06/07/2020
Palomitas, Nunca Más
Por Nora Leonard
A 44 años de la Masacre de Palomitas, Nora Leonard, ex presa política y hermana de Celia Leonard, una de las 11 víctimas, escribe sobre aquella noche del 6 de julio de 1976 cuando personal del Ejército, en un operativo que incluyó efectivos de la policía provincial y Federal, con el apoyo de personal del Servicio Penitenciario, retiró del penal a lxs 11 detenidxs, con el pretexto de ser trasladadxs a la provincia de Córdoba. Los detenidos fueron subidos a un camión y llevadxs hasta Palomitas, un paraje despoblado sobre la ruta 34, a unos 50 km hacia el sur de la ciudad de Salta. Allí fueron puestos en fila y ejecutadxs.
La década de 1970 se caracterizó por una gran efervescencia de la lucha revolucionaria. Allí participaron muchos jóvenes hartos de ver tanta injusticia, tantas desigualdades sociales, en un sistema capitalista estructuralmente injusto. Los jóvenes soñaban con un país más equitativo y más humano donde los derechos de todos fueran respetados.
La respuesta del enemigo fue durísima: el terrorismo de Estado. ¿Qué fue la Masacre de Palomitas? Fue el terrorismo de Estado aplicado en Salta.
Palomitas es un paraje que queda a 60km de Salta provincia del Norte argentino. Ese lugar fue elegido por los militares para perpetrar la masacre.
Los hechos
¿Qué pasó en la cárcel de Villa Las Rosas? Allí se encontraban detenidos las y los compañeros que luego, un 6 de julio de 1976, serían los elegidos para ser asesinados.
Mi hermana Celia había sido detenida en julio de 1975 estando embarazada. También habían sido apresados otros compañeros del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) que militaban con ella, entre ellos su compañero Benjamín Ávila. Mi sobrina Marcelita nació el 12 de febrero de 1976, en la maternidad pública.
Después del golpe del 24 de marzo de 1976, el 8 de abril del mismo año, también yo fui detenida. Mi militancia era en Vanguardia Comunista, un partido no armado que simpatizaba con la Revolución China. Así fue como terminé en el mismo pabellón que mi hermana, junto a las otras presas políticas de la cárcel de Villa Las Rosas. Junto con otras 4 presas políticas, nos sumamos a las 14 compañeras que estaban antes del golpe de Estado.
La noche de la Masacre
El día 6 de julio de 1976 me encontraba preparando una charla sobre historia argentina porque las compañeras me lo habían pedido. Estaba sentada en un mesón donde comíamos, que estaba frente a la reja de entrada, en la punta, junto a la pared. Veía perfectamente por la puerta de rejas lo que pasaba afuera. Esa noche más o menos serían las 20.30 hs. cuando vi a muchos militares con armas largas. Eduardo Carrizo, guardiacárcel, jefe de guardia externa, se acercó a la celadora, quien se puso muy nerviosa y empezó a nombrar a las compañeras. A la primera que nombró fue a Celia, ella en ese momento estaba dando de mamar a Marcelita y se encontraba con Norma Toro y Teresita Córdoba. Celia le entregó la beba a Norma, se levantó y se acercó hacia la puerta. Acto seguido nombraron a Evangelina Botta e inmediatamente se las llevaron y las esposaron a las dos juntas. Carrizo les dijo que se pusieran ropa de abrigo. Después sentí el nombre de Georgina Dros. Ella se sacó sus pupile y se puso los anteojos. Amaru Luque, pálida, fue hacia el fondo y dijo: “Se llevan a las compañeras”. Mirta Torres, mientras tanto, les alcanzaba la ropa de abrigo. Los sacos estaban colgados en un perchero. Por último, Carrizo nombró a María del Carmen Alonso de Fernández, “Chicha”, sobrina del exgobernador Miguel Ragone. En ese momento ella se sorprendió mucho y caminó hacia la puerta de rejas.
Yo me quedé paralizada de terror mientras seguía mirando lo que pasaba, tenía una angustia tan grande que no cabía en mi cuerpo, estaba desconsolada.
Norma Spaltro tomó a Marcelita entre sus brazos, mientras Mirta Torres le daba de mamar a su bebé Mariano primero y después alzaba a Marcelita para darle de mamar también. Así Marcelita pudo dormir esa noche. Fue tan hermoso ese gesto de Mirta que yo siempre voy a estar agradecida. A pesar de las situaciones tan duras que vivíamos, Mirta siempre actuó serenamente y dio respuestas en cada momento. Y en otras muchas ocasiones donde había que tener mucha fortaleza. Yo quedé destrozada. Me preguntaron (creo que fue el jefe de seguridad, aunque no lo recuerdo bien) quién se iba a hacer cargo de mi sobrina. Le di el nombre de mi hermana Katy, porque así habíamos quedado, cuando yo todavía estaba en libertad. Ella siempre dijo que iba a criar a Marcelita y no iba a permitir que nadie más se hiciera cargo de nuestra sobrina. Hubo algunas personas cercanas a la familia que querían hacerlo, pero eso estaba descartado totalmente.
Escribí una carta donde contaba las costumbres de la beba y su alimentación, que tenía a veces problemas con su pancita, que había que darle unas gotitas para que no tuviera dolor. Le preparé su ropita y me dispuse a entregarla a mi familia personalmente. Cuando quise salir con ella en brazos, me detuvo un jefe de guardia externa de apellido Wierna y no me lo permitió. Tuve que entregar la beba a la celadora. En ese momento, sentí una sensación de desgarro como si me cortaran un brazo y rompí a llorar desconsoladamente. Silvia Toro me abrazó y lloramos juntas.
“Alguna vez estos van a pagar por todo lo que han hecho”, me dijo Silvia.
Los días que siguieron fueron muy tristes. Cada vez que alguien entraba al pabellón yo preguntaba adónde se habían llevado a mi hermana Celia. Una de esas veces entró Juan Carlos Alzugaray, policía federal que terminó trabajando en la cárcel, y me respondió que había sido trasladada a Córdoba. Recuerdo que en otra de las charlas con Celia, ella me decía que seguramente iba a haber traslados a otras cárceles, que posiblemente ella iba a estar en esa lista, de acuerdo a los análisis que las compañeras hacían.
Después de un mes de la Masacre durante el que estuve totalmente incomunicada, mi hermana Katy consiguió una visita. Antes de eso, cuando ella fue a pedir un certificado de defunción de Celia, le dieron uno con mi nombre y mis datos también. Fue muy duro porque en un momento mi familia creyó que las dos estábamos muertas. Así, en esa visita terrible, mi papá Félix y mi hermana Katy me dieron la noticia de que Celia y su compañero Benjamín habían sido asesinados.
La causa judicial
Cuando se produjo la masacre, los genocidas inventaron que lo que había ocurrido había sido un supuesto intento de fuga por parte de los presos, quienes al intentar escaparse, fueron asesinados. Esto es absolutamente falso e imposible ya que estábamos totalmente incomunicados con el exterior.
Para completar la parodia de la fuga, los cuerpos fueron entregados en distintos lugares. Los de mi familia, los entregaron en Salta. A otros en Ticucho, que está en el límite entre Tucumán y Salta. Otros fueron enterrados en Yala (Jujuy) y recién fueron exhumados con el advenimiento de la democracia. Hubo dos cuerpos, el de Evangelina Botta de Nicolay y el de Georgina Dros, que nunca aparecieron.
Antes de las elecciones de 1983 empezamos con Lucrecia Barquet, una de las fundadoras de la Comisión de Familiares y Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas y Gremiales, y junto con otras compañeras, a buscar abogados para que tomaran el caso Palomitas. Marcelo López Arias fue el primer abogado que tomó la causa. Era muy difícil entonces conseguir un abogado porque había mucho miedo todavía.
Una de las primeras medidas fue la exhumación de los cuerpos de Celia y Benjamín, a quienes pudimos reconocerlos después de siete años, en febrero de 1984.
La causa fue seleccionada para el Juicio a las Juntas Militares, por la cantidad de pruebas acumuladas. El 2 de agosto de 1985 me tocó testimoniar estando embarazada de mi hija Canela, razón por la cual nació tres días después en Capital Federal.
Quedó demostrado que la Masacre fue perpetrada por una acción combinada, dirigida por los militares, que eran los directos ejecutores, y con la participación de la Policía Federal, la Policía Provincial, los guardiacárceles y Tránsito.
Las leyes de impunidad de Punto Final y Obediencia Debida, conseguidas por los militares carapintadas de Aldo Rico y Mohamed Ali Seineldin que se alzaron en armas durante el gobierno de Alfonsín y, por último, el indulto de Carlos Saúl Menem, significaron un daño tremendo a nuestra lucha por la justicia.
El 23 de julio de 1998 esta causa fue llevada a España frente al juez Baltazar Garzón, que nos dio una luz de esperanza. El Dr. David Leiva y la Dra. Tania Nieves Kiriaco, hicieron un trabajo inmenso y fueron nuestros representantes. Por amistad o enemistad con el ex juez Ricardo Lona, hubo muchos escollos en esta causa. Así terminó con un juez de Jujuy, Carlos Olivera Pastor.
La causa tuvo tres partes. Palomitas I fue en diciembre del año 2010 cuando la Cámara Federal de Salta condenó a los militares Carlos Alberto Mulhall, Miguel Raúl Gentil y Hugo Espeche a reclusión perpetua e inhabilitación absoluta.
En Palomitas II, el juez Julio Leonardo Bavio condenó al militar Luciano Benjamín Menéndez a reclusión perpetua e inhabilitación absoluta y al policía Joaquín Guil a reclusión perpetua e inhabilitación absoluta. Además, se condenó al guardiacárcel Juan Carlos Alzugaray a veinte años de reclusión e inhabilitación absoluta.
En Palomitas III, el juez Leonardo Bavio ordenó la prisión preventiva del guardiacárcel Víctor Manuel Rodríguez, debiendo continuar en libertad hasta la etapa del plenario, y también dispuso la prisión preventiva a Juan Salvador Sanguino, guardiacárcel, debiendo quedar en libertad hasta la etapa del plenario. A su vez, ordenó el sobreseimiento provisional del militar Luis Dubois y la citación del guardiacárcel Vicente Agustín Puppi a prestar declaración indagatoria.
El ex juez Ricardo Lona fue enjuiciado por esta causa y se encuentra en prisión domiciliaria. En este momento está apelada ante la Corte Suprema.
Conclusión
El Dr. David Leiva dice en su alegato final: “Las víctimas fueron asesinadas por luchar por la distribución de la riqueza. Y creo que esto resume los profundos ideales que los llevaron a elegir la militancia.”
Las compañeras Celia Leonard de Ávila, Evangelina Botta de Nicolay, Georgina Dros, Amaru Luque de Usinger y María del Carmen Alonso de Fernández y los compañeros Benjamín Avila, Pablo Outes, Alberto Savransky, Roberto Oglietti, José Povolo y Rodolfo Usinger, cuyas vidas les fueron arrebatadas en la Masacre de Palomitas, son esos muertos que nunca mueren porque viven en las calles que llevan su nombre, en las canciones, en los poemas. Pero sobre todo viven en cada compañero que lucha por la justicia, como ellos lo hicieron, dejando sus comodidades para que un mundo nuevo floreciera donde los derechos de todos y todas fueran respetados.
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