñó a hacer el compostaje que prepara junto a su hijo Teo; Graciela y Yesi dieron una mano con el reparto de las semillas; y Caro con Naza, Juli y Melody grabaron un video para enseñarnos a sembrar. La pandemia cerró las puertas del museo, pero el museo aprendió a meterse por debajo de la puerta de sus vecinos. Se convirtió en un sobre con semillas. Ahora Ferrowhite crece en tarros, macetas y canteros, intentando entender, a través de su tráfico hormiga, cómo cambian el trabajo, la vida en casa, las formas de colaborar y de cuidarnos en este tiempo lleno de desafíos.
Un museo en cuarentena es una cámara de ecos, una red de voces intentando sintonizar el futuro con las demandas del día a día. Ferrowhite es un museo que se pregunta ¿Cómo llego a fin de mes? Pero también: ¿Cómo porfiarle un mañana un poco más amable a este presente distópico? ¿Cómo salir del aislamiento sin quedar presos de la lógica securitista? ¿Cómo hacer para que reabrir signifique la apertura hacia una noción de lo público distinta a la que imponen las plataformas virtuales de propiedad corporativa que monopolizan y monetizan nuestras conversaciones? ¿Cómo convertir a la distancia interpersonal en el recaudo necesario, pero no exclusivo, de un sentido del ser junto a otrxs que también necesita reinventarse?, y, sobre todo, ¿cómo no acostumbrarse a una "nueva normalidad" en la que algunas cosas cambian para que, en el fondo, nada cambie?
Sobran los interrogantes aunque no los motivos para ser optimistas. Es de esperar, lo vemos a nuestro alrededor, que la pandemia profundice a su paso las asimetrías, que tienda a concentrar, aún más, los poderes que precarizan nuestras existencias. Pero surge a la vez la expectativa, lo escuchamos acá y allá, de que este suceso cree las condiciones para un cambio en nuestras maneras habituales de pensar y de hacer que reste algo de eficacia a esa "razón neoliberal" que, lejos de resultar un asunto ajeno o impuesto, nos constituye a esta altura de cabo a rabo. Acaso logremos comprender que la irrupción de este virus no es un hecho casual, sino el resultado de un modo de producción y acumulación de las riquezas que es, también, un modo de relación predador con el ambiente. Y tal vez terminemos de entender que no hay actos individuales que puedan salvarnos cuando se produce un suceso de semejante magnitud. La pandemia pone en el centro de la atención pública el cuidado de la vida, y la idea de que ese cuidado no es sólo personal sino colectivo. Eso hace que tanto el Estado como las comunidades renueven su protagonismo. En la articulación de ambas instancias, nuestro modesto museo puede que tenga un rol por cumplir.
Interesarse por la historia del ferrocarril que dio origen a este puerto implica desarmar la idea de que existe un "tren de la historia", un proceso de fuerza irreversible que, bajo la promesa aparente de un mañana próspero, nos conduce de manera inevitable hacia un futuro de escasez y desigualdad. Palabras mayúsculas como Nación, Comunidad, Trabajo o Desarrollo resultan, en este enclave periférico del capitalismo global que es Ingeniero White, máquinas conceptuales que no funcionan del todo bien, artefactos que perdieron hace rato su manual de funcionamiento. Y nosotros estamos acá, en este taller estatal, para revisarlas, y si hace falta, desarmarlas, y si es preciso, hacer con ellas otra cosa.
De momento, en este lugar al futuro no se entra por la puerta principal, sino por la puerta que da al patio. Allí, a metros de silos repletos de soja transgénica, sobre ese suelo salitroso en el que nos dijeron que no iba a crecer nada, brotaron, desfachatadas, las lechugas. Y para que eso suceda Lorena, Melisa y Mateo prepararon plantines en maples de huevo; Susana, Bianca y Katty armaron almácigos con cajones de pescado; Miguel, Nahiara, Gisella, Beto y el Negrón abrieron surcos en la tierra; y todxs nos pusimos a probar con un saber y un hacer que nadie conocía de antemano. Las semillas del siempre improbable porvenir prenden ahí donde somos capaces de compartir esta potencia.
* Ferrowhite forma parte de la Secretaría de Cultura y Educación del Municipio de Bahía Blanca.
** Ferrowhite formó parte del proyecto Arte en Territorio llevado a cabo en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Más información: http://conti.derhuman.jus.gov.ar/areas/agenda/actividades-v2.php?d=arte-y-territorio
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